jueves, 30 de julio de 2020

Análisis de la canción Cantata de puentes amarillos


Una vez me preguntaron de que iba la letra Cantata de puentes amarillos. Y mi respuesta fue, "no sé, de muchas cosas", y no pude agregar mucho más al respecto en el momento, más que decir que la letra de la canción de Spinetta es una especie de fresco impresionista, con ciertos ribetes surrealistas y muchas imágenes e impresiones personales del propio cantautor argentino.  Sigo pensando lo mismo, y pienso que en líricas como éstas no existe un solo sentido, sino muchos y muy variados y diversos. Tantos como personas lo interpreten. Por otro lado y para finalizar... ¿Tiene que tener un sentido una obra de arte? Es una pregunta que me hago en todo caso. El sentido lo pone quien quiere. El flaco habrá tenido sus motivos atrás, o quizás solo fue una expresión salida de los más profundo de su ser y ya. Y eso no la hace menos valiosa que la letra de una canción que habla sobre no sé... la muerte.
En este tema se habla del amor, de la muerte, de la resurrección, de la vida, de la libertad y en definitiva del espíritu cautivo que pugna por la liberación total. Pero son solo ideas, retazos, en realidad, habla de mucho más, habla de todo y de nada. Mejor dicho, la canción solo pretender hablar.
Dicho esto, procedo a mi análisis del tema, re contra personal:


Todo camino puede andar
Todo puede andar
(La canción inicia afirmando una postura optimista ante la vida)

Con esta sangre alrededor
No sé que puedo yo mirar
La sangre ríe idiota
Como esta canción
Y ¿ante quién?
(Del optimismo, la canción deriva hacia la sangre, que en sí es algo que nos nutre y sostiene la vida, pero que si nos rodea y encima ríe, nos hace pensar en la muerte y en la fragilidad de la vida).

Ensucien sus manos como siempre
Relojes se pudren en sus mentes ya
(Los que se ensucian las manos son aquellos que se entregaron al instinto de muerte. No tienen tiempo, son como los hombres grises de Momo. La putrefacción los rodea)
Y en el mar, naufragó
Una balsa que nunca zarpó
Mar aquí, mar allá
(Los naufragios no pueden indicar la ausencia de sentido en nuestras vidas cuando se tornan grises y monótonas, cuando no tenemos ningún inquietud más que perdurar).

En un momento vas a ver
Que ya es la hora de volver
Pero trayendo a casa
Todo aquel fulgor
Y ¿para quién?
(Éste módulo o párrafo, nos sugiere el eterno retorno del viajero, del aventurero, que vuelve a un hogar que ya no lo reconoce, porque vuelve cargado de historias que aquellos que no salen de sus moradas no pueden entender. Es la experiencia de vida, como cuando Ulises vuelve a Ítaca y solo es reconocido por su perro, guardián fiel del olor de su infancia). 

Las almas repudian todo encierro
Las cruces dejaron de llover
(Bueno, esa es la lucha del humano por su libertad, pero no solo concreta y física sino, la libertad de su interior. Nacemos como espíritus libres y de a poco, nos vamos dejando encerrar bajo nuestro propio ego. La agonía de vivir es la puja de estas dos voluntades opuestas). 

Sube al taxi nena
Los hombres te miran
Te quieren tomar
Ojo el ramo nena
Las flores se caen
Tenés que parar
(Una advertencia: Frenar el avance por el sendero del peligro. Están aquellos que buscan nuestra perdición, pero también está nuestro propio instinto destructivo. Cuidarse de ambos es salvar la vida).
Vi la sortija,
Muriendo en el carrousell
Vi tantos monos, nidos
Platos de café
Platos de café
(Estas son imágenes densas que nos remiten al final de la infancia. El fin de lo conocido, de lo cotidiano. Allí donde nos aferramos demasiado al pasado, emerge la locura).

