sábado, 28 de noviembre de 2020

Maradona y yo

 


Corría el año 1996, y Diego estaba jugando en Boca de nuevo. No recuerdo el mes pero calculo que fue a mediados de año. No importa, yo estaba en séptimo grado, me había ido de campamento con los Scouts (sí, Boy scout) a un predio en Ezeiza, que si mal no recuerdo era el del SEC (Sindicato de Empleados de Comercio), gremio del cual después sería parte durante tantos años. En fin, Diego se encontraba en el predio aledaño, entrenando con Boca Juniors. Se corrió la bola y todos salimos corriendo hacia donde estaba, cruzamos un alambrado e invadimos la cancha como un grupo de pendejos enajenados. Yo no sabía bien que pasaba pero seguí al resto, hasta que veo que todos rodeaban a algunos jugadores, ahí, entrenando con su ropa deportiva, con sus caras de culo. Recuerdo que había varios jugadores importantes, entre ellos, la brujita Verón… A mí solo me interesaba Diego que era, por lejos, el más rodeado de todos. No recuerdo si le pedí el autógrafo a otro jugador, pero la realidad es que a mí, en ese momento, con trece años y siendo hincha de San Lorenzo, solo me interesaba el autógrafo del Diez, ese jugador que era una especie de semi dios como los de la antigua Grecia, algo así como un Hércules o Aquiles, un guerrero que estaba por encima del resto de los mortales y sobre todo que trascendía la limitada visión de los cuadros de fútbol. Maradona era el jugador nacional y albiceleste por antonomasia. Así lo veía entonces y así lo sigo viendo ahora, fuera de todo fanatismo, es lo que pienso. Pero bueno, como todo ídolo o semi dios greco latino, Maradona también era humano y se hinchaba las pelotas. Un tipo que en ese año, cumplía veinte años de carrera profesional, por ende no me quiero imaginar la cantidad de autógrafos que habrá firmado en su vida. La cuestión es que el Diego estaba con cara de orto, contrariado, podrido, roto los huevos, y ante la algarabía y emoción de todos nosotros, pendejos gritones extasiados ante su presencia nos tiró una frase que se me quedó grabada en la cabeza para toda la vida:

“Bueno, tranquilitos eh, tranquilitos o no les firmo nada”.

Por dentro me reí por esa manera espontánea de contestar, mostrándose como era, como estaba en ese momento, era una mañana y de seguro ya estaba harto de todo eso. Me firmó un papelito, con el famoso Diego (10), creo que ni me miró, nos firmaba y pasaba al otro y así… para mí fue un momento increíble. En breve, todo se cortó y nos vinieron a sacar. Todo fue muy breve, pero la experiencia está ahí. Lamentablemente he perdido en ese mismo campamento, el papel con la firma de Diego. Sé que es algo imperdonable. Quizás por eso no cuento mucho la anécdota, porque Diego estaba medio cabreado, mi ídolo futbolístico absoluto desde los seis años hasta la fecha. Y porque yo perdí esa firma. Eso fue todo. Sé que mucha gente tiene historias mucho mejores para contar, pero esa fue mi experiencia y si bien no me quedó registro, llevo en mi recuerdo como único testigo aquel momento mágico frente a mi héroe, frente a ese héroe mundial, entre divino y completamente terrenal. Lo amo por eso. Me consuela entre tanto dolor por la pérdida que Diego nunca dejó de ser mi ídolo. Quizás después vendrían otros argentinos a quienes también amo y admiro muchísimo como Charly, el flaco Spinetta o Favio, pero lamentablemente nunca pude conocerlos (ya no creo que llegue a conocer a Charly), pero a Diego que fue uno de mis primeros héroes, si no es que fue el primero, siempre lo banqué, siempre, aunque el tipo se mostrara así, como era, a veces con un carácter brutal, pero fiel a sus sentimientos, lo menos careta que vi en mi vida, y quizás sea esa forma de ser de aquel petiso escorpiano loco lo que también me marcó para siempre, esa forma de ser directa, sin chupamedismos, frontal hasta la médula, hasta cuando hay que ser un poco más “diplomático”. Él era así y siempre me pareció perfecto. Claro que también viví momentos de amor-odio con el astro pero era esa condición de ser imperfecto la que lo redime por completo. Bah, en realidad, él no necesita que nada ni nadie lo redima, menos yo que soy pelusa de ombligo al lado suyo. Pero en este momento tengo que parar. Porque ya dije todo y a la vez podría seguir de forma interminable. Chau Diego, ojalá te reencuentre en otro plano.

                Creo en D10s, en el Diego jugador todo terreno, que le puso el pecho y la garra a cada enfrentamiento que se tomó con la seriedad que solo los grandes se toman, todo a vida o muerte. Maradona no era Dios, no era Él dios de la tradición judeo cristiana, no era Ese dios, Maradona era un Dios más terrenal, más humano, mal falible, como los dioses griegos del Olimpo, era como una especie de Zeus, dios patriarca, padre de muchos hijos extramatrimoniales, con sus enojos, enconos y falencias, pero definitivamente un Dios popular, un Dios humano, un ser increíble y único en la historia de la Humanidad, así, con mayúscula. ¡Te amo Diego Armando Maradona, hasta siempre!

