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viernes, 21 de febrero de 2025

Un clásico del Cine Shampoo y del verano




Existen toda una serie de películas que nos deleitábamos viendo cuando niños. Pelis que daban en los canales de aire y, si tenías cable, ahí también. Hablo de aquellas cintas dobladas al "Latino" con esas voces tan familiares y que por lo general eran de tramas simples, con chicos como protagonistas y sobre todo de aventuras. 
La lista sería interminable. Hay muchas de ellas que hoy nos serían insoportables de ver, otras podríamos verlas sin mayor inconveniente, pero estan las que siguen siendo buenas. 
Por lo general se suele bastardear bastante seguido al cine de películas infantiles, porque se considera casi un género menor en sí mismo. O se dice que los efectos quedaron viejos, o que la trama es demasiado simplona. En algunos casos es así, pero en otros, no, y se suele condenar a películas que siguen resultando divertidas como (casi) el primer día. Algunas películas como Viajeros (1985) puede que resulte ridícula, otra como La historia sin fin (1984) puedo entender que haya gente que piense que la peli envejeció mal (a mí me sigue gustando aunque no como cuando era chico) y otras, como de la que hablaré a continuación, se mantiene firme junto al pueblo. 
Uno de estos casos podría ser el Stand by me (1986), pero está fuera de discusión porque más que una película infantil se trata de un drama con preadolescentes. Con sus momentos de humor y aventura, si claro, pero tiene otro tratamiento como el tema de la muerte del hermano de Gordie, el cadaver que van a buscar, el maltrato del padre a uno de los chicos, en fin. Se nota que la historia está basada en una obra, en este caso una nouvelle del maestro Stephen King. Pero no, de la peli que hablo, no tiene mayor pretención. Es un caso de vindicación de "peli pochoclera de verano" como ya había hecho hace unos años en este mismo blog respecto de White water summer (1988) con Kevin Bacon. 
De la peli que voy a hablar es The sandlot (1993) o mejor conocida como "Nuestra pandilla" o como la anunciaban en el ciclo de cine shampoo del canal 13 en los noventas... "Cuidado! Hércules vigila". Nombre por demás absurdo y autocomplaciente. Pero de todos modos era simpático, quizás el más argento de todos los títulos posibles. 
La peli en cuestión trata de Smalls (Me matas Smalls!), un pibe de quinto grado que llega a una nueva ciudad, con su madre y flamante padrastro con el que no tiene mucho feeling. Hasta la peli podría ser una más del montón, una trama muy similar a Intensamente. Claro que es bastante anterior a la de Disney pero en fin, ese ese tipo de pelis. Chico nuevo en nueva ciudad, trata de adaptarse o sobrevivir al nuevo entorno. Sólo que aquí todo se da en el verano, es una peli de temporada veraniega, de vacaciones en la ciudad, etc. El pibe es un nerdie, pero nerdi en serio, de esos que saben construir cosas, que son re matemáticos, que son cerebritos bah... Cero deportes! Entonces, en un momento, la madre lo ve al pibe ahí, jugando en la oscuridad de su cuarto y lo manda a que salga, a que viva su infancia como un pibe normal y que se deje de joder un cachito en la casa todo el tiempo. El pibe, que no es tan boluchi como parece, capta la indirecta y sale a patear por el barrio. Que conste que el lugar, que no recuerdo como se llama, podría bien ser un pueblo más o menos grande del interior de Argentina. Pienso en Merlo, San Luis, ya que con unas montañas de fondo, calles amplias y pocos autos, me hace acordar a los dos o tres veranos que pasé allá en los 90`s, con flamantes amiguitos merlinos. Ese asunto de adaptarse, o de que te acepten, cuesta... o si que cuesta. Pero al final, todos terminamos por encajar, porque al final, sos uno más para el juego. 
Volviendo a The sandlot, Smalls va a donde nosotros llamaríamos el potrero, allí los pibes en vez de jugar al fulbo jugan al beisbo, que allá al norte es (o era al menos) el deporte más popular. Como siempre, había un grupito de chicos de barrio, que se la pasaban jugando y soñando con ser estrellas de dicho deporte cuando fueran grandes. Niguno descollaba demasiado, aunque tenían espíritu, excepto uno de apellido Rodriguez. Este personaje de apellido y rostro latino es medio el langa, o mejor dicho, el fachero y buen jugador. Pero a diferencia de lo que sería una peli yanqui típica, este flaco no es ni agrandado ni un forro. Al contrario, es un pibe bastante macanudo que desde el principio intenta que Smalls pueda incorporarse al equipo. Mientras el resto piensa que el pibe nuevo es un "pata dura" por decirlo en nuestros términos, Rodriguez se arma de toda la paciencia y logra que al final Smalls pueda devolver la pelota como una persona normal. 
Abro paréntesis. Reconozco que esta peli, al margen de lo nostálgico que pueda tener para los de mi generación, a mi me toca de alguna manera un poco más. Primero, el protagonista es un flacucho y rubiecito, un poco torpe pero que trata de hacer amigos. Al principio se rinde fácil pero luego, cuando ve que alguien (Rodriguez) le pone un toque de onda, entonces intenta dar lo mejor de sí. Es buen amigo y un poco ingenuo. Se morfa los cuentos de pueblo que le cuentan para asustarlo, pero un poco también se deja asustar, para que todo sea más divertido. Me recuerda bastante a mis diez años. Bastante bastante. Con la diferencia sólo del nucleo familiar diferente y que yo era un queso en matemáticas. Mi nerdeada iba por ver dibujitos, jugar con juguetes y leer historietas. Thats all. Cierro paréntesis.   
Bueno, para no hacer tan largo el asunto. En la peli, al final se van haciendo amigotes, Smalls y el resto de la variopinta pandilla. Creo que el personaje de Hamilton, el gordito, se lleva los mejores aplausos. Es el clásico gordito medio bardero, patoterito, pero que al final muestra que tiene un gran corazón. Y luego también el pibito de anteojos es muy gracioso. Creo que la escena en la que van a la pileta municipal es una de las mejores de la película. Con toda la pantomima del anteojudo que se hace el que se ahogó para que la guardavidas le haga respiración boca a boca. Es simplemente de lo mejor. Por la picardía y lo bien resuelto de todo el asunto. 
Otra escena memorable, cuando los vienen a patotear otro grupo de chicos que vienen todos empilchados como jugadores re pro. Los clásicos chicos populares del colegio que se hacen toda la película con que son re deportistas. En fin, hay toda una escena donde enfrentados, el gordito y el de la banda rival, un pendejito soberbio, se bardean hasta que Hamilton le tira la granada final: jugás como una nena. El insulto máximo. Hoy podría catalogarse esto como un chiste medio machista, pero en fin, la peli transcurre a principios de los sesentas y el chiste funciona perfecto. Luego se va a jugar a la cancha de los otros, que no es un potrero sino una cancha con todas las de la ley. Obvio ganan los protagonistas y se van a festejar a la noche a los juegos del pueblo. Esto también me parece una postal muy fiel a la vida nocturna de esos lugares donde uno pasaba el verano (si tenía suerte). Los pibes se suben a un Zamba, que es ese plato que gira elevándose y bajando. No sin antes ponerse a mascar tabaco. La definición es genial, se marean al son del clásico "Tequila" de The champs, y terminan vomitando todo el lugar. 
Como cierre o acto final, viene el asunto del perro. Que al final recién nos enteramos que se llama Hércules. Todo empieza una tarde calurosa donde Rodriguez compra una bola y la rompe del batazo. Entonces Smalls, ingenuo, dice que él tiene una pelota en casa, porque se ve que apenas les alcanzaba para comprar una. Smalls agarra una de las pelotas del aparador del padrastro que estaba firmada por Babe Ruth (como si fuera una pelota firmada por Maradona). Pero no les dice eso, el pibe solo pone la pelota porque quiere agradarle a los pibes. Él mismo batea y manda la bocha adentro de la casa de al lado. Donde el de anteojitos ya había contado al principio de la peli "la leyenda del perro" que ahí vivía. Un perro gigante y devorador de niños, la clásica. Cuestión que Smalls dice que quiere recuperar la pelota, que debe hacerlo. Todos se rien y dicen nah, ya fue, hacemos otra cosa. Pero no, Smalls se planta y dice que la pelota es de su padrastro y que una señora la firmó. Por Babe Ruth. Cuestión que cuando se enteran por quien estaba firmada todos se vuelven locos por recuperarla pero se encuentran con que el perro la tiene secuestrada en su perrera y no piensa largarla. Luego lo bardean por traer a la "canchita" una pelota así y a Smalls le cae la ficha de que no sabe nada de Béisbol y que su padrastro (y con razón) lo va a matar. El resto se conduele con el pobre Smalls y tratan de mil maneras posibles rescatar la bocha, pero es imposible. El perro siempre les toma el tiempo. Hasta que...
Rodriguez tiene un sueño que funciona como una revelación. Se le aparece Babe Ruth y le dice que vaya y agarre la pelota. Le dice que todos tenemos una chance en la vida, que la mayoría no sabemos ver la oportunidad, etc, etc... todo muy yanqui esa parte. Pero está bien, argumentalmente viene al pelo. Rodriguez se calza la casaca de capitan y líder y hace lo que el resto no se animaba. Saltar la cerca y agarrar la pelota para salir rajando de ahí. Bueno, viene toda la cosa del duelo con el perro, la huída y persecución por todo el pueblo de Hérculos corriendo a Rodriguez. Clásico. 
Al final, vuelve y se cae la cerca arriba del perro. Lo ayudan a salir y bueno, el perro era buenote. Entran a la casa y el dueño no es otro que James Earl Jones, el gran negro de la voz de oro. Y le tipo era un copado total, les cuenta que había sido bateador, (mejor que Babe), pero quedó ciego de un pelotazo en la cabeza... Nunca escuché un caso así pero bue, todo puede ser. Al final les regala una pelota con las firmas de todo el equipo a cambio de que vayan a visitarlo de vez en cuando al pobre viejo hermitaño. Final feliz. Claro que el padrastro lo deja castigado, pero bueno, también queda agradecido por la bola que le consiguió. Empiezan a jugar y se empiezan a llevar mejor y blabla. La escena final es un clásico, muestra a cada uno de los chicos pasando la pelota y desapareciendo mientras Smalls (el narrador de la peli) cuenta que fué de la vida de cada uno de ellos. Al final el único que terminó siendo jugador profesional es, obvio, ni más ni menos que "Jet" Rodriguez. Y Smalls es locutor en la cancha... medio raro teniendo en cuenta que Smalls era un super nerd de la ingeniería, pero en fin. Quizás ser locutor lo hace más feliz. La cuestión es que parece una peli medio pavota (y lo es) pero tiene ese no sé que de las pelis de aquellos años, que de alguna manera se entrelazan con nuestra infancia y dejan un nudo lindo en nuestro corazón, para siempre.       

