domingo, 26 de julio de 2020

Apocalypse, de fuego...



De lejos parecía un muro rojo pálido que avanzaba cada vez más rápido hacia nosotros. Greta pensó en nosotros, nos recordó, nos cubrió de afecto. Luego agarró todas sus fibras de plástico y se encargó de que no nos faltara nada. Los víveres ya estaban cargados. Johana la observó con esas lágrimas tan especiales que tiene ella y que nunca caen. Yo les llamo lágrimas adherentes. Greta nos besó en la frente y dispuso de todo. En su mirada se notaba que tenía miedo, pero también concentración. No importaba si era cuestión de entregar el diseño de una nueva nave, jugar una partida de ajedrez contra la computadora o dedicarse a la escucha atenta del Concierto de Brandenburgo… lo mismo podría ser cocer nuestra ropa deshilachada o sacar a pasear a Müller por el campo. Greta siempre está concentrada en su labor y en lo que sea que haga, deja todo. Por eso la admiro tanto. Es mi orgullo.

La pared de fuego se acerca a nosotros por el este. Debe tener una altura aproximada de mil metros y su velocidad es de cincuenta kilómetros por hora, o quizás más. Estas son conclusiones apresuradas que no tienen fundamento científico, pero creo que, por lo poco que sé, es así. Y en buena hora llega así este momento crucial de máxima tensión y decisión para todos nosotros. El planeta es algo irrespirable y nocivo para la salud. Yo, particularmente, no lo soporto más. Ahora Greta, además de apuro y concentración, detentaba una mirada fiera, como de tigresa preocupada. Termina los últimos ajustes por fuera de la cabina. Sus movimientos son rápidos y decididos. La cortina de fuego esta a pocos kilómetros. En breve nos tapará y derretirá, pero es probable que muramos antes, sofocados por el calor y la falta de oxígeno. Sin embargo, Greta mantiene su temple de acero. Con Johana la amamos, aunque nunca se lo decimos mucho y la verdad es que no sé el motivo. Solo que a mí no me sale decirlo. Ni siquiera ahora. Soy un hombre de otros tiempos. Y ella sigue, dale que va, de aquí para allá. Ultimando los detalles para emprender el destino final que, quizás, nos salve.

Ahora estamos al borde de la extinción. Greta cierra la compuerta y, antes del despegue, apoya la mano sobre el ojo de buey. Nos mira con esa cara seria pero afectuosa a su manera. No había espacio para los tres. La pared de fuego está tan cercana que ahora se distinguen como serpentinas rojizas que se acercan a una velocidad increíble. Mis cálculos fueron errados. La nave se eleva, Greta se hace cada vez más pequeña. Me recuerda cuando tenía siete años y fascinada con las historias de ciencia ficción que le hacía leer, me prometía que de grande sería astronauta. Y consiguió algo mucho mejor. Logró todo lo que se propuso. Yo solo fui un peldaño más en su crecimiento. Y está bien que así sea.

La nave se eleva estruendosa por el aire. Greta se convierte en un punto negro rodeada de un mar rojo. Johana llora sin llorar y aprieta fuerte mi brazo arrugado. Entonces recuerdo cuando Greta era apenas un suspiro de vida en mis manos. O cuando dio tambaleándose sus primeros pasos. Recuerdo cuando llevé a Greta a su primer día de clases y no quería entrar porque se quería quedar en casa a jugar conmigo. Y recuerdo su primer diseño de cohete de propulsión atérmica. Nuestros paseos por el campo bajo las estrellas. Su colación como ingeniera nuclear. Cuando me llevó a conocer la base atómica. Su primera pareja Raquel. Su determinación constante ante toda adversidad… su valentía ante el final. Y ahora, el mar de fuego que la cubre me hace pensar, porque no me quedé yo en su lugar. Ojalá hubiese tenido el coraje que…  

No hay comentarios: