lunes, 17 de mayo de 2021

Lo que viene de allá, lejos


Me desperté llorando y empapado en transpiración. El cuarto estaba muy oscuro, ella se movió en la cama a mi lado. Me preguntó medio dormida que pasaba. Le dije que nada, que había tenido una pesadilla en la que soñaba con el día en que nos conocimos; pero entonces había una invasión alienígena donde caían como bolas de fuego y ella moría fulminada en mis brazos. Y después de eso tuve un sueño dentro del sueño, donde era chico y caminaba con mi papá por mi viejo barrio, y recordaba como unos misteriosos rayos caían del cielo y mi viejo moría paralizado por uno de estos extraños lásers. Entonces fue que me agarró una tremenda angustia y desperté así.

Ella se quedó callada, no sé si porque se quedó dormida o pensando.

—Bueno amor, fue una pesadilla nomás, volvé a dormir. O tomate un vasito de agua— Me dijo compasiva.

La miré en la oscuridad, y la noté más mayor, despeinada y cansada. Me acordé del sueño, y de esa imagen de ella, cuando teníamos veintipico de años. En ese entonces teníamos mucha más sensualidad y onda para vestirnos.

La besé en la frente y me levanté a mirar por la ventana. Era una noche sin luna, pero el cielo estrellado del campo es algo difícil de superar. Miles y miles de estrellas, galaxias apenas perceptibles, y los planetas más cercanos hacían del cielo un verdadero ballet cósmico.

Salí de la casa, para poder ver mejor el cielo estrellado. Por suerte todo había sido un sueño. Quizás el estrés del trabajo me afectó más de lo que pensaba. Pero estas vacaciones en la casa de campo de sus padres, en las afueras de 9 de julio, eran propicias para calmarse y descansar.

Me encontraba absorto cuando vi un fulgor extraño en el cielo y, de repente, una de las estrellas del cielo se movía, haciéndose cada vez más grande. Apenas tuve tiempo de agacharme por mero reflejo, y BUM! cayó un meteorito muy cerca de la casa. Fue todo un flash de un segundo, pero mientras me agachaba y cerraba los ojos, sentí una leve vibración en el suelo, un clamor como si se tratara de una bomba de estruendo.

Entré a la casa a ver si ella estaba bien. Me preguntó que pasaba, y le dije que algo había caído cerca de la casa.

—Quizás en el bosque del fondo que está pasando la cerca de la casa.

—Bueno, volvamos a dormir, me dijo.

Pero yo estaba determinado a inspeccionar el suceso. Nunca había visto un meteorito recién caído. Agarré la linterna del cajón de mi mesita de luz, me puse unas zapatillas y salí a investigar el inusual suceso.

Cuando estaba cruzando el jardín rumbo al bosque, sentí la voz de ella que me llamaba, mientras se acercaba hacia mí. Se aferró a mi brazo derecho y me dijo que tenía miedo de quedarse sola en la casa. Hacía mucho que no se aferraba así a mí, porque en verdad, no veníamos muy bien que digamos.

Por mi parte, yo apenas podía creer que algo hubiese caído del cielo, a poco de soñar con cosas similares. Ella me rogó que volviéramos a la casa, pero algo en mí necesitaba ver. Era mi única chance de tener algo de aventura en mis aburridas vacaciones campestres.

De repente, empezamos a encontrar árboles caídos, rotos o semi quemados. Había olor a madera quemada y a pelo chamuscado.

Llegamos hasta el hoyo. Era de cinco metros por siete, aproximado. En el interior del cráter, encontramos una refulgente piedra ambarina. Emanaba una luz latente y difícil de definir. Me acerqué a ver, pero ella me agarró de la manga y me dijo que me acordara del cuento “Ese”. Que ni me acercara a ese fulgor o me pudriría en vida. Recordé la referencia y me agarró tal julepe, que decidí darle la razón.

