lunes, 30 de diciembre de 2019

La confabulación "Alien"



1955
En la radio
Este es un reporte de último momento. Por todas las radios y emisoras disponibles, advertimos a la población mundial, que estamos siendo víctimas de manipulación foránea. Hay serios motivos para pensar que una agrupación ilícita (por ahora no podemos dar nombres), tiene oscuros motivos en su intento por insertarse en la población. Son seres que buscan cooptar más y más poder. Ganar cada vez más espacio. Desplazar a los ciudadanos decentes de sus lugares de trabajo. Y lo peor de todo es que buscan congraciarse con el ciudadano más sensiblero, aquel de tibio corazón y convicciones más endebles. Aquellos que creen que al extraño, al deforme, al peligroso, hay que tenderle una mano. Pero eso no es posible radio escuchas, eso no puede ser. Porque cuando nuestros principios fundamentales corren peligro, entonces de que estamos hablando. Todo nuestro modo de vida se verá afectado por la llegado de estos seres inmundos, porque si, son inmundos, olorosos, feos, peludos, con uñas como garras y dientes afilados como demonios. En su rostro está la marca de Caín. La marca del deseo más bajo, de la violación y la muerte. Y acaso pregunto a la ciudadanía: ¿Vamos a quedarnos cruzados de brazos mientras aquellos vienen a nuestro país a hacer lo que quieran? o vamos a poner un límite a la situación. Yo por mi parte, creo que es momento de mandar a ilegales de nuevo a su lejana y atroz morada. 
1985
En la televisión
¿Qué es lo que quieren? No lo sabemos. Ya estuvieron aquí antes y podrán volver en cualquier momento. Nuestro planeta no se encuentra en el mejor momento financiero para encima, hacerse cargo de unos seres con problemas en sus hogares. ¿Acaso hacemos beneficencia? No lo creo. No es momento. Porque si bien, todos podemos guardar una idea idealizado respecto a estos seres, sobre todo y gracias a películas, que los idealizan y nos quieren hacer reír con sus monerías. La verdad es que no señores. Este humilde conductor de televisión les dice: Yo no les creo nada.
2015
En las redes sociales
Es tiempo de dejar ser a las personas. Los discursos aislacionistas no van más. #DEJENENPAZALOSALIENS
Me parece increíble que en pleno siglo veintiuno, todavía discutamos si Aliens si o Aliens no. Creo que es tiempo de pensar si Políticos si o políticos no. #YOTAMBIÉNSOYUNALIEN
Creo que el asunto aliens pone en evidencia a una sociedad excluyente y patriarcal. Los aliens, junto con la comunidad LGTBI, las mujeres, y otros, son los marginales que decimos basta. #ABAJOELPATRIARCADO
Yo no creo en toda esta locura de los aliens. ¿A donde están? Yo no los veo. Para mi todos somos ciudadanos de una misma comunidad universal e intergaláctica. Después de todo, nosotros también venidos de las estrellas. #TODOSSOMOSALIENS
No entiendo porque todavía no somos aceptados por algunos sectores terrícolas. Hemos demostrado a lo largo de los últimos BEEERPP CRIC ZASSS, perdón, que somos buenos trabajadores y que no venimos a molestar a nadie. Solo a destruirlos y hacerlos mierda por soberbios e hijos de puta y avernos tenido viviendo en condiciones infraaliens durante más de sesenta años. Van a morir todos, sepanlo... BEERPPP CLANG CLAK CLAK CLAK BZZZZ SWINNG BASH...

Fin de la transmisión.
Fin del comunicado. 