Guarda el hilo nena
Guarden bien tus manos
Esta libertad
Ya no poses nena
Todo eso es en vano... Como no dormir
(Otra advertencia: Mantenerse firmes por el sendero de la libertad interior. No salirse del camino de ser fieles a uno mismo. Ser auténtico, no pensar en el "que dirán").
Aunque me fuercen
Yo nunca voy a decir
Que todo tiempo por pasado fue mejor
¡mañana es mejor!
(Bueno, quizás la frase más famosa de la canción lo sea porque habla por sí sola. Nunca aferrarse a seudo pasados idílicos donde todo era mejor. Todo aquello es una ilusión peligrosa. Nuestra energía tiene que estar focalizada en vivir el presente en función de un mejor mañana). 
Aquellas sombras del camino azul
¿dónde están?
Yo las comparo con cipreses que vi
Solo en sueños
Y las muñecas tan sangrantes están de llorar
(El relato del deseo es un laberinto onírico sin salida. Otra vez la sangre que nos recuerda la finitud del ser). 
Yo te amo tanto
Que no puedo despertarme sin amar
Y te amo tanto
Que no puedo despertarme sin amar
(El amor nace del deseo y no al revés. Al volver de la angustia del mundo onírico sentimos la alegría de estar vivos, amando a nuestros seres queridos).
¡no! nunca la abandones, ¡no!
Puentes amarillos
Mira el pájaro
Se muere en su jaula
(Una imagen tomada de los diarios de Vincent Van Gogh a su hermano Teo, nos recuerdan que no es posible la vida en este mundo si nos cortan la posibilidad de volar y ser libres).
¡no! puentes amarillos
Se muere en su jaula
Mira el pájaro
Puentes amarillos
Hoy te amo ya
Y ya es mañana
¡mañana!
(El último párrafo remarca tres conceptos tratados antes. La imposibilidad de ser si nuestro espíritu está maniatado. Somos seres libres por naturaleza. Como decía Miguel Abuelo, otro poeta genio, "todo lo que ata es asesino". La importancia de amar por sobre todas las cosas. Amar a nuestros congéneres. Y amar hoy, porque como dije antes, ser mejores en el presente, es crear un futuro mejor. Los puentes amarillos son esa imagen fuerte devenida del pintor holandés que aúna todas estas ideas y pensamientos).  
La canción en sí, para mí, es como un canto coral que habla de varias cuestiones. Pero si tuviera que resumir el concepto general, para mi es un canto a la vida, al amor, a las fuerzas del bien y a la esperanza. 