domingo, 7 de julio de 2024

Fuimos Scouts

Una vez Scout, Scout para siempre. Escuché esta frase de forma lateral y casi sin prestarle mucho atención en su momento. Con los años la volví a escuchar en relación a la Masonería. Es muy probable que Baden Powell (el fundador del Escultismo, no el guitarrista brasileño), haya sido Masón. 

Lo poco que sé respecto a este buen señor lo aprendó sin querer cuando estaba en los Scouts. Más específicamente en la rama de Lobatos. Lo primeros sábados que comencé a ir, notaba dos cosas que me llamaban la atención de nuestro "cubil": primero que nada, el intenso aroma a galletitas. Segundo, el cuadro de un viejo con sombrero de guardabosque y un pañuelote como corbata. Después claro, la inmensa cantidad de símbolos como la cruz, la cara del lobo y la bien ponderada Flor de Lys. 

En ese momento tenía nueve años y toda info que entraba por mis retinas tenía la fuerza de un impacto terrible en mi ser. La iconografía Scout es poderosa, y en el caso del grupo al que yo iba se sumaba a la ya tan conocida iconografía Cristiano-Católica. Muy impactante desde el punto de vista inmaterial. Había toda una simbología que funcionaba muy bien para un pibe con cierta sensibilidad. Todo aquello era un revoltijo de misterios que incluían Edad media, cristianismo, cruzadas, caballería, El libro de la selva de Kipling y un mundo interminable de conocimientos referidos a la naturaleza.

En ese otoño/invierno de 1993, una de las cosas que más recuerdo es estar sentado en un gran cuarto donde nos reuniamos todos los Lobatos y que uno de los dirigentes nos hiciera cantar El Oso de Moris, pero en la versión de su hijo de la flamante película Tango Feroz. Yo vivía en el bosque muy contento... caminaba, caminaba sin cesar... Bueno en fín, la canción es por todo el mundo conocida. La cuestión es que nos la hicieron cantar porque no sé... supongo que le veían algún tipo de relación con la iconografía propia de nuestra rama (Lobatos) ya que estaba inspirada (por decirlo de alguna manera) en los personajes de El libro de la selva de Rudyard Kipling. Uno de los personajes fundamentales era el oso Baloo o Balú, aquel que muchos conocíamos sobre todo por la película de Disney que veíamos en la tele. Ese oso bonachón y corpulento, medio bagabundo y ramplón, que pretende hacer de tutor del niño Mowgli, cuando el consejo de la Manada había dictaminado que volviera con los suyos. Sobre todo por el peligro que representaba Shere Khan, el tigre que se quería zampar al niño de un bocado sólo porque era humano. Si, Shere Khan representa de algún modo el instinto de supervivencia de Animalia frente a la voracidad cada vez mayor del Ser Humano. De alguna manera, el tigre protege a la Selva (el mundo salvaje) del hombre, que ya no pertenece a ese lugar. Es algo clave en este asunto, porque si bien existen diferencias entre la película (que es apenas una historia y media) y el libro de Kipling (otro masón), la idea central es la misma. La voz de la Manada es la voz de la democracia, ellos dictaminan lo que parece más justo. Ni la destrucción del niño (que más allá de ser humano no deja de ser un cachorro) pero tampoco la permanencia de él en los dominios de la naturaleza (lugar que le corresponde al reino de Animalia y que la humanidad hace milenios abandonó).

En los Scouts, los Lobatos eramos en conjunto la Manada, y Akela (nuestro dirigente) era quien nos llamaba para hacer (y ser) Siempre mejor. Todos formabamos parte de una micro comunidad dentro del Grupo Scout, donde nuestra primer rama era la de los más chicos y por ende los más coaccionados. Pero nosotros, los Lobatos, teníamos algo muy en claro. Si no obedecíamos los mandatos del consejo, el llamado de la Manada, nos convertiríamos en Bander Logs (los monos que vivían en los árboles y no se regían por ninguna ley). Clave en esta historia es la Ley de la Selva, no en el sentido de un "vale todo" como lo solemos pensar hoy en día, sino al contrario. La Ley de la Selva es aquello a lo que todo animal debe responder dentro del reino de Animalia. Una serie de preceptos que tienen que ver con saber responder a esas leyes ancestrales. Los monos (Bander logs) no obedecen ninguna tregua o pacto entre animales, viven en estado de anarquía total y envidian el soficticado ocio de los humanos. Pero no quieren hacer lo que hace falta para conseguirlo: trabajar. Solo quieren vivir de los resultados y por eso secuestran a Mowgli, para que les diga el secreto de ese rojo elemento (el fuego) ya que creen que saber aquello los convertirán en humanos. Pero Mowgli es un niño criados por lobos, no sabe ni siquiera lo que és el fuego. Mowgli representa a los niños inocentes, pero también es parte de la manada. Él debe aprender a los golpes que la infancia es juego y diversión hasta que llega el momento de crecer. Entonces es hora de armar las valijas y volver a casa, volver con los tuyos. Mowgli primero se quiere quedar en el mundo de los juegos eternos, pero el reino de Animalia con la Manada de Akela y la pantera negra Bagheera, lo empujan a volver con los suyos. El libro de la Selva, como Peter Pan, como Alicia en el país de las maravillas, y gran parte de las historias que Disney tomó de la literatura, son novelas de crecimiento y aprendizaje. No es solo aventura, es también crecer y dejar el nido, el mundo confortable de la infancia para adentrarse en una nueva etapa.

Ese año de 1993 no lo entendí claro, porque estaba en pleno proceso de crecer y me faltaba aún para dejar de ser un chico. Mi madre colaboraba con el grupo haciendo galletitas y tortas, o cocinando en las kermeses de fin de año para reunir fondos para el campamento de verano. Mi viejo aportó su talento de dibujante para hacer un mural dentro de nuestro propio cubil. Con Mowgli, Baloó, Bagheera, la manada con Akela arriba de la piedra, la boa Ka y otros animalitos de la historia. Después, unos muchachos de una rama superior se encargaron de pintar los dibujos que me padre había bocetado sobre la pared y durante muchos años, aquel mural persistió. Hoy los chicos quizás tengan otros rituales del paso de la infancia a la adolescencia. O tal vez carezcan de los mismos y estén condenados a vivir en un mundo sin rituales de crecimiento y eso pueda complicar un poco las cosas. No lo sé... En mis tiempos, haber sido Scout me ayudó pero también sufrí como todos el fin de una etapa y el comienzo de otra. Nadie tiene soliviantado nada al respecto para no zafar de las crisis de edad. Pero quizás, aferrarnos a cierta Ley a ciertas normas de conducta, nos ayude a ser un poco mejores y tener alguna brújula para no naufragar en la anarquía nihilista de los Bander Logs. Y no sé si una vez Scout, siempre Scout, pero algo siempre nos quedará de todo aquello.    

viernes, 28 de junio de 2024

Mi primer cuento (1990)



Saquen una hoja. 

Los alumnos proceden con obediencia. 

Escriban una historia que quieran contar para después contarlo en clase. 

En ese momento se me vinieron muchas imágenes a la cabeza. ¿Qué podría contar? Era la primera vez que me ponían ante aquel desafío. Crear algo, cualquier cosa que saliera de mi cabeza. La maestra era odiosa, sobre todo conmigo. No se cansaba de exponer mis errores ante el resto de mis compañeros. Pero aquella vez tomé coraje y dejé salir mi mundo interior, hasta ese momento solo aplicado a mis momentos de juego. Empecé con un título y de ahí se desprendió la historia. Con el tiempo me daría cuenta que ese modus operandi sería muy útil a veces para atacar la página en blanco. El lei motiv, un sombrero. ¿De quién? Pues del mejor, Indiana Jones. 