Dimos media vuelta y encaramos rápido hacia la casa. Mientras caminábamos por el bosque, me di vuelta para ver el cráter, algo me llamó la atención de ahí, y no pude dejar de mirar.

Mientras trataba de no caerme al suelo, el fulgor del cráter se iba apagando. Y antes de perderlo de vista por completo… no sé si fue mi imaginación que ve cosas en la oscuridad… me pareció ver una sombra que emergía de allí, una sombra que se movía rápido por el bosque.

No quise decirle nada a ella, que es muy asustadiza, y creo que por ver muchas películas de terror. Sin embargo, la agarré de la mano porque la necesitaba y empecé a correr como endemoniado hacia la casa. Ella no paraba de preguntarme que pasaba, que había visto, le dije que nada, pero que había que rajar de ahí lo antes posible.

Al fin llegamos a la puerta de atrás. Quise abrir y no pude, parecía cerrada. Creo que me estaba por hacer pis encima. Ella a mi lado no paraba de insistir nerviosa, preguntándome que era lo que pasaba. Entonces, en medio de ese forcejeo, pude abrir la maldita puerta y nos metimos. Cerré con llave, y le pedí que hiciera lo mismo. Como no cooperaba e insistía en preguntarme sobre lo que pasaba, le dije que básicamente me había parecido ver una sombra que se movía en el bosque, y de forma muy rápida. Ella se puso más blanca de lo que ya es, y se quedó paralizada. Di un pequeño grito y le dije que se moviera, ¡vamos! Entonces reaccionó y se puso a cerrar puertas y ventanas.

Luego, nos quedamos mirando desde adentro, por todas las ventanas, a ver si aparecía algo ahí afuera. Ella casi no podía hablar. Me acerqué para abrazarla, pero estaba en tal estado de shock que disparaba chispas de la tensión. Quizás la había asustado inútilmente. Quizás había sido mi imaginación, mis inconfesables ganas de haber visto algo que se movía. Se lo dije, se lo expliqué. Le dije que tratara de calmarse. Entonces se dio vuelta, mi miró con esos ojos hermosos, celestes y nostálgicos como el mar que la vieron nacer, y entonces la besé sin más.

Me acordé del sueño, de la terraza, nuestro primer beso, y recordé que la amaba, a pesar de los años que hacía que estábamos juntos, y de que a veces uno se acostumbra al otro, y entonces entra en una rutina, de a poco se pierde el deseo. Pero más allá de todo eso, yo aún la amaba.

Le dije que volviéramos a la cama, que todo había sido un susto nomás. Pero ella todavía tenía miedo. Sugirió llamar a la policía, pero le dije que no era delito que cayeran meteoritos en el campo. Era de lo más habitual y común. Además nadie se iba a molestar en venir hasta ahí por tan poca cosa. Ella me dijo que quería volver a Buenos Aires. Que extrañamente se sentía más segura allá, en medio de ese loquero, que en la soledad del campo. Aunque yo me quería quedar, le dije que tenía razón y que mañana al mediodía nos volvíamos.

Nos acostamos, y de a poco nos fuimos quedando dormidos mientras hablábamos cada vez de cosas menos importantes. Mientras la abracé haciendo “cucharas” me relajé y mis ojos se fueron apagando de a poco. En esos parpadeos, lo veo al Gris, parado afuera de la ventana. Mirándonos con esos ojos negros como botones, brillantes y ovalados. Sin expresión. Sin rencor. Simplemente, un ser curioso observándonos. Y pienso que siempre estuvo ahí, observando, desde mi infancia, ese ser incomprensible y gris.

Al final me dormí. Pensado en ella. Pensando en su nombre, pensando… ¿su nombre? ¿Cuál era?

 


Escrito en febrero de 2017.

martes, 11 de mayo de 2021

El cerebro de Brocua

Brocua Pablo, (o "Paul", "Pablito", "Pablex", "Pablada", "Paddelwatch", y un largo etcétera dependiendo de la persona que lo trate), sintió que esa mojarrita se le escapaba de la mano en aquella fría madrugada de domingo por la rambla de los pescadores de Costanera norte. 