miércoles, 29 de julio de 2020

Ernesto





Hoy a la mañana te despertaste pensando en ese casete que escuchabas en tu adolescencia. Lo habías comprado en el Parque Rivadavia a cinco pesos. Era el último lanzamiento de tu banda preferida de mediados de los noventas, Haddock. El nombre del álbum (aquí en formato casete o cassette) Le club au bout de la rue, tecno pop francés noventero de pura cepa. Era pleno auge del mundial de Francia del ’98 y sus colores aparecían hasta en los cubitos de caldo.
Entonces tuviste una fuerte necesidad de ir en su búsqueda. Como si algo dentro de vos te hiciera creer que el reencuentro con un artefacto de tu pasado pudiese aliviar de alguna manera esa disconformidad con tu vida actual. Luego de un baño precipitado y un desayuno por lo demás frugal, te entregaste a la ardua tarea de dar con el tan codiciado objeto de plástico de tus recuerdos.
Para la mayoría de los buñuelos actuales el casete es un artefacto arcaico de tiempos remotos, obsoleto por demás. Sin embargo vos todavía amas en secreto la tecnología analógica, aunque el sonido de esos juguetitos de plástico sea paupérrimo. Recorrés milimétricamente cada rincón de la casa y no das con ese oscuro objeto de tu deseo. Estás caprichoso; rasgo que te define por naturaleza.
Solo un lugar te queda por requisar: El desván. El escenario donde te acechan todos tus demonios de infancia. Ahí te sigue esperando la máscara mortuoria de tu tatarabuelo, el viejo cuadro de un militar que no querés reconocer, pero sabes que fue un villano y un asesino. Luego escobas, una máquina de coser antiquísima que, en realidad, es como una especie de rueca al mejor estilo La bella durmiente. Pero si te pinchas ningún príncipe vendrá a besarte los labios resecos.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano para reencontrar el casete, moves cajas de un lado al otro, levantas el polvo que es la perdición de tu alergia de nacimiento. Tiras un prototipo de humano-robot que pretendiste inventar en tu juventud, hasta que te aburriste del berretín y lo abandonaste por la mitad. Te topas con una escafandra de la primera guerra mundial y te la colocas con sumo cuidado para evitar los interminables ataques de estornudos que en cualquier momento pueden sobrevenir.
Finalmente, das con un archivador. Presionas el botón del costado y el estante sale disparado golpeándote el pechito. Que dolor sentís. Pobrecito. Dentro del mismo hay demasiados objetos. Desde un juguete con aspecto de batiscafo de goma hasta unas joyas de cristal falso. Una pelota con el aspecto del planeta tierra y un recordatorio terrícola, “El planeta es nuestro”, “No queremos aliens dando vueltas a nuestro alrededor”. Sacas todo con sumo cuidado. Aunque todo parece un reguero disperso de recuerdos inútiles. 
Afuera se escucha un estruendo. Miras por la ventana del altillo y un enorme nubarrón cubre todo el cielo. Se acerca el temporal. Con la poca luz que disponés buscás la salida que te lleve a un lugar seguro. Corres como en estampida o ‘manada’ hasta que escuchas el crack del casete bajo tu pie derecho. Te pones a llorar como un chiquilín y apenas reparas en mí me echas la culpa de todos tus males.

martes, 28 de julio de 2020

La hora del espanto ¿a que hora empieza?


Corría el año noventa. Hacía poco, el equipo de Bilardo había perdido la final del mundo contra Alemania. Ante aquella derrota, como sucede en estos casos, la vida volvió a su curso normal. Yo estaba en primer grado de la primaria, era invierno, y uno de nuestros mayores pasatiempos familiares era ir a alquilar películas (VHS). En aquel tiempo los videoclubs vivían su mayor apogeo. A veces era complicado conseguir algunas películas durante varios días. Además, había al menos tres o cuatro videoclubs en la zona cercana a mi casa, pero nuestro preferido era el videoclub “Reflejos”…
En este video club, atendido por su dueña e hijos, había de todo. Los ochentas acababan de terminar y en verdad había sido una década dorada para el cine blockbuster o como se dice peyorativamente pochoclero. Para colmo, había venido mi tía Lili de Mar del plata a pasar las vacaciones de invierno con nosotros. La hermana de mi vieja era tan o más cinéfila que nosotros, pero había algo que no me gustaba de sus preferencias cinéfilas. El fanatismo por el cine de terror. De chico, y aún hoy en día lo pienso dos veces, el cine de terror me daba bueno… miedo. Obvio. Pero no era algo que disfrutase. Mi tía que era diez años más joven que mi madre, era una digna representante de la generación x, a diferencias de mis padres que eran unos Boomers tardíos. Parece una tontería pero no, hay muchas diferencias. La Generación X parece ser más amistosa al género de terror, sobre todo al cine bizarro de los ochentas, que fue su década por excelencia. (La de los Boomers fue los sesentas).
Siempre que íbamos a alquilar algo, miraba las cajitas de las tapas de las películas. Mis preferidas entonces eran Los Goonies, Doc Hollywood, Las 12 pruebas de Asterix, etc. Pero a veces pasaba por el sector de películas de terror y recuerdo ver por ejemplo la tapa de La cosa (Carpenter, 1982) donde se veía la silueta de un ser con rayos de luz blanca saliendo de su cara. Me daba mucho miedo. Lo mismo la tapa de Scanners (Cronenberg, 1981), pero la que se llevaba todo los premios era La hora del espanto (Holland, 1985). Una película de vampiros bizarra y clase b, donde en el afiche se veía una casa con una luz prendida y una silueta. De fondo el cielo nocturno y unas nubes que formaban la cara de la vampira que reía de forma siniestra y desencajada. Realmente, me ponía muy nervioso ver esa imagen. Y la tía Lili no tuvo mejor idea que alquilar esa película. Claro que esto era por lo general para ver a la tarde, cuando mi viejo, poco devoto a esas películas, estaba en su trabajo. Mi vieja creo que tampoco estaba. Quedábamos mi hermano mayor que sí le hacía la segunda a la tía Lili y yo. Por supuesto, una vez que pusieron la cinta en la casetera me quedé. No sé porque. No me gustaba, no lo disfrutaba, sufría con cada escena, sin embargo ahí me quedaba presenciando las imágenes de esa película bizarra de los ochentas. Realmente, la cinta no tenía un gran valor narrativo, había una vampiresa que atacaba el cuello de jóvenes ilusos y su boca se abría de una manera bastante asquerosa, más de lo normal. Para la época el efecto era efectivo. 
Hoy, puedo ver imágenes en google y me parece todo bastante malo. Pero en su momento, fue del más puro efecto terrorífico para mí. Por momentos me tapaba los ojos, a veces me iba a mi cuarto a jugar con los rastris, o me iba al baño a mear. Entonces pasaba por el living para echar un vistazo a la peli y por donde iban. Después tocaba el turno de ver la peli que habíamos alquilado para mí. Pero los ojos de ella me miraban fijo ahora. La sonrisa me indicaba que pasaba algo raro. Mi hermano estaba dormido, reclinado en sofá. Ese día supe que el terror es real, te busca donde estés y donde vayas, te encontrará. 

