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sábado, 1 de febrero de 2025

Rover y el final del camino

 


Para cuando volvimos al grupo a principios de marzo, mis días (junto con los de Rodrigo) como guía Raider estaban contados. Nos enteramos que habían cambiado posiciones nuevamente entre los dirigentes y Bernie había vuelto a ser Jefe de Grupo. A los Raiders llegaron Emilio y Vanina, una chica que hacía poco estaba pero era la mujer de Ariel y ya estaba dando órdenes. A Rodrigo y a mí nos bajaron de rango, nos pusieron como subguías y estos los pusierond e guías, con la excusa de que tenían que practicar porque nosotros ya estábamos grandes y en breve pasaríamos a la última rama: Los Rover. 

En verdad, yo creo que Emilio no nos soportaba mucho y nos tenían mal vistos. Las primeras semanas que estuve yendo al grupo en condición de súbdito de Gabo, mi viejo subguía, la verdad volvieron las ganas fuertes de irme, de mandar todo aquello al diablo. Pero me serené, acepté el deshonor con cierto estoicismo (no era la primera vez que me desonraban allí), y aguanté porque quería conocer un poco al menos la experiencia Rover. Creo que Rodrigo habrá pensado algo similar porque tampoco dimitió cuando le pusieron a su querido Pablo como Guía. Ninguno de nosotros sentía ya muchas ganas ni respeto por los Raiders que quedaban. Cumplíamos las órdenes a desgano y a mi ya me empezaba a hartar definitivamente las formaciones y las ceremonnias de bandera. Pero habría un punto cúlmine que determinaría mi salida del grupo: las chicas. Pero no nos adelantemos. 

En algún momento de aquel lejano año 2000 hicimos el pase a los Rover. Allí nos esperaban pocos compañeros, pocos cofrades y definitivamente nos tocaba compartir en un grupo misxto con las chicas, que también eran pocas. Los Rover tienen como lema Servir, y son los peregrinos del grupo, la última rama Scout y luego chau... cuando llegas al final del camino, haces la partida que hizo Leo en el sur, yéndose a una montaña. Después de eso podés seguir como dirigente con los chicos o quizás ocupar algún cargo más administrativo, pero no hay mucho más. Cuando me pasaron a los Rover tendría 16 años, al poco tiempo, en agosto cumpliría mis diecisiete. En verdad ya me sentía demasiado grande para todo aquello. Mis dirigentes eran Alberto, el papá del ya mencionado Leo y Lorena, una muchacha de veintipocos. Una de las primeras víctimas de mi creciente despertar sexual porque sí, ese año se me despertaba definitivamente el indio, se entiende... Y poco a poco, a medida que entrábamos en confianza le iría tirando indirectas a la pobre Lorena que se indignaba ante el atrevimiento de este adolescente irrespetuoso. Cuando no se ponía colorada de verguenza. Creo que tuve unos fuertes ratoneos con Lorena, pero nunca traspasé el límite. Todo quedó en un sutil cachondeo, indirectas y bromas más o menos incómodas. 

Una de las primeras cosas que nos hicieron hacer fue ir a hacer servicios a lugares y uno de ellos fué el geriátrico municipal, cito en el cruce de las calles Caseros y Amancio Alcorta, frente a Parque España. El lugar era una ruina, el estado calamitoso de las instalaciones nos hablaban de por lo menos una década de abandono estatal. Los pobres viejos estaban literal en las últimas y daba pena verlos así. Tratamos de jugar con ellos o de hablar, darles de comer y esas cosas, pero poco pudo hacerse. Los viejos estaban en otro planeta. Nos enteramos que la Raulito, famosa barrabrava de Boca, ocupaba un cuarto de las instalaciones, pero nunca la llegué a ver. La experiencia me dejó un recuerdo agrio, o más bien semiamargo, por el deterioro general pero porque al menos sentí que algo hicimos, o tratamos. También iríamos a servir sopa y agua a diferentes colegios como el Marianista en Caballito, o en la iglesia de San Cayetano, en el día del santo patrono del trabajo. Fueron experiencias importantes que tenía muy guardadas en la memoria, pero creo que de todos los ocho años que estuve en el grupo, lo más relevante lo hicimos en ese último tramo del trayecto. O sea, creo que fué lo más útil a nivel social, fuera de los juegos, aventuras y cosas que hacíamos en las otras ramas.  

Para junio el grupo cumplió quince años, ya que había abierto en 1985, cuando yo era todavía un bebote con pañal. Fuímos a un campamento a Ezeiza y nos regalaron un señalador de cuerina como recordatorio. También hicimos alguna que otra excursión a la Reserva ecológica que tan cerca nos quedaba y siempre venía bien como para conectar con la naturaleza cuando la ciudad te engulle en su jungla de asfalto rutinaria y alienante. Para cuando llegó la primavera fuímos de camping a Inchausti, también en provincia de Buenos Aires. Recuerdo que hubo algún tipo de trifulca con alguien, y yo creo que me zarpé con Alberto, el dirigente esposo de Akela. Pero sinceramente no recuerdo que fué lo que dije o pasó. Solo que Lorena estaba muy enojada conmigo por haber sido tan maleducado. Ese sería mi último campamento con los Scouts de Nuestra Señora de los Emigrantes de La Boca. Sin saberlo, también sería el último campamento de fin de semana de ese grupo Scout como tal. Pero antes, las chicas...

Si, las chicas, porque como bien había dicho antes, en ese año 2000 se me había despertado el indio (o la sexualidad) de una manera mucho más definitiva que antes. En el grupo no había mucho para mí, mis compañeras scouts como Esther y la China, eran chicas muy piolas, pero no eran de mi tipo ni mucho menos. Lorena era una dirigente y era obvio que no me iba a dar bola, tampoco hubiera sabido que hacer con una chica más grande a esa edad, bah pienso... que se yó. En fin, la cuestión es que yo solía ir los viernes a la tarde a Catalinas para verme con Facu, Nacho, Juancito y los chicos del barrio. En una de esas salidas, nos cruzámos con unas chicas quizás un par de años menores a nosotros. Claro, ahora dos años no es nada, pero a esa edad es un montón. Había una chica de estas muy bella que me miraba con desproporcionado entusiasmo. Yo flasheé un toque con ella pero para mi no jugaba por el hecho de ser más chica, o al menos eso creía. Facundo me vino con el cuento de que aquella chica llamada no sé... Iris... no recuerdo, estaba locamente perdida por mí. Eso me confundió un poco y me puso nervioso. Además, parece que me había visto formando con los Scouts un sábado así que me decía El Scout. A mí todo ese rollo me ponía más tenso porque amén de que era más chica era muy bella y me ponía muy nervioso cuando una chica linda me daba bola. Simplemente me bloqueada y no sabía como seguir con todo el asunto. Pero bueno, en fin... la cosa es que todo quedó ahí, como era obvio que pasaría. Sin embargo, al poco tiempo pasó otro hecho fortuito que me alejaría del grupo y es cuando conocí a Melina. Uno de los sábados en que había una fiesta o kermese o vaya a saber que cosa en el grupo, yo andaba por ahí, dando vueltas cuando veo que llega Facundo acompañado de dos chicas. Una que era su enamorada y la otra, una chica de ojos grandes y amplia sonrisa. Al principio no les presté mucha atención, pero en un momento en que estaban también Nico y Pato de visita por allí, este último pondera el trasero de la susodicha. Ahí le presté más atención y me di cuenta que si, amén de aquello, era una chica atractiva. Con el correr de la noche me fuí acercando más y conociendonos. Como se decía entonces (y calculo que ahora también) pegamos onda charlando de vaya uno a saber que. La piba me gustaba y cuando se fueron me quedé con ganas de más de todo eso. De hablar más con ella, con una chica, conocer al sexo opuesto que me parecía tan lejano e inaccesible en su misma existencia. Estaba como el Doc Brown, pensando en conocer el otro gran misterio de la humanidad. Entonces, no lo pensé mucho, todo se dió de forma natural y de a poco dejé de ir a los Scouts para dedicar mis tardes sabatinas a salir con amigos, yirar por los barrios aledaños, y de ser posible, conocer chicas. Al fin y al cabo era un ser humano de carne y hueso y la vida me llevaba a recorrer otros caminos, otros senderos. Para fnales del 2000 ya no estaba yendo y creo que formalmente ya había dejado de ir a los Scouts. Cuando mis padres se dieron cuenta que mis sábados cambiaron de programación me hicieron la pregunta obvia: No vas más a los Scouts? Y mi respuesta adolescente dejó todo claro: Nah, me cansé ya. Claro, no hubo ningún aviso en épocas que nadie tenía celular, yo sólo dejé de aparecer. Ya lo había hecho dos años antes pero por las razones equivocadas, o por ninguna. Ahora sentía que tenía que dejar de ir a los Scouts porque para mí era un ciclo cumplido, un círculo que se cerraba, etc. Había empezado de muy pibito, allá por el lejano año 1993 y ahora... con otro presidente (otro fiasco), otra década, yo sentía que mis exploraciones tenían que ir por otro lugar... no tanto el bosque, pero sí más bien la sociedad. Todo lo que aprendí en esos ochos años de Scoutismo más o menos constante me lo llevo y guardo para mí. El aprendizaje en cuanto a campismo, camaradería, fe, supervivencia y sobre todo la conexión con la naturaleza que siempre mantendría como uno de los mayores tesoros obtenidos en esos años maravillosos.

Bonus track: 

Debo decir que todavía no estaba todo dicho con respecto a los Scouts y debo contar como terminó no sólo mi presencia allí, sino también el mismo grupo. Como ya dije para finales del 2000 había dejado el grupo y me desligué completamente de todo aquello. Además, hacía algunos meses habíamos armado con unos ex compas de la primaria una banda barrial y tocábamos a veces los sábados y otras los domingos en una sala de ensayo de por ahí. La cosa se fue poniendo cada vez más seria hasta que para cuando llegó el famoso verano del 2001, estábamos metidos hasta el cuello con el asunto. Ese verano no nos fuímos a ningún lado de vacaciones porque años y años de liberalismo económico había dejado a mi familia más seca que una caña de azucar. Pero todavía teníamos el rock and roll para pasar un verano teenager de aquellos. En una de esas jornadas me robé un poster de la calle con Neil Young, de la única vez que vino a la Argentina y como no tenía un mango me llevé ese recuerdito. Era del Hot Festival donde compartía fecha con los hoy tan mencionados Oasis. Bueno, la cuestión es que puse el cartel en la sala de ensayo que teníamos en una galeria de Catalinas sur que se llama El Chavo del 8. Y eso, nos la pasamos tocando y haciendo pavadas rockanrolísticas de adolescentes. No supe nada de los Scouts en ese verano, ni a donde fueron de campamento de verano ni nada. Pero cuando llegó marzo pasaron dos cosas... En mi colegio (el Estrada) no había vacante para Bachiller, así que le dije a mi vieja que me anotara en el Bolívar. La excusa era de que mi hermano había hecho toda la secundaria ahí pero en realidad yo tenía secretas intenciones al ser el colegio donde iban Facundo, Gabo y sobre todo, Melina. Entonces pude decidir el colegio al que iba y fue una gran decisión, porque en el colegio les faltaba gente y me recibieron con los brazos abiertos. Por otro lado, un sábado que staba aburrido en casa, decidí pasar por el grupo Scout. Para ver en que andaban, para joder, por aburrimiento... que se yo. La cuestión es que fuí, y me encontré con un grupo cerrado. En la entrada estaba Rodrigo, mi viejo rival charrúa... Los dos ahí como dos tontos, pensado que habría pasado. Entonces nos dijeron de la iglesia que había habido un problema, alguien o algunos, habían robado plata de la iglesia y había dirigentes Scouts acusados. La verdad es que los motivos nunca se conocieron del todo. Con Rodrigo nos quedamos charlando un rato afuera de grupo y me sugirió que podríamos ir al cine un día. Estaba cambiado, menos agresivo, como si hubiera dejado de jugar un papel de villano. Sin máscaras, Rodrigo era como cualquier pibe de la Boca, simple, amiguero y orgulloso de su barrio. Le dije que sí pero en el trajín de aquel año convulsionado del 2001 no nos volveríamos a ver. Yo dejé atrás al grupo Scout y guardé todos mis bártulos scoutistas en una caja de madera (ahora están en una bolsa). Me fuí del grupo para nunca más volver y así fué. Luego tuve algunos encuentros fortuitos con ex compas que me fueron contando por partes versiones de lo que había sucedido. Algo había pasado en el último campamento de verano de aquel famoso e inolvidable grupo Scout de Nuestra Señora de los Emigrantes. Pero poco importaba ya, yo no estaba cuando fue el bardo y de alguna manera me hacía sentir bien no haber sido testigo del quilombo y debacle de aquel querido grupo humano. Me crucé en los años siguientes con Vanina y con Bernie y ambos me contaban que había como dos bandos de dirigentes, pero la verdad nunca me interesó indagar mucho en aquellas trifulcas porque yo le tenía cariño a muchos de ambos lados de la grieta. Algunos pocos años después creo que Vanina me avisó que iban a reabrir el grupo con gente nueva y nuevo nombre (por algo contractual no se podía usar el antiguo) y diferentes colores del pañuelo. Porque en realidad ocuparían el mismo espacio pero el grupo que se abría era uno nuevo y pocos quedaban del viejo grupo de los Emigrantes. Me ofreció si quería ser dirigente y la verdad que no, le agradecí, pero mi vida había ido por otros caminos. Sin embargo, siempre que pudiera trataría de hacerme alguna escapada, viajar por el país siempre que pudiera, aunque fuera en carpa. Porque todo ese mundo Scout quedó impregnado para siempre en mi ADN. 