domingo, 22 de diciembre de 2019

Por generación espontánea


Todos viajamos hacia el infinito y hace tiempo que nos acercamos a los límites de nuestra galaxia. El viaje durará tanto que ni siquiera nosotros (yo nací cuando salíamos del sistema solar), podremos conocer nuestro nuevo hogar. Vivimos en la gran nave madre "Avatar 10", que es como una inmensa ciudadela flotante. Acá arriba llevo adelante la educación formal de cientos de estudiantes; un requisito que debemos mantener para no caer en la ignorancia y el ostracismo. Mi especialidad: la biología y ciencias naturales en general. Mi nombre es Datalí y ésta es mi historia.
Como es obvio, de niña, mi clase preferida era la biología. La seño se llamaba Martha Samaniego. Era una genia, la amaba. Tengo muy buenos recuerdos de ella y algunos acuden a mí ahora. Porque a mí me encantaba saber acerca del planeta de donde veníamos; la naturaleza terrestre, como estamos conformados todos los seres vivos, la evolución de las especies y demás. Samaniego me explicó las primeras teorías especistas del siglo diecinueve. Me causó mucha gracia las cosas que la gente elucubraba en aquel entonces. Ni hablar de cuando la raza humana creía que la Tierra era plana. Muy divertida la imaginación de la gente, realmente. Pero ahora estoy recordando todo... porque: Samaniego me reta. Me insta a entender que así es como el ser humano llegó a la conquista del espacio. Equivocándose. Ensayo y error. Es muy loco, porque muchas de esas equivocaciones son las que nos expulsaron de nuestro planeta de origen, y por las cuales ahora buscamos un nuevo hogar. Le pregunté a Samaniego si no era una paradoja el hecho de que nuestros errores del pasado, nuestra irresponsabilidad, tuviera como consecuencia llegar a alcanzar la tecnología suficiente para cruzar el universo, pero pagando el altísimo costo de perder a la Tierra. Samaniego no me contestó y en cambio meneó la cabeza. Me dijo que las cosas no eran tan simples, que debía seguir estudiando, sopesar todas las variables socio históricas que nos llevaron a la presente situación y, en todo caso, después sacar algún tipo de conclusión. Yo estaba de acuerdo con ella en casi todo. También sabía que yo era su alumna favorita, con quien se quedaba charlando hasta después de clase. Samaniego estaba soltera, vivía con su gato siamés llamado 'Codos' y un inmenso vivero, tal vez el más grande y bonito de todo el sector 4g de la nave nodriza. Mi historia con la seño terminó de forma abrupta.
Cuando cumplí nueve años, la nave llegó a su primera parada importante. Un planeta de características similares a la Tierra, cercano a la estrella Sirio. Todo parecía demasiado irreal para ser cierto. Sin embargo, mantuve las esperanzas. En cambio, Samaniego, desconfiaba. Yo no lo niego, le dije a Samaniego, pero el chiste no le hizo gracia. De todos modos, tuvimos que interrumpir mis estudios ya que ella estaba en el equipo para uno de los primeros viajes de reconocimiento y por ser su mejor alumna me pidió que la acompañara en función de ayudante. Mis padres me dejaron a su cargo, no sin cierto malestar. Pero la seño, era la persona más capaz y confiable que había en toda la nave, así que no hubo mucho problema.
Cuando descendimos en Prima 11 (el nombre del extraño planeta), notamos que la vegetación era bastante abundante, el oxígeno era demasiado intenso, y el cielo cambiaba de verde a púrpura de forma casi constante. Samaniego estaba extasiada ante todo aquel paisaje. Tanto que ni hablaba. Yo también, sobre todo porque nací en una nave y era el primer planeta que pisaba. Porque el simulador de paseos por la vieja Tierra, si bien era muy realista, no era lo mismo. Sabías que te manejabas en un ambiente sintético y controlado. Pero ahí; no hay caso... Era pura incertidumbre y aventura.