***

El sombrero de Indiana Jones

    Había una vez, en un planeta x, un chico flaquito que caminaba sólo por la calle. No conocía a nadie y no sabía de donde venía, ni a donde iba. Creía que el mundo era aquello que lo rodeaba y que sólo servía para jugar. Pero un día, el cielo se oscureció y toda la vida pareció marchitarse. La gente que pasaba por ahí se quedó de repente petrificada. Nadie hablaba, todos parecían como "estuatuas", ahora lo eran...

    El chico se sintió más solo que nunca y creyó que nada podría ya ser feliz... Entonces caminó y caminó por las calles, llenas de estuatuas y al ver que nadie vendría por él, se sentó en un rincón muy triste.

    De repente, un rayo de Sol se filtró entre las nubes y un sombreró llegó rodando hasta detenerse ante él. El chico tuvo miedo pero entendió que ese sombrero era un regalo. Lo tomó con miedo y pensó que nunca más se separaría de él. Cuando se lo puso frente a una vidriera de una gran juguetería, los fantasmas de las estuatuas volaban alrededor. Pero se sintió fuerte, valiente y tenía confianza. Ahora era un aventurero, un Indiana Jones. 

    Salió corriendo dando saltos y vueltas carnero, medialunas y piruetas. Llegó frente al castillo de los villanos y entró pateando la puerta principal. Los que viviían ahí eran monstruos de distintas formas y colores, como figuras cuadradas... Se rieron de él porque sólo era un niño con un sombrero que le quedaba grande. Pero el niño los enfrentó sin temor porque se sentía otra persona. Era poderoso y valiente y nadie podía pararlo. Los monstruos no sabían que hacer frente al niño que parecía invencible. Al final quedó un monstruo rojo tan feo que el chico de pronto tuvo miedo. El monstruo olvió su miedo y le sopló en la cabeza sacándole el sombrero que fue a parar lejos. El cuadrado rojo se hizo enorme y el niño muy chiquito. Lo podría aplastar con un sólo movimiento y eso pasó.

    El chico se dió cuenta que el monstruo no hacía nada, era algo sin sustancia ni cuerpo. El niño dijo que su sombrero estaba ahí con él, y el sombrero efectivamente estaba ahí con él. Entonces recobró coraje, se hizo grande como Indiana Jones y de un latigazo desintegró el diabólico cuadrado rojo. Toda la gente se recobró y dejaron de ser estuatuas. Nunca supieron que fué él quien los salvó, y al chico no le importaba. Pero notaban que algo había cambiado ahora que se paseaba por las calles con la frente en alto y el sombrero de Indiana Jones. 

***

El resto de mis compañeros aplaudieron la historia, aunque uno que siempre me estaba compitiendo dijo que así no era Indiana Jones. Su comentario me pareció de envidioso y me molestó su actitud. Pero para el resto la historia estuvo buena. La maestra me corrigió todos los errores adelante de todo el mundo, fiel a su costumbre, pero de todos modos estuvo bien. Sentí que había escrito una buena historia, sobre todo teniendo en cuenta que estaba en primer grado. Después, con el tiempo me volví un poco más chanta, pero nunca dejé de inventarme historias. Fantasear es mi gran privilegio, y castigo.

(Aunque la historia no es ni a palos la que escribí en aquel entonces ya que sólo recuerdo el título del cuento, bien vale el intento recreativo)

miércoles, 25 de octubre de 2023

Los últimos toros de la Pampa



Viajar era la situación anhelante que para Agustín se presentaba puntual todos los diciembres. La tradición era, poco antes de las fiestas, trasladarse con sus padres y hermanos hacia la costa Atlántica donde vivían sus abuelos maternos. En aquel tiempo primigenio de su vida, Agustín sentía que diciembre era un mes mágico por varios motivos. Entre los cuales se destacaba el hecho nada despreciable de que bueno, terminaban las clases, por otro lado viajaban a la costa y encima llegaban para las fiestas. La emoción venía en forma triple sabor.

Otra cosa que Agustín amaba era el traspaso de la primavera al verano. Todo cambiaba en el aire que detentaba un aroma único en esa época del año, un olor que Agustín llamaba "navideño" pero que probablemente se debía a la temporada de jazmines. Lo mismo que la temporada de frutillas y del Jacarandá. Todo tendía a embellecer su entorno de una manera inmejorable.

Cuando esa madrugada fueron cargados de valijas desde La Boca hasta la estación de Constitución, Agustín leyó por primera vez en su vida un cartel que anunciaba la partida del tren de las 6 y 30 con destino a Bariloche. Que sería eso de Bariloche. Ese nombre le parecía extraño y tentador a la vez. Se imaginaba un bello lugar. Pero ellos no iban allí, iban a Mar del plata, otro nombre sonoro y más literal.

Una vez dentro del vagón, ya instalados en sus asientos, Agustín se sintió un poco inquieto. La modorra matutina inicial daba paso a una ansiedad sin precedentes en su corta vida. Quería que el tren arrancara pero no había caso, ni un pelo se movía. Decidió jugar con las cartas pero ninguno de sus familiares le prestaba mucha atención, cada cual muy en su momento. Agustín echó mano a su historieta del Hombre araña donde luchaba contra un hombre cocodrilo. Quería pedir un sanguchito de jamón y queso pero sabía que su madre no haría la repartija hasta pasado el mediodía. La suya era una familia esquemática, apegada a las normas horarias.

Cuando el tren arrancó, la emoción fue absoluta. Una vez que la maquinaria había adquirido velocidad crucero, Agustín comprendió que aquello no era moco de pavo. El camarero pasó regalando chocolates con forma de arbolitos de navidad y advirtió algo a los pasajeros. Mientras miraba por la ventanilla Agustín cayó en un profundo sueño.

De repente escuchó un gran alboroto de golpes y gente gritando. Agustín abrió los ojos para observar que todos los pasajeros estaban mirando por la ventanilla. Los golpes continuaban sin parar y Agustín decidió tomar coraje para mirar. Afuera, decenas de toros negros corneaban al tren de una manera imposible, como asustados por aquella maquinaria que de alguna manera violentaba la parsimonia de la llanura pampeana. Todos se mostraban sorprendidos ante la capacidad de los toros para correr a una velocidad cercana y a la par del tren.

Esta situación duró apenas dos o tres minutos y luego desistieron. Allí quedaron lejanos los últimos toros de la Pampa que se atrevieron a cornear un tren.

Cuando bajaron en la estación de Mar del plata, la marea de gente le impidió a Agustín poder ver bien el costado del tren. Apareció su abuelo y todo el asunto del ataque taurino perdió relevancia. Se alejaron del lugar y aunque no pudo ver nada, Agustín asegura que le pareció ver las marcas de los cuernos en la carrocería. Al día siguiente les preguntó a sus padres si habían visto las marcas pero nadie le contestó.

Agustín cree que fue el único testigo de aquel hecho tan surrealista, pero todos sabemos que aquello pasó una única vez y nunca más se repitió, como todo lo que nos deja una huella imperecedera en nuestras vidas. 

jueves, 5 de agosto de 2021

El último tren a San Luis

Era 1991, tenía siete años y me encontraba cursando segundo grado donde no daba pie con bola. El colegio me parecía un martirio diario y encima de todo, como me pasaría seguido en mi vida, convertía todo ese malestar en una patología. En este caso fue un bronco espasmo fuerte o un asma leve. Me quedaba sin aire, por momentos me costaba mucho respirar y tenía unos ataques de tos insoportables. Entonces vinieron las nebulizaciones en unos aparatitos con una escafandra de goma verde que detestaba, sobre todo por el olor de la medicina que tenía que respirar, mientras veía los dibujitos y trataba de no pensar que al día siguiente debía volver al colegio. Mi situación digamos que continuó estable, pero no lograban sanar mi problema pulmonar. Mi pecho silbaba por las noches, como si tuviera un duende adentro, que me quería llamar la atención a todo momento. Sobre todo a la hora de acostarme y cuando me ponía en posición horizontal. La cosa parecía que no iba a mejorar, hasta que a mis padres les recomendaron un joven médico homeópata que había atendido a mi abuela y al parecer era bastante bueno. Entonces fue que nos acercamos a su consultorio que en ese momento quedaba en el barrio de Constitución en una antigua casa remodelada.

Cuando conocí a Darío, tuvimos buena onda de entrada. Además, me encantó su lugar de trabajo. La secretaria era una mujer grande, una rubia veterana bastante copada. El tipo era una mezcla de Cerati y Mr Bean. Alto y todo un caballero. Me hizo preguntas que nunca un médico me había hecho. Hasta cosas como si le tenía miedo a la oscuridad. Respondí con verdadera honestidad y algunas cosas que hasta mi madre se sorprendió, a lo que él contesto que era lógico que se lo dijera a él porque después de todo era “el tordo”.