Entonces, conclusión... fuí Scout hace mucho tiempo atrás. Aprendí un montón de cosas y conocí gente inolvidable. Mi amor por la naturaleza y el medio ambiente sigue intacto y creo que nunca va a cambiar. Es cierto, hace tiempo que no hago formaciones, no saludo con los tres dedos ni digo Siempre Listo, Salvar o Servir! No uso uniforme ni loco, ni canto canciones de caza en plena ciudad. Pero sigo recordando (y usando) algunos nudos, sigo creyendo en Dios, y en el cuidado de la naturaleza y de mis hermanos, como representación del mismo. Creo en los valores humanos y en la lealtad, en la fraternidad y en la hermandad. Sigo (cuando puedo) visitando a mi enorme país, durmiendo en carpas y sintiendo la tierra bajo mis pies... entonces, aunque ya no soy ni me siento un boy Scout, si creo que sigo siendo, de alguna manera, Scout. Pero de otra manera menos visible, en una parte profunda de mí. Y eso es todo al respecto...

lunes, 27 de enero de 2025

De La Boca al Bolsón y viceversa

 


Ese año 99 fue toda una experiencia. Para cuando llegamos a fin de año, las noticias eran inmejorables. Habría un campamento de verano en el Sur, la Patagonia, ese lugar que todos decían era el más hermoso de nuestro país, y eso ya es mucho decir. Por suerte había vuelto a los Scouts ese año y me lo agradecí eternamente. Estaba claro que habiendo repetido y no teniendo mucha onda con mis nuevos compañeros de colegio, además de que mis padres no tenían un mango, no iría de viaje de egresados en quinto a Bariló. Lo suponía y tampoco me importaba mucho y más desde que supe el inmejorable destino del campamento Scout. Hacía tres años que no me iba con ellos a dicho campamento, ya que los dos último veranos no había estado yendo mucho al Grupo y mis viejos no tenían un mango. Solo atinamos a ir a lo de mis abuelos en Mardel, como en mi infancia. Estaba bien, siempre me encantó ir a Mardel, pero ahora quería conocer otros destinos y el sur parecía algo muy prometedor. El último campamento de verano que había ido fue el del famoso campamento Krusty en Tandil. Donde un temporal nos destruyó las carpas y un zoquete me tiró aceite hirviendo en el brazo. Todavía tenía una marca como de una gota oscura en mi antebrazo derecho. Este campamento esperaba no tener ningún tipo de percance. 

Como había terminado segundo (bis) y pasado, finalmente, a tercer año, mis viejos me dieron la grata noticia de que podrían mandarme al campamento Scout. Estaba alucinado, no caía de mi asombro y mi alegría era total. Hicimos ferias del plato a la salida de la misa de los domingos, hicimos la kermese de fin de año donde teníamos que ponernos ropa de mujer porque al parecer era divertido jugar a eso. Juntamos fondos como pudimos y finalmente, estaba todo dado para irnos, pero antes, un paréntesis. 

Es inevitable mencionar que con el fin del 99 se terminaba no sólo una década de Menemismo abyecto y barato, sino que se terminaba un siglo, y un milenio. Nadie lo pensaba mucho pero ese milenio había comenzado cuando en Europa andaban con el asunto de las Cruzadas. En fin, datos... Había muca paranoia respecto de lo que podía pasar cuando comenzara el año 2000. Algunos decían que las máquinas se volverían locas, que volverían al año 1900... otros, los mas sacados, que un meteorito caería o que explotarían las bombas y otros, como yo, pensábamos que nada iba pasar. Y nada pasó. El 2000 lo recibí en familia, viendo la tele o algo así. Recuerdo muchos fuegos artificiales y poco más. Al otro día, o sea el 1º de enero, nos fuímos relativamente temprano con mis viejos a una quinta de unos amigos de mis viejos. Recuerdo que ese día jugué con mi viejo un partido de fútbol por última vez ya que se esguinzó y nunca más volvimos a jugar. 

A los dos días de eso, el 3 de enero, me fuí a La Boca para emprender el largo viaje en micro hacia El Bolsón. O al menos, ahí es donde en principio íbamos a ir. Sería un campamento de poco más de una semana y el entusiasmo era general. Salimos de la avenida Paseo Colón, frente al Parque Lezama, donde había un famoso edificio tomado que ya han tirado abajo hace unos años. Había dos micros esperándonos, o más bien debería decir que había un micro y una especie de Combi un poco más grande. Los vehículos se veían bastante destartalados pero a nadie le importaba. Recuerdo que la partida se demoró no sé por qué asunto, si faltaba nafta o si esperaban a alguien más. En la lotería solar de Babilonia a mí me tocó viajar en la Combi. Manejaba Alberto, el marido de Celia, mi antigua dirigente de los Lobatos o Akela. El viaje duraba aproximadamente un día pero no sé si lo teníamos muy en claro. Nunca, hasta ese momento, había viajado tantas horas para ir a un lugar, pero como dije antes, el entusiasmo superaba todo escollo menor. Guardé mi mochila y una flamante bolsa de dormir térmica que me compraron mis padres para la ocasión. UN poco grande y pesada, pero abrigada como ella sola. El viaje comenzó saliendo de Capital, cruzando el Conu, y emprendiendo alguna ruta argentina hacia el sur. Más Almendrino imposible. Nuestro viejo grabador fué con nosotros, amenizando el viaje y alguien, que no recuerdo quien, llevó un cassette de Creedence, o mejor dicho, como le habían escrito en birome: Cridens. Para la noche habíamos llegado a Santa Rosa en La Pampa y pudimos bajar un rato a estirar las piernas. La comodidad de la combi era casi nula, sobre todo para un viaje tan largo como ese. Luego de comer y hacer algunos chistes y fumar algunos puchos, yo no, ellos, volvimos al ruedo. Cuando desperté al día siguiente, el camino ya se veía un poco más montañoso y para el mediodía parecía que estábamos llegando porque los caminos de ripio nos mostraban ahí abajo varios lagos, o el lago mejor dicho: El famoso Nahuel Huapi. Alguien puso un tema para la ocasión, Estamos llegando de Viejas locas, tema que habría el último disco de la banda de Piedrabuena, Especial, del 99.

Cuando arribamos a Bariloche me sentía demasiado feliz. Era como esperaba. Pinos, lago azul, clima agradable, y en el Centro cívico unos perros San Bernardo con un tonelito de madera en el cuello. Nunca más volví a ver algo así en mis idas posteriores a Barilcohe. Bueno, fuimos a almorzar y pasear un rato por la bella ciudad Patagónica. Después nos volvieron a subir al micro y otra vez viajar. Dos horas después llegábamos al Bolsón, pero seguimos de largo. Nos enteramos que no íbamos a parar ahí sino aún más al sur, en un lugar conocido como El Hoyo. Bromas y chistes aparte, alguno se sacó una foto con el cartel de fondo, llegamos una hora después más, a un predio de Gendarmería que ahora sí parecía nuestro destino final. Era una especie de ecuela de Gendarmes, pero el lugar era enorme y pudimos buscar zonas más arboladas de los bosques aledaños. Nosotros pusimos nuestra carpa Raider en una zona bien furtiva, con vista a un cerro majestuoso. Todos estábamos demasiado extasiados por el lugar como para que hubieran problemas y hasta Rodrigo, que siempre buscaba quilombo, parecía calmo como un tierno mancebo puritano. Esa noche comimos dentro del lugar, en un gran comedor. Todos estábamos cansados y esa noche descubrí la verdadera magia de la Patagonia; eran las diez de la noche y todavía había luz. 

Las noches patagónicas, o al menos ese verano, en ese lugar, eran frías. Bastante frías. De día, a medida que el Sol avanzaba el clima se iba poniendo lindo hasta que al mediodía podían llegar a unos lindos 25 grados, pero luego comenzaba a descender y a la noche podían hacer hasta 4 grados. Recuerdo estar sentado frente al fuego y sentir que me quemaba la cara o manos, y en mi espalda un frío lacerante. En mis viajes posteriores a la Patagonia nunca volví a experimentar cambios de clima tan radicales. Pasarían nueve años para que volviera a esos parajes, pero esa es otra historia ya contada. En el camping Scouts, nos dedicamos a nuestros juegos habituales, actividades con el grupo, salidas a caminar y jugar a la pelota, obvio. Uno de aquellos días nos metimos en un arroyo que cruzaba el predio. Las aguas corrían fuertes y eran frías, como cualquier agua de deshielo, pero nos la bancamos y pasamos genial, dejándonos llevar un poco por la corriente de a momentos. Al final, Bernie nos llamó y terminó aquella diversión. Fuimos a caminar por todos los alrededores y nos llevaron a unas granjas donde se cultivaban todo tipo de grosellas y frutos rojos como moras, arándanos y frambuesas. Nos colgamos literal de los árboles y arbustos, comiendo como desaforados la fruta que da natura. Nuestras manos y bocas quedaron violetas, y nuestros estómagos un poco fatigados de tanta fructosa. 

En la mitad del campamento hicimos una excursión a un refugio de montaña cerca de Puerto Patriada. Como los Gendarmes eran los anfitriones nos llevaron a un lugar que era de ellos, y luego de cruzar montes y montañas, observar a la naturaleza en su máxima expresión y pensar para mis adentros... que idiota que no llevé una cámara de fotos. Al fin, a la noche llegamos a una gran cabaña donde pasaríamos la noche, no sin antes comer. Nos sentamos en unas mesas largas de madera y creo que comimos patis o algo así. Yo, y creo que todos, estábamos siempre hambrientos porque al no estar uno en su casa, no puede comer cuando le viene en gana, y hacer tanta actividad al aire libre cansa y abre el apetito como mil diablos. Mientras comía hice un moderado provecho o eructo, todos seguían en la suya menos uno de los Rover qu estaba sentado enfrente mío. Un tal Luis Cansado. Me miró con odio y me gritó ¿que haces forro de mierda? Que me eructas en la cara? Hijo de puta! Te voy a cagar a trompadas pendejo de mierda y bal bla bla. Yo me quedé frizado ante ese arrebato de locura y violencia. Básciamente porque estaba a por lo menos un metro de distancia y era imposible que le hubiera eructado en la cara. Me quedé callado del miedo, esperando que alguien lo parara, pero no había un dirigente cerca y creo que algún amigo suyo recién le dijo que se calmara, pero ese Luis Casado era una especie de mongoloide, un bruto neandertal que le gustaba amedrentar y patotear a pibes más chicos que él. Al final me quedé tan frikeado con eso que, lamentablemente, es uno de los recuerdos más vivos que tengo de ese campamento. Por lo violento e inesperado, pero también porque sería una de las primeras veces que sentía que se cometía una injusticia conmigo a colación de nada y por nada. Y me sentí tan angustiado de no poder defenderme que me dejó un muy mal recuerdo hasta hoy día. 

Sacando esa estupidez, el campamento estuvo bárbaro. Otro día fuimos finalmente al Bolsón, el famoso pueblo hippie, o que yo al menos creía que era así. Me gustó pero no me voló la cabeza, aunque con los años, cuando volviera solo lo disfrutaría de otra manera. Fuimos uno de esos días en que hay feria y nos la pasamos genial. Le compré un platito de madera a mi vieja, muy modesto, como un recuerdito del Bolsón. Tenía poca plata, algunos pocos pesos y eso era todo. En general, nadie iba con plata a esos campamentos, pero yo me había llevado algunos pesitos por si las dudas. Después de eso me quedaban veinte pesos, el afamado Rosas, que perdí en algún lugar del camping. Pregunté a mis compas si alguno había visto esa plata pero esa pregunta molestó a Rodrigo y su fiel ladero Pablo, que volvieron a malaondearse con nosotros. Hablo de aquella vieja disputa de Charrúas versus Onas. Ya quedaban pocos días de campamento y las tensiones volvían a aflorar entre nosotros. Pero no hubo ningún desmán por suerte. Una de las últimas noches, Leo, uno de los Rovers más grandes había llegado al final del camino Scout y tenía que hacer su totemnización, que además consistía en ir a pasar la noche a algún lugar recóndito y pasar la noche en vela. En este caso consistió en escalar la montaña que estaba más cercana a nosotros y pasar la noche ahí, a modo de superviviencia. Recuerdo ver el momento en que partió y después de un rato volver a mirar la montaña y verlo muy chiquitito, casi como una hormiga subiendo lenta pero firmemente. Les indiqué a mis cofrades y varios son los quie pudieron verlo. En ese momento quise poder hacer algo así, poder llegar a ese punto también, a vivir una experiencia así, como una especie de rito de iniciación o de traspaso, a otra etapa... A la noche pudimos ver un pequeño fueguito en la ladera de aquella oscura montaña. Leo la debería estar pasando bastante bien. 

