viernes, 24 de marzo de 2023

Nunca más



Recordar como corresponde el 24 de marzo es parte de nuestra obligación como argentinos. No volver la vista a otro lado, no hacernos los boludos, hacernos cargo de que pasó, que hubo una dictadura que desapareció gente, no olvidar jamás.

Tampoco minimizar los hechos, bajarle el precio al asunto. Es una canallada que no nos podemos permitir como joven sociedad, sobre todo si no queremos estar supeditados a cometer los mismos crímenes. Somos un país bastante pacífico, no volvamos a intentar ser otra cosa.

La amnistía sólo es posible si los responsables de haber tomado el estado y haber cometido crímenes de lesa humanidad van presos. La justicia no puede ser nunca parcial.

Recordar a las víctimas del terrorismo de estado tiene un claro mensaje, no importa quien ande calzado fuera de la ley, a aquellos ya se les ajustarán las debidas cuentas, pero siempre dentro de la ley. Todo eso no puede significar nunca pero nunca tomar el estado por mano propia y hacer abuso de poder sembrando un estado de terror hacia toda la sociedad.

Recordar a las víctimas porque más allá de lo que hicieran o no, todos fueron condenados sin juicio, vulnerados sus derechos como personas y convertidos así, por la crueldad de su brutal desaparición, en mártires que sólo pueden ser odiados o desligitimizados por sus verdugos, todo el resto es carton pintado y opinan por boca de jarro. 

Nunca más permitir que un grupo de desenfrenados, mandados por el Imperio, vuelvan a tomar nuestras instituciones, el estado es nuestro y no de unos pocos que quieren saltearnos apelando a la ilegalidad. Dentro de la ley todo, fuera nada. 

Por eso, para recordar la nefasta ocasión, recordarla en su justa dimensión para que nunca más vuelva a pasar. 

Nunca Más

lunes, 20 de marzo de 2023

Las arañas y yo



Ser aracnofóbico no parece ser un problema mayor. Muchas personas tienen miedos patológicos a cosas peores y mucho más paralizantes que temerle a un simple arácnido. Tener miedo a subir en ascensor, a la oscuridad, a los espacios cerrados, a los abiertos, a las personas o simplemente salir a la calle me parecen fobias mucho peores. 

Ahora bien, no por eso vamos a  minimizar el hecho de que a alguien le espanten las arañas- a ver, son bichos bastantes fuleros, tienen muchos ojos, demasiadas patas, hacen telarañas que salen de sus traseros y en sí es algo asqueroso, algunas son peludas, algunas pican y algunas tienen una variedad de colores muy perturbadora. Ya sé que las menos son venenosas y mortales, ya sé que cumplen con un rol en el ecosistema (como todos) y que blablabla, pero bueno. Es un bicho que me produce más aversión que las cucarachas (que son asquerosas) y las ratas (que dan miedo por alguna cuestión histórica o del inconsciente colectivo). Pero las arañas son feas, parecen venidas de otro planeta, me hacen acordar al bicho ese de Alien que se te pega en la cara y básicamente, cualquier bicho con muchas patas largas es perturbador. 

Hecha esta aclaración debo decir que lo mío es más una importura que otra cosa. Es cierto que desde chico les he temido y si estaba al alcance de mi coraje solía matarlas para sentirme más seguro. Pero hace un tiempo he venido pensando en el asunto y he cambiado de óptica. Realmente es una crueldad matar un bicho solo por miedo. Es algo que habla bastante de nosotros los humanos en general y debe de ser una de nuestras peores características. En lo personal he decidido dejar de lado matanzas innecesarias de arácnidos. El otro día mismo, vi una entre los libros y era lo suficientemente grande para ser aniquiliada. A las chiquitas hace tiempo que las dejé en paz. Pero vi que tenía miedo de mí, más que yo de ella. La toqué un poco con un libro y se notaba que el bicho se sentía acorralado, no tenía a donde ir. En verdad me dio pena y la dejé en paz. Entendí que es lo más sensato, no sólo con los arácnidos que siguen sin gustarme, sino con las cosas que me desagradan en general. No confrontarlo, sino simplemente dejarlo ir. Así como no van a desaparecer las arañas por más que las mate cuando vea una, lo mismo las cosas de la vidad en general, siento que pasa exactamente lo mismo.

PD: Ante la pregunta recurrente de si odio al hombre araña la respuesta es no, para nada, veo todas sus películas y me entretiene bastante. Pero de todos modos me parece un goma total y no sería de mis superhéroes preferidos. Aunque su traje me parece bastante chévere, sobre todo por su combinación de colores. 

viernes, 17 de marzo de 2023

El chamán de Sarandí



Cuando esa tarde llegamos al parque Centenario nos dimos cuenta que, más allá de toda la gente que había dando vueltas como suele suceder un fin de semana, había algo mágico esperando por nosotros. En un costado del parque, lindero a lo que luego sería el anfiteatro, había una banda de heavy metal tocando casi exclusivamente para unos pocos aficionados. 

La banda en sí no era gran cosa, tocando clásicos de forma bastante amateur, el grupo agrupaba a un grupito bastante variopinto de amigos, novias, y algún que otro espectador psajero. Casi nadie se quedaba más de un tema o dos, siendo el género del gusto de unos pocos y sobretodo habiendo tantas cosas para hacer más allña de quedarse escuchando a una bandita de barrio. Pero hubo una situación bastante extraña que tiñó el simple momento con un halo de gracia y misterio que nos dejó alucinados.