Cuestión que me dio una serie de globulitos que es una medicina que viene en bolitas chiquitas que se toman de un saque o se disuelven en un poco de agua. De a poco empezó el tratamiento homeopático. Además, el tordo, le sugirió a mi madre que me llevaran de vacaciones a algún lugar de clima seco, y que me consiguieran una mascota. Lo de la mascota tardó tres años en llegar, pero el viaje se hizo realidad en breve. Mi abuela, que se había atendido previamente con el tordo, estaba recién casada en segundas nupcias con un hombretón de San Luis, merlino para ser más precisos, y como éste tenía una casa allá, surgió la idea y posibilidad de que me llevaran para las vacaciones de invierno de aquel año.

1991 fue un año muy famoso en muchos aspectos. Cayó la Unión Soviética y el capitalismo se afianzó en casi todo el mundo con el tristemente célebre conceso de Washington. Por otro lado, salieron discos de rock tan importantes como casi desde 1973 no pasaba, Nevermind, El albúm negro, Ten, Use Your Illusion 1 y 2, Pelusón of milk, bueno y etc, etc, etc.

Además de estos y otros datos de color, el año 1991 trajo una inédita ola polar sobre Argentina. Con temperaturas extremadamente bajas y tremendas nevadas inéditas en lugares como Córdoba y Mar del plata. En medio de ese contexto de un año bastante particular, yo me embarco en mi primer viaje sin mis padres. La aventura consistía en un viaje en tren con mi abuela y su esposo a quien en ese momento estaba conociendo de a poco.

Cuando llegó el día, una noche de julio, recuerdo que mi viejo me llevó hasta la estación de Retiro desde donde partía el tren a San Luis. No recuerdo bien cuál de las tres estaciones de trenes era pero, si no me equivoco y por lo gran que me parecía todo, era la estación Mitre y el tren salía desde el extremo izquierdo de la estación. Allí nos encontramos con mi abuela y su flamante esposo. Yo estaba bastante emocionado por el viaje y recuerdo que mi viejo, antes de despedirse, fue a algún kiosco que habría allí dentro y me trajo un revolver de plástico, de esos a cebita ¿tan de moda en esos tiempos? La cuestión es que me despedí de padre con un poco de nostalgia pero contento. El viaje empezó y era una experiencia nueva para mí. Si bien ya solíamos ir a Mar del plata en tren, ahora era sin mis padres o hermano, sólo yo y mis abuelos, además de un nuevo destino. El país se habría para mí como un territorio nuevo e inexplorado para conocer. Era mi primer viaje a otra provincia y quizás el viaje que marcaría mi amor por viajar para el resto de mi vida.

Recuerdo muy claro esa noche. Mientras el tren avanzaba en la oscuridad, adentro nos preparábamos para cenar. ¿O habíamos ido cenados? Yo estaba impaciente, sentado al lado de mi abuela, no dejaba de mirar mi revolver de plástico y espiar la oscuridad de la noche campera por la ventanilla. Pasó una especie de azafato del tren, con gorrita y guarda y todo, que nos iba entregando una frazada y una almohada a cada pasajero. A poco de terminar su recorrida, se apagaron las luces y de a poco me sumí en un sueño sin sueños, cargado de anhelo y expectativa.

Por la madrugada mi abuela me despertó y bajamos del tren casi a las corridas. No tenía muy claro en donde nos encontrábamos pero al parecer aún no habíamos llegado a destino. Por otra parte, caminamos algunos metros y nos dirigimos directo a un micro que parecía estar esperándonos. A los costados del camino había nieve, pero no me animé a ir a buscar un pedazo porque esperé encontrarla más adelante. Dentro del micro, más apretujados, continuamos con la odisea. Todavía era de noche y veía como por la ventanilla caían copos de nieve. Me dormí con esa imagen.

Para cuando me volvieron a despertar sí habíamos llegado a destino. Estábamos en Merlo, San Luis, la villa más famosa de la provincia por su conocido “microclima”. El lugar no me pareció increíble al principio, pero luego me encontré con esa valla imperecedera de cadenas montañosas, lo que no era ni más ni menos que las “sierras de los comechingones” y aunque ya conocía Sierra de los padres, esto era definitivamente distinto. Mucho más impactante y majestuoso. Pero lamentablemente, en Merlo lo único que no me esperaba era la nieve, que ese invierno parecía estar invadiendo buena parte del país. Sin embargo, eso era lo de menos.

Cuando llegamos a la casa, estaba conmovido. Era una casa muy distinta a la de mis otros abuelos en Mar del plata. Esta era una casa más de campo, con más madera que piedras, con una tranquera y un camino de tierra. Pero a las pocas cuadras ya empezaba el pavimento. Nos recibió un perrito a puro ladrido. Estaba bastante nervioso y enojado en lo que entendía que era su labor como perro guardián. Al principio le tuve miedo, pero después nos hicimos amigos. Entendí que Rulito (el nombre del perro) era un cachorro que había encontrado hacía poco el chico que vivía con su mamá al fondo de la casa, algo así como los caseros del terreno. Llegamos y nos acomodamos en los aposentos. Mi pieza era enorme, casi el doble de mi pieza en capital con mi hermano. Y acá era todo para mí. Pero estaba consternado, no sabía qué hacer con tanto espacio, y además hacía un frío tremendo. Pero era un frío diferente al de Buenos Aires, era un frío más intenso pero amigable, solo te exigía respeto abrigándote ante él. Después de eso, estaba todo bien. La humedad no era la característica de la región, por suerte para mí y mis pulmones que necesitaban un descanso después de casi un año padeciendo. De todos modos tenía mis globulitos que mi abuela me administraba religiosamente, como así también me hacía rezar todas las noches y dar gracias a Dios y yo bueno, tenía siete años…

De a poco empecé a conocer el lugar que me rodeaba, el jardín, los límites de mi nuevo mundo, la ligustrina que nos separaba del resto y sobre todo a Miguel, el pibe del fondo que era uno o dos años más grande que yo, que parece poco pero a esa edad era un montón. Sin embargo, eso no impidió que nos lleváramos re bien de entrada. Y ese regalo que mi viejo me había dado antes de partir, que bien podría haber sido un muñeco o cualquier otro tipo de juguete, resultó ser el regalo más apropiado porque ¿a que jugaban los pibes de la cuadra? Si, a los pistoleros, como Mafalda con Manolito, Felipe, y demás. Así que estaba servido, con esa pistola a cebita me sumé a los juegos de tiros con tres o cuatro chicos más del barrio, en un juego donde obvio, casi nunca nadie quería morir. También jugábamos a la pelota por supuesto. Y aunque no era muy bueno ¿alguna vez lo fui?, la pasábamos re bien. Volvía a casa súper agitado pero más feliz que nunca en mi vida. Mi abuela se preocupaba pero veía que estaba bien, que estaba más emocionado que otra cosa y en ningún momento tuve ataques o accesos de tos. No extrañaba mi hogar, porque me sentía bien ahí, me sentía viviendo una gran aventura y la disfrutaba al máximo, sin angustias ni sentimientos neuróticos de niño apegado a sus padres.

Esas vacaciones de invierno no tuve ningún altercado con ninguno de los locales, cosa que en vacaciones de verano venideras si tendría, con alguno de ellos por cuestiones de localía o de tener que defenderme por el hecho de ser porteño y todas esas cosas absurdas que nos transmiten los adultos, pero en ese primer encuentro todo fluyó como nunca. Nos cagábamos a “tiros” súper contentos y alegres, sin mayores problemas o contratiempos. La conexión entre todos nosotros fue inmediata y fui aceptado (por intermedio de Miguel) sin mayores problemas. El horizonte que se habría para mí en mi vida en ese momento era completamente novedoso, porque por primera vez interactuaba en un lugar nuevo con chicos que no conocía y no en plan colegio si no en plan hacernos rápido amigos para salir a jugar y pasarla bien.

He vuelto al año siguiente pero en verano y fue una continuación perfecta de esa primera vez invernal. Luego repetiría una tercera vez en plan toda la familia, siendo ésta la última vez que estuve con ellos. Volví dos veces más a Merlo pero ya habíamos crecido y la cuarta vez nos miramos desde lejos, como si una barrera de la edad nos hubiera distanciado de una forma irreconciliable.

Pero ese invierno de 1991 quedó marcado a fuego en mi memoria por todo lo que significó para mí en el resto de mi vida y para siempre. Volví casi curado del asma que fue desapareciendo hasta convertirse en una anécdota que siempre cuento a los médicos cuando les digo que alguna vez fui asmático, pero la homeopatía o el microclima de San Luis me curó.

Un viaje único también porque fue la última vez que se pudo ir en tren hasta allá, porque me hice muy amigo de la pareja de mi abuela que se convirtió en mi abuelo por mérito propio y porque nunca más volví a jugar con pistolas de cebita en mi vida, viviendo así las mejores y más memorables vacaciones de invierno que jamás tuve.

viernes, 2 de abril de 2021

La plaza Malvinas

Catalinas Sur es un pequeño barrio dentro de otro barrio más grande y más famoso que es La Boca.  

Catalinas Sur es un conglomerado de edificios de diferentes colores, con su escuela, su iglesia, su supermercado chino, su panadería, su kiosco (Charly) y su propio destacamento de policía. Pero no es un barrio cerrado, es abierto a quien quiera que pase por allí. 

El barrio se encuentra, viniendo por San Telmo o por Barracas, por avenida Almirante Brown, atrás del gran hospital dr Cosme Argerich. 

