Me desperté llorando y empapado en transpiración. El cuarto
estaba muy oscuro, ella se movió en la cama a mi lado. Me preguntó medio
dormida que pasaba. Le dije que nada, que había tenido una pesadilla en la que
soñaba con el día en que nos conocimos; pero entonces había una invasión
alienígena donde caían como bolas de fuego y ella moría fulminada en mis brazos.
Y después de eso tuve un sueño dentro del sueño, donde era chico y caminaba con
mi papá por mi viejo barrio, y recordaba como unos misteriosos rayos caían del
cielo y mi viejo moría paralizado por uno de estos extraños lásers. Entonces fue
que me agarró una tremenda angustia y desperté así.
Ella se quedó callada, no sé si porque se quedó dormida o
pensando.
—Bueno amor, fue una pesadilla nomás, volvé a dormir. O
tomate un vasito de agua— Me dijo compasiva.
La miré en la oscuridad, y la noté más mayor, despeinada y
cansada. Me acordé del sueño, y de esa imagen de ella, cuando teníamos
veintipico de años. En ese entonces teníamos mucha más sensualidad y onda para
vestirnos.
La besé en la frente y me levanté a mirar por la ventana.
Era una noche sin luna, pero el cielo estrellado del campo es algo difícil de
superar. Miles y miles de estrellas, galaxias apenas perceptibles, y los
planetas más cercanos hacían del cielo un verdadero ballet cósmico.
Salí de la casa, para poder ver mejor el cielo estrellado.
Por suerte todo había sido un sueño. Quizás el estrés del trabajo me afectó más
de lo que pensaba. Pero estas vacaciones en la casa de campo de sus padres, en
las afueras de 9 de julio, eran propicias para calmarse y descansar.
Me encontraba absorto cuando vi un fulgor extraño en el
cielo y, de repente, una de las estrellas del cielo se movía, haciéndose cada
vez más grande. Apenas tuve tiempo de agacharme por mero reflejo, y BUM! cayó
un meteorito muy cerca de la casa. Fue todo un flash de un segundo, pero
mientras me agachaba y cerraba los ojos, sentí una leve vibración en el suelo,
un clamor como si se tratara de una bomba de estruendo.
Entré a la casa a ver si ella estaba bien. Me preguntó que
pasaba, y le dije que algo había caído cerca de la casa.
—Quizás en el bosque del fondo que está pasando la cerca de
la casa.
—Bueno, volvamos a dormir, me dijo.
Pero yo estaba determinado a inspeccionar el suceso. Nunca
había visto un meteorito recién caído. Agarré la linterna del cajón de mi
mesita de luz, me puse unas zapatillas y salí a investigar el inusual suceso.
Cuando estaba cruzando el jardín rumbo al bosque, sentí la
voz de ella que me llamaba, mientras se acercaba hacia mí. Se aferró a mi brazo
derecho y me dijo que tenía miedo de quedarse sola en la casa. Hacía mucho que
no se aferraba así a mí, porque en verdad, no veníamos muy bien que digamos.
Por mi parte, yo apenas podía creer que algo hubiese caído
del cielo, a poco de soñar con cosas similares. Ella me rogó que volviéramos a la
casa, pero algo en mí necesitaba ver. Era mi única chance de tener algo de
aventura en mis aburridas vacaciones campestres.
De repente, empezamos a encontrar árboles caídos, rotos o
semi quemados. Había olor a madera quemada y a pelo chamuscado.
Llegamos hasta el hoyo. Era de cinco metros por siete,
aproximado. En el interior del cráter, encontramos una refulgente piedra
ambarina. Emanaba una luz latente y difícil de definir. Me acerqué a ver, pero
ella me agarró de la manga y me dijo que me acordara del cuento “Ese”. Que ni
me acercara a ese fulgor o me pudriría en vida. Recordé la referencia y me
agarró tal julepe, que decidí darle la razón.
Dimos media vuelta y encaramos rápido hacia la casa.
Mientras caminábamos por el bosque, me di vuelta para ver el cráter, algo me
llamó la atención de ahí, y no pude dejar de mirar.
Mientras trataba de no caerme al suelo, el fulgor del cráter
se iba apagando. Y antes de perderlo de vista por completo… no sé si fue mi
imaginación que ve cosas en la oscuridad… me pareció ver una sombra que emergía
de allí, una sombra que se movía rápido por el bosque.
No quise decirle nada a ella, que es muy asustadiza, y creo
que por ver muchas películas de terror. Sin embargo, la agarré de la mano
porque la necesitaba y empecé a correr como endemoniado hacia la casa. Ella no
paraba de preguntarme que pasaba, que había visto, le dije que nada, pero que
había que rajar de ahí lo antes posible.
Al fin llegamos a la puerta de atrás. Quise abrir y no pude,
parecía cerrada. Creo que me estaba por hacer pis encima. Ella a mi lado no
paraba de insistir nerviosa, preguntándome que era lo que pasaba. Entonces, en
medio de ese forcejeo, pude abrir la maldita puerta y nos metimos. Cerré con
llave, y le pedí que hiciera lo mismo. Como no cooperaba e insistía en
preguntarme sobre lo que pasaba, le dije que básicamente me había parecido ver
una sombra que se movía en el bosque, y de forma muy rápida. Ella se puso más
blanca de lo que ya es, y se quedó paralizada. Di un pequeño grito y le dije
que se moviera, ¡vamos! Entonces reaccionó y se puso a cerrar puertas y ventanas.
Luego, nos quedamos mirando desde adentro, por todas las
ventanas, a ver si aparecía algo ahí afuera. Ella casi no podía hablar. Me
acerqué para abrazarla, pero estaba en tal estado de shock que disparaba
chispas de la tensión. Quizás la había asustado inútilmente. Quizás había sido
mi imaginación, mis inconfesables ganas de haber visto algo que se movía. Se lo
dije, se lo expliqué. Le dije que tratara de calmarse. Entonces se dio vuelta,
mi miró con esos ojos hermosos, celestes y nostálgicos como el mar que la
vieron nacer, y entonces la besé sin más.
Me acordé del sueño, de la terraza, nuestro primer beso, y
recordé que la amaba, a pesar de los años que hacía que estábamos juntos, y de
que a veces uno se acostumbra al otro, y entonces entra en una rutina, de a
poco se pierde el deseo. Pero más allá de todo eso, yo aún la amaba.
Le dije que volviéramos a la cama, que todo había sido un
susto nomás. Pero ella todavía tenía miedo. Sugirió llamar a la policía, pero
le dije que no era delito que cayeran meteoritos en el campo. Era de lo más
habitual y común. Además nadie se iba a molestar en venir hasta ahí por tan
poca cosa. Ella me dijo que quería volver a Buenos Aires. Que extrañamente se
sentía más segura allá, en medio de ese loquero, que en la soledad del campo. Aunque
yo me quería quedar, le dije que tenía razón y que mañana al mediodía nos
volvíamos.
Nos acostamos, y de a poco nos fuimos quedando dormidos mientras
hablábamos cada vez de cosas menos importantes. Mientras la abracé haciendo “cucharas”
me relajé y mis ojos se fueron apagando de a poco. En esos parpadeos, lo veo al
Gris, parado afuera de la ventana. Mirándonos con esos ojos negros como botones,
brillantes y ovalados. Sin expresión. Sin rencor. Simplemente, un ser curioso
observándonos. Y pienso que siempre estuvo ahí, observando, desde mi infancia,
ese ser incomprensible y gris.
Al final me dormí. Pensado en ella. Pensando en su nombre,
pensando… ¿su nombre? ¿Cuál era?
Escrito en febrero de 2017.