miércoles, 27 de octubre de 2021

El Eternéstor



El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo. El EterNéstor viaja por el universo, surca la galaxia del argentino promedio, nos recuerda los buenos tiempos. El Eternéstor es un oxímoron, es un error en la mátrix, es un desperfecto técnic. Es todo aquello que no esperábamos y apareció de la nada, un día para el otro. Casi por generación espontánea. 

Aún recuerdo, 11 años atrás. Estábamos de censo en todo el país. No se trabajaba, pero vos seguías, dale que dale. Y tu corazón dijo basta. 

Me desperté esa mañana de resaca. Un mensaje idóneo de la que sería la madre de mi hija, me avisaba en un mensaje escueto, funesto: Murió Néstor. 

En ese momento me pareció algo irreal, o más bien, surreal. Porque una noticia así es de verdad surrealista. Nadie se esperaba ese final. Ese trágico desenlance. 

Todo podría haber quedado como una noticia anecdótica, como un recuerdo más de un político importante que muere. Pero no fué solo eso. Hoy, con el diario del lunes, nos damos cuenta la estocada fatal que fue en los tiempos venideros esa muerte innecesaria. 

A partir de ese 27 de octubre del 2010, la política argentina no encontró salida. Todo empezó a venirse un poco abajo, cada día más. No habría escapatoria. 

Toda la clase dirigente se convertiría en una masa asquerosa de mediocridad y reboots. O políticos que no estan a la altura de su cargo, o políticos que viven de glorias pasadas. Glorias que vos conseguiste. Mas allá del padrino garca y la reina superiora. 

Ahora ya no estás, te conbvertiste en polvo de estrellas y tu alma descansa para siempre. 

Torturados, hambrientos, desolados, quedamos tus hijos putativos. No los hijos acomodados de tu carne, no. Tus verdaderos hijos. Los hijos destetados de la patria nueva, los hijos de la democracia. Los hijos de la nueva era. Los olvidados niños índigo del siglo 21. Los X, los Millennials y todos los demás. 



viernes, 8 de octubre de 2021

La máquina soviética de Sebastián Robles

El escritor Sebastián Robles nos tiene acostumbrados a un alto nivel narrativo. Sus historias siempre suelen discurrir entre lo fantástico y el realismo más descarnado. Siempre cruzado por cierta dosis de humor e ironía, algo muy clásico de alguien que vivió la década de los noventas con gran intensidad. 

Y hablando de los noventas, es importante remarcar que su primer novela "Los años felices" publicada hace diez años es una hermosa obra, novela iniciática y semi autobiográfica, donde su protagonista vive con intensidad los pormenores de la adolescencia desde tres lugares diferentes. Su Villa Ballester natal, pasando por la ciudad de Buenos Aires y la costa atlántica (Villa Gessel y Mar del Plata), dos balnearios clásicos y amados por todos los argentinos. Esta primer acercamiento, entre autorreferencial y nostálgico es un gran inicio literario, aunque él viniera publicando en su blog desde varios años antes. "Los años felices" es un gran homenaje a novelas de iniciación como el clásico argentino "Juvenilia" de Miguel Cané o "El cuerpo" de Stephen King, autor que ha marcado a fuego al Robles lector. 

Después vendría el libro de relatos Los redes invisbles (2014) donde de alguna manera homenajea al género que tantas satisfacciones como lector le dieron, los escritores de ciencia ficción. Ahí están Philip Dick, Ray Bradbury, Asimov, y toda una batería de escritores que han conectado con su costado más lúdico e imaginativo. Tejiendo así las redes que conectan a aquellos autores de la juventud con el mundo de las tecnologías actuales, sobre todo las más populares: las redes sociales. Ahí es donde convergen las ciudades invisibles de Italo Calvino con las redes sociales que Robles sintetiza con maestría en estos increíbles relatos. 

Luego vendría el ensayo a cuatro manos junto con Juan Terranova "Apuntes sobre Philip Dick" del 2017. Una suerte de charlas virtuales entre ambos escritores que tienden más a la idea de dos escritores intercambiando opiniones, ideas y elucubraciones. Una idea que de alguna manera replica aquellos libros sobre correspondencias y que es más un juego entre escritores que debaten y comparten opiniones sobre aquello que más les apasiona, la literatura. Dick vendría a ser el eje aglutinador del debate, pero se siente más como una excusa para intercambiar ideas que otra cosa, por eso es lógico que muchos puristas del género o del autor hayan criticado este libro sin ver más allá de lo evidente. 