Cuando llegó la hora de volver, el encanto o idilio se terminó. Hubo que volver a la realidad y no quedaba otra que levantar campamento. La experiencia había sido maravillosa, pero esta vez no me esperaban en casa para llevarme a Mardel, para descansar de la vacación. Ese verano había una sequía presupuestaria muy fuerte y me quedaba volver a casa y seguir el verano en CABA. A muchos de nosotros eso nos rompía las guindas y a más de uno le generaba un odio viseral. En el viaje de vuelta hicimos una parada estratégica en los baños de algún paraje perdido de Neuquén. Fuimos al baño y recuerdo que Rodrigo y Pablo no me hablaban desde lo del billete de veinte pesos, y parecían siempre a punto de cagarme a palos. Fuimos a echar un cloro y a lavarnos las manos y la tensión se respiraba en el aire. En eso salimos y un grupito de pendejos lugareños nos miraban con cara de malos. Rodrigo, que necesitaba canalizar su enojo los fué a patotear. Los pibes no se amedrentaron, y eso a Rodrigo lo puso peor, les dijo que éramos de La Boca a lo que los pibes respondieron muy elocuentes: Y a mí que calienta??? Rdodrigo echaba espuma por la boca, estaba enojadísimo porque su referencia barrial no era nada en un lugar tan áspero y lejano como ese. Pablo se lo tuvo que llevar a las rastras para que no se armara una pelea y Rodrigo seguía haciendo burla de la forma de hablar de los neuquinos pero éstos no se inmutaron. Los Charrúas se habían encontrado con veraderos Mapuches y no habían hecho más que pasar verguenza. Nosotros los Onas nos mantuvimos neutrales y nos fuímos riendo de todo lo absurdo de aquella pelea. Pero entendimos, o entendí, que ese enojo era por volver, muchas veces a hogares de mierda, fracturados, quebrados, deprimentes. Mientras nosotros nos volvíamos a encerrar en la triste suburbia, los pendejos neuquinos podían irse a meter al lago o arrollo más cercano que se les cantara los quinotos. Y así fué, mi último gran campamento con los Scouts y mi primer viaje al Sur. 



jueves, 23 de enero de 2025

Nosotros los Onas

Así empezó todo en ese 1999, recursaba segundo año y me convertía en Guía de Los Onas. Eso significaba cierto grado de responsabilidad, y de verdad, era algo que necesitaba. Siempre había lidiado con esos comentarios de que los leoninos son líderes naturales. Es cierto, se me da natural mover a las masas... pero el tema es que muchas veces, esos puestos de conducción me han sido esquivos. Me pasaba en aquel entonces y me sigue pasando ahora. Existe cierta reticencia a legarme el poder, cierto miedo y rechazo, como si todos temieran que me convirtiera en un déspota, un Napoleón de Pompeya. O quizás, también miedo a sentirse opacados antes un brillo y potencial del todo natural. Uno a veces nace con el hado de la conducción, pero otros sienten que tienen que luchar por conseguir eso. No está mal ni una cosa ni la otra. Pero creo que por un lado luchar contra aquel que tiene el talento innato es una torpe mezquindad, y por otro lado no esforzarse porque uno ya lo tiene inherente, también es mezquino. 

La cuestión es que en ese momento se me abrió la posibilidad de ser guía. Con el quilombo de Nico, nuestro encuentro fué providencial, él no sentía tanta culpa por dejar el grupo (era una de las personas que más amaba ser Scout), y a mi se me daba una oportunidad que siempre parecía rehuirme. Por suerte lo vi en el momento y en verdad me vino bárbaro. En ese momento que venía golpeado por repetir de año y tenía el ego bastante pisoteado, necesitaba un desafío para demostrarme a mí mismo que podía con eso. Y me lo tomé muy en serio. 

Al volver al grupo en Marzo de ese último año de los noventas, me encontré con un grupo Scout un poco diferente. Faltaban muchas caras clásicas y en cambio había algunas caras nuevas. Había perdido casi dos años de ir muy de vez en cuando y no estaba muy al tanto de todo. Pero cuando regresé en los Raiders me esperaba el viejo Bernie, el mismo que me había recibido el primer día que fuí a los Scouts en una lejana tarde de verano de 1993. Bernie estaba siempre igual... ya sabemos eso. Y ya había hablado con Nicolás así que estaba al tanto del paso de mando y en momentos de crisis mejor apechugar. A mi cargo quedaba entonces la patrulla de los Onas, que antes estuviera a cargo de Nico. Por otro lado, el hermano menor de Nico, Rodrigo, se quedaba al mando de la otra patrulla, los Charrúas. Ambos éramos dos ovejas negras, dos rebeldes sin causa, aunque de diferentes estilos. Pero a ambos nos venía de pelos este nuevo desafío. Era nuestra oportunidad de demostrar que servíamos para algo y que teníamos madera de líder. No tardo mucho para que Rodrigo comenzara una exasperante carrera competitiva hacia mí. Las bardeadas y los cánticos de que ellos (los Charrúas) eran mejor que nosotros, los Onas. Que estábamos extintos y paparruchadas por el estilo. Nosotros para no quedarnos atrás les mojábamos la oreja diciendo que ellos ni siquiera eran argentinos, sino yoruguas. 

El año empezó bien en cuanto al grupo y a los Raiders. Comenzamos con el pié derecho y fuímos logrando de a poco reordenar un poco el caos que habían dejado Pato y Nico, o mñas bien la ausencia de comando. Ambos nos impusimos, cada uno con su estilo. Rodrigo a base de agresividad y amenazas, yo intenté un ángulo un poco más como Nico, más amigable y cercano. Ambos habíamos heredado un poco el estilo de nuestros antecesesores, pero de a poco fuimos llevando las cosas hacia un estilo más personal. Mi segundo al mando era mi compa del colegio, Gabi o Gaviota como le decíamos. Era un muchachote grandote pero demasiado bueno, y más allá de su fuerza bruta, le faltaba carácter para conducir. Pero como subguía y dado la amistad y confianza que nos teníamos, me servía a mis propósitos. Sin embargo, pronto me dí cuenta que estaría muy solo respecto a muchas cosas. Bernardo nos exigió que tomáramos la Tercera Clase, un distintivo que muestra la maestría Scout, luego del uniforme y la Promesa. Nadie tenía muchas ganas de estudios extra, pero ahí fuimos. Hicimos las tareas y Bernardo nos premió a todos con la Tercera, sin mucho esfuerzo de nuestra parte. Algunos más grandes del grupo nos jodían diciendo que Bernie nos la había regalado. De alguna manera era cierto, pero hoy con los años, entiendo que el viejo nos quizo dar una especie de incentivo, algo que nos motivara para comprometernos más. 

A lo largo de ese 1999 que se hizo muy extenso, fuímos organizando diferentes actividades. Fuimos a varios campamentos de fin de semana. La realidad es que los sábados en el grupo eran un tedio para nosotros que estábamos transitando una edad muy complicada. Era difícil para Bernie sacarnos de la idea de que jugáramos al fútbol buena parte del sábado. Además, habíamos conseguido un destartalado equipo de música y de a poco empezamos a escuchar música. Yo llevaba cassettes de Ac/Dc que al principio Rodrigo me criticaba. Él sólo quería que escucháramos a Los Redondos. Pero mi insistencia y quizás algún comentario de alguien que los validó, hizo que de a poco Rodrigo se fuera, no sólo amigando sino haciéndose fan del quintento de Australia. 

Los campamentos de ese años los recuerdo muy borrosos, porque hubo más de uno y no me queda ningún pin o cartelito de los mismos. Sí sé que fuímos una o más veces a un predio de La Martona. En uno de esos primeros campamentos había un grupito de chicas nuevas. Y si bien ellas tenían a su dirigente, estábamos juntos la mayor parte del tiempo. Recuerdo que duraron muy poco tiempo, quizás algunos meses, o semanas quizás. Nuestra tropa de Raiders, los Puelches, que éramos los Charrúas y los Onas juntos, éramos muy cerrados con las chicas y con el resto del grupo. Éramos la rama conflictiva, la de los adolescentes en la flor y nata de ese tremendo estadío. Y recuerdo que Pollo, el dirigente que seguía en la rama Scout, para defenderse de nuestros cánticos (todos de cancha porque Rodrigo era una especie de aprendíz de barrabrava de Boca), nos cantaba con sus chicos un muy tímido e ingenuo... B.P. no los creó, B.P. no los creó... B.P. por Baden Powell, el fundador del Movimiento Scout. Al parecer había creado la rama Scout y la de Lobatos, los Raiders habrán venido después por alguna lógica necesidad de separar más por edades a los preadolescentes de los adolescentes. Una enorme zoncera que creo que a todos nos daba verguenza ajena, empezando por sus propios Scouts. 

Algo cambiamos cuando Rodrigo y yo comenzamos. Dejamos las endemoniadas golpizas para los que entraban a los Raiders y quedó en alguna breve zancadilla o malteada. Yo por mi parte me obsesioné con la tribu Ona y quería buscarme algún nombre indio para mi Totemnización. Esto era algo que en realidad se hacía al finalizar los Rover, la última rama Scout. Pero nosotros buscamos hacer una especie de pre totemnización. Me fuí una tarde al Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, ahí por la calle Moreno en pleno barrio de Monserrat. Fue una experiencia que recuerdo bastante porque fuí el único zoquete que se tomó todo aquello en serio. Era una tarde nublada, de esas en la que amenaza la tormenta. Nunca había ido a ese museo que está lleno de máscaras aborigenes, totems y un montón de cosas de culturas originarias. El lugar me flasheó un montón y cuando me acerqué a la biblioteca fue lo mejor. Pedí un diccionario de lenguas aborígenes y castellano. Solo tenían uno del Mapuche-Español, y me tuve que conformar con eso. Busqué a mi animal favorito, el león, pero en estas tierras sólo existían los felinos más pequeños como el jaguar o el puma. éste último llamado Pangui. Me fuí del museo contento por ser Pangui pero al final nunca hicimos lo de la totemnización y aquel nombre solo quedó guardado en mi memoria, como algo entre yo y yo. 

El fin de semana largo de agosto, justo caía mi cumpleaños y fuimos de campamento a La Martona, otra vez. Aquel camping estuvo bueno y creo que fué la única vez que pasé mi cumpleaños fuera de mi casa o de Buenos Aires. Me fuí caminando al lado de una ruta hasta un almacén donde compré una torta hecha y un pote de dulce de leche. Festejamos tranqui y fue algo diferente. Por la noche, puse en el equipito un cassette con un disco de Los Doors que había copiado. Era en vivo y sonaba el tema La colina Dwellers, con cierto toque tribal. Bumbumbum bum bum bum... y todos nos pintamos la cara con carbón y comenzamos a bailar alrededor del fuego. Esa noche no peleamos, estábamos poseídos por la música y esa noche fuimos todos hermanos de tribu. Los Puelches unidos, celebrando su ceremonia tribal. 