Los bagres milenarios del río antiguo, serpenteaban por el barro marmolado del Plata, desde tiempos inmemoriales. El registro de la pesca con mosca, mojarrita o gusanos y demases, quedó impregnado en sus pequeños cerebros. Pero esto Pablo no lo sabía e insistió con el viejo truco. Se encargó de secarse bien las manos y hacer bien las cosas desde el principio. ¿Acaso se dejaría vencer por un ictiandro de un río barroso? No lo podía permitir. 

Mientras preparaba la carnada, algunos bagres saltaron frente a él, como burlándose de su desconcierto. Sin ton ni son, Pablada pensó que lo mejor sería armarse uno con el alba, que ya despuntaba solemne allí por el este y así calmar su ansiedad típica de porteño impaciente, neurótico, precoz. 

Las primeras secas a su "tempranillo" lo dejaron de tal manera colocado que de repente sintió que se elevaba junto con el astro frente suyo. Aquella estrella mediana a la cual nadie le pidió que apareciera pero aún así ella insiste en su nombre masculino y en hacernos creer que le debemos la vida, o al menos eso pensaba Pablín mientras miraba encandilado como el Sol asomaba por sobre el chocolatoso Río de barro y sedimentos. Acto seguido, procedió a tirar la tuca al río diciendo en voz alta:

"Pa' los duendes... o pa' las nereidas... o pa' lo que sea que haya en ese caldo, si es que hay algo..." y luego escupió un sonoro y despreciativo gorgojo de moco mañanero que cayó girando hasta hacer "plop".   

Pensaba en volver a su casa a dormir cuando un sonido que venía de allí abajo le detuvo, como si fuera un PLOP-PLOP, húmedo y asfixiado. Exactamente como un pez fuera del agua. Pablada se asomó intrigado y ahí lo vio como salido de una película clase b. Estaba recostado sobre un tablón flotante. Parecía muerto. Sus escamas encandilaron sus ojos por el reflejo de los inminentes rayos del Sol naciente. 

Paul buscó una manera de llegar allí y la encontró. Descubrió una pequeña escalerita de piedra del lado del río que bajaba de forma tímida hacia el caldo de cultivo amazónico. Y haciendo uso de su larga caña pudo ensartar al extraño ser brillante y traerlo hacia sí. 

Pablada nunca había visto nada como eso. Buscó la forma de subirlo pero el hombre, o el pez, o lo que fuera que fuese, parecía no querer alejarse de su elemento. Solo hacía un desagradable y molesto sonido de sopapa con la boca. Lo que se conoce como una "boqueada de pez". Los ojos eran redondos y estaban casi ubicados en lo que sería la sien de una persona. Ojos marrones, orejas branquiales, branquias por detrás de las orejas, escamas en todo el cuerpo aceitoso y marrón. Unos bigotes típicos de bagre y una mirada profunda que le pedía compasión a un Pablex a cada momento más confundido y desorientado. 

Paddlewatch buscó ayuda con la mirada pero no había nadie, toda la costanera estaba desierta y ahora había llegado a uno de esos momentos de la vida donde no quedaría otra que tomar un decisión importante, una decisión que acarrearía consecuencias para terceros, decidiera lo que decidiese. Y no había escapatoria ni vuelta atrás. ¿Las opciones? O dejarlo allí a la deriva y adjudicar todo el asunto a la psicodélica mañana porteña, o avisar a las autoridades de que había un ser imposible, un anfibio, el eslabón perdido entre los peces y los humanos. El hombre-pez, o mejor dicho, "El Hombre Bagre". ¿Sería el famoso rey Bagarto? ¿Quien podía saberlo? Claramente Pablo Brocua no. Él apenas sabía para qué había venido a este mundo y a cada cumpleaños que pasaba se sentía más perdido que nunca. ¿Pero ahora que hacer? Porque la situación moral exigía una acción de parte suya. Él, que no se sentía un hombre de acción. Odiaba eso... y ahora entonces...