Nuestro grupo consistía en doce personas. Seis hombres y seis mujeres. De las cuales una era casi anciana y la otra, casi una niña. Samaniego y yo. El resto, todos adultos científicos bastante serios y aburridos. Mientras avanzábamos por el ambiente hostil y primitivo de Prima 11, observamos otras cápsulas y sondas de monitoreo enviadas desde la nave madre. Era claro que estábamos re contra protegidos. Cualquier inconveniente que tuviésemos, se activaba un sistema de seguridad que respondía desde las cápsulas aledañas bloqueando cualquier tipo de ataque o peligro. Además de que estábamos armados. Excepto Samaniego y yo, claro, que soy pequeña y la seño, que odia las armas.
Pude observar algunas bolas peludas que parecían emerger de entre los pastizales y se cruzaban frente a nosotros a una velocidad increíble. No llegamos a verlas con mucho detalle ya que la escafandra no era lo más cómodo ni avanzado de nuestra tecnología. Samaniego seguía absorta en su propia contemplación del planeta. Hasta que llegamos a una especie de cueva enclavada en una loma bastante húmeda y oscura. El grupo se dividió en tres y solo nuestro, ahora grupo de cuatro, entró a la cueva, el resto continuó camino o entraron en otras cuevas. Nosotras encendimos nuestras linternas de exploración. Debo decir que el diseño del traje era muy lindo, con delicados detalles de volados violetas en el mío que eran una delicia.
Samaniego se puso nerviosa. Nos acompañaban Sergei y Gladys. Dos seres de grises espíritus, con poco que decir y menos que aportar a nada. Él, un astrónomo de poca monta y ella, una física nuclear nada brillante. Pero bueno, al menos estaban ahí por las dudas, encabezando el grupo de reconocimiento. (Si es que se puede decir que pudiesen encabezar algo esos dos). Sergei estaba particularmente nervioso e irritable. La gente de su calaña me molesta mucho. Por lo general, las cosas salen mal cuando alguien ya viene cargado de inseguridad y falta de talento.
En fin, el túnel era bastante colorido. Una sobreabundancia de humedad lo había plagado de plantas de extrañas formas y colores. Se escuchaban ruidos como de alimañas corriendo veloces por el suelo y rozando nuestros tobillos, lo cual era algo bastante desagradable. Caminamos durante casi media hora, cuando de repente sonó la alarma de peligro en nuestros trajes. Los primeros que respondieron fueron Sergei y Gladys, que voltearon y casi nos tiran al suelo en su estampida. Una actitud, por lo pronto descortés y poco profesional. De hecho, no solo emprendieron la huida, sino que escaparon sin decirnos nada, como si quisieran abandonarnos adrede. Yo no me asusté, pero tomé de la mano a Samaniego, quien en principio no se mosqueó para nada.
Avanzamos a paso lento por el túnel de regreso y sentí algo que me trepaba por la pierna. Al alumbrarme noté que una cosa, parecida a una araña sin ojos, de color anaranjado, se había adherido a mi traje espacial. Intenté empujarla, pero estaba pegada. No medía mucho más que mi mano, así que la tomé fuerte y la pulvericé entre mis guantes. Al abrirlas, la araña se había convertido en polvo naranja que salió volando rumbo al camino por delante. Nos miramos con Samaniego confundidas. Al caminar un poco más llegamos a una especie de boca del túnel que daba a un horizonte de colosales dimensiones. Y ahí nos dimos cuentas que Prima 11 no era solo un planeta extraño, era algo más que solo eso. Era un planeta diferente, con sus propias reglas, sus leyes, su propio lógica. Frente a nosotros había dos grandes iguanas, mordiéndose entre ellas. Con cuerpos humanizados. Dos trajes espaciales yacían a sus pies, los de Gladys y Sergei. ¿Donde