Yo amaba nuestros banderines, sobre todo el de los Onas, que tenía cocido obre el banderín celeste y blanco, la cara de un indio con felpa como pelito. Al otro día me lo escondieron y otra vez comenzaron los conflictos con Rodrigo que no se hacía cargo de la broma. Estuvimos a punto de agarrarnos a piñas, pero en esos tiempos yo tenía muy poca ira acumulada. No me sentía zarpado (como dicen ahora) que es cuando uno se siente fuerte y valiente, capaz de agarrarse con cualquiera. En esos tiempos yo era más temeroso de las peleas, trataba de evitarlas porque necesitaba estar muy enojado para poder sentirme seguro de luchar y vencer. Pero en esos tiempos la ira no iba tanto conmigo, sino más bien la dispersión y sobre todo la confusión. Al final, todo quedó tenso y al rato fué Pablo Rancho (sub guía de Rodrigo) y quien me hostilizara cuando entré a los Lobatos doblandome siempre el brazo, quien se terminaría trenzando en una pelea con uno de los míos. Era Oliver Edward Arnold, un chico boliviano que era de los Onas y jugaba bastante bien. Rodrigo lo odiaba porque era muy competitivo en todo a lo que equipos o cosas de fútbol conllevara. Yo era de San Lorenzo y siempre me chupó un poco un huevo todo aquello. Me podía llegar a agarrar a piñas más por una banda de música que por un equipo de fútbol. Cuando Pablo y Oliver se trenzaron, se metió Gabo a defender a Oliver y Rodrigo se metió a impedir esto. El viejo Bernie gritaba desesperado de que paráramos de pelear... Raidersss Raiderssss, gritaba el pobre desgraciado, pero nadie hacía caso. Bernie era viejo, tenía la voz gastada y su nombre de Totem era Tortuga Amable, por lo que era muy difícil que pudiera imponer cierto tipo de respeto, o de disciplina. Todos lo queríamos a Bernie porque era buen tipo, pero era imposible que nos pudiera domar. Intenté detener la pelea, pero temía trenzarme a las piñas con Rodrigo, que sentía era lo que él siempre estaba esperando. Siempre me provocaba para que termináramos dirimiendo el liderazgo de los Puelches entre los dos jefecitos de Onas y Charrúas. Pero yo, casi como si fuera Luke Skywalker, evitaba a todo trapo entrar en la pelea o en las provocaciones. No le tenía miedo, pero simplemente no quería pudrir todo en los Scouts como me había pasado en la secundaria. No quería perder eso también porque me hacía bien, así que me quedé en mis trece. En otros tiempos posteriores no me hubiese importado trenzarme en una pelea conm Rodrigo, pero en aquel momento yo no quería y para bailar ) o pelear) se necesitan dos, y yo no le di el gusto. 

Al final todo volvió a la normalidad, y el sábado siguiente seguimos escuchando Ac/Dc, jugando a la pelota y haciendo lo que nos entraba en gana. Era evidente que el grupo Scout comenzaba a preocuparse por esa falta de autoridad en nuestra rama y de a poco se armaba un complot a nuestro alrededor para reconfigurar a ese descarriado grupo de Raiders. Una de la primeras cosas que nos jodió fue que nos cambiaron el nombre, y dijeron que la USCA (Unión de Scouts Católicos Argentinos) se había fusionado con los Scouts laicos para ser una sola asociación nacional, los Scouts Argentinos. Parecía lógica aquella unión, sin embargo nada cambió mucho. Nosotros seguíamos teniendo que ir a la misa de las siete de la tarde y los laicos seguían sin tener que ir a ninguna misa. Pero uno de los cambios más pedorros es que ahora los Raiders nos llamábamos Caminantes. Un nombre que en lo personal yo odiaba, porque me parecía zonzo y común. No me decía nada. En cambio los Raiders sonaba cool y genial, muy Badass. Eran como los Riders of the lost ark, o los Raiders on the storm. Y no era sólo por una cuestión de que quisiera el nombre en inglés sino más bien que de las cuatro ramas, sólo a nosotros nos castellanizaron el nombre. Los Scouts siguieron siendo Scouts y no Exploradores, o los Rovers no fueron Peregrinos. En fin, ese fué para mi el primer indicio de una guerra silenciosa que parte de la cúpula dirigencial nos empezó a largar. Parecía una pavada pero molestaba en verdad. Los adolescentes no quieren cambios, sino profundizarlo todo. Pero en el trajín del paso de aquel año, una buena para mí. Duhalde había perdido las elecciones contra De La Rúa y sentía que se terminaba una etapa nefasta para mi familia y para el país. Mirando un cartel del presidente electo desde el colectivo 46, recuerdo mirarlo y pensar "ojalá no nos cague"...

domingo, 12 de enero de 2025

Un tiempo de confusión


Los Scouts era un lugar de recogimiento, de aprendizaje y también de refugio. Muchos de los pibes que allí asistían tenían la necesidad (o sus padres) de ocupar su tiempo para que no se dedicaran al vagabundeo y la mala vida. Era (y debe seguir siéndolo) un lugar de cierta contención social juvenil. 

Cuando en el 97 ingresé a la secundaria, de a poco empecé a perder interés, muy paulatinamente, en seguir yendo al Grupo Scout. Había comenzado la secundaria, y de a poco los dibujos animados, los juguetes, las historietas (aunque estan perduraron un tiempo más), comenzaron a perder terreno en mis intereses que fueron volcándose más hacia la música, específicamente a guardar chirolas para comprarme mis primeros cedés. Además, remeras de rock, comenzar a intentar tocar la guitarra y eventualmente ir al algún recital. Pero todavia faltaba para eso. Estando en el Fader, hablando con mis compas, comenzamos a pergueñar hacer una banda. Ahí comenzaron los problemas porque todos apuntaban el sábado como día ideal para juntarse a tocar. Al principio, yo me despegaba del asunto diciendo que no podía por a o por b. Uno comenzó a sospechar y señalarme de por qué no podía juntarme nunca los sábados. Yo inventaba excusas diferentes siempre, hasta que un día se me escapó lo de los Scouts. Comenzaron las bromas y gastadas pero traté de enmendar el asunto diciendo que había sido Scout pero ahora no. Faltaba probarlo claro y de a poco comencé a faltar los sábados al grupo. Los primeros cuatro años del 93 al 96 no había faltado casi nunca, pero a partir de mediados del 97 emepcé a faltar cada vez más seguido, al punto que para fin de año ni sabía a donde se iban de campamento de verano. Había perdido el interés, amén de que me había llevado varias materias a marzo y tuve que romperme el lomo aquella vacación en Mardel estudiando para no repetir. Mientras comenzaba a juntarme más con mis compas del colegio para ensayar en nuestra banda Celtha. Tratábamos de hacer algunos covers de rock nacional con un chico que tocaba un redoblante, otro una guitarra y yo también, pero como no era muy bueno me dijeron que solo cantara. Así lo hice y de a poco comenzó ese viaje rockeril. En noviembre fuimos con mi viejo a ver al Flaco que tocaba en el Gran Rex, inaugurando así la era de recitales en mi vida que duraría al menos unos quince años más. 

1998 fue una continuación más random aún que el año anterior. Pasé por los pelos de año pero ya en segundo me di cuenta que esta vez no iba a ser tan fácil. El colegio se había puesto demasiado exigente para mí, que no tenía ganas de estudiar en el breve tiempo que me quedaba cuando llegaba del colegio a las siete y media de la tarde. Lo único que quería era juntarme a tocar y escuchar música. En mi familia me dejaron un poco ser porque estaba un poco intratable. De los Scouts, bien gracias... No recuerdo haber ido mucho al grupo ese año. Quizás comencé y lo fui dejando como el año anterior, pero creo que en 98 todo se configuró para que me alejara de los Scouts. Al menos momentaneamente...

Al final todo salió como el traste aquel año. En la banda cambiaron de estilo y se volcaron al punk porque era más "fácil", cuando en realidad era lo que Bruno y Demian querían hacer. Yo no tenía problemas en cantar temas de 2 minutos, o Ataque, aunque esta última banda me parecía bastante pedorrra... Después había unas canciones "propias" que eran una copia de Ataque... En fin, yo no estaba ya muy copado y se ve que se notaba. Me comenzaron a acusar de cantar bajito y querer boicotear a la banda. Me terminaron rajando... A mi me dolió  menos de lo que ellos pensaron. Por mi parte comencé a tocar la guitarra en mi casa cada vez más seguido porque quería mejorar y demostrárles algo, aunque no sé bien qué. 

Por otro lado seguí comprándome discos (ya había cambiado definitivamente mis compras de historietas por compacts). Y en el medio del ajetreo de aquel año donde operaron a mi madre de un ojo, en casa no había un mango, mi hermano comenzaba el CBC y mi padre le pidió que saliera a buscar trabajo, yo era un desastre en el colegio y seguíamos en aquel enclave urbano lejano y desolador de Pompeya. Salir para mí era algo casi imposible, algunas veces fui a algunas fiestas del colegio. Comencé a escuchar fuerte a Zeppelin, Deep Purple, y a AC/DC. Mis compas, cada día más punkies decían que yo me quería hacer el pesado pero que en realidad era un hippie. Comenzaron a odiarme sin saber bien por qué. Entre en una vorágine de agresividad y malas compañías que derivaron en quilombos en el colegio. Acumulando más de treinta amonestaciones por cosas que ya ni sabía a que se debían. La mitad del sobrecargado curso de 2ª quinta era un desastre y los preceptores venían cada dos por tres a gritarnos y decirnos que eramos uno de los dos peores cursos del colegio. Eso no desalentaba a nadie. Después algún idiota comenzó a llamar por teléfono y amenazar a varios de nosotros (supongo que habría visto Scream) con un voz de alguien más que no era del colegio. A mi me decían Hanson y que no fuera al día siguiente sino me iban a cagar a palos. Obviamente que fuí y cada vez que comentaba el asunto, un par de mis compas comenzaban con risitas cómplices. El asunto llegó tan lejos que comenzaron a citarnos a dirección para que buchonearamos a quien hacía eso. El jefe de precpetores era un narizón archi duro de esos que le gustaba golpear. Me amedrentó y me dijo que hablara que sino quedaba expulsado. Yo le dije que era una de las víctimas de aquellas llamadas. Él no me creyó y me dijo que varios habían hablado y me habían señalado como uno de los culpables o al menos de los que se juntaba con los malosos. Era cierto pero ya cada vez estaba más decepcionado del grupo de "amigos" que había forjado en dos años de mierda en el Fader. Al final, resultó que la mayoría apuntó a un tal Rodrigo Bustos Alvarez, un pelotudito que se hacía el malo, feo y desgraciado como él solo. Hijo de chilenos, una verdadera basura descartable. Lo rajaron a los pocos días. Después pasó un par de veces a la salida para hacerse el gracioso pero se notaba en su mirada que tenía miedo, marcado, tenía un futuro de mierda por delante. Al resto no nos fué mucho mejor... El año ya casi terminaba y para cuando llegó diciembre me di cuenta del terrible abandono que había dado a mis estudios. Ocho materias a marzo, si, el terror de la abuela como cantaba Santaolalla. Empecé a ir a particular ahí por Flores, cerca del colegio. Pero la suerte estaba echada... Era demasiado para cualquiera, y para mí sobre todo. Además nos fuimos a Mardel para la fiestas y nos quedamos buena parte de enero. Para mí se me hacía casi imposible poder concentrarme. De todos modos lo intenté... Fuí en marzo de aquel 1999 a rendir ocho materias, o al menos aprovar seis (que seguía siendo un montón). Desaprobé la primera, luego la segunda, a la tercera dije "bueno chaur, repetí, no lo puedo creer". A mis compañeros de curso les fué igual y nos hicimos los malos riéndonos de la situación. Después llegué a casa y me descompuse de los nervios. Todos estábamos en una lisya negra, negrísima, y por supuesto nos deshabilitaron para seguir en aquel colegio. Afuera todos! Nos volvimos a juntar una vez más en lo de Demian, en el bajo Flores y chau. No los volví a ver más. 

Mis padres me anotaron en un colegio privado por Constitución, donde comencé a ir a la mañana. Uniformado y derrotado. Me cerré más que nunca en mí mismo y el walkman se convirtió en una especie de escudo o coraza contra una realidad que no me gustaba para nada. Desde tener que cruzar la 21 en el 70 todas las mañanas y bajarme en las ruinas de Bailonia, rodeado de yiros y malandras salidos de alguna película clase b de los 70s hasta un colegio horrible, sin luz ni patio a la calle. Uniformado como un mequetrefe y sintiéndome más solo que nunca. Sentado en el primer día de clases, ottra vez en segundo año, me sentí muy mal y me juré no volver a pasar por todo eso. Y cumplí. Si bien no me convertí en un alumno ejemplar de la noche a la mañana (eso nunca iba a pasar) al menos logré llevarme sólo las materias "duras" a marzo y así lograr pasar de año hasta finalizar la secundaria. Pero antes de avanzar tanto en la historia, vuelvo a los Scouts. 