lunes, 27 de julio de 2020

El Grand Prix Musical



Ser un loser garpa, dijo autoindulgente Gustavo, luego de sacar el último lugar en el Grand Prix Musical Intergaláctico. Numa Sadoul, plutoniano y conservador, no comprendió la afirmación de su contrincante. Numa había salido anteúltimo y no entendía porque el terrícola estaba tan feliz. Explícate, por favor, le pidió el ser verde oliva.
Quizás tendría que haber evitado hacerme el pretencioso tocando las Variaciones Golberg y cantar Photograph de Ringo Starr, o No te animás a despegar de Charly… Gustavo entonó:
Yo te digo ¿Por qué te quedás en vía muerta? No sé porque vas hacia ese lugar, donde todos han descarrilado. Por queeé no te animás a despegar… yo te digo por queeé…
El plutoniano se quedé perplejo ante esta necesidad de expresión yoica del humano.
Pero de todos modos, cuando vuelva a la Tierra todos van amarme. No importa mi lugar, todos van a hablar de mí. Allá era el mejor compositor del planeta, y aunque el universo me demostró que existen millones de seres mucho mejores que yo, eso es lo de menos. De mí se hablará un buen tiempo y pienso sacarle provecho a la situación. Quizás, hasta pueda encontrar alguien que me ame.
Ustedes los terrícolas necesitan mucho amor siempre ¿no? Que bichos raros que son en el ecosistema. Ni siquiera el resto de los animales terrícolas tienen tan arraigada esa necesidad. Contestó Numa lacónico.
Lo que pasa es que tu raza es muy fría Sadoul. Además ustedes, al ser hermafroditas pueden prescindir de todas las elecciones sexuales que en cambio nosotros tenemos que afrontar. En mi planeta, ahora, hay más de trescientos tipos diferentes de géneros. Es un lío, uno ya no sabe si le gustan los hombres, las mujeres, las dos cosas o mismo los extraterrestres como vos. En fin…
Numa se sintió incómodo ante aquella insinuación. Consideró que el terrícola estaba pasando por un momento de gran confusión hormonal. Pero trató de entender que quizás, todo eso no fuera más que una mascarada ante la falta de afecto que sufría. Necesitaba escandalizar para sentirse aprobado, aunque fuera haciendo “terricoleadas” absurdas, como les llamaba Sadoul.
Está bien terrano, no es indigno ser un perdedor. Al menos te animaste a confrontar a todos esos titanes intergalácticos. Yo siento una profunda vergüenza por mi pobre desempeño pero, quizás, tendría que ser como vos y ver el vaso medio lleno. Después de todo, los dos somos del mismo sistema estelar. Lo que me recuerda que debo irme, mi planeta me necesita, adiós… El plutónico se evaporó, como suelen hacer los de su raza.
¡Qué envidia, la tele transportación! Pensó Gustavo, que sentía que nos habíamos dormido con eso.
            Gustavo se sintió solo. Emprendió hacia el bus inter espacial que lo dejara en la Tierra, en lo posible cerca de Villa Ballester. Caminó algunas cuadras observado el esplendor cristalino de Trentor. Al llegar a la parada vio que estaba por partir una nave hacia su hogar. Era cuestión de tomarla o debería esperar un día más. Pero con una buena carrera la alcanzó. Sin embargo, tanto movimiento le dieron unas tremebundas ganas de evacuar. Necesitaba tranquilidad, y tomó la decisión de ir al baño de la estación para ir de cuerpo sin apuros.             Cuando terminó, decidió ir a esperar a la estación espacial. Ante su asombro, se enteró que la nave que dejó ir había explotado hacía pocos minutos por una falla del motor. Se entregó a una risa histérica de triunfo hasta que toda la estación voló por los aires debido a un atentado de los Blue Meanies que habían vuelto a sus fechorías.