Catalinas Sur es un barrio que se construyó en la década de los 60s cuando el país todavía no había sido devastado por la políticas anti industriales de Onganía y de Videla después. 

Catalinas Sur se llama en realidad Barrio Alfredo Palacios. Un afamado profesor socialista de principios del siglo XX. De ahí el origen y fama de barrio "progresista". 

Catalinas Sur tiene su colegio primario público, fundado por el tano Carlos Della Penna. Y su colegio privado, dependiente de la iglesia Nuestra Señora madre de los Emigrantes. Donde los laicos, eventualmente, tomábamos la comunión. Iglesia que tenía su propio grupo Scout del mismo nombre. 

Catalinas Sur tiene muchas micro plazitas en su interior, porque al ser un barrio interno de veredas, tiene muchos mini bosquesitos, y lugares de descanso o esparcimiento, pero La plaza de Catalinas Sur es la afamada Plaza Malvinas. 

La plaza Malvinas es la nuclea en mayor o menor medida a todos los chicos del barrio, incluyendo a los chicos "chetos" del predio de edificios que está entre Catalinas Sur y la autopista al sur, conocido como el barrio de Prefectura. 

La Plaza Malvinas, para los que nos criamos en el barrio entre la década de los 80 y los 90, tiene una impronta más importante de la que tiene una mera plaza de juegos. Por esos años los vestigios de la dictadura que había pasado había dejado marcas y una de las más fuertes fue la de la Guerra de MALVINAS.

La plaza Malvinas se pasó a llamar así en honor a los caídos en el conflicto del Atlántico sur de 1982. Y en ese entonces pusieron un cartel gigante frente a la plaza, usando de soporte la estructura del viejo frigorífico Pampa que estaba frente a la Plaza. 

La plaza colinda con Catalinas Sur por el oeste, con Prefectura por el norte, con la autopista a La Plata en el este y con el frigorífico mencionado por el sur. 

Todos los que vivimos por esos años nuestras tardes de juegos en aquella plaza, nunca pudimos olvidar ese cartel ya bastante deteriorado por las inclemencias del clima. 

La imagen que me queda de chico, cuando de repente salía de mi mundo de juegos, y miraba esa pared gigante con el mapa de las islas y la frase Las Malvinas Son Argentinas, era de una sensación muy fuerte. Como lidiar con los vestigios de un pasado que no vivimos pero que tenía tan pocos años aún que sin saber bien porqué nos dolía. Aunque casi nunca hablábamos de aquello. La sensación estaba implícita en nosotros. Un sentimiento de que algo malo había pasado. Una derrota terrible, un reclamo más que justo, la pérdida de vidas humanas en tierras frías y lejanas, de vidas jóvenes, vidas que tenían muchas historias por delante. 

Nunca supe porque pero son sobre todos los días grises y fríos en que siento que nos llega un aire desde allá, desde el sudeste. Un aire gélido de mares lejanos del sur. Y cuando salía con mis amigos de chico, a caminar por el barrio, a principios de los noventas, tenía esa sensación. La sensación de que la guerra había sido hacía poco, que era un tema casi tabú. El dolor se reflejaba en los adultos, el dolor de una herida que como sociedad nunca se pudo re-elaborar. Al menos en cierta generación. Y nosotros estábamos ahí, jugando a la guerra en la Plaza Malvinas. Y estar ahí, en esa plaza, con ese cartel, ese recordatorio, ese barrio perdido al sur de la ciudad de Bs As, y sobre todo en esos días fríos, grises, nos hacía sentir que estábamos más cerca de todo el asunto Malvinas. 

Mi generación que se crió jugando en la Plaza Malvinas del barrio Catalinas Sur, difícilmente podamos olvidar aquella guerra que nos precedió algunos pocos años. Crecimos entre los escombros de una guerra dolorosa, como se podría crecer entre los escombros de una ciudad pos-apocalíptica. La imagen era muy similar, el sentimiento también. 

viernes, 5 de agosto de 2016

Bernardo


Cuando conocí a Bernardo, el hombre ya era viejo. Mi primera impresión fue la de un señor muy sabio y venerable, que de seguro tendría algún tipo de cargo dentro del grupo. 
Me había acercado con mi padre un sábado a la tarde al grupo scout del barrio, y parecía que se encontraban de reparaciones, por un acto vandálico. 
Salió a nuestro encuentro Bernardo, con la cara llena de polvo y los anteojos con un vidrio roto. Pero su cara era la de un hombre amable y tranquilo. Por entonces yo tendría nueve años. Siete años después yo dejaría de ir al grupo, pero Bernardo estaría igual. Un hombre mayor de edad indefinida. Los años no pasaban para Bernardo, que siempre fué "el viejo". 
Por un par de años no lo vi, y un día me lo crucé, el mismo viejito sonriente de siempre. 
Yo fui creciendo cada vez mas, hasta el día de hoy que tengo algunas canas, estoy mas rellenito, con menos agilidad, ya no hago deporte y ya tuve mis primeros cólicos renales. Claramente estoy creciendo-envejeciendo. Dentro de los parámetros de lo normal claro. 
Hace poco me crucé con un viejo amigo del barrio de mi infancia. Me dijo que se lo cruzó a Bernie. ¿Y que tal? ¿Como está el viejo? Pregunté.
Psé... Igual que siempre. Viejo. 
Y claro, para algunos, el tiempo no pasa.  Yo creo que Bernardo encontró, y es para destacar, la fórmula de la eterna ancianidad. 

domingo, 29 de junio de 2014

Las manos eléctricas


A mediados de la década de 1990, fundé con dos o tres amigos mas, mi primer banda de rock. Se llamó "Las manos eléctricas", un poco inspirado en la imagen del sello Convivencia Sagrada, el cual varios años después sería nuevamente fuente de inspiración para un programa de radio.
Estábamos Emma, Nacho, Gabo, Manini y yo. Hacíamos todo tipo de ruidos, una mezcla de skiffle y de noise pero de la mas alta y elevada experimentación.
Nuestros instrumentos eran algunos parches, latas, palitos, flautas dulces, un teclado y una guitarra electroacústica muy desafinada.
Nuestras canciones eran largas zapadas de improvisación y experimentación del mas excelso nivel. Creo que en aquel entonces éramos contemporáneos de una banda que nunca habíamos oído hablar que se llamaba Reynols, que tocaban con un baterista mogólico y que tenían mas prensa, pero lo nuestro era puro corazón para cinco pibes del barrio de la Boca de apenas doce años de edad.
Nadie sabía tocar un verdadero pito realmente, pero creo que fuímos los mas grandes experimentadores de nuevos sonidos estrambóticos de aquellos años de incipiente electricidad grunge.
Unos veradaderos adelantados para nuestro tiempo.
Nos pasábamos los instrumentos de uno a otro y a veces yo, o alguno de los otros chicos, se animaba con algún alarido primal que ponía los pelos de punta en toda la vecindad. Pura electricidad disonante, puro avant garde, nunca antes ni después experimentado.
Duramos apenas tres o cuatro sesiones, y después todo quedó en la nada. Casi todos volvieron a la pelota, la bicicleta y otros juegos mas bobos. Yo intenté seguir la onda con Gabo en una banda llamada "Los gatos gordos", en la cual cantábamos como Elvis al estilo crooner, pero la experiencia demente no maduró.
Cada cual siguió su camino y si bien después tuve revancha con tres bandas mas, mi primer acercamiento con "Las manos..." fue realmente mi experiencia mas vanguardista y de la que guardo un enorme y mas querido recuerdo. Una verdadera pena es que no hayan quedado alguna que otra grabación de aquellos ensayos llenos de pureza y magia.
C'est la viè.