Para marzo de 1999 decidí que ya que había perdido una batalla, regresar con mis queridos compas Scouts me haría bien. En realidad, fue una casualidad que un día que había ido a ver a mis amigos de Catalinas, me crucé con Nico el guía de los Onas. Nos quedamos charlando un rato, le dije que había repetido de año ( y él se rió como diciendo ya repetí dos veces ya), le dije que quería volver al grupo. Él se quedó pensado y me dijo que era una buena idea. En mi ausencia habían pasado quilombos y el último había sido en el último campamento de verano (no recuerdo donde habían ido). Al parecer, una noche, Nico, Pato junto con los dirigentes Alexis y otros, salieron a bailar por el pueblo dejando al resto de los Raiders durmiendo en las carpas. A priori no parece algo tan grave pero parece que alguien del grupo se dio cuenta, los vio irse y buchoneó al jefe del grupo que creo que era en ese entonces Ariel. Había picas internas que yo nunca supe bien que pasó pero la cuestión es que al otro día le hicieron una especie de corte marcial a Alexis (que para mí, más allá de ciertas cosas, era un buen dirigente) y no sé, le dieron de baja o algo así. En protesta, Nicolás y Patricio, los guias de Onas y Charrúas respectivamente, se fueron del grupo. Entonces Nicolás me dijo que este era el momento ideal para que volviera, no sólo al grupo sino que él mismo me proponía como guía de los Onas. Iría a contarselo al viejo Bernardo que era quien había quedado como dirigente de los Raiders. Y así, después de casi dos años sabáticos (y de descontrol) volví al redil Scout y encima como guía de los Onas. En ese momento particular de mi vida necesitaba un refugio conocido, un lugar a donde volver y sentirme en casa. Era como el hijo pródigo y no iba a desperdiciar la oportunidad.

Por delante me quedaba mi mejor año en el grupo Scout. 

miércoles, 8 de enero de 2025

Raiders on the storm



El año 1997 fue algo así como una bisagra en mi vida ¿Por qué? Bueno, comenzaba la secundaria, ya no vivía en Catalinas Sur, me sentía grande y un poco quería romper con mi pasado (mi infancia). Después de aquel fatídico campamento de enero en Tandil, llegué a Buenos Aires y a los pocos días me fuí (junto a mi hermano) a Merlo donde nos esperaban mis abuelos paternos. En el brazo todavía tenía la venda de la quemadura/herida que me había dejado el campamento Krusty. -Pienso que de niño tenía vacaciones en exceso, demasiado para una vida tan relajda- Con el correr de los años sentiría que ese desbalance era algo injusto para mi yo más adulto (y quemado). En fin, ese verano nos la pasamos yendo a los arroyos de Piedras blancas, el Salto del Tabaquillo, y la caminata al algarrobo abuelo. Después, por las noches, comer los sabrosos platillos que preparaba mi abuela, tomar Terma Serrano y mirar el Festival de Jesus María (1997) edición en la que cantó la flamante nueva estrella Soledad Pastorutti. Y si, todo estuvo fenómeno, fantástico, inolvidable... Sin embargo, todo llega a su fin. Cuando volvimos a Pompeya, la dura realidad estaba esperándonos. Mi hermano por terminar la secundaria, yo por comenzarla y encima en nada más y nada menos que en la famosa escuela técnica Fernando Fader. En fin, no voy a rememorar las vicisitudes que pasé en aquel antro, pero baste decir que a pocos meses de comenzar empecé a perder interés en mi viejo reducto Scout. Los motivos eran varios, pero básicamente quería despegarme de ese mundo de ñoñez que tanto amaba siendo más pibe. Empecé a sentirme fuera de lugar ahí, entre banderines de Zorros y Lobos, cantos y gritos que a veces se tornaba militar. Mi rebeldía adolescente comenzó a aflorar, para rebelarme contra todo aquello que representaba una vida que ya no me pertenecía. Además, quería poder disponer de mis sábados a la tarde, cosa que comenzaría a ser cada vez más codiciada. De todos modos, no dejé de ir así tan rápido. De hecho nunca dejé de ir a los Scouts por completo. Lo que hacía eran visitas intermitentes al grupo, como si no me decidiera a dejarlo del todo. Pero lo más importante fue que el Pollo, cansado de mis rebeldías y contestaciones, adelantó mi pase a la rama siguiente: los Riders. Esta rama parecía la más interesante para mí ya que estaban Nico, Pato, y otros muchachos, pero sobre todo Alexis como dirigente. Aquel que se había burlado de la "cagadera de los Lobatos" en el campamento del Volcán. 
Diretes...
Cuando me hicieron el pase nos hicieron un recibimiento un poco brutal. Nos hicieron entrar de a uno, a mí y a los otros dos que pasaron conmigo, al cuarto de los Raiders, en completa oscuridad. Nos molieron a palos. Cuando terminaron prendieron la luz y yo estaba al borde del llanto por el dolor de las patadas y puñetazos. Me quedé sentado esperando que se me pasara un poco la conmoción, y en eso se acercó Alex y me dió un piñón mientras me decía: Y esto es porque te gustan los Beatles. Me reí jeje y luego le pregunté si a él no le gustaban... me respondió con un mehh de desagrado. Ahí entendí todo. Los Raiders era una rama casi de transición, los chicos malos del grupo Scout, adolescentes, peleadores y reos, casi como la rama punk del scoutismo. Un poco por la edad y por ese trayecto que uno vivencia. Desde los 13 a los 16 años aprox... No había lugar para blandos, sensibles y empezando por el dirigente, podían cagarte bien a palos que estaba todo bien. Esto al principio me chocó bastante, pero luego me fuí amoldando, porque en la escuela las cosas no iban a ponerse lindas tampoco...
A medida que fue avanzando el año, comprendí que estaba menos para ir al grupo a medida que me empezaba a ver con mis compañeros de curso. Al final, no sabía ni donde estaba parado. Entre la nada y la eternidad, de no hacer ni pensar en nada. Y eso que nuestro lema era Salvar... pero ni nuestro santo patrono San Francisco Xavier podría rescatarnos.
En un gran panel de corcho todos escribían nombres de bandas y lemas, como Dijo el droguero al drogador... sin entender mucho un pomo de lo que hablaba aquello, pero sonaba contundente y pesado. Y topdos querían demostrar que eran los mas metaleros, o punkies, o ricoteros.. A mi me gustaba el rock, punto, y sinceramente me pasaba por los huevos todo ese rollo de las tribus urbanas. 
Los raiders estaban divididos en dos patrullas, los Charrúas y los Onas (donde estaba yo bajo las ordenes de Nico, como antes en los Scouts en la Lobos). Aquí pasamos de los nombres de animales a los de pueblos originarios. La pica estaba en que ellos nos jodían que andabamos en pelotas y nosotros les mojábamos la oreja diciéndoles que esos indios son uruguayos. Hoy me río de esas bromas estúpidas. Si hay algo que no es nacional son las tribus que anteceden los nacionalismos europeístas. Los charrúas son charrúas, los mapuches son mapuches y los onas onas. Nada de uruguayos, chilenos ni argentinos. Después de todo, ningún país desde Canada hasta el cono sur se interesó nunca por resarcir tierras y reivindicar a los pueblos originarios. Repetir el discurso del amo es una berreteada y carece de honestidad intelectual. 
De todos modos yo estaba orgulloso de ser un Ona. Me gustaban esos indios australes que hacían todo tipo de rituales en el frío más extremo y en pelotas. Un grupo aguerrido, y nada mejor para un adolescente en plena etapa identitaria para que se ponga la casaca de una tribu guerrera. 
(Continuará)

domingo, 22 de diciembre de 2024

Campamento Krusty en Tandil




Habiendo terminado la primaria, para enero de 1997, volví a partir en campamento de verano con los Scouts. ¿El destino? Si, bueno, ya vieron, Tandil... Estaba muy contento con aquel viaje porque me sentía un Boy Scout completo. Todo el asunto de Rosarito, Nico y el deshonor habían quedado por suerte atrás. Viajamos en micro hasta la pedregosa ciudad, tierra de Del Potro y del Monte Calvario de Tandil.  
El campamento era un predio en las afueras de la ciudad. Dada la naturaleza semi montañosa de la zona, podíamos observar a nuestro alrededor grandes extensiones de cerros, montes y allá abajo, la orgullosa Tandil. Con nuestra rama (los Scouts per sé) decidimos armar la carpa un poco más alejados del resto del grupo. La ubicamos en una especie de montículo, un poco pelado de árboles y cercano a un risco. Las demás ramas estaban todas acampando en una zona un poco más baja y llana, con las carpas una al lado de otra. La actitud temeraria de nuestra locación no sé de quien fue responsabilidad. En ese momento, si la memoria no me falla, nuestros dirigentes eran Paco y el tan mencionado Pollo. Si había alguien más no lo recuerdo. En verdad, no tenía mucha onda con ninguno de los dos. Sentía que ambos me subestimaban y por algún motivo incofesable, no me soportaban. Quizás sea una paranoia mía, pero era claro que no era el favorito de ninguno de los dos. Paco era el hijo del tan mentado y venerable Bernardo, una especie de Scout vitalicio y eterno. Paco era todo lo contrario a su padre que era paciente y cordial y a veces me daban ganas de mandarlo al carajo. Pero bueno, no importa, de todos modos estábamos en manos de dirigentes Scouts experimentados. En teoría...
Creo que al segundo día de haber llegado al campamento, se desató un temporal. Pero no cualquier temporal, uno de esos que jamás se olvidan. A lo largo de nuestras vida hay miles de lluvias y tormentas, pero de la mayoría nos olvidamos. Sin embargo existe aquellas que sufrimos de una manera más directa y que nos acompañan para toda la vida. Esta fue una de (por los menos) las tres peores tormentas que viví. Más que tormenta un temporal de esos medio destructivos. A nuestra rama nos pasó por encima de una manera arrolladora. Lo que más recuerdo es el viento feroz y gotas de lluvia gordas como una pelota de fútbol. Intentamos (y éramos al menos doce o quince) sostener las carpas (canadienses y muy antiguas ya) para que no salieran volando ladera abajo. No podíamos escucharnos entre nosotros, que uno decía sostengan los parantes, que si le querías responder te entraba agua en la boca. La situación fué bastante angustiante, como toda situación en la que la naturaleza te pasa por encima y te hace sentir muuuyyy chiquitito e insignificante.
En un momento nos dijeron que soltáramos las carpas, no había nada que hacer, y rajamos hacia unos bungalows que había cuesta abajo. Recuerdo una huída de esas medio innobles, resbalando en el barro, cayendo de culo o de cara al piso, todos embarrados, derrotados, vencidos por la furia de la naturaleza en pocos minutos. En serio que el que nunca vivió algo así es difícil que pueda tener consciencia de la insignificancia de los humanos en este planeta que tan grande nos queda. Bueno, la cuestión es que llegamos todos hechos bolsa a los refugios. Pasados por agua, alguno que otro medio angustiado, con barro y frío calando hasta los huesos. No recuerdo bien la secuencia pero creo que nos mandaron a unas duchas del lugar, después nos dieron de cenar y nos mandaron a unas literas de lo que parecía un viejo hotel de estudiantes. Casi nadie tenía ganas de bromear y nos dormimos no sé como y con no sé que ropa seca...
Al día siguiente, por la mañana, el grupo se reunió en círculo en el centro del campamento. Ariel, otrora nuestro dirigente y ahora Jefe de grupo, dió un repaso de daños y perjuicios. Todos habían sufrido las consecuencias del temporal como cosas que se volaron, algunas roturas, inundaciones y alguna que otra carpa que había caído, pero era sobre todo la rama Scout la que se había llevado la peor parte. El temporal había, literalmente venido (y arrasado) por donde nosotros estábamos acampando y bajado hacia donde acampaba el resto. Ariel se lamentó de aquel impredecible suceso y del caos que había sucitado en el incipiente campamento de verano, pidió disculpas por "este campamento Krusty". En el momento me gustó la referencia al famoso capítulo de Los Simpson, me parecio atinado y nos hizo descontracturar un poco los nervios de todos. Pensar que en ese momento aquel capítulo tenía apenas cuatro años y ya parecía uno de los clásicos que todos ya habían visto. Hoy, que han pasado más de treinta años es un capítulo archi mega clásico para la Generación X y Millennials (no para Centennials).
El campamento aquel comenzó así, con percancesy pensé para mis adentros, ojalá no pase más nada. No quería más accidentes como en el anterior campamento del `95 en El Volcán. Pero el destino suele ser un poco cruel cuando uno desea algo con mucha fuerza. 
Con nuestra rama fuimos recolectando todos los destrozos y despojos que había dejado el temporal, y de a poco pudimos rearmar la cosa. Nos pusimos en medio del resto del grupo, eso de hacernos los Rambo estaba fuera de lugar. Rearmamos las carpas aunque no sé bien como porque los parantes se habían doblado y quedado destrozados. Pero de alguna manera pudimos reconstruirnos y rehubicarnos en un área más segura. Por aquellos tiempos yo andaba encaprichado con ser el fogonero de la rama, todo fuego que hubiese que hacer, queria ser yo quien lo iniciara. Sé que es un punto polémico de la historia porque después, me di cuenta que a casi todo el mundo le gusta prender fuego así que entiendo ciertos resquemores que sufrí después por mi inflexibilidad a ceder en ese terreno ígneo. Quizás sea mi naturaleza fueguina o que soy un caprichoso, pero la realidad es que cuando aprendí a encender, alimentar y manipular fuegos, ya nunca quise dejar de hacerlos. La idea de estar allí, sentado frente a esa hermosa combustión roji amarilla de la naturaleza me parecía fantástico. Mientras algunos estaban dale que dale con el Tamagotchi, yo prefería mantener con vida a esa llamita, alimentándola con ramitas. En una de aquellas noches, estábamos preparando el fuego para hacer unas milanesas. Yo cuidaba el fuego y ya le había puesto una sartén con aceite apoyada en un trípode. Un semi cerdo, enano del demonio, salió de la nada con una milanesa colgando (de forma muy endeble) del tenedor y la arrojó a casi un metro de distancia (porque se le caía) sobre la sartén. Me cayeron gotas de aceite hirviendo sobre mi brazo derecho. Me quedé petrificado unos instantes, sin gritar, hasta que vino el mismo imbécil y me pasó un repasador por el brazo. Ahí empecé a gritar. Todos vinieron y se acercaron a ver. Creo que había venido el padre de Gabo que me llevó de forma diligente hacia donde estaban los dirigentes. Nadie sabía que hacer, uno me quería tirar agua, pero el padre de Gabo dijo no. Había que tirarme Lavandina... Me hizo mierda. No sé si ese hombre me odiaba o que carajo... La cosa es que cada vez me tiraban diferentes cosas en el brazo y cada vez me dolía más. Al final, una de las dirigentes Scout dijo que pararan de tirarme boludeces ahí. Me puso algún producto para quemaduras y me vendó el brazo (en realidad era el antebrazo) con unas gasas. 
Durante el resto del campamento no pude meterme a la pileta, así que estaba como Bart cuando tenía la pierna enyesada y veía a todos divertirse en la pileta frente a sus narices. Así estuve una parte de aquel campamento y no podía menos que pensar que diablos... estaba angualichao o algo así porque siempre me pasaba algo. En El volcán el corte del pie y la cagadera, y ahora esto. Que mil demonios me llevaran. Alguien había engualichado a mi familia. Estaba convencido de eso. ¿Pero quien? Nunca lo sabremos. La cuestión es que bueno, me las tuve que apañar con todo ese asunto. Por otro lado fuímos a pasear por la ciudad de Tandil. Muy bella. Vimos el mencionado Monte Calvario donde termina en una cruz enorme. Después fuimos la cantera del Centinela, donde estan esas extrañas piedras puestas de maneras muy extrañas. El Centinela, que es una piedra alta que aparentemente era un indio, que se petrificó observando en lontananza. Y otras piedras parecidas pero quizás la más famosa es la piedra movediza de Tandil, que obviamente ya estaba caída (cayó en 1912). En ese campamento, además, estaba con nosotros el hijo de Alfredo Casero, Nazareno. El pibe había empezado a ir hacía poco y ay tenía su séquito de chupamedias alrededor. A mi me molestaba y no le daba bola, pero no que fuera el hijo de... me molestaba la actitud rastrera de algunos Scouts cholulos. Y alguno me dijo: Pero es el hijo de Casero!!! A lo que le respondí ¿Y? ¿Quien lo conoce? Y ahí quedó todo el asunto... De todos modos, era un poco más chico que yo y aún estaba en la rama de Lobatos. Después fuímos a una regalería de por allí y me acuerdo que compré un montón de souvenires para mi familia, como mini centinelas de yeso, un gaucho de madera y un montón de boludeces más. Aún conservo algunas pocas cosas de esas junto con un montón de recuerdos de los Scouts. 
Algo que sí recuerdo y que me marcó (pero no recuerdo si fue antes o después que me quemaran el antebrazo) es, una expedición que hicimos con la rama Scout fuera del campameto y a la que se llamó Viaje de supervivencia. Los viajes de supervivencia o experiencia de superviencia, consistía en irse de la zona de seguridad y confort del campamento y arreglarnosla solos. Un poco como en la película ochentera Aguas peligrosas (White water summer) con Kevin Bacon y Sean Astin. Pero sin desaveiencias, caprichos ni crueldades. Caminamos junto con nuestros dirigentes algunos kilómetros y nos internamos en una especie de bosque bastante tupido. Acampamos en medio de la naturaleza más profunda y aquello sí me pareció un toque temerario, bueno a todos. No pasó nada pero fue arriesgado. En la mañana, cuando despertamos y comenzamos a levantar campamento del lugar, estábamos haciendo pis en aquella mañana muy húmeda y nublada. Cuando vimos como una serpiente de gran corte, tamaño y colores, pasó reptando entre nosotros. Instintivamente todos nos quedamos petrificados, pasó de largo, pero podría haber sido un problema. Luego volvimos al campamento y aquello quedí ahí, entre nosotros. 
El campamento estuvo bueno, me gustó (sacando lo de la quemadura). Cuando volvimos a Buenos Aires, mis viejos me llevaron al Hospital Municipal de Quemados, ahí por la avenida Pedro Goyena. El médico miró mi antebrazo y le llamó la atención que parecía más una herida que una quemadura. Le conté como me habian pasado y puesto de todo. Era una quemadura de segundo grado. Me dieron instrucciones de limpieza y cuidados en el mes siguiente. A los pocos días, me fuí con mi hermano y mis abuelos paternos a Merlo, San Luis que no íbamos desde el `94 cuando pasó el asunto de la gitana. En fin, esa "cicatriz" en el brazo la tuve como cinco años, hasta que la piel cambió y desapareció del todo. 