El hombre bagre lo agarró del cuello y lo miró fijo. Pablo se perdió en la profundidad de esos ojos marrones, ojos milenarios, ojos que habían visto seres monstruosos en las profundidades más abisales del Río de la Plata, esos ojos que habían divisado la llegada de las primeras carabelas españolas fondeando frágiles la inmensidad que se los tragaría para siempre. Esa inmensidad que los españoles no supieron manejar y que al final fue su ruina. Esos ojos que observaron la llegada de las flotas inglesas y francesas y como fueron detenidos por los criollos con cadenas. Esos ojos que vieron submarinos nazis entrar y ya no volver a salir nunca más. El río se los tragó a todos ellos. Porque los bagres rigen estas aguas desde tiempos prehistóricos y llegó la hora de que recuperen su reino. 

Eso es lo que al final comprendió Brocua en su último respiro. La mente de Pablo voló, pero el cerebro de Brocua quedó en su lugar. Lo último que vió fue su figura, soltándolo en el río mientras se retiraba y subía los escalones de piedra con una mirada perdida pero profunda. Mientras a él, las aguas marrones lo engullían para siempre. 

sábado, 1 de mayo de 2021

A Rodolfo García, batero de Almendra

Rodolfo García nació en Buenos Aires en 1946. A lo largo de su fructífera carrera ha sido batero de Almendra, La Nebbia's Band, Aquelarre, Tantor y también de bandas como Los Larkings, donde por su intermediación fue incorporado un pre adolescente Spinetta para cantar en algunos temas. Luego, formarían junto a otros dos chicos del barrio y del colegio (Belgrano, el colegio San Román), una de las bandas más icónicas y cuasi fundacionales del rock argentino. 

Almendra fue la primera banda que me llamó la atención de todas las que tuvo Luis. Corrían los inicios del año 1997, y yo estaba en primer año de la secundaria. Esos primeros años formativos en cuanto a gustos personales que irán definiendo tu personalidad, gustos y forma de ser para el resto de tu vida. "La educación sentimental" vino en casa de la mano de los discos de mi viejo y mi hermano mayor. Pero una tarde de ese año en que todos decíamos escuchar tal o cual cosa, una canción resonó en mi cabeza. Fermín. Entonces le pregunté a mi vieja de quien era ese tema que decía algo de "las manos de Fermín". Ella sin vacilar me dijo está en el disco de Almendra ese que tiene un tipo con una sopapa en la cabeza. Listo! Busqué el disco y escuché en principio el tema ese. Pero luego me dio por escuchar todo el disco y me voló la peluca. En breve, Almendra se constituyó, junto a The Beatles que ya me gustaban de pibe, en mi banda cabecera. Y yo sin saber la relación intrínseca que hay entre ambas bandas. 

Un día, ahorrando plata con la que iba al colegio, me compré el cd, porque era importante para mí tener mi propio disco, por más que en casa estuviera el vinilo. Este cd lo podía escuchar en mi pieza cuando se me cantara. Y bueno, en mi caso, mis primeros años formativos estuvieron muy influenciados por los discos que ya había en casa. Pero como yo estaba en pleno formato cd, la compra de muchos discos que en casa estaban en vinilo se justificaban aunque más no sea por un tema de formatos, pero también de apropiarme de toda esa música que en definitiva no tenía que ser la música de mis viejos o hermano. Yo sentía que podía hacerla mía sin deberle nada a nadie. Porque la música no es de nadie y es de todos. 