estaban los aburridos científicos? Imposible saberlo, pero era probable que hubiesen sido devorados por aquellos seres que, por suerte, no nos habían visto, aún... retrocedimos de a poco, pero el suelo era algo movedizo y nos impedía una rápida retirada. Al iluminar, pudimos observar lo más llamativo de todo. Caían gotas del techo y esas gotas, al fundirse en el suelo, se convertían en una especie de caracol deforme, que si lo pisabas se hacia agua. Piedritas, que de pronto cobraban vida y les salían patitas, como si fueran escarabajos. Y así, florecía a nuestro alrededor, todo tipo de bichos y alimañas. Todo era tan asqueroso y pesadillesco que temimos habernos vuelto locas. Samaniego, me miró con total desconcierto en su mirada y me dijo... "Imposible... es imposible... nacen por generación espontánea... no tiene ningún asidero científico... no tiene sentido... no puede ser, no..."
Intenté tranquilizarla pero era difícil. Claro que todo eso no podía ser. Aquellas teorías decimonónicas habían sido descartadas hacía varios siglos. Sin embargo, así era. En Prima 11, la generación espontánea era un hecho. Algunos de aquellos extraños seres quisieron mordernos, pero de una patada se deshacían como si estuvieran hechos de polvo o agua. Cuando retomamos el túnel de salida, nos dimos cuenta que ya nos esperaban los soldados. La alarma de seguridad se había activado. Al parecer, varios de los colonos habían sucumbido en las cavernas como les pasó a Sergei y Gladys. Tuvimos que abandonar el planeta por hostil, pero sobre todo por incomprensible y no atenerse a las leyes universales de la física y biología terrestres.
Samaniego quedó en estado de shock durante varios días. Tengo entendido que fue duramente interrogada por las autoridades de la Nave y en cambio a mí, por ser menor, no me preguntaron ni la hora. Todo ese tiempo fue bastante dramático, hasta que un día me enteré que la seño volvería a dar clases y me re contra alegré. Pero fue algo momentáneo porque Samaniego estaba apagada, como perdida. Algo dentro de ella se había partido en dos para siempre. Y no tardé en darme cuenta por qué. Al finalizar la clase me le acerqué. No nos veíamos desde el accidente de las cuevas. Me evitó la mirada, pero insistí en que me prestara atención. Sus ojos perturbados e insondables solo parecían transmitirme desasosiego.
Su reflexión fue una extraña sentencia:
"Estamos perdidos. Como raza, estamos perdidos. Lo siento Data, pero es así. El universo es algo mucho más complejo de lo que pensábamos. No sabemos nada. Esta misión y el futuro de la raza humana, esta condenada".
Después de decirme esto, se levantó y se retiró abatida. Jamás la volví a ver. Desapareció de la docencia y de la vida pública en general. Nadie la volvió a ver y algunos dicen que se fue de la nave en una cápsula de escape. Es probable, muchos se suicidan así en Avatar 10. El otro día, caminando por la plaza virtual del centro, me pareció que algo peludo se cruzó rápido frente a mí. Y si pude ver bien, creo que fue Codos, el gato de Samaniego, callejeando solo y abandonado. Quise agarrarlo pero se me escabulló.
Ahora seguimos nuestro viaje y yo me encargo de mantener el estándar de calidad científica que me legó mi heroína, la seño Samaniego. Me considero la mejor en lo que hago y los padres de los chicos me lo reconocen. Son todos buenos alumnos. Sin embargo, hay una niña que destaca por sobre el resto. Me hace acordar un poco a mí. Y pienso que, para cuando lleguemos a nuestra próxima parada en el planeta Balcan 14, yo tendré la edad que mi seño tenía cuando bajamos en la primera. Solo espero estar a la altura de las circunstancias, si es que se presentan.
Fin del comunicado.
Datalí Heron. 12/12/2120