viernes, 20 de diciembre de 2024

Un corazón roto no es delator

En los días siguientes a mi regreso del campamento de Ezeiza anduve muy perturbado por el asunto de Rosarito, entonces decidí reconquistar a la joven muchacha. En una de las caminatas por avenida Saenz con mis padres, entré a un kiosco y pedí que me compraran una caja de bombones. Mis padres sabían todo el asunto de mi noviecita y no pusieron mayores trabas al asunto. Sin dar mucha más opinión accedieron y contento volví a mi casa con el obsequio en mano. La caja tenía la forma de un corazón rosa y era la cosa más cursi y romántica que había comprado en mi vida (hasta ese momento) para una chica. 

Apenas podía dormir por las noches, pensando y pensando en como dárselo, y sobre todo, qué decirle. Pensé que otro se lo diera, pero no podía ser tan cagón. Mientras miraba un capítulo de Los caballeros del zodíaco donde Seiya se la pasa cuchicheando son Saori en un tono de melodrama japonés pensé que no podía ser así. Apenas pude tomar coraje, volví a Catalinas sur y fuí con la caja a tocar el timbre en la casa de Rosarito. Me atendió su hermano menor que, sin que se lo pidiera bajó y me saludó. Nos caíamos bastante bien y él sintió que tenía que decirme algo que yo ya sabía. Rosarito había salido a pasear con Nicolás apenas un rato antes. Mi corazón se estrujó de una manera que nunca había sentido. Me fuí caminando desconsolado a la Plaza Malvinas y allí los ví, en las hamacas, charlando como dos tórtolos enamorados. Mis lágrimas comenzaron a caer sin que pudiera evitarlo y el pecho me apretaba de una forma desagradable. Me fuí rápido de ahí antes que me vieran y en el primer tacho de basura que encontré dejé como si fuera un correo la dichosa caja de bombones con forma de corazón. Sí, corazón, como la bendita canción de Los autenticos decadentes que Rosarito me cantaba mirándome en el campamento de Cañuelas. Cuando llegué a casa me encerré en mi pieza a llorar desconsoladamente mientras mis padres preparaban la cena y charlaban de sus cosas y mi hermano miraba la tele, esperando que se me quite lo loco para poder volver a su cuarto también. Después de llorar un rato de forma intensa me quedé dormido y no recuerdo si esa noche cené. Era la primera vez que me rompían el corazón. No sería la última claro, pero como dice la canción del bueno de Cat Stevens... the first cut is the deepest... y ohhh si, claro que lo es.

Me llevó un tiempito superar ese dolor, porque siempre tuve cierta predisposición a maximizar mi sufrimiento interno. Algunos me dicen intenso, o que es mi luna en escorpio. Who knows? Las cosas son así, tengo el teléfono del freak, que está deseoso de volarte la cabeza... cantaba Fito en Cable a tierra. Pero que podía hacer, un pre adolescente, en séptimo grado para superar aquello. Bueno, la vida continúa, siempre... Así es como un día, yendo al colegio, iba leyendo un cuento que me había pasado mi madre: El almohadón de plumas, de un tal Horacio Quiroga. El nivel de perturbación que me generó me sacó de eje completamente. Después de eso quise leer Siddhartha de Hermann Hesse y empecé pero a las pocas páginas lo abandoné. No era el momento para mí y lo retomaría seis o siete años después. En los Scouts tuve que hacer de tripa corazón y bancarme ver a Rosarito con Nico frente a mis narices. Pero aún así, ni siquiera eso me hizo dejar el grupo Scout. Comencé a aceptarlo pensando que en definitiva, primero salía con él, y era yo quien me había interpuesto en primera instancia. En todo caso, todo volvía a como estaba antes. La "relación" me había sacado de mi eje y ahora volvía a mi estado natural, solo y tranquilo. 

Para octubre volvimos a un camping en Ezeiza y yo ya estaba bien otra vez. Había dejado de comerme la cabeza por Rosarito y me había propuesto renacer de mis cenizas. Volví al redil del Scoutismo e hice todo lo posible por recuperar mi honor perdido en el campamento anterior. Había estado a prueba unos meses para ver como me portaba y como había dado muestras de cooperación y buen comportamiento, me dieron la oportunidad de tomar la Promesa nuevamente. Para cuando esto pasó, un poco antes del campamento, me había comprometido de una manera total. Me ofrecía de monaguillo cada vez que podía en las misas de los sábados a las siete de la tarde. Hasta el capellán estaba harto de verme siempre al lado del cura haciendo sonar la bendita campanita en el momento de mayor importancia. Tomad y comed todos de él, porque este es mi cuerpo... y la sangre de la nueva alianza que... bueno, no recuerdo todo lo que decía el hombre, pero después de sus parlamentos, yo movía las campanillas. Era algo que me hacía bastante feliz, sin saber bien por qué. Cuando tomé la Promesa (junto con otros chicos) la noche anterior hicimos un acantonamiento en el grupo porque teníamos que hacer la Velada de armas. Un ritual de los tiempos de la Caballería que consistía en pasar la noche en vela, cuidando nuestras armas, que en nuestro caso eran los banderines y escudos de la tropa. Pensando en las máximas y en las leyes y lemas Scouts. Recordando que estamos Siempre Listos! En verdad, todo aquel asunto me encantaba. Ma hacía flashear que estaba en la edad media y que me iban a ordenar caballero. Para colmo, hicieron la ceremonia dentro de la iglesia, lo cual le daba a todo el asunto un aire aún mayor de solemnidad absoluta. 

Para cuando volvimos al camping de Ezeiza estaba completamente renovado, por dentro y por fuera. Ahora ya era un boy Scout completo, con uniforme y pañuelo, más alguna que otra insignia. Ese compromiso que tomé en ese lejano año de 1996 me lo tomaría en serio por varios años más, renovando mi interés y compromiso con la Unión Scout Católica Argentina. En verdad, me hizo muy bien tomarme en serio todo eso, porque aprendí que con el compromiso uno madura y mejora como persona. De aquel segundo campamento en Ezeiza recuerdo pocos detalles aunque ya me sentía mucho más centrado y cómodo con mis compañeros Scouts. Gabriel, mi compañero de colegio que había invitado, ya era de la partida y de alguna manera me sentía más acompañado. Aunque recuerdo que en aquel campamento, un chico más grande y peleador le hizo la vida imposible. Recuerdo una pelea en la carpa donde se agarraron a tortazo limpio y el resto nos quedamos petrificados ante tanta violencia. Nadie podía pararlos porque Gabriel era el nuevo pero grandote y fuerte y el otro, Pato, era un bravo total uno o dos años más grande que yo. Al final Pato sometió a Gabo y cuando mi amigo dejó de resistirse lo soltó. Era un poco como me había pasado con Pablo Rancho en los Lobatos. Hay uno que te quiere marcar la cancha, decirte que él es el que manda ahí. Cuando te sometés te dejan tranquilo. Durante toda mi infancia atiné a eso, sobre todo cuando veía que el otro era más fuerte. Era una cuestión de inteligencia y supervivencia. 

