sábado, 25 de julio de 2020

Las zapatillas interdimensionales

Antes que el sol saliera, el grupo avanzó sigiloso hasta llegar a la orilla del lago. Algunos de los exploradores estaban tiritando de frío a un nivel extremo. Moses el tendedero, grito a pulmón pelado ¡alto! y todos, se tiraron al suelo sin chistar. Algunos bufidos quizás, pero nada más. El cansancio de la expedición era general. Habían caminado durante días y días, buscando la salida de la zona de los lagos hacia la planicie y así buscar el noreste y encontrar la ciudad del Buen Ayre
            Aguirre estaba harto de acatar las diatribas del perezoso de Moses y en secreto, desde días atrás, había comenzado a organizar un motín a espaldas del líder. Pero los exploradores no pretendían un nuevo jefe, solo volver a sus hogares juntos a sus mujeres e hijos. Moses lo sabía bien y por eso confiaba en sus hombres.
Esa noche, armaron las tiendas de campaña y prendieron una fogata. El clima general de la partida era de frío y temor, pero nadie sabía bien temor a qué. Solo reinaba esa sensación de que algo malo iba a pasar de un momento a otro. Aquel indio les había prevenido acerca de los parajes que estaban por cruzar. Toda esa zona estaba maldita, les dijo. Era un lugar donde los vientos tenían vida propia. Aunque para el misterioso indio, los vientos del Puelo eran los antiguos espíritus del lugar, y no eran muy afectos a la gente, menos a los invasores blancos. Les previno y les recomendó cruzar la zona bordeando al gran lago. Entonces así quizás podrían escapar a la ira de los dioses del viento. Dioses por demás muy susceptibles y emocionales. Moses decidió ignorar los consejos de aquel viejo indio dando por sentado que estaba loco o que se trataba de un pobre hombre supersticioso. Todos se durmieron bastante pronto, excepto Aguirre, al cual aquella advertencia no le pasó inadvertida y escapó a hurtadillas del campamento en busca del camino que lo llevara a través de los cerros, pero antes de poder salir de la zona del lago, una fuerte tempestad se abatió en todo el lugar. Los vientos huracanados hacían imposible cualquier maniobra de escape. Aguirre tuvo que aferrarse a una araucaria para no salir volando por los aires. Aguantó aferrado a la rama fría durante… no sabía el tiempo, pero para él fue más de una hora. 
Apenas pudo abrir los ojos, le pareció ver rostros enojados en el viento. Pero luego todo se calmó y el sol empezó a salir tras el cerro del este. Aguirre temeroso, dudó, pero al fin decidió volver al campamento para ver cómo estaban sus compañeros. Después de todo era mejor una reprimenda que volver solo hasta La gran ciudad de la ribera. Pero para su sorpresa, cuando llego al campamento no quedaba nada. Quizás sus compañeros ya habían partido, pero su fuese así los vería. No podrían haber ido muy lejos ya que la tormenta había cesado pocos minutos antes. Los llamó a los gritos:
—¡Moses!, ¡Ortega!, ¡Zamorano!, ¡Márquez! Nada, ni rastro...
Caminó revisando cada rincón del campamento que habían levantado pero el viento se había llevado todo. Desde árboles arrancados de raíz, hasta a sus compañeros. Aguirre dudó si era la zona correcta, pero no había lugar a dudas. Era exacto el lugar, la misma playa a la vera del lago. Entonces se sentó y observó los restos del desastre. Quedaban algunas cosas dispersas por el suelo. Encontró un brazalete de oro pero no lo tocó por miedo a que tuviera alguna maldición. Caminó un poco más y encontró dos objetos rojos en el suelo. Dos extrañas cosas aplastadas que el lago parecía haber devuelto. Eran algo similar a un calzado que Aguirre nunca había visto antes. El español se sacó sus botas húmedas e intentó ponerse el misterioso calzado, que estaba un poco duro, pero seco al fin. Le entraron justo. Se sentían cómodas. Caminó algunos pasos para probarlas. Iban de maravilla. Decidió dejar sus botas pesadas de cuero y emprender el retorno al hogar con el extraño calzado de color rojo. Notó que tenían una inscripción en el talón. Topper. Quizás era el calzado de algún indígena llamado así. Durante días, Aguirre caminó bajo el sol del desierto rumbo al noreste, tomando agua de los ríos que cruzaba. Después de una semana, al borde de la inanición, un grupo de colonos lo encontró al borde de la muerte.
Una vez en la ciudad del Buen Ayre, Aguirre contó su increíble historia de fantasmas, desaconsejando ferviente visitar los parajes del sur. Pero los antiguos porteños estaban más fascinados por su extraño calzado que por su historia de vientos espectrales.

2 comentarios:

Женевьева dijo...

Los calzados siempre fueron parte de la historia humana. Desde las míticas sandalias de Perseo, el calceus en la Antigua Roma, las primeras "zapatillas" en la Edad Media y asi hasta nuestros días. ¿Cuantas zapatillas de otras dimensiones habrán existido a través del tiempo? Personas que recorriendo lugares, encuentran calzados misteriosos, llenos de una carga energética con capacidad de cambiar la forma de ver el mundo y dotar de una fe indestructible a quien las porta, para sortear obstáculos y guerras cotidianas. Ojalá los historiadores dejen las discusiones estériles sobre qué zapatilla fue mejor: si las All Star, pasando por las Nike o las aristocráticas Adidas. Al final, no dejan de ser tan solo la unión de cuero, telas y costuras. Más allá de estas cuestiones teóricas, hay pobladores ocultos luchando en la perdida selva misionera que son portadores de una variedad de calzado cuyo nombre hacen honor a su arma letal y que han quedado petrificadas en el tiempo...las temidas Flecha. Muy buen relato. ¡Saludos!.

Santiago Carmona dijo...

Los calzados siempre fueron parte de la historia humana. Totalmente de acuerdo. Una forma de distinguir al ser humano del resto del reino animal, es que somos los únicos que nos vestimos. Como dijo alguien alguna vez, La ropa hace al hombre... Sin ser fanáticos, es parte fundamental de la cultura...
Disco es cultura. Ropa también...
Muchas gracias <3
Besos