lunes, 16 de diciembre de 2019

Una visita que se prolonga



Quizás haya sido el vino, quizás el postre, pero la cuestión; es que aquella tarde de un doce de diciembre del dos mil... mi visita al Museo de ciencias naturales de la ciudad, se prolongó más de lo esperado.
Todos conocen al Museo de Ciencias; una enorme mole como un palacio, con una arquitectura exquisita, con búhos enormes de hormigón, y rejas con forma de telaraña, entre otros detalles. Visto desde afuera, puede parecer un castillo. Hermoso lugar. Aunque en invierno, su aspecto puede parecer amenazador y tenebroso.
Como dije antes, aquella tarde de verano, cansado de estar y no ser nada, decidí retomar la visita de un museo al cual no iba desde mi más tierna infancia. Claro que había pasado mil veces por allí, pero entrar... nada de eso. Recordaba los enormes huesos de dinosaurios. Los albatros y los zorros disecados. El acuario, la zona de arañas, insectos y mariposas disecadas. Y hasta recordaba al enorme sapo gigante, apretado en un gran frasco de formol. Pero mi sector favorito era, definitivamente, el del salón de los mamíferos. Todo seguía mas o menos igual. Los feroces mandriles en la entrada y el hombre de cera, defendiéndose de dos feroces jaguares.
Lo que me llamaba la atención eran los viejos cuadros pintados en los fondos de cada escena. Claro que en la parte del Huemul, de fondo había montañas o tras el avestrúz, la interminable llanura pampeana. Cuando miraba unos zorros de la meseta, mi mirada se perdió en el fondo. Ese viejo y gastado paisajismo, hecho casi en otra era. Pero no podía quitar mis ojos de ahí. Estaba hipnotizado.
Cansado, traté de retirarme del lugar, pero algo bajo mis pies crujió. Una ramita...
Avancé dos o tres pasos más y noté un aroma limpio en el aire, una brisa me acarició el rostro. Atrás había quedado el olor a encierro del museo y la poca gente a mi alrededor. El sol pegaba directo sobre mí y busqué guarecerme de su tibieza bajo la sombra de un gran olmo. Podía escuchar el sonidos de las aves del campo trinar sobre mí. Y a lo lejos, dos zorros corretear por entre un pastizal un poco seco y amarillo. No pensé mucho en el prodigio de haber entrado en su habitát, porque no tuve tiempo. Tuve que salir corriendo e intentar trepar en algún otro árbol más accesible. Los zorros se habían convertidos en hienas y chacales. Sus ladridos se acercaron por detrás y comencé a sentir los tarascones en mis pantalones. Hasta que pocos segundos antes de la primera mordida, tal vez mortal, logré poner pie en una rama que me dio acceso a la copa de un árbol, un sauce llorón. Desde allí observé como mis acechadores se triplicaron y merodean mi árbol, vigilándome. Ya no hay sosiego para esta liebre. Y mientras muero de inanición, puedo pensar los miles de millones de motivos por los cuales entré al cuadro y me convertí de acechador a acechado. Vuelvo al principio y creo que fue el postre...