miércoles, 4 de junio de 2014

Javito


Cuando tenía entre diez y doce años, vivía por mi antiguo barrio de La Boca un pibe al que le llamaban Javito. Javito era malo. Era el pibe malo del barrio, mezcla de pandillero de los suburbios y proyecto de matón y kapanga en un futuro.
Se sabía que Javito venía de los conventillos de La boca profunda y que robaba, y pegaba, y todos le teníamos un julepe bárbaro a este tal Javito. 
Nosotros vivíamos en Catalinas Sur, un barrio medio careta, donde una clase media seudo progre, se daba los lujos de una escuela, una iglesia, su propio destacamento de policía, playas para autos y hasta un grupo de teatro, tristemente célebres y progres... 
Entonces había noches en las que los morlocks bajaban de los morros y las favelas y hacían estragos entre la gente bien del barrio. Esas noches eran conocidas como las noches en las que invadían los bárbaros, y todos nos encerrábamos en nuestros edificios torres. 
Algunos valientes salían a merodear las calles con cadenas y palos y enfrentar los malones de la gente de escasos recursos, que venían a romper con el orden y la paz barrial y a traernos sus palabras de rencor y sus crímenes de odio. 
Javito era uno de siete hermanos, se comentaba, y era el mas bravo de todos, sin ser el mayor. Parece que Javito tenía a su padre en la cárcel y nunca había recibido afecto. La cuestión es que Javito se convirtió en un malandrín en poco tiempo a su corta edad. 
Yo me lo crucé en tres ocasiones muy claras. Su fama lo precedía, y aunque no iba al mismo colegio que yo, una vez me lo señalaron y me dijeron que aquel era el famoso y peligroso Javito. 
La primera vez fue en el quiosco del barrio, "Charly", yo estaba ahí con Emmanuel, comprando golosinas o gaseosas, cuando apareció Javito, peló una billetera forrada de guita y se compró no se que extravagancia o cigarrillos, porque él empezó a fumar mucho antes que nosotros supiéramos que carajo significaba fumar. 
Otra vez, el contacto fue mas directo. Yo había sufrido mi primer robo a manos de otro malviviente, cuando yendo por el barrio un día nublado, dos chorros me afanaron la pelota de fútbol que llevaba en mis brazos.
No importan aquellos pormenores, la cuestión es que ya estando sensibilizado por aquella secuencia, Javito se acercó a donde estábamos peloteando con mis amigos y me pidió imperativamente que le pasara la pelota. Dudé, pero consideré que era peor si me negara, como un acto de mala fe. Decidí confiar en mi suerte y le pasé la bocha. Total era mejor perder una pelota insignificante, (yo ni siquiera jugaba bien, ni tanto), que perder los dientes... o la vida. 
Javito despreocupado y sin muchos rodeos se puso a hacer jueguito con mi pelota por unos aproximados diez minutos, después la pateó a la mierda y se rió a carcajadas, y después se fue tranquilo. Suspiré. 
La tercera vez, el encuentro fue menos amistoso. Subimos con Emmanuel a unos cutre video juegos que había arriba de un supermercado chino y para nuestras desagradable sorpresa, Javito estaba ahí con un par de malandras haciendo de las suyas. El lugar era realmente piojozo y parecía una trampa mortal, eso y además que los juegos que tenían eran malísimos y la mayoría ni funcionaban. Decidimos irnos de inmediato, pero para nuestra mala fortuna, Javito se había apoltronado con otro rufián, en las escuetas escaleras del lugar y al momento de pasar sentimos miedo. Yo pasé justo al lado de él, y sin que medie palabra alguna, Javito me azotó una soberana patada en el trasero y a continuación rió a carcajadas con su amigo, como solía hacerlo. Me di vuelta y me miró y decidí dejar mi tano calentón de lado y bajar lo mas rápido posible del lugar. Nos fuímos corriendo. Todos le teníamos un miedo visceral a ese pequeño renacuajo de Dios. 
Me quedé enbroncado un tiempo, y aunque yo en esos tiempos, solía ligarme a piñas con mis contemporáneos mucho mas que ahora, un enfrentamiento con Javito era simplemente una locura. Nadie sabía muy bien si iba armado, pero se sospechaba que si y que de hecho afanaba a gente grande. Los niños como él era apenas un mero divertimento. Por eso no me afanó la pelota ni me cagó a piñas cuando pudo. 
Eramos simples niños y él ya era mayor, aunque tuviera un par de años menos que yo claro. 
Javito era tan famoso en el barrio que hasta se cantaban canciones de él. Como en las leyendas. La mas famosa quizás sea la versión de "feliz feliz en tu día" que se cantaba en los cumpleaños, luego de cantar el famoso cumpleaños feliz. 
La letra, no recuerdo bien, pero creo que era algo así... a ver... "feliz feliz en tu día, ojalá que te mueras de sida, te coja JAVITO en la vía, y te mueras de verdad..." Era realmente siniestra la inventiva de los niños en aquellos años locos de los noventas. Pero la cuestión es que Javito era famoso, quizás solo en el barrio y tal vez pocos lo recuerden hoy, pero así fue un tiempo y realmente nos perseguía en pesadillas. 
Después de un tiempo no se supo nada mas de Javito y algunos comentaron que obviamente estaba en la cárcel, porque el crimen no paga, etc, etc. El rumor mas famoso que corría en aquellos tiempos era que había violado a una nena en el tren que va a Mar del plata, o que se había colado, o una combinación de ambas cosas. La realidad es que nadie supo mas nada de él, ni de sus horrendos hermanos y secuaces. 
Luego de un tiempo se sospechó que de seguro habría muerto y pasó al olvido. 
Al manos para la mayoría de los vecinos que vivieron en La boca por aquellos mediados años 90s, sin embargo otros todavía recordamos el horror, el miedo, temor sin sentido de aquel niño, especie de Chuky y heredero directo del petiso orejudo, que azotaba a los nenes bien del barrio Catalinas Sur y a veces nos visita en sueños y nos manguea algo, o soñamos que le hacemos frente en una pelea y le ganamos o nos roba y nos clava una navaja en la panza y caemos al frío pavimento, al lado de las vías, con diez años de edad, en los olvidados y pasados años noventa. 

jueves, 3 de abril de 2014

La infancia de Elías


Noviembre de 1982. Dos veinteañeros dejan su hijo de tres años a su abuela y van al festival BAROCK, como el Woodstock argentino. Luego de escuchar a David Lebon, Rubén Rada, Spinetta, Virus, V8, Pappo, León Gieco, La torre. Litto Nebbia y otros, vuelven fascinados por la música y hacen el amor. En esas vueltas de la vida, el espermatozoide se une al óvulo y de aquella rara unión se crea un huevo cigota que empieza a multiplicarse por millones. Nueve meses después nazco yo.
Un bebé de 4 kilos 200, redondo, pelirrojo, con cara de galleta, básicamente un monstruo. Nacido en el recoleto sanatorio Quintana. Viviendo en el judío barrio de Villa Crespo o Villa Kreplaj. Su llegada al mundo generaría cierto recelo en su hermano mayor, ahora de cuatro años y contando. Lo agarraría en plena etapa narcisista. Cambiaría su humor. La torta de su primer "cumple-año" sería de chocolate con símil rocklets. El chocolate no lo abandonaría jamás.
Sus padres laburarían. Sería un niño rubio y rozagante. Mas criado con sus abuelas, tías abuelas y demases familiares. A los dos años tendría un pijama amarillo y la vecina de al lado, Porota!, le bautizaría "mi pollito". Su hermano lo odiaría mas. Después vendría el jardín de infantes y la maldita adaptación. En este caso sería mas benévola. El niño no tendría problemas en interactuar con otros de su edad. El juego y la imaginación serían su fuerte por el resto de sus días venideros.
Sus vacaciones serían a la ciudad balnearia de Mar del plata, donde residen sus abuelos maternos.Esta ciudad generaría los mas hermosos recuerdos que pudiera tener. Jugaría con su hermano, pero también empezarían las peleas de a poco. Peleas por espacio, por juguetes, por mas atención. Nada fuera de lo común. Su abuela retaría a ambos por destrozar su jardín y su abuelo lo cagaría a patadas en el culo cada vez que no quisiera comer la comida o empezara con algún capricho por el estilo.
En su ambiente de juego sonaría música. Rock de los 70s mas que nada, que el padre pondría en vinilos. Llegaría la primer mudanza de su vida, a un barrio menos cheto pero mas lindo, Barracas. La raíz.
En el jardín tendría su primer amor, una compañerita, Lucía, con la que se escaparía gateando cada vez que pudieran, cuando el juego dejaba paso a historias aburridas y al tedioso "a guardar, a guardar".
Su abuela paterna lo iría a buscar casi siempre y le haría a él y a su hermano ricas comidas con ricos olores, imposibles de olvidar. Con esta abuela también vendría su enseñanza religiosa. El temor a Dios, el amor de Jesús y la compasión de la virgen. Aprendería los primeros rezos y reglas morales.
A la noche, su madre, en la onda del yoga, le cantaría en vez de canciones de cuna, canciones de Yogananda. A él se le quedarían impregnadas para siempre.
Cuando eran retados por algún destrozo, él y su hermano unirían fuerzas contra el opresor común y escaparían del castigo huyendo por la ventana al patio trasero. Sus padres hippies irían perdiendo autoridad de a poco, como si fueran otros tiempos, diferentes al de sus padres con sus abuelos.
Cuando su hermano empezara primer grado en un colegio progre y "new age", el director observaría al otro y vería su exceso de energía como dar vueltas desaforado alrededor de un árbol y apretarles fuerte la mano a los compañeros de su hermano mayor. Su diagnóstico, problemas a futuro con la autoridad. Su veredicto, no dejarlo inscribirse en ese colegio elitista de buenas almas y civilización. Su hermano correría parecida suerte ya que luego de terminar sus deberes antes que el resto, escaparía del aula para jugar con sus juguetes favoritos, los autitos y eso derivaría en ir a la psicopedagoga. Así los hermanos serían rechazados de la enseñanza progre de la Argentina de los 80s.
Las peleas entre hermanitos terminarían en los primeros cortes, golpes y moretones de su vida. Ambos aprenderían el fino arte del combate y al auto defensa entre ellos.
Otra mudanza. Esta vez, la definitiva para la infancia de ambos. La salida lógica, el barrio de al lado. La Boca. Mas precisamente Catalinas sur. Barrio que los marcaría para siempre.
Cuando llegara al colegio italoamericano del barrio, en pleno jardín, conocería a buena parte de sus amigos actuales. Sobre todo a Rodrigo, un hijo de exiliados uruguayos, que se convertiría en su mejor amigo hasta el día de hoy.
Por las noches, cuando el padre llegaba de su trabajo, había juguetes o golosinas, según la ocasión y según el comportamiento con la madre. La plaza Malvinas sería su nuevo lugar de juegos. Allí se cortaría con un clavo, se rompería la naríz con un tobogán y se agarraría a piñas con un compañerito por primera vez.
Con el inicio de la primaria sobrevendría su primer periodo de crisis existencial. La adaptación no sería tan normal como si lo había sido con el jardín. La diferencia de las aulas, el guardapolvos blanco, su primer némesis en el alumnado y una maestra, esposa de un milico, que lo torturaría psicológicamente, derivarían en su primer enfermedad psicosomática. El asma.
No habría médico en el Argerich, ni en obra social alguna que pudiera aliviar su dolor físico y su pena de cambio de vida. Su hermano ya no estaría jugando con él. Si seguirían las peleas en cambio. Sus padres solo lo cuidarían dentro de sus posibilidades, y sus amigos eran tan inexpertos como él como para sentirse contenido. Su abuela paterna, siempre la consciencia reguladora del mundo, le pasaría a sus padres el dato de un médico homeópata, recién recibido. Un joven judío de familia de médicos, parecido a Cerati y de buen humor. Su primer consultorio se lo habían puesto sus padres en el no tan agradable barrio de Constitución.
Allí lo recibió pro primera vez y obtuvo casi su primer análisis. Confesó tener miedo a la oscuridad, a sus compañeros, y a su maestra. Odiar las matemáticas, las lentejas y las peleas con su hermano mayor.
Recomendó tomar unos graciosos y diminutos globulitos, viajar y tener una mascota.