domingo, 26 de julio de 2020

Apocalypse, de fuego...



De lejos parecía un muro rojo pálido que avanzaba cada vez más rápido hacia nosotros. Greta pensó en nosotros, nos recordó, nos cubrió de afecto. Luego agarró todas sus fibras de plástico y se encargó de que no nos faltara nada. Los víveres ya estaban cargados. Johana la observó con esas lágrimas tan especiales que tiene ella y que nunca caen. Yo les llamo lágrimas adherentes. Greta nos besó en la frente y dispuso de todo. En su mirada se notaba que tenía miedo, pero también concentración. No importaba si era cuestión de entregar el diseño de una nueva nave, jugar una partida de ajedrez contra la computadora o dedicarse a la escucha atenta del Concierto de Brandenburgo… lo mismo podría ser cocer nuestra ropa deshilachada o sacar a pasear a Müller por el campo. Greta siempre está concentrada en su labor y en lo que sea que haga, deja todo. Por eso la admiro tanto. Es mi orgullo.

La pared de fuego se acerca a nosotros por el este. Debe tener una altura aproximada de mil metros y su velocidad es de cincuenta kilómetros por hora, o quizás más. Estas son conclusiones apresuradas que no tienen fundamento científico, pero creo que, por lo poco que sé, es así. Y en buena hora llega así este momento crucial de máxima tensión y decisión para todos nosotros. El planeta es algo irrespirable y nocivo para la salud. Yo, particularmente, no lo soporto más. Ahora Greta, además de apuro y concentración, detentaba una mirada fiera, como de tigresa preocupada. Termina los últimos ajustes por fuera de la cabina. Sus movimientos son rápidos y decididos. La cortina de fuego esta a pocos kilómetros. En breve nos tapará y derretirá, pero es probable que muramos antes, sofocados por el calor y la falta de oxígeno. Sin embargo, Greta mantiene su temple de acero. Con Johana la amamos, aunque nunca se lo decimos mucho y la verdad es que no sé el motivo. Solo que a mí no me sale decirlo. Ni siquiera ahora. Soy un hombre de otros tiempos. Y ella sigue, dale que va, de aquí para allá. Ultimando los detalles para emprender el destino final que, quizás, nos salve.