miércoles, 4 de diciembre de 2019

El portero eléctrico



Cuando Benjamín despertó esa mañana, descubrió que era un portero eléctrico. Hacía años que trabajaba de encargado en un edificio ubicado en las calles de Aráoz y Guemes, barrio de Palermo.
Pero los años lo habían ido oxidando. Un oficio sacrificado donde hay que levantarse muy temprano y estar atento a repartir el correo, trapear los pasillos y conocer los vericuetos y las mañas del edificio en cuestión. Si el trabajo es cama adentro, acostumbrarse a vivir en el monoambiente más pequeño e incómodo del edificio y la peor parte, lidiar con los vecinos porteños que, por lo general, suelen ser un grano en el culo. Pero por otro lado, las prestaciones de ser portero de edificio o encargado son varias. Una buena obra social, un sindicato fuerte, vacaciones pagas, piletas de Suterh y que los vecinos cogotudos palermitanos te paguen todos los servicios. Eso sí que no tiene precio. Además, es muy difícil sacarse de encima a un portero. El sindicato es poderoso y no se deja amedrentar por vecinos platudos con pretenciones clasistas ni morales. Además, tienen su propio línea de vinos.
Benjamín era un buen encargado. Hacía todo lo que tenía que hacer y más. Si tenía que subirse al tanque de agua o bajar a las profundidades de la sala de máquinas del ascensor, lo hacía. ¿Había que lidiar con los disyuntores eléctricos del sótano, no había problema. Benjamín era casi un pastor edilicio. Guiaba al rebaño inmobiliario según los vaivenes humorísticos de sus vecinos. Doña Rebeca, la vieja judía del primer piso, siempre se quejaba; del calor, del frío, de los políticos, comerciantes, de la navidad, los musulmanes y hasta de los judíos. Pero el viejo Benjamín le tenía una santa paciencia. Santafesino de ley, Benjamín había llegado de Cañada Rosquín a Buenos Aires, cuando apenas llegaba a los veinte años. Cuarenta años después, don Benja, como le decían los viejos dueños del edificio de Araoz, estaba con un pie más cerca del retiro y la posibilidad de volver a su pueblo natal para ponerse, con sus ahorros, una parcelita de tierra y vender papas y hortalizas hasta que... pasó lo que pasó.
Nadie sabe como fue. Pero esa mañana de diciembre, previo a las fiestas, Benjamín bajó a hacer sus tareas de mantenimiento en el edificio y se percató de que su cuerpo estaba más duro. Su piel había mutado de cetrina a plateada y en sus venas ya no corría sangre, sino circuitos eléctricos. También se percató que cada vez que alguien se paraba fuera del edificio y tocaba el timbre, su cuerpo vibraba.
Asustado por su aspecto robótico, decidió visitar al viejo Ramiro del octavo piso. Ramiro era un mecánico de autos retirado, y entre los rumores de barrio, se decía que había sido el último mecánico personal del propio Fangio. Pero eso, para Benjamín, eran puros cuentos de vieja chismosa. Solo le interesaba detener aquella extraña mutación.
Al abrir la puerta y observar el nuevo aspecto del portero, Ramiro se asustó y cerró de un portazo, dando un grito agudo y afeminado. Benjamín comenzó a dudar de las capacidades reales de Ramiro:
-Dale pelotudo, amigo de Fangio y la puta que te parió! Abrí viejo culeado.
Pasaron algunos segundos de silencio hasta que la puerta se entornó y apareció la calva cabeza lustrosa de Ramiro. Con un gesto lo invitó a pasar y se sentaron en los sillones del living. Benjamín rechinó al sentarse y un gas eléctrico se escapó de su trasero. Perdón, dijo. Ramiro como si no hubiese oído nada le ofreció un cafecito.
-Te agradezco, pero no sé como me puede llegar a caer un líquido dada mi condición actual.
Ramiro no insistió y le pidió por favor que le explicara un poco el asunto.
Benja le contó que ayer a la noche había tomado media botella de vino Suterh y cayó rendido. Hoy, al despuntar el alba, despertó como siempre, pero se notó más pesado. Al verse en el espejo notó que su aspecto había cambiado. Eso era todo. Ramiro se quedó pensando unos minutos en silencio. Luego se levantó y fue en busca de un pesado libro que examinó por un rato prolongado. Benjamín estaba impaciente porque ya era hora de baldear los pasillos. Además, su cuerpo no paraba de vibrar.
-Existen algunos pocos casos como el suyo don Benja. Son casos raros de combustión espontánea, implosión autogenerada o robotización crónica autoadquirida. Son casos raros, muy poco conocidos, síntomas de los tiempos modernos.
Ramiro cerró el libro de un golpazo y negó con la cabeza:
-Lo siento don Benja, pero creo que va a tener que vivir con su nueva condición. Robotizarse no sería un problema, pero volver a un estadío orgánico, es científicamente imposible. De verdad lo lamento.
Don Benja, salió cabizbajo de su cosulta médico técnica y volvió a sus deberes. Pero no tardó en darse cuenta que cosas como baldear, trabajar en la sala de máquinas y otras tareas, eran casi incompatibles con su nueva naturaleza eléctrica. Entonces fue que decidió dar un giro a su vida.
Como Benjamín nunca se casó ni tuvo hijos, decidió que había sonado la campana de su retiro, pocos años antes que le tocara. Sus aportes ya eran completos hacía varios años y sus ahorros le permitían planear la gran fuga de la ciudad.
Por las calles, la gente lo miraba extasiada por su brillo prístino. Un muchacho de treinta años le preguntó si era un halcón galáctico y una muchacha punk le acercó un papelito con un número de teléfono para "hacer cosas locas", le dijo.
Nadie vibrará su desconsuelo, pensó para sí. Solo le restaba una vida como fenómeno de circo o conejillo de indias para científicos y medios.
Por eso, ese mismo día, Benjamín se evaporó, dejando el balde con el trapeador, abandonado en el primer piso, frente a lo de doña Rebeca. Nunca comenzó su labor aquella mañana y nadie lo volvió a ver nunca más.
PD: Algunos buscadores de leyendas urbanas, dicen que encontraron una extraña granja en pleno campo santafesino. No hay ningún ser humano en sus inmediaciones, todos los animales son cuidados por sofisticados métodos mecánicos. Las ubres de las vacas, succionadas por tubos de ensayo prolijamente manejados de forma automática. Las cosechas cultivadas por máquinas rigurosamente cronometradas. Tic-tac tic-tac tic-tac. Y en el medio del granero, solo un granjero plateado, el ex portero eléctrico Benjamín, sentado sobre una gran mole de viruta. Cumpliendo su sueño, haciendo la suya.
Todo cuento de vieja chismosa.