Tomé los globulitos, al año mi abuela y mi bien ponderado abuelo postizo (como le decía yo) me llevaron a Merlo, San Luis, en invierno, vi la nieve por primera vez en mi vida y conocía el microclima.
Luego me mandarían a los Boy scouts para que me relacione con mas niños y abandone mi constitución enfermiza, y mas luego me traerían una gatita siamesa para que cuidara y jugara. Diana. Mi primer amor real.
Se me curó el asma y fuí menos enfermizo, pero mi tendencia a la somatización continuaría hasta hoy día. Aprendería a llevarme mejor con mi hermano y a dejar de pelearnos, aunque la última pelea la tuvimos a los veintipico de años. Mis padres se separaron y su enseñanza new age poco ayudó en mi auto confianza. Mi abuela falleció hace algunos años víctima de leucemia. El "tordo" Broffman se puso una clínica propia en Recoleta y se llenó de plata con el asunto ese de los globulitos.
Puedo decir que no tuve una infancia dura o difícil, y sacando alguna que otra cosa, hasta puedo decir que tuve una infancia feliz.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Mi pasión por los libros tiene raíces profundas


Mi primer recuerdo con los libros quizás sea el de manipularlos como si fueran un juguete mas. O como aquellos objetos mágicos que mis padres solían abrir para contarme historias increíbles. 
También han sido los libros de mi padre, objeto de mi arte mas primigenio, lo que me valió algún que otro grito o chirlo leve. 
Pero a medida que empecé a crecer, los libros empezaron a fascinarme de a poco, como esos objetos mágicos que sigo considerando como tales.
No recuerdo cual fue mi primer libro a ciencia cierta. Pero si recuerdo que mi primer historieta/libro fue Asterix y el caldero. No se porque esta historieta me impactó tanto. Es una Asterix mas de muchas, sin embargo para mi tenía algunas imágenes que me impresionaban mucho. Hoy en día la revisito y veo aquellas viñetas que me llamaban la atención y me retrotrae a aquella primera impresión. 
Cuando estaba en primer grado, estaba en pleno proceso de aprender a leer, y teníamos que llevar un libro. Como esta historieta era mi preferida y única compañera, la llevé. Creo que a la maestra, que no era de sus alumnos preferidos precisamente, no le gustó mi elección, Sin embargo ahí estaba yo con mi Asterix, entre libros de fantasía, princesas, hadas y caballeros. Mis dos galos preferidos me hacían el aguante y lo seguirían haciendo hasta bien entrada mi adolescencia. 

Recuerdo que después vino Tintin, El secreto del unicornio, y mas luego algunos librillos de cuentos. Entre ellos también estaban los del pajarito remendón y otros textos escolares. 
Pero lo que mas disfrutaba eran las visitas a la feria del libro infantil, ahí al lado de Facultad de derecho. Y en esas tertulias entre otros niños, solían encariñarme con los logos como el de Larousse y la chica que sopla el panadero. Y también por aquel entonces empezaría mi pasión por oler libros. De todo tipo, tamaño y antiguedad. Los que tienen olor a nuevos, los que tienen olor a tinta fresca, a plástico, a papel de gráfica, a libro viejo o simplemente a libro. Olor a libro. Tapas lindas de libros. Libros que cortan los dedos, fascinan, enamoran y hasta generan el gusto y agrado de enamorarle a uno. 
Hoy en día soy librero o intento aprender la profesión. Estoy contento porque siento que volví a uno de los lugares primigenios donde mas disfrutaba de chico. 

domingo, 9 de febrero de 2014

El pibe que amaba el mar


Mi relación natural con el mar es casi como la de cualquier otro. Uno empieza amando zambullirse en sus aguas, a sus anchas y luego deviene cierto resquemor.
A mi particularmente me costó superar ese resquemor. Le temí al mar de muy temprano, pero amé siempre estar dentro suyo.
Siempre tuve problemas con las preliminares. Siempre me costó adaptarme. Y casi siempre tuve un proceso de aprendizaje mas lento que la media.
A mi vida las cosas llegaron tarde, un poco por suerte, otro poco por miedo y otro poco mas por decisión propia. Siempre esperé a último momento para tomar las decisiones mas fundamentales de mi vida.
¿Ansiedad? Si, un montón, pero siempre consideré que si uno sabe valorarla, la vida es larga como para querer quemar los cartuchos tan precozmente.
La sola idea de llegar a los cincuenta años y ya no tener nada para hacer me resulta simplemente desoladora. Por eso siempre choque con aquellos y sobre todo aquellas, que me demandaban mas celeridad, mas rapidez, para poder seguirles en el tren de apuro y locura que enferma a gran parte de la sociedad actual que vive en grados enfermizos de aceleración. Eso no es vivir para mi y siempre lo sentí. Aunque sea inconscientemente desde chico, pero lo sentí. Lo percibí y me sigue sucediendo lo mismo.

El mar tiene eso de inmanejable. Tiene ese don que inspira respeto. Cuando te sumergís en las aguas marinas no es lo mismo que una pileta o la bañera, o mismo un lago o río. Uno siente que de alguna manera pierde algún tipo de control. Y a nadie le gusta perder el control de su vida. Por eso el mar es un buen supresor del ego natural.
Me genera el mismo amor y odio que me puede generar vivir en una ciudad. Donde te da placer y comodidad pero en detrimento de cierto grado de neurosis y paranoia. Uno debe pagar el precio de la locura por vivir en lugares que te dan todo. O casi todo.
La relación con el mar, sin embargo, es mas benigna. Me genera cierto miedo y sobre todo frío, sin voy a mis queridas playas del atlántico sur. Pero también me genera un placer enorme. Estar al sol. Jugar con la arena, sin importarme nada lo sucio que esté. Y sobre todo jugar con el mar. Con las olas enormes. Patearlas. Sumergirme en ellas de cabeza, o de espaldas, o solo dejándome golpear por ellas y caerme sin sentido. Lo disfruto. Me río, juego solo. Cada vez que entro es como volver a esa infancia desprejuiciada.
Aunque de chico tuve problemas para poder lidiar con el frío que me generaba las aguas sureñas, y mi debilidad innata en los pulmones que me impedía contener la respiración y bucear o el hecho de no poder relajarme para flotar como un pedazo de telgopor y así dificultarme hasta hoy en día poder decir "sé nadar". El agua de mar es algo que amo. Amo las olas y las puestas o salidas de sol por el mar. Amo la arena y la sal marina que me chupo de mi piel quemada. Amo que el sol me deje hecho un camarón. Amo la playa, su sonido, sus gaviotas, el viento imperecedero. Lo amo todo. Por que amo este planeta y mi buen sino de haber nacido en el mejor lugar de esta inconmensurable galaxia.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Pibes y porqueterías