Cuando llevé el cd al colegio porque me lo acababa de comprar, uno de mis compañeros, que había tomado al punk como modelo musical de vida, me dijo mirando la foto de la contratapa donde se los veía de espaldas a los Almendra tocando en un escenario bastante precario en 1969 o 1970, "me gusta la onda del batero, que tiene una batería con los cuerpos mínimos". En definitiva, mi compañero punkie, que suelen odiar a todo lo que no fuera punky, elogiaba la onda sobria y casi económica del baterista de Almendra. Claro que musicalmente no le gustaba, pero me alegró que ponderara al querido Rodolfo García, que para mí era un capo. Sólo por ser el batero de mi banda preferida. 

Ese mismo año y yo casi sin saberlo, Spinetta tocaba en Miami, dando el concierto para la MTV Unplugged. El recital saldría en un cd llamado Estrelicia. Allí, el flaco desempolva un viejo tema inédito del viejo Almendra, La miel en tu ventana. Una hermosa canción de amor, y que me atrevo a decir es más bella que la icónica Muchacha Ojos de Papel. Para tocar este tema invita a "una persona derecha como pocos, y que siempre me va a guiar, alguien a quien amo, Rodolfo García, batero de Almendra". Así lo presenta a su ex compañero de banda, quien en esta ocasión toca el acordeón. 

https://www.youtube.com/watch?v=_WHAl02ksq4

Pasó el tiempo y yo fuí descubriendo muchas otras bandas, de Spinetta y de otros varios, y Almendra fue quedando un poco atrás, pero nunca me dejó de gustar ni la dejé de escuchar. Cuestión, que en el año 2005, había unas muestras de percusión que organizaba el gobierno de la ciudad (porque hubo vida antes de que el Pro se apropiara de la ciudad) que estaban muy copadas. Al parecer, Rodolfo García ocupaba un cargo en el sector de cultura de la ciudad en ese momento y resultó que cuando llegamos (yo estaba con mi hermano y sus amigos), García estaba allí, en la entrada del lugar (que ya no recuerdo donde fue... ¿habrá sido en el Ecunhi?)

Lo veo ahí parado, bajito, con su larga cabellera ya canosa. Lo codeo a mi hermano y le señalo muy emocionado que ahí está Rodolfo García. Le menciono, no sé por qué, a mi hermano que Rodolfo leía a J Krishnamurti, siendo que de seguro lo habría leído en algún libro o revista sobre Spinetta. Entonces me acerco al baterista y le tiendo la mano, diciéndole "Hola maestro, capo, genio", no recuerdo. El me saludó sorprendido pero afable. Mi hermano se acercó por su parte y lo saludó, mientras le dijo descaradamente, "¿Cómo anda capo? ¿Sigue leyendo a Krishnamurti?". Rodolfo se quedó obnubilado ante esta extraña pregunta y le respondió a mi hermano "Je, si, a veces..."

Luego nos fuimos hacia los eventos y no lo vimos más. No podía creer que mi hermano le preguntara algo tan raro a Rodolfo García, pero el tipo siempre tranquilo y buena onda. 

En el 2009 lo vi en el concierto de las bandas eternas, en la reunión de Almendra y los amé, a los cuatro. Deseo adolescente cumplido. Zackkkkkkkkk!

Finalmente, el 23 de enero del 2020, cuando se cumplían 70 años del nacimiento del flaco, se hizo un recital en el Konex. Allí lo ví por última vez, y me sorprendió lo bien que seguía dándole a los parches siendo que tenía setenta y pico de años y la batería es uno de los instrumentos (si no el más) exigido en cuanto a lo físico. Lo noté un poco gordito y cansado, pero contento de estar en la batería. Menciono los detalles porque ese día me fui tempranito y quedé posicionado bastante cerca del escenario. Me gustó y disfruté mucho verlo tocar "Toma el tren hacia el sur", canción que casi nunca habían tocado en vivo.  

Para mi, un Señor Batero como pocos, con mucho groove e icónico, maestro de nuestro querido rock argentino, y en ese sentido, un verdadero prócer de nuestra música y cultura. Un gran abrazo maestro, hasta siempre!!