martes, 11 de mayo de 2021

El cerebro de Brocua

Brocua Pablo, (o "Paul", "Pablito", "Pablex", "Pablada", "Paddelwatch", y un largo etcétera dependiendo de la persona que lo trate), sintió que esa mojarrita se le escapaba de la mano en aquella fría madrugada de domingo por la rambla de los pescadores de Costanera norte. 

Los bagres milenarios del río antiguo, serpenteaban por el barro marmolado del Plata, desde tiempos inmemoriales. El registro de la pesca con mosca, mojarrita o gusanos y demases, quedó impregnado en sus pequeños cerebros. Pero esto Pablo no lo sabía e insistió con el viejo truco. Se encargó de secarse bien las manos y hacer bien las cosas desde el principio. ¿Acaso se dejaría vencer por un ictiandro de un río barroso? No lo podía permitir. 

Mientras preparaba la carnada, algunos bagres saltaron frente a él, como burlándose de su desconcierto. Sin ton ni son, Pablada pensó que lo mejor sería armarse uno con el alba, que ya despuntaba solemne allí por el este y así calmar su ansiedad típica de porteño impaciente, neurótico, precoz. 

Las primeras secas a su "tempranillo" lo dejaron de tal manera colocado que de repente sintió que se elevaba junto con el astro frente suyo. Aquella estrella mediana a la cual nadie le pidió que apareciera pero aún así ella insiste en su nombre masculino y en hacernos creer que le debemos la vida, o al menos eso pensaba Pablín mientras miraba encandilado como el Sol asomaba por sobre el chocolatoso Río de barro y sedimentos. Acto seguido, procedió a tirar la tuca al río diciendo en voz alta:

"Pa' los duendes... o pa' las nereidas... o pa' lo que sea que haya en ese caldo, si es que hay algo..." y luego escupió un sonoro y despreciativo gorgojo de moco mañanero que cayó girando hasta hacer "plop".   

Pensaba en volver a su casa a dormir cuando un sonido que venía de allí abajo le detuvo, como si fuera un PLOP-PLOP, húmedo y asfixiado. Exactamente como un pez fuera del agua. Pablada se asomó intrigado y ahí lo vio como salido de una película clase b. Estaba recostado sobre un tablón flotante. Parecía muerto. Sus escamas encandilaron sus ojos por el reflejo de los inminentes rayos del Sol naciente. 

Paul buscó una manera de llegar allí y la encontró. Descubrió una pequeña escalerita de piedra del lado del río que bajaba de forma tímida hacia el caldo de cultivo amazónico. Y haciendo uso de su larga caña pudo ensartar al extraño ser brillante y traerlo hacia sí. 

Pablada nunca había visto nada como eso. Buscó la forma de subirlo pero el hombre, o el pez, o lo que fuera que fuese, parecía no querer alejarse de su elemento. Solo hacía un desagradable y molesto sonido de sopapa con la boca. Lo que se conoce como una "boqueada de pez". Los ojos eran redondos y estaban casi ubicados en lo que sería la sien de una persona. Ojos marrones, orejas branquiales, branquias por detrás de las orejas, escamas en todo el cuerpo aceitoso y marrón. Unos bigotes típicos de bagre y una mirada profunda que le pedía compasión a un Pablex a cada momento más confundido y desorientado. 

Paddlewatch buscó ayuda con la mirada pero no había nadie, toda la costanera estaba desierta y ahora había llegado a uno de esos momentos de la vida donde no quedaría otra que tomar un decisión importante, una decisión que acarrearía consecuencias para terceros, decidiera lo que decidiese. Y no había escapatoria ni vuelta atrás. ¿Las opciones? O dejarlo allí a la deriva y adjudicar todo el asunto a la psicodélica mañana porteña, o avisar a las autoridades de que había un ser imposible, un anfibio, el eslabón perdido entre los peces y los humanos. El hombre-pez, o mejor dicho, "El Hombre Bagre". ¿Sería el famoso rey Bagarto? ¿Quien podía saberlo? Claramente Pablo Brocua no. Él apenas sabía para qué había venido a este mundo y a cada cumpleaños que pasaba se sentía más perdido que nunca. ¿Pero ahora que hacer? Porque la situación moral exigía una acción de parte suya. Él, que no se sentía un hombre de acción. Odiaba eso... y ahora entonces...

El hombre bagre lo agarró del cuello y lo miró fijo. Pablo se perdió en la profundidad de esos ojos marrones, ojos milenarios, ojos que habían visto seres monstruosos en las profundidades más abisales del Río de la Plata, esos ojos que habían divisado la llegada de las primeras carabelas españolas fondeando frágiles la inmensidad que se los tragaría para siempre. Esa inmensidad que los españoles no supieron manejar y que al final fue su ruina. Esos ojos que observaron la llegada de las flotas inglesas y francesas y como fueron detenidos por los criollos con cadenas. Esos ojos que vieron submarinos nazis entrar y ya no volver a salir nunca más. El río se los tragó a todos ellos. Porque los bagres rigen estas aguas desde tiempos prehistóricos y llegó la hora de que recuperen su reino. 

Eso es lo que al final comprendió Brocua en su último respiro. La mente de Pablo voló, pero el cerebro de Brocua quedó en su lugar. Lo último que vió fue su figura, soltándolo en el río mientras se retiraba y subía los escalones de piedra con una mirada perdida pero profunda. Mientras a él, las aguas marrones lo engullían para siempre. 

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