miércoles, 7 de agosto de 2019

Mi carta al padre



Carta al padre, al hijo y al espíritu santo. Como era en un principio, ahora y siempre, amén.
Carta al padre Mario. Al Padre Francisco. Al Papa. Al Pater familias. Pater Noster.

En fin, carta al padre interior, superyoico. Ese que te dice siempre que no podes.
A ese y otros tantos más.

En el '83 nació Kafka. Yo también. Pero un siglo después. En el '19 le escribió la famosa carta al padre. En el '19 yo también hago lo propio. Pero un siglo después, otra vez. No tengo otra alternativa. Estoy supeditado a vivir todo un siglo después. A escribir todo lo que quiero escribir un siglo después. Un siglo tarde. un siglo atrasado.

Me pediste que te escribiera una carta, era el inicio del ejercicio de escritura donde nos hacían escribir una carta. Y esto es así. Kafka amaba a su padre, pero a la vez lo odiaba. Le temía. Le reprochaba que no lo había dejado ser. Que lo había asfixiado y apretado como un padre enorme y todo poderoso. Un padre abusivo y temerario que se aprovechaba de la complexión enclenque y enfermiza del pobre Franz. Lejos de haber vivido una situación semejante, puedo decir que mi padre es la antítesis total de todo aquel rollo Kafkiano.

Mi padre es un hombre de semblante tranquilo. Pero de esporádicos estallidos iracundos. De un carácter conservador pero bondadoso. Alentador y paranoico. Sensible e irascible. Bromista y calentón. Artista temeroso. De poca ambición o poco temerario, pero de notable gusto estético y buen oído musical. Mi padre sabe disfrutar de una buena comida, así como de un buen libro, una buena pintura, una buena meditación o buen disco. De un buen discurso político también. Me padre descubrió el peronismo de forma tardía, como muchos de su generación que provenían de familias radicales.

Mi padre estuvo ahí para mí, y no estuvo. Fue un buen ejemplo y no lo fue. Me alentó pero no fue lo suficientemente severo como para ponerme en la buena senda. A mi padre le faltó rigurosidad y exigencia, esa de la cual al padre de Kafka le sobraba. Tuve un buen modelo masculino y a la vez no. Quizás un poco endeble. Hippie. Sensible. Demasiado metafísico y espiritual. Pero de un carácter explosivo, fueguino, ariano. Mi padre, un tipo lleno de contradicciones morales y filosóficas. De una gran confusión neurótica. Pero buena persona. Solapado. Tímido. antisocial. Poco amistoso. Alérgico a los lugares con gente, dependiendo el día. Inseguro en su talento. Futbolero en su juventud. Cuervo. Gran número ocho. Pintor expresivo a lo Van Gogh y un diseñador de moderado gusto estético (estilo 70s, 80s). Un hombre celoso, prisionero de sus inseguridades. Buscador. Ambiguo. Extraño. Musical y colorido. New age. Aventurero. Susceptible. Compañero. Cariñoso. Buen padre.

Este es mi ejercicio. No tengo más de setenta hojas para escribir quejándome de mi padre como F Kafka sí tuvo. Quizás por eso, a la misma edad que el autor checo, mi vida no sea tan interesante, lo mismo que mi escritura. Pero valía la pena hacer una especie de marcador en este punto de mi vida, porque más allá de todo, mi padre es un buen hombre y con sus aciertos y errores, ahí está todavía el viejo.

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