martes, 24 de noviembre de 2020

Beth

Beth I hear you calling

But I can't come home right now

Me and the boys are playing
And we just can't find the sound
Just a few more hours
And I'll be right home to you
I think I hear them calling
Oh Beth what can I do
Beth what can I do
You say you feel so empty
That our house just ain't our home
I'm always somewhere else
And you're always there alone
Beth I know you're lonely
And I hope you'll be alright
'Cause me and the boys will be playing all night

Canción dedicada a Beth N, que todas las noches, desde Nueva York y sin conocernos, me juega al SongPop2, una aplicación o jueguito que realmente me ha servido para sortear este 2020 de cuarentena. En el mismo, aparecen una serie de listas musicales, por géneros, bandas o épocas donde suenan canciones y uno debe adivinar tema o artista alternativamente. Beth es una usuaria más de tantas, que al parecer reside en NY. Pero a la vez no es otra más. Es una chica especial. Jugamos hace muchos meses y hace rato le saque la ficha. Ella tiene un modus operandi bastante particular. Ella, a diferencia del resto no busca ganar sino solo demostrarte que es mejor y más rápida que voz, por ende que sabe más de música. Porque en ocasiones elige mal los temas o artistas cuando en otras ya los había marcado y a gran velocidad! Pero apenas empiezo a perder, ella se vuelve a dejar ganar. Me parece muy divertido lo que hace. He querido preguntarle porque lo hace, pero es uno de los pocos usuarios que no tiene habilitado el chat. Quizás no sea verdadera y sea una especie de robot del jueguito o algo así como un troll de juegos. La verdad no lo sé. Intenté buscarla por las redes pero es tan imposible como buscar a cualquier persona en este vasto planeta. Por ende, solo le dedicaré esta canción de Kiss, y que le garúe finito allí donde sea que esté o exista, si es que existe. 

jueves, 5 de noviembre de 2020

Iba acabándose el vino

 

Iba acabándose el vino, cuando Pedro entendió que había llegado el final. ¿De qué? No lo tenía muy claro. Pero sentía en su interior que comenzaba a elaborarse un duelo. El reloj había dado las seis, pero esta vez era de verdad el fin de algo. Ya no quedaba casi ninguno de los comensales. La comedia había salido mal. Todos habían disparado hacia sus casas con malas caras.

Carlos había ido a encerrarse a su cuarto y desde allí se oían unas suaves notas en el piano, bastante melancólicas. Su ex novia Rosi, se había ido hacía un cuarto de hora con su mejor amigo. Esta noche a Carlos le tocó perder. Pedro se sintió culpable de haber organizado la fiesta y sin querer, colocar las cartas sobre la mesa para que sucediera cualquier cosa. Pero no hubo animosidad. Solo el dolor de saber que este grupo de amigos no se juntaría nunca más a comer, a tomar, a charlar, a bailar o a ver una película. Era el fin de la infancia. Para todos.

Con Pedro solo quedaba Raúl el santafesino, el cual no solía involucrarse en los dramas emocionales de sus amigos porteños a los que consideraba muy llorones. Seguía en la mesa como si todos estuvieran aún allí. Se bajaba sin parar la última botella de vino. Raúl era un personaje pintoresco, de esos que le sacan solemnidad a cualquier cosa que pueda prescindir de ella. Antes de tomarse un vaso de vino, saludaba con una inclinación de cabeza y levantando el vaso decía “salud a la compañía” o “salud paisano”, “la sangre de Cristo”, etc, etc. Mientras, Pedro, se encontraba en la nada envidiable tarea de limpiar la casa. Levantar los platos y vasos. Llevarlos a la bacha de la cocina. Tirar toda la basura al gran tacho. Tirar botellas de vino, latas. Y por último, fregar el piso que era un pegote a punto de cobrar vida para así engullir a los sobrevivientes de la debacle.

La luz del alba empezaba a despuntar por el este, cubriendo de a poco el cielo nocturno con un leve resplandor celeste que se iba desperezando lenta pero inexorablemente. Pedro le pidió a Raúl que levantara los pies para fregar bajo de sus nuevas botas texanas traídas de Estados Unidos. El santafesino accedió a esta petición y antes de vaciar el último trago sentenció “por la última curda con los amigos”. Pedro lo miró comprendiendo que el robusto santafesino sabía todo lo que pasaba a su alrededor, pero su estilo era el campero: no mostrar sus sentimientos, porque esa es la trampa en la que para él, caen los hombres de la ciudad. Para después terminar con problemas en la mente o adictos a drogas foráneas, o se hacerse gays. Pero Pedro entendía que Raúl tenía una educación distinta, quizás un poco rústica y conservadora. De todos modos lo quería.

Raúl lo miraba con una mirada comprensiva y amistosa. Le dijo a Pedro que trajera las guitarras porque algún día tendrían cuarenta años y se acordarían de la última noche con el grupo como lo conocían desde niños. Pedro se lo pensó un poco y decidió dejar de limpiar la casa. Ya habría tiempo para eso. Fue a buscar su guitarra y la de su amigo Carlos. Se la pasó a Raúl que se había prendido un cigarrillo mientras. Afinaron concentrados. Luego Pedro se prendió un cigarrillo y lo miró a Raúl. Comenzó un arreglo de arpegio en si bemol. Raúl se limpió la grasa de las manos en su jean e intentó acoplarse a la melodía propuesta por su amigo. Sin mediar palabra, los dos amigos comenzaron a tocar sin pensar en el mañana. Era un diálogo musical en el cual intentaban ahogar esa pena que ambos compartían, mientras el sol se elevaba como una plegaria de despedida.