Al mes siguiente, me fuí de viaje de egresados a Córdoba con mis compañeritos de colegio. Es una historia que quizás cuente en otra ocasión, pero la cuestión es que en el viaje de regreso, una chica del turno tarde se sentó al lado mío y chapamos (esta vez sí con lengua). Me sentí un ganador, pero claro, era algo del momento. Nada que se fuera a extender más allá de aquel viaje. Cuando volvimos del viaje yo me había subido al llobaca y luego andaba piropeando a cuanta compañera de grado me cruzara. No sé que me había comido, pero notaba que cuanto más canchero uno era, más les gustaba a las chicas. Empecé a tener levante de un día para el otro, pero el año ya terminaba y no me había dado tiempo para mucho más. En uno de esos días me crucé con Barbarita y me dijo que se había peleado con Nico. Ahh, que pena le dije. Vos estás con alguien? Me lo pensé, y le respondí lo más estúpido. Si, ando con varias... luego la dejé ahí parada, mirando la nada y me sentí vengado. Había hecho justicia por mi ego malherido. En realidad no, me sentí un idiota. Rosarito ocupaba un lugar privilegiado en mi corazón. Después, de la entrega de diplomas, ese alter ego ganador se esfumó y volví a ser el mismo muchachito tímido e inseguro de siempre. Tendría destellos o momentos de lucidez esporádicos, pero mantener ese Tyler Durden me costaba mucho esfuerzo y cansado de estar en el banco de suplentes, saldría cada vez menos. 

domingo, 15 de diciembre de 2024

Fuera del cielo




Una vez expulsados del paraíso, comenzó una nueva etapa para mi familia. Ya nada quedaba cerca, todo era lejos. Iniciaba así mi derrotero en transporte público por la ciudad de Buenos Aires. El boleto estudiantil estaba 0,25 centavos o 5 centavos, no recuerdo pero era muy barato. El boleto de adulto creo que era un peso cincuenta y la diferencia parecía abismal. Al margen de estos detalles de época, recuerdo que entre sexto y séptimo grado comencé a ir a los bailes del colegio. Cuando viviía en Catalinas era de lo más simple porque mi edificio estaba al lado. Ya mudados a Pompeya la cosa se complicaba un poco más. Sinceramente no recuerdo como me las apañé para volver de esos bailes. Si me quedé a dormir en lo de algún compañero o qué, no lo recuerdo. Si sé que Gabo solía invitarnos a piyamadas en su departamento de la calle Azopardo del complejo Fonavi. Quizás así fué pero no lo recuerdo y tampoco importa tanto. Lo que sí recuerdo es que en esos bailes que eran en el salón de actos de la escuela pasaban una música muy de la época. Por ejemplo What is love, The ryhtm of the night y una sampleo de la trompeta de Maceo Parker haciendo Soul power que nunca pude volver a descubrir. En fín, amén de todos los temas de cumbia, Ricky Martin, Luis Miguel y todo lo que sonaba por estos lares a mediados de los noventas. 

En uno de estos bailes de colegio me encontré con Rosarito, una chica que iba a los Scouts ya que venía en crescendo la presencia femenina en el grupo. La versión rosa de los Lobatos eran las Chispitas y en el caso de los Scouts serían las Girl Scouts, pero como no sonaba bien eran las Exploradoras. Una de las chicas de más personalidad era ella, Rosarito, una morochita de rulos que tenía un año menos que yo (que parecía un montón en esa época). Iba al mismo colegio pero al turno tarde y era leonina como yo, o sea que iba muy al frente. Nos cruzamos en los pasillos y en la pista de baile un par de veces. Miradas cruzadas que pin que pan... Ella salía con otro chico de los Scouts, Nico, que era más grande áun que yo, uno o dos años más. Pero esa noche no había ido y yo sentía un poco de culpa pero también sentí que no podía dejar pasar la oportunidad. Rosarito me gustaba, porque era muy distinta a mí, porque era arrojada y le gustaba gustar. Bailamos y nos dimos algunos piquitos. Muy besucones los dos. Al final del bailongo quedamos en algo, en hablarnos por teléfono o algo así. Esa noche me fuí a dormir con una nueva sensación, algo que no había sentido nunca. Estar enganchado con una chica. 

Cuando nos volvimos a cruzar en el grupo Scout tuvimos que pilotear aquello porque no queríamos que todos se enteraran. Pero fué inútil, todo era como una gran familia o una casa de gitanos. Imposible guardar secretos ahí. Creo que con ese romance me gané nuevos enemigos en los Scouts, pero a mí no me importaba mucho. Nico no fué uno de ellos justamente. Cuando se enteró que Rosarito se había ido conmigo apenas me reprendió y luego me dejó tranquilo. Al menos por un tiempo... Ese tiempo que me dejó no lo supe aprovechar, porque no sabía que hacer con Rosarito. Nunca había estado con una chica y me ponía nervioso ese asunto de tener noviecita. Al principio, por entusiasmo mutuo, la cosa más o menos fluyó. A veces nos veíamos en la semana por el barrio, íbamos a la casa de un amigo mío del colegio y chapabamos (sin lengua). Todo era intenso pero no sabía que hablar con ella, me costaba fluir en todo ese asunto. Después vino un campamento en Cañuelas, en la casa del pelado Emilio, pero esta vez con chicas también. Todos fuimos en tren, recuerdo que combinamos con otro tren aún más viejo que nos dejó en una estación que parecía sacada de una película de vaqueros. Puro far west. En ese campamento noviamos, de una manera distante, más como dos chicos que se gustan que como novios. Ella a veces se alejaba y yo me ponía mal. A veces se acercaba, como cuando una noche estábamos reunidos alrededor del fuego escuchando la radio y sonó la canción Corazón de Los autenticos decadentes. Ella la cantaba mirandome y yo me perseguía sintiéndome mal porque no sabía que significaba todo eso. O sea, me sentía enamorado pero no necesariamente feliz ya que todo eso me hacía sufrir de alguna manera. Eran cosas de chicos preadolescentes pero en su momento parecía terrible. A la vuelta nos fuímos acercando más. Había llevado unas galletitas Nutrigram envase rojo, que traían pasas de uva. Yo ofrecía al son de que eran crocantitas y nutritivas a lo que todos reían. Parece que fuí simpático. Rosarito también se acercó y volvimos sentados juntos dandonos besitos. Los dirigentes no sabían que carajo hacer con toda esa situación nueva. Pero no duraría mucho más. 

Quizás todo duró un mes, o dos, no lo puedo recordarlo, pero en ese momento para mí fue un montón. Sobre todo por la agonía que me generaba este vínculo. No sé bien por qué, pero así fué. Para mediados de junio llegó el campamento de aniversario del grupo. Al primero que fuí fue el de Lobos 94, González Catan 95 y ahora este en Ezeiza 96. Allí todo terminó por irse al garete. Allí yo tenía que tomar la promesa, la Scout y esa si que te quedaba para el resto de las ramas. Había todo un runrun con respecto a eso y éramos dos o tres que teníamos que tomar la promera (cuando te dan el pañuelo con los colores de tu grupo). El predio era en el club de SEC, el Sindicato de Empleados de Comercio (¿ironía del destino?). Allí estuvimos desde el primer día preparándonos para el evento que sería el último día. El primer día de camping nos enteramos que estaba Maradona en el predio de al lado, entrenando con Boca. Todos fuímos corriendo, cruzamos una cerca y un alambrado e invadimos el área de entrenamiento. Todos fuímos a pedir autógrafos a los jugadores, pero a mí sólo me interesaba el Diego. También estaban la Brujita Verón y otros pero como yo era hincha de San Lorenzo sólo le pedí al Diez. El Diego estaba ahí medio roto las bolas, de mal humor, diciendonos que nos calmaramos. Estaba en una mala mañana digamos, pero ahí estuve, frente a él unos minutos. Me firmó el famoso Diego (10) en un papelito medio chiquito y rotoso que tenía. Me lo guardé en el bolsillo y rápidamente nos rajaron a todos de ahí. Volvimos al Club de SEC y a nuestras actividades de grupo.  

Esa noche me tocó hacer guardia con dos o tres chicos más. ¿Tenía sentido esto de hacer guardia? Sinceramente no lo sé, pero de a grupitos nos íbamos turnando, una hora cada grupo y salíamos a patrullar por el lugar. Pésima idea. Yirando por aquel predio en medio de la noche llegamos a un lugar que parecía como una casucha de esas de energía eléctrica. Las ventanas estaban tapiadas con lonjas de telgopor grueso. Unos de los chicos flasheó Van Damme y se puso a golpear aquellos telgopores. El resto, imitando al otro fuimos a hacer exactamente lo mismo. Como sin pensar. Romper cosas es algo que, sobre todo de chico, da un placer que no se puede explicar. Estábamos como idiotizados, rompiendo por romper. Rápido vino un dirigente de otra rama y nos agarró infraganti en pleno delito. Se armó un enorme escandalo. Los implicados eramos cuatro o cinco, pero creo que el único que estaba por tomar la promesa era yo. El resto eran todos nuevitos, por ende recuerdo que todo el peso de la represalia cayó sobre mí. Quizás había otro más que sufrió la misma suerte pero no lo recuerdo. Nos enteramos que aquella era la casa del vigilante del lugar, del casero del club. Esas ventanas de telgopor las había puesto para protegerse del frío del rudo invierno. Yo me sentí para el culo con todo eso. El resto de aquel fin de semana me la pasé boyando solo por aquel predio. Casi nadie se acercaba a mí, estaba como marcado por la verguenza y el deshonor. Me fuí a sentar a una parte de un bosquecito y en un ataque de enojo saqué todo lo que tenía en mis bolsillos y lo arrojé cuesta abajo. Entre billetes de dos pesos, pelusa, la firma de Maradona y algún papelito más. Todos se perdió. Lloré desconsolado. Mientras los demás seguían sus actividades normalmente yo subí a un puentecito que había allí y los miraba de lejos. Ví como Rosario se hablaba con otros chicos, y Nicolás recuperaba terreno. Y sí, que podía esperar? Había descuidado esa relación, tenía la cabeza en cualquiera y no pude más que llorar mi desgracia. Aquel fué uno de los peores momentos que viví en el grupo Scout. Un momento de caída absoluta. En una especie de tribunal Scout, los dirigentes nos pusieron a dialogar entre nosotros. ¿Que se debía hacer con nosotros? Que castigo nos cabía? El gordo Dinelli dijo que éramos una verguenza y que habíamos manchado el honor de todos ellos. Por dentro tenía ganas de matarlo a ese imbécil, pero por otro lado me sentía súper culpable. La mayoría no opinaron porque hicimos una gamberrada que cualquiera podría haber hecho en nuestro lugar. Yo me sumé sin pensar y ahora pagaba los platos rotos. Era todo tan grave? Ahora pienso que no era para tanto, pero en ese momento me sentía en una corte marcial y no se sentía nada lindo aquello. Algo así como una caza de brujas, algo medio inquisitorio. Uno de los dirigentes, no recuerdo cual porque creo que Ariel y Emilio habían pasado a comandar el grupo y teníamos otros dirigentes nuevos, quizás ya estaba el Pollo, un sujeto que nunca me cayó bien, nos preguntó ¿que castigo considerábamos que merecíamos? Yo dije que no merecía la promesa. Puede ser respondió. En breve me comunicaron la decisión de que no tomara la promesa. Estaría a prueba un tiempo para ver si no me echaban y si me portaba bien, ya tendría la oportunidad de volver a tomarla. 

Una vez volví a mi casa me di cuenta que lo hacía sin Rosarito, sin Promesa y sin firma del Diego. Si, volvía con un feo sentimiento de deshonor que pocas veces en mi vida sentí. 

(Continuará)   

jueves, 12 de diciembre de 2024

Exploradores a la fuerza

 

Promediando 1995 dos cosas me aquejaban: Que Menem ganaba la sheelección, y mi primer noviecita, una tal Luli. Del Carlo mejor no hablar más, y a Luli la conocí en un cumpleaños de un amigo de un amigo. Era por ahí, en alguna parte de La Boca. Fuímos con camisa y perfume Pibes a full... En medio del bailongo saco a Luli y sin hablar mucho nos dimos unos picos. Mucho más no sabíamos que hacer... Le pedí el teléfono pero cuando la llamé me dijo que no podía. Me olvidé de ella. Yo estaba en sexto grado y, no sé por qué, me sentía re grande. Claro que no lo era, pero en ese momento uno se creía mil. Debe ser algo de la edad... en fin. Cuestión que nos volvimos a cruzar por el barrio y ella con una amiga se me acercó. Pero yo estaba con mis amigos asi que me hice el langa, onda... fuiste pibita. Debe haber sido la primera y última vez que mandé a freir churros a una chica. Soy tan caballero que, por lo general, le dejo ese honor a ellas. No sé bien por qué lo hice. Una mezcla de venganza y de que no me parecía tan importante. Creo que a ella tampoco pero bueno... ahí estábamos, nos habíamos dado nuestros primeros besos. 