Ahora estamos al borde de la extinción. Greta cierra la compuerta y, antes del despegue, apoya la mano sobre el ojo de buey. Nos mira con esa cara seria pero afectuosa a su manera. No había espacio para los tres. La pared de fuego está tan cercana que ahora se distinguen como serpentinas rojizas que se acercan a una velocidad increíble. Mis cálculos fueron errados. La nave se eleva, Greta se hace cada vez más pequeña. Me recuerda cuando tenía siete años y fascinada con las historias de ciencia ficción que le hacía leer, me prometía que de grande sería astronauta. Y consiguió algo mucho mejor. Logró todo lo que se propuso. Yo solo fui un peldaño más en su crecimiento. Y está bien que así sea.

La nave se eleva estruendosa por el aire. Greta se convierte en un punto negro rodeada de un mar rojo. Johana llora sin llorar y aprieta fuerte mi brazo arrugado. Entonces recuerdo cuando Greta era apenas un suspiro de vida en mis manos. O cuando dio tambaleándose sus primeros pasos. Recuerdo cuando llevé a Greta a su primer día de clases y no quería entrar porque se quería quedar en casa a jugar conmigo. Y recuerdo su primer diseño de cohete de propulsión atérmica. Nuestros paseos por el campo bajo las estrellas. Su colación como ingeniera nuclear. Cuando me llevó a conocer la base atómica. Su primera pareja Raquel. Su determinación constante ante toda adversidad… su valentía ante el final. Y ahora, el mar de fuego que la cubre me hace pensar, porque no me quedé yo en su lugar. Ojalá hubiese tenido el coraje que…  

sábado, 25 de julio de 2020

Las zapatillas interdimensionales

Antes que el sol saliera, el grupo avanzó sigiloso hasta llegar a la orilla del lago. Algunos de los exploradores estaban tiritando de frío a un nivel extremo. Moses el tendedero, grito a pulmón pelado ¡alto! y todos, se tiraron al suelo sin chistar. Algunos bufidos quizás, pero nada más. El cansancio de la expedición era general. Habían caminado durante días y días, buscando la salida de la zona de los lagos hacia la planicie y así buscar el noreste y encontrar la ciudad del Buen Ayre
            Aguirre estaba harto de acatar las diatribas del perezoso de Moses y en secreto, desde días atrás, había comenzado a organizar un motín a espaldas del líder. Pero los exploradores no pretendían un nuevo jefe, solo volver a sus hogares juntos a sus mujeres e hijos. Moses lo sabía bien y por eso confiaba en sus hombres.
Esa noche, armaron las tiendas de campaña y prendieron una fogata. El clima general de la partida era de frío y temor, pero nadie sabía bien temor a qué. Solo reinaba esa sensación de que algo malo iba a pasar de un momento a otro. Aquel indio les había prevenido acerca de los parajes que estaban por cruzar. Toda esa zona estaba maldita, les dijo. Era un lugar donde los vientos tenían vida propia. Aunque para el misterioso indio, los vientos del Puelo eran los antiguos espíritus del lugar, y no eran muy afectos a la gente, menos a los invasores blancos. Les previno y les recomendó cruzar la zona bordeando al gran lago. Entonces así quizás podrían escapar a la ira de los dioses del viento. Dioses por demás muy susceptibles y emocionales. Moses decidió ignorar los consejos de aquel viejo indio dando por sentado que estaba loco o que se trataba de un pobre hombre supersticioso. Todos se durmieron bastante pronto, excepto Aguirre, al cual aquella advertencia no le pasó inadvertida y escapó a hurtadillas del campamento en busca del camino que lo llevara a través de los cerros, pero antes de poder salir de la zona del lago, una fuerte tempestad se abatió en todo el lugar. Los vientos huracanados hacían imposible cualquier maniobra de escape. Aguirre tuvo que aferrarse a una araucaria para no salir volando por los aires. Aguantó aferrado a la rama fría durante… no sabía el tiempo, pero para él fue más de una hora. 
Apenas pudo abrir los ojos, le pareció ver rostros enojados en el viento. Pero luego todo se calmó y el sol empezó a salir tras el cerro del este. Aguirre temeroso, dudó, pero al fin decidió volver al campamento para ver cómo estaban sus compañeros. Después de todo era mejor una reprimenda que volver solo hasta La gran ciudad de la ribera. Pero para su sorpresa, cuando llego al campamento no quedaba nada. Quizás sus compañeros ya habían partido, pero su fuese así los vería. No podrían haber ido muy lejos ya que la tormenta había cesado pocos minutos antes. Los llamó a los gritos:
—¡Moses!, ¡Ortega!, ¡Zamorano!, ¡Márquez! Nada, ni rastro...
Caminó revisando cada rincón del campamento que habían levantado pero el viento se había llevado todo. Desde árboles arrancados de raíz, hasta a sus compañeros. Aguirre dudó si era la zona correcta, pero no había lugar a dudas. Era exacto el lugar, la misma playa a la vera del lago. Entonces se sentó y observó los restos del desastre. Quedaban algunas cosas dispersas por el suelo. Encontró un brazalete de oro pero no lo tocó por miedo a que tuviera alguna maldición. Caminó un poco más y encontró dos objetos rojos en el suelo. Dos extrañas cosas aplastadas que el lago parecía haber devuelto. Eran algo similar a un calzado que Aguirre nunca había visto antes. El español se sacó sus botas húmedas e intentó ponerse el misterioso calzado, que estaba un poco duro, pero seco al fin. Le entraron justo. Se sentían cómodas. Caminó algunos pasos para probarlas. Iban de maravilla. Decidió dejar sus botas pesadas de cuero y emprender el retorno al hogar con el extraño calzado de color rojo. Notó que tenían una inscripción en el talón. Topper. Quizás era el calzado de algún indígena llamado así. Durante días, Aguirre caminó bajo el sol del desierto rumbo al noreste, tomando agua de los ríos que cruzaba. Después de una semana, al borde de la inanición, un grupo de colonos lo encontró al borde de la muerte.
Una vez en la ciudad del Buen Ayre, Aguirre contó su increíble historia de fantasmas, desaconsejando ferviente visitar los parajes del sur. Pero los antiguos porteños estaban más fascinados por su extraño calzado que por su historia de vientos espectrales.