Este 2021, diez años después de Los años felices, Robles vuelve al ataque con un libro extraño, otra vez un libro que le escapa a los encasillamientos. Una novela que se llama La máquina soviética, publicada por Ediciones Paco. Vale mencionar que toda la obra de Robles parece siempre gravitar y pasar su extenso derrotero por editoriales independientes. Esto, algo que al principio uno puede criticar por pensar que sus escritos merecen mayor difusión y distribución, en realidad es algo que pienso es buscado por el propio autor. Una decisión y postura, porque los libros de Robles bien podrían ser publicados tanto por Literatura Random House, Interzona, como así también por Pánico el pánico, Milena Caserola o Momo Fuku. El problema es cuando esas editoriales desaparecen, por diversos caprichos del destino, entonces la obra de un autor parece perderse, diluirse con la generación que le vió nacer y desarrollarse. Es una pena pero no creo que todo esté perdido. Siempre existe la posibilidad de un rescate editorial. Esto lo digo como lector de Robles, aunque entiendo que su postura es otra y prefiera circundar los márgenes del borde exterior como muchos de sus personajes ficticios. 

La máquina soviética parece, a simple vista, una semblanza de Iosif Stalin, el gran dictador soviético del siglo veinte. Un hombre de un origen humilde, originario de un país (Georgia) que siempre osciló entre la dependencia y la independencia de ese gigante que es Rusia. Stalin tiene una historia que parece salida de una novela rusa. Una infancia difícil, problemas de salud, pobreza y la muerte de su primer amor como consecuencia de todo lo anterior. En las primeras páginas uno casi se siente tentado de sentir lástima por Stalin, ese hombre que a fuerza de los golpes de la vida, tuvo que imponerse una fachada de dureza y fortaleza extremas aún a costa de ser visto como un dictador implacable y como un frío sanguinario. Donde la muerte de una o miles de personas parecía más una cuestión de números y estadística que algo personal. Aunque lo personal siempre está ligado en cualquier decisión política. Pero no es cuestión de psicoanalizar a este personaje histórico. Robles logran una extraña rareza y mezcla de sensaciones. La novela parece una biografía, pero a Stalin lo vemos interactuar con otros, sean escritores, intelectuales, científicos, sus mujeres o funcionarios de gobierno. Stalin es frágil, es humano, no es esa roca fría que aparenta ser. Cada decisión cruel y extrema tiene una justificación completamente personal. Le duelen los desplantes y las contradicciones con su propio pensamiento. De alguna manera es como su madre, que es una mujer que no tolera el desplante y ante ella él no puede. Pero él es ella ante los demás. 

En definitiva, Stalin es un personaje complejo. No es un sádico como Mao, que piensa en diferentes formas de martirizar a sus detractores, no es un disparatado emocional como Hitler, Stalin logra colocarse de alguna manera en su propio lugar. Compararlo con otros es un error tan grosero como comparar a nadie con otro. Él es aquello que hicieron de él, pero también es aquel que supo erigirse contra todo pronóstico como el Camarada supremo por más de treinta años. Es un personaje cargado de contradicciones, lo cual lo hace tan humano y digno de ser narrativizado. Es, por momentos un personaje despreciable, frío y calculador, paranoico y obsesivo hasta el extremo. Pero Stalin es el representante más exacto de la política rusa, desde Iván el terrible hasta él mismo, y hasta podríamos pensar si hasta el propio Putin actual. Es el líder que el pueblo ruso siempre necesitó, porque Rusia no sólo es el país más grande del mundo, si no que es una de las mayores potencias. No deja lugar para burócratas y corruptos, tampoco para idealistas y teóricos. El pueblo ruso erige a sus propios líderes, aunque esto signifique ser un hombre de estirpe tiránica y poderosa, como el oso que a su país representa. 

Pienso que esta novela de Robles, donde antes de leerla esperaba quizás un cruce de géneros fantásticos y realista, terminó siendo acaso el más brutal de sus libros. Por el personaje, por la historia y por ese estilo de capítulos breves donde cada historia narrada cuenta exactamente lo necesario. No se excede. Todo está prolijamente calculado, como un soviet. Y también pienso que acá Robles homenajea a otra de sus grandes pasiones, la literatura rusa, aunque de una manera más solapada. Ahí están las grandes tragedias del pueblo ruso, casi cincuenta años de historia desde la perspectiva de uno de sus personajes que más la han marcado. Robles se escapó una vez más de lo que sus lectores esperábamos de él. Pienso que eso mismo es lo que hace de un escritor su calidad.