En el grupo, ahora con los Scouts, la cosa se ponía mas seria. Habíamos estado aprendiendo mucho nudos complejos y armados de carpa arriba de palos y troncos atados. Nunca pensé que algo de lo que me podían enseñar me fuera a servir en algún momento de mi vida, pero ya estábamos ahí asi que le metía. Sin embargo, en los Lobatos era seisenero de la Roja, acá era un mero patrullero de los Lobos. Esa bajada de rango de alguna manera me desmotivaba un poco. Bueno, siempre me desmotivó que me bajen de rango, porque si bien se que a veces caigo en cierta parsimonia de tranquilidad o poco actividad, son los desafíos los que activan mi interés. Ponerme como un peón más me quita las gana de todo. En fin, cosas que pasan... Nuestros dirigentes eran dos chabones bastante copados. Uno llamado Ariel y el otro Emilio. Ariel era un muchacho joven, de pelo largo, medio langa y con un aire a Manuel Wirtz. El otro, Emilio, era un tipo más grande, pelado, con cara de bonachón, tocaba mucho la guitarra y era el prototipo del buen Scout. Podía ser un poco espeso en algunos temas, un poco hinchapelotas, pero era buen tipo. Ambos, Ariel y Emilio. 

Esa segunda mitad de 1995 nos fuimos de campamento a Cañuelas, lugar donde Emilio se había afincado con su mujer (también Scout). Tenían un pequeño bebote a cuestas que no tardaría en sumarse a las filas de los Scouts en los años venideros. De ese campamento en Cañuelas solo recuerdo que fuimos en los autos de estos dirigentes. Los caminos aledaños en Cañuelas eran todos de tierra y la casa estaba en medio del campo, literal. Hicimos juegos, hubo peleas y todo lo demás como siempre. Si recuerdo que había una especie de pelitón o tanque Australiano que estaba completamente rodeado de abejas. Yo era (y sigo siendo) muy cagón de todos los bichos que pican, así que les huía como a la peste. Me comí alguna que otra bardeada pero poco me importaba. Hasta ese campamento éramos todos muchachos y no girls allowed

Cuando volvimos a La Boca (porque siempre era volver a La Boca, no a Capital) estábamos todos un poco más unidos. Mi compañero Gabi o Gaviota se había hecho de la partida y no pasaría mucho para que algunos chicos malosos lo tomaran de punto. El tema con Gabi es que era grandote pero parecía y tenía voz de nenito chiquito. A veces parecía un bebé cuando hablaba y esto, lejos de generar simpatía generaba rechazo. Todos lo bardeaban y le querían pegar. Yo había logrado sobrevivir ahí a base de hacerme bien el boludo, haciendo lo que nunca hago en otros lados, quedarme piola ante las provocaciones. Sabía que si me pasaba de vivo me hacían pomada. Además en aquellas épocas, si bien siempre fuí de mecha corta, tenía menos enojo acumulado así que prefería pasar un buen rato y llevarme bien con todos en la medida de lo posible. 

De la rama Scout había dos que tenía montados en un huevo, así como antes a Pablo Rancho que estaba meta doblarme el brazo. Ahora tenía a Rodrigo que me miraba con inquina y me decía raquítico. Yo le decía Somalí, porque además de flaco era negro. Creo que nunca entendió la referencia, mejor porque de seguro me fajaba. Además estaba uno nuevo, medio gordito, un tal Dinelli. El pibe más rosquero, provocador y mete púa que conocí hasta ese momento. Denso como él sólo. No nos bancábamos desde el minuto uno que llegó. Cuestión de piel supongo... Cosas que pasan. 

Por otro lado mi familia seguía en caída libre en lo económico. Ese verano del 96 que se avecinaba no me podían mandar al campamento. Ya no había guita ni para eso (porque eran baratos los campamentos Scouts), ni para ir a Mar del plata a lo de nuestros abuelos maternos. En cambio, mis viejos consiguieron un plan mucho mejor... Ir a cuidarle el caserón a una familia que sí le iba bien. Mientras ellos estaban en Disney o no sé donde, durante todo el verano, nosotros les hacíamos de caseros en un barrio bien de Polvorines. Al menos había pelopincho. En el grupo Scout se fueron de camping a Necochea y la verdad que no me morí de envidia. Necochea se me hacía un Mardel más frío y feo. Igual, como siempre, cuando volvimos a principio del 96 a reencontrarnos me contaron que estuvo muy bueno y que pasó de todo, como siempre. Siempre pasaba algo en aquellos campamentos. Yo tendría que esperar al próximo verano para poder ir con ellos nuevamente. No sin antes, desayunarnos con mi hermano lo que nos avisaron nuestros padres en medio de un cena allí en Polvorines. En marzo nos íbamos de Catalinas Sur y nos mudábamos a Pompeya, a un departamento más chico que era de mi abuela paterna. Ambos nos quebramos de bronca y disgusto. Yo me puse muy mal la verdad, pero creo que mi hermano no les perdona ese cachetazo de realidad a mis padres hasta el día de hoy. En fin... se hizo lo que se pudo. Cuando volviera a los Scouts, ya sería yendo desde otro barrio, tomándome uno o dos colectivos, lo mismo al colegio que me faltaba séptimo grado para terminar la primaria. Todo era seguir ahí porque yo quería mantener eso. Pero comenzarían los sacrificios. El sueño idílico de vivir en un barrio hermoso donde tenía toda mi vida se había terminado. 


domingo, 17 de noviembre de 2024

Campamento en El Volcán



Mi estadía con los Lobatos iba llegando a su fin pero todavía quedaba una experiencia más: el campamento de verano. Este sería el último con los Lobatos ya que en algún momento del 95 entraría a la rama Scout per sé...
Para finales de 1994 hicimos como siempre una kermese para cerrar el año y recaudar fondos para el gran viaje. Hicimos todo tipo de actividades, hasta hubo números actuados y todo sumaba porque si bien en mi casa aún no habían comenzado las penurias económicas, todo estaba muy complicado ya. 
Ese verano mis padres se organizaron para que pudiera ir al bendito campamento con los Boy Scouts ya que el verano anterior no había sido posible. Como la cosa arrancaba la segunda semana de enero, mis padres se quedaron hasta que me fuera para después irse con mi hermano a La Feliz. Recuerdo patente esa madrugada en la que salía de viaje con los Scouts. Nuestro destino era El volcán, un lugar medio perdido en la provincia de San Luis. No era cerca de Merlo donde yo solía ir con mi abuela dos veranos atrás. La emoción era enorme y sabía que en algún momento vendrían las verdaderas ganas de empezar. 
Era el primer viaje largo que hacía fuera de casa sin ningún familiar y eso me generaba una gran expectativa.  Como dije, el micro partió por la madrugada y antes de ir caminando con mi padre desde nuestro edificio hasta la calle Necochea que era de donde salíamos, me despedí de Diana, una gatita cachorra que habían traído a casa pocos meses antes. Algo en el estómago me daba cierto vértigo, como si se cocina algo funesto en lo porvenir. 
Hacia la noche, después de un largo y olvidable viaje por rutas argentinas, llegamos a nuestro destino. Todos un poco dormidos, cansados, nos bajamos del micro para emprender una rápida instalación en el campamento. Aún no puedo recordar el nombre del lugar donde acampamosy es dificil identificarlo con los datos que google me proveé, pero era muy cerca del centro del Volcán. 
Poco es lo que recuerdo de ese campamento, no sé bien por qué. El lugar no era super guay, parecía que la recesión había llegado para todos o que no habían investigado muy bien el lugar a donde ibamos. Quiero decir, que no es que fuera feo, pero todo parecía muy chiquito. Un mini pueblito que por lo que veo sigue igual a enero de 1995, con un arroyito en las cercanías y muy pocas sierras bajas. 
Fue un campamento relativamente tranquilo, con los accidentes habituales como por ejemplo Lucas Magic que se rebanó medio dedo índice  con su navaja o yo que me metí en un arroyo en patas, un día que las aguas bajaban turbias y me clavé un pedazo de vidrio en la pata. Fue una herida menor pero recuerdo que tenía miedo de haberme contagiado el Sida por eso. Aún se vivían tiempos de paranoia y falta de información o al menos en lo que a mi enseñanza respecta claro. Pero una botella rota hundida en el fondo de un arroyo dificilmente contagie algo más que un corte feo y de largo sangrado. 
Poco después de este incidente pasó algo que en su momento me pareció terrible, pero que luego con el tiempo pude reelaborar mejor. Una noche estábamos sedientos de historias de terror y yo no tuve mejor idea que ponerme a contar historias en la carpa, mientras debíamos dormir. La temática era algo así sobre unas marionetas asesinas y algo sexuales. No recuerdo detalles pero mis compañeritos lobatos se mataban de risa y yo me sentía el pibe más popular por aquella boludez. No así los dirigentes que me pescaron haciendo esa tonteria, sobre todo el viejo y querido Balú, ese muchacho que tendría veintipocos pero que a mi me parecía un adulto hecho y derecho. Me sacó de la carpa y me puso cinta en la boca mientras se me caían algunas lágrimas, cosa bastante humillante y agresiva pero bueno... el muchacho no encontró otra forma de hacerme entrar en razón. 
Ojo, a mí Balú me caía super bien, era por lejos mi dirigente preferido. Akela, que en esta ocación era una señora era como una segunda madre, y Bagheera era un muchacho bastante canchero y divertido. Ahora que lo pienso los roles estaban invertidos, pero en fin... En este caso Balú era el chabon que nos ponía en vereda. A mí ya me había dejado sin merendar el año anterior en que una tarde hice un chiste desubicado en medio del agradecimiento por los alimentos. Dije una desubicación sobre los niños pobres o algo así y todos los pibes se mataron de risa, pero Balú me llevó adentro del cubil me pegó un reto y me dejó sin merienda. En ese momento me parecía injusto, hoy no lo veo tan mal. Está bien, a veces así es la única forma de aprender que con ciertas cosas no se jode... Algo que a los pibes de hoy en día les falta un montón, alguien que les diga no, con eso no. 
Tengo el recuerdo patente de una noche en que estábamos jugando algo de buscar unas pistas en la oscuridad y no se que catzo... Y nosotros íbamos por entre los bosquecitos del camping, alumbrando con nuestras endebles linternitas Eveready cuando en una de esas lo veo a Balú chapando en medio de la noche con una de las dirigentes. De aquella chica no recuerdo el nombre pero si que me parecía muy linda, una petisa de pelo corto negro y ojos claros... En fin... Balú era mi ídolo. 
Llegando hacia el final del campamento me pasó otra cosa, una verdadera cagada, literal. Algo, quizás el agua del lugar o no sé que carajo, me cayó mal y entré en una larga y prolongada cagadera que no se me terminaba más. 
La cosa verdaderamente me jodió, porque casi no podía hacer las actividades normales, amén que me hacían arroz todos los días. Pero no había caso, estaba hiper descompuesto y en una de esas me llevan a la Ciudad Capital de San Luis, al hospital público de allí. El médico no sé que nos dijo, creo que me recetó pastillas de carbón y dieta astringente. Luego fui al baño a hacer lo mío y de pronto veo que Akela viene con una señora de maestranza del hospital que no se que truco me hace con una soga que apuntaba a mi estómago. Tomaba unas medidas que terminaban en mi ombligo. Nunca entendí de que trataba esa extraña hechicería, pero en definitiva fue inofensiva, yo seguí igual hasta el final del campamento. Si recuerdo que no tenía plata y que alguien (perdón pero no recuerdo quien) me regalo unas palmeritas para que le llevara a mi familia. Un hermoso gesto, pero que yo lamentaba no poder comermelas. 
La última noche hicimos el famoso fogón de fin de campamento, donde cada rama, Lobatos, Scouts, Raiders y Rovers hacían diferentes interpretaciones, desde canciones, actuaciones y esas cosas divertidas. Uno de los Rovers, de los chicos más grandes, un tal Alexis (que con los años se convertiría en mi profe de guitarra, aunque esa es otra historia) hizo una especie de poema que recitó donde contaba las penurias de aquel campamento. Recuerdo literal esta frase: Los Lobatos con su cagadera... todos se mataron de risa pero a mi me fastidió. Cuando terminó el fogón lo busqué a Alexis con quien nunca había hablado hasta ese momento y le dije... ¿Por qué dijiste eso de los Lobatos? Sólo yo tengo cagadera. Recuerdo que me miró sorprendido y se alejó sin nada más que agregar, excepto una leve sonrisa. 
Cuando volvimos a Buenos Aires solo estaba mi viejo que me vino a buscar. Le contaron lo que me había pasado y mi viejo les agradeció por cuidarme. Ese mismo día o al día siguiente me llevó a Mar del Plata donde ya estaban mi vieja y mi hermano esperandonos. A los pocos días de estar en Mardel la cagaderá cesó tan de golpe como había comenzado. ¿Nervios? ¿Quien sabe? Solo sé que aquella experiencia de mi primer campamento de verano con los Scouts me dejaría huellas imborrables en muchos aspectos de mi vida. Y sobre todo aquella canción que cantamos todos la última noche alrededor del fuego, donde decíamos que no es más que un hasta luego, nos es más que un breve adiós... muy pronto junto al fuego nos reuniremos... Que linda época.