martes, 14 de julio de 2020

La caída de Mc Donalds


El emporio norteamericano de comidas rápidas siempre fue un conglomerado de gente siniestra trabajando para el enemigo. Eso lo sabe todo el mundo. Comida chatarra, mala para la salud en muchos aspectos. Pero a la vez deliciosa y extrañamente adictiva. Por otra parte, es sabido de lo negreros que son sus empleadores con sus empleados, por le general chicos jóvenes y/o extranjeros. ¿Querés más? La historia misma de la cadena de comida rápida es siniestra. Basta ver la película Hambre de poder con Michael Keaton, que interpreta al "fundador" de los arcos dorados que en realidad no fue tal cosa, sino un vendedor de planchas que se aprovechó y les robó el negocio a los hermanos Mc Donalds que terminaron sus días miserablemente.
"Los de ellos son arcos dorados, los nuestros son de oro" Cleo Mc Dowell.
Es así como las cadenas de comidas rápidas se roban entre ellas, no hay códigos. Una empresa titánica como Burguer King hizo quebrar a la local Pumper Nic, etc.
Hoy día, en tiempos de pandemia mundial ¿que podemos esperar de ellas? Para mí se hace más que evidente que podemos prescindir de ellas. Soy un negocio montado en el sacrificio ajeno, la extorsión y en la adicción peligrosa de sus productos. Es tiempo de dejar de ir a esas casas de comidas rápidas. Hagamos nuestras propias hamburguesas, que resta decir es una comida deliciosa, pero dejemos a esas casas propagadoras de la muerte. O en todo caso, vayamos a las hamburgueserías de barrio, no necesariamente de chetas hamburguesas gourmet. Pero es preferible. Ni siquiera las casas de comidas rápidas son económicas, por ende ni siquiera cuentan a favor con tener productos de baja calidad por poco precio, como puede ser el caso de la pizzeria Hugis por caso.
Hoy soñé con la caída de Mc Donalds.