Frente a la banda apareció un croto, un borracho de esos que ya son una postal tradicional de Buenos Aires. Éste hombre peculiar vestía una remera de Sarandí y se dedicaba a cubrir el evento con un baile demasiado estrambótico. Armado de una rama que habría encontrado caída por los alrededores arbolados del parque se dedicaba a acompañar la inbailable sonoridad del mini concierto con un baile completamente fuera de lugar. Una danza quebrada, atonal, frenética y sobretodo chamánica por los pases mágicos que metía. La situación era hilarante por lo desubicada pero completamente encantadora y atractiva porque convertía el hecho intrascendente de la banda en una de esas situaciones tan ilusiorias, tan fuera de sí , tan extravagante en un hecho totalmente fuera de sí, y que quedaría en nuestro recuerdo para siempre. 

No sé si este chamán de Sarandí sería consciente de lo que hacía, pero verlo danzar, pegar saltos desbocados, mover la ramita sobre el piso haciendo indescifrables dibujitos en el aire, hacían pensar que el espíritu de algún trasnochado Jim Morrison se había hecho dueño de un pobre loco borracho del conurbando creando una situación que solo se puede ver por estas latitudes. Por lo absurda, por lo extravagante y por lo ridícula pero fatalmente encontadora de toda la escena. Sumado al calor de la tarde, a la luz del Sol filtrada por las hojas de los árboles, los machaques de acordes de quinta de los metaleros, el baile del chamán me metió durante unos breves pero intensos minutos e una especie de trance zomba difícil de resistir. 

Hasta que chau! La conexión se cortó subimente y con mi amigo luego seguimos camino en nuestro paseo absurdo, un derrotero sin sentido, sin punto fijo, que nos llevaría por otros pagos olvidables, pero ese hecho mágico de haber presenciado al improvisado chamán de Sarandí dar sus pases mágicos como un saltimbanqui alucinado sería la comidilla de muchas futuras reuniones entre nosotros, hasta casi veinte años después, que aún seguimos recordando esa tarde como un momento único y mágico que perdurará en nuestro recuerdo por el resto de nuestras vidas. 

miércoles, 8 de marzo de 2023

Yuchán




Cuando era muy chico acompañé a mis viejos a un local alejado que parecía ser de unos amigos de ellos. Mis recuerdos al respecto son muy vagos y tenues, por lo que considero que esto debe haber sucedido a finales de los 80s o muy inicios de los 90s...
Si tengo presente el aroma del lugar. Un aroma a madera muy fuerte. Adentro del local recuerdo que lo que más me impresionó fue la múltiple cantidad de máscaras colgadas en las paredes del oscuro y pequeño local. 
Eran máscaras muy raras para mí, con formas extrañas, algunas redonda con narices largas y pelo llovido hecho con sogas o ramas. Las máscaras de madera, barro o cerámica. En verdad no soy un especialista en este tipo de arte asique no podría precisar bien con qué estaban conformadas, aunque el olor a madera era muy fuerte por lo que supongo que era un elemento muy presente. 
La impresión que me causaron las máscaras fue tal que, superando el temor inicial, me fascinaron tanto que creo que pedí si no me regalaban una. Creo recordar que los presentes rieron y ahí quedó todo con un "jajaja ay que simpático tu hijito". La que atendía era una mujer morocha de rulos, con mucho aspecto de aquellos hippies que flasheaban con las culturas originarias de América.
Claro que este pensamiento fue elaborado a posteriori. De esa tarde sólo me llevo ese breve recuerdo y el nombre del lugar: YUCHÁN. 
Con el transcurrir de los años a veces les volvía a mencionar a mis padres esta extraña visita que hicimos en mi primera infancia. Siempre me dijeron más o menos lo mismo; el local era de una pareja amiga de ellos del Club GEBA y era un local donde se vendían productos, decoraciones y arte nativo. El local quedaba en Defensa e Independencia, en pleno barrio de San Telmo. 
Yuchán es el nombre de la madera del árbol más conocido como "Palo borracho", muy tradicional de nuestro país, sobre todo de la zona noreste del mismo. Cuando pregunté por primera acerca de ese recuerdo-visión-sueño el local ya no existía más y la pareja hippie se había modernizado dedicándose a la tecnología. El sueño hippie siempre terminaba igual, acá, allá y en todas partes. Un posible regreso a la tierra, a las raíces, a los anmcestros, parece una quimérica utopía que la realidad siempre se encargaba de tirar abajo, obligando a que la humanidad continúe por su sendero evolutivo que ya ha tomado, siendo este un camino con final feliz o no. 
La cuestión es que si bien es un simple recuerdo de la infancia acerca de un local que me impactó y ya, tuve secuelas en mí que continúan hasta hoy. Por qué negar que ese mundo mágico y misterioso, de un tiempo arcaico y casi extinto me impresionó tanto que, sumado a películas como Danza con lobos y otras cosas, me hicieron enamorarme de todo aquel mundo rústico y exótico de las culturas originarias de América. 
Con los años, en un taller de plástica y pintura haría una máscara que saqué de un libro sobre los nativos de Canadá. Si bien lo mío era un trabajo muy amateur hecho con cartapesta, me gustó crear algo que cerrara ese círculo que se había abierto tantos años atrás. 
A los pocos días de terminarla la colgué en mi balcón sólo para que esa noche el viento me la robara como si de una película de indios mágicos se tratara...