Me encontraba caminando por una ciudad imposible cuando de pronto reparé en que estaba muerto de hambre. ¿Que hice? Me acerqué a una enorme Mc Donalds que parecía ser la única casa de comidas en esa ciudad imposible. Cuando llego a las cajas noto que hay muchísimas personas haciendo cola para pedir. Guardo silencio. Espero porque tengo hambre y no veo otro lugar para saciarlo. Decido tener paciencia y esperar mi turno como buen ciudadano. Sin pelear, sin enojarme. Solo esperar mi turno. Finalmente y después de mucho esperar, llego a una especie de ventanilla bancaria (quizás una nueva metodología para combatir el intercambio de virus y bacterias). Cuando le pido al empleado una hamburguesa X, el tipo compungido me dice que se acaban de terminar las hamburguesas, pero que puede ofrecerme un tostado. Me enojo pero trato de no agarrarmela con el pobre empleado que me atiende. Le digo que no, que lo que quiero es una hamburguesa. un tostado no es lo mismo, le confirmo. Me dice que se quedaron sin carne. ¿Como puede ser? Ustedes que tienen la vaca atada. Esa enorme bola de carne sin ojos ni boca, ni patas, ni nada. El empleado me dice que no es su culpa. Que además a ellos no les están pagando. Pero baja la mirada porque pasa un supervisor mirando al empleado desde atrás. La situación me resulta incómoda por demás. Le digo que lo lamento, pero que necesito comer una hamburguesa urgente. Que no puedo más del hambre. El empleado vuelve a ofrecerme un tostado y después se retracta y me ofrece toda una hamburguesa pero sin carne. Le pueden poner mucho jamón. Le digo que eso más que hamburguesa es un sanguche. El empleado compungido se inclina de hombros como excusándose y diciendo 'no puedo hacer más'. Le digo okai. No quiero perder más tiempo. Dale, ponele lo que haya. El tipo va a pedir eso. Me doy cuenta que soy el último cliente que queda. Todos consiguieron sus hamburguesas y salieron de allí. Justo se terminaron cuando llegué yo. No puedo creer la mala suerte que me persigue desde mi nacimiento... !maldición! Pero el empleado vuelve al minuto y se larga a llorar delante mío. Me pide disculpas diciendo que tampoco queda pan, ni lechuga, tomates. No queda nada. No lo puedo entender. Pido hablar con el gerente. No te preocupes, no es con vos la cosa, es con la maldita empresa. Tienen que garantizar los productos que ofrecen. Entonces decido entrar. Dentro están todos los empleados llorando, y cuando viene el supervisor y el gerente, estos también lloran. ¿Que carajo está pasando acá che? Vine porque quiero comer, tengo hambre y me encuentro con esta escena. El supervisor no puede parar de llorar. Me dice entre espasmos de llanto desconsolado que se quedaron sin nada. Y que por eso están todos despedidos sin indemnización. Toda la planta en la calle. No sé que decirle. A mí también me han echado del trabajo injustamente, como a perro sarnoso, después de bancar un montón de maltrato. Abrazo al gerente y al empleado que me atendió y lloramos juntos. 

Esto soñé hoy. Una muestra de que todo el maldito sistema de trabajo está mal. Lo que pasa es que uno no puede correrse de pensar en sus propias necesidades como puede ser querer comerse una hamburguesa que este sistema capitalista y consumista del orto debería garantizar. De hecho es lo único que nos garantiza, tener siempre cosas para consumir. Si eso desapareciera, ¿para que carajos querríamos capitalismo? Si ya no garantiza lo más básico. Los problemas del otro entonces nunca son nuestro problema, porque si algo no enseñó esta sociedad es que mientras uno pueda estar bien, el resto que se arregle. El famoso sálvese quien pueda. Pero el tema es que si no nos salvamos entre todos, no se salva nadie.