Era sábado a la tarde y tuve que dejar mis juegos para acudir al cumpleaños. La cita era a las cinco de la tarde en el edificio que estaba doblando la esquina. A las 20 horas era le horario fijado para que nuestros padres nos fueran a buscar.
Leandro festejaba sus primeros diez años de vida. Momento importantísimo para cualquier niño que tenga consciencia de su otredad.
Me di un baño y me perfume con medio frasco de perfume Pibes. Me puse una camisa cuadriculada y unas bermudas. Y zapatillas claro.
Cuando llegué estaban casi todos mis compañeritos del colegio, mas algún que otro familiar de Leandro y amigos de otro lado.
En principio nos juntamos en grupitos. Pero después, la hermana mayor de Lea puso música y un poco se nos incitó a bailar con las chicas.
A mi me gustaba Andrea. Una compañera de piel muy blanca y pelo largo, negro y ondulado. Era un poco sabelotodo, muy charlatana y tenía pequitas en su cara.
Alguien que no recuerdo propuso el juego de la botellita. Otro u otra, propuso algo de un semáforo. Yo no sabía que eran esas cosas. Parecían juegos. Claro, lo eran, pero implicaban besos con las chicas.
Parecía todo un desafío. Tendría o no mi primer beso? Al parecer mi madre me había contado que cuando estaba en el jardín, una compañerita, Celeste, siempre Celeste, nos curzó con su madre en un supermercado y que ahí nomás donde me vió, me estampó un beso con mucha convicción. Al parecer yo me quedé inmóvil y con la cara roja como un tomate. Pero la verdad es que no me acuerdo. Asi que no se si vale...
En esta ocasión, yo solo deseaba que me tocara con Andrea y ninguna mas. Ya ni recuerdo las reglas del juego. Solo se que en determinado momento tenías a merced a alguien y le dabas a elegir entre verde (en el cachete), amarillo (pico), rojo (beso intenso de mas de diez segundos) y para los mas osados ultravioleta (beso imposible de chupón). Nadie se animaba todavía a este último. Pocos años después, en séptimo grado, ya habría varios incursionando en "transar", pero por ahora lo mas osado era el rojo.
Un compañero mío, Ramiro, un verdadero gilipollas, le tocó con Andrea y aventuró con un ultravioleta, pero fue rechazado y Andrea quedó descalificada. A ese Ramiro quería romperle la cara. Bueno, siempre había querido rompérsela, pero ahora me daba mas motivos. Perdía así la posibilidad de besar a Andrea.
Sin embargo otra compañerita me detuvo y me pidió amarillo. Tatiana. Petisa, trigueña, linda. Abría ya un gusto por las petisas que duraría hasta hoy día. Sin embargo el pico pasó rápido y casi ni lo noté.
Algunos se pelearon, otros dejaron el juego. Pero volvimos a jugar y esta vez, Andrea volvía a las pistas. Tuve que tolerar que besara a otro cretino, pero pasó sin pena ni gloria. Para los dos fue indiferente. Dábamos vueltas y vueltas y parecía que nunca me iba a tocar con ella, sin embargo se dió la oportunidad y cuando ya parecía que todos estaban ya aburridos de este juego precoz, Andrea se plantó frente a mi.
En un acto de total osadía le pedí un rojo fuerte. Violento. Al principio no quería acceder, pero todos insistieron ante mi inmutabilidad. Ella finalmente aceptó y antes que pudiera siquiera reaccionar, me agarró de las ridículas solapas de mi camisita y me estampó un besos. Todos se pusieron a contar a nuestro alrededor los diez e interminables segundos. Abrí los ojos y vi que ella los tenía cerrados, y su cara estaba tan roja como un tomate maduro. Yo sentía que era el mejor momento de mi vida. Cuando llegaron a diez, todos vitorearon y ella inmediatamente me empujó y caí en la cama que estaba atrás mío. Salió corriendo del cuarto y a mi me daba vueltas la cabeza. Un par de compañeritos me felicitó y otros me dijeron "guacala, como pudiste besar a Andrea el loro".
Nunca supe si para Andrea fue importante o no. Nunca me animé a decirle que me gustaba. Terminamos la primaria y le perdí el rastro por mucho tiempo. Luego la crucé una vez por los pasillos de Filosofía y Letras, pero creo que no me reconoció.
Y así esa tarde, después que nos dieron la bolsita con los caramelos, me volví a mi casa con mis viejos. Con la cabeza dando mis vueltas, luego de haber vivido mi primer experiencia romántica de mi vida.
Y todo gracias al perfume Pibes.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

1990 y el último mundial con épica


Si ya se, cuando fue el mundial de Italia 90 yo tenía apenas 6 años y era muy chico para acordarme. Sin embargo... me acuerdo muchas cosas.
Al haber nacido en el año 1983, claramente es imposible que recuerde la odisea del '86, pero ya en 1990 empezaba primer grado y ese año sería definitorio en mi vida. Una maestra, esposa de un ex milico me había tomado de punto y me exponía a humillaciones adelante de toda la clase, haciendome odiar ir al colegio. Me agarraba de las paredes con tal de no ir. El cambio del jardín a la primaria, todo de blanco e intentando aprender a leer y escribir, así como a sumar y restar, era la agonía misma. Atrás había quedado la enseñanza lúdica que tanto amaba del jardín.
A todo esto, quizás sea casualidad, quizás no, me agarró un ataque de asma que tuve que enfrentar con largas jornadas de nebulizaciones. No podía casi hablar ya que estaba tosiendo o sin aire. Así que si, no pasaría desapercibido el año 1990.
Cuando llegó el mundial, en junio o julio, recuerdo algunas cuestiones de propaganda como jugadores de la desaparecida Checoslovaquia, en tapitas de Mendicrim, yogures y otras cosas random por el estilo.
El primer partido lo miré con mi hermano cuatro años mayor, en el living de nuestra casa en Catalinas Sur. Argentina jugaba el primer partido ya que era el último campeón. Perdimos 1 a 0 con Camerún. Un seleccionado de negros muy bien entrenados que salieron con todo a demostrarle al mundo que los africanos serían los próximos campeones del mundo de ahora en mas. Sin embargo quedó en un gentil amague... por suerte.
Luego se sucedieron partidos muy épicos como el que fué contra Brasil, donde parecía que en cualquier momento nos mandaban a casa. Colgados del arco, los jugadores argentinos jugaron un partido horrible contra una selección superior. Pero un pase magistral del Diego mas épico (recuerdo del 86) hacia un alocado pájaro Caniggia, convirtió el milagro en realidad y pasamos con los huevos en la garganta.
A todo esto sonaba la canción del mundial "Una estate italiana". Un tema de una especie de dúo a lo Roxette, pero tano. Esa cacnión sonó tanto, quedó tan impregnada en el inconsciente colectivo de todos aquellos que vivimos aquel mundial, que quedó como la mejor canción de los mundiales. Tiene una épica difícil de reemplazar.
Luego jugamos con Italia y el partido se definió por penales, haciendo del arquero suplente, Goycochea, el héroe del mundial. Atajó un par de pelotas que nos consiguieron el pase, dejando al anfitrión fuera del torneo, para odio de los millones de italianos que miraban por tv.
La final la recuerdo bien. Un partido trabado contra Alemania. Argentina hebía vuelto a confiar en sí. Estaba a un paso del milagro de conseguir dos copas consecutivas. Pero las cosas no iban a ser tan fáciles. Arriba del partido se decidió la final. Y por cuestiones políticas, se dice que se le regaló la copa a la Alemania, que acababa de unirse luego de 45 años de estar dividida. ¿La forma? Fácil, otorgándoles un penal que nunca fué. Así los alemanes festejaron felices la copa y su unión y hoy soy otra vez una potencia mundial de temer y nosotros seguimos pateando bananas en el puerto. Nunca volvimos a la gloria ni a jugar una final. Todos amagues que se diluyeron en la nada misma, como un triste eco de un pasado glorioso. El mundial siguiente sería aquel al que a Maradona, ya bastante hecho mierda, le cortaron las piernas con toda esa pantomima del anti doping.
Pero el mundial '90 tuvo todos los condimentos para ser el ultimo gran mundial con épica. Por eso me río cuando los pibes mas chicos que yo dicen que Riquelme es el mejor jugador de todos los tiempos. Yo les respondo... yo he visto a Maradona. Y se callan porque no saben de que hablo y a la vez saben que no vieron la última gran épica del fútbol argentino y del mejor jugador de todos los tiempos. 10.

Y yo lloré, con el Diego lloré y lloré, por la final que nos robaron. Y tenía 6 años y me desayunaba de un mundo corrupto por primera vez. Pero yo lloraba mas que nada porque él, el que se había convertido en mi ídolo en ese mundial lloraba. Y ya estaba viendo a uno que había dejado su estatus de mortal para entrar al panteón de los semidioses y héroes.

martes, 2 de julio de 2013

La magia del cine


Una de las cosas que mas amo en mi vida es el cine. Es un amor tan antiguo que ya no recuerdo cuando empezó. Mis mas remotos recuerdos se remontan a la sensación de haber visto imágenes de Volver al futuro (1985) con el doc Brown y ese casco con luces que detenta en la primer peli y una imagen de Superman IV de 1987, donde empieza que a una mina le serruchan la cabeza o algo así. Pero no estoy del todo seguro. Si recuerdo que en el 89 fui a ver con mi madre Pie pequeño, mientras mi viejo lo llevo a mi hermano a ver la primera de Batman de Burton.
Sin embargo lo que si mas recuerdo con cariño de mis tempranas visitas al cine son la sensación que me generaba cuando antes de empezar la peli pasaban las placas de las productoras. Recuerdo muy fuerte la del planeta de Universal, también había una que me gustaba mucho donde aparecía unas pirámides. Pero sobre todo el castillo de Disney siempre me impresionó mucho al punto de que entre la música y esa imagen de un mundo de fantasía con la estrella cruzando el cielo de atardecer, me generaban esa sensación llamada "piel de gallina".
Simplemente amaba esa placa de Disney. Mis recuerdos me llevan a cuando era muy pequeño e iba con mis padres a ver alguna de las pelis de Disney que todo el mundo iba a ver al cine Los Ángeles en Callao y Corrientes. En las instalaciones del viejo cine (hoy devenido teatro) había antiguos juegos donde unos Dumbo, Pinochos y Peter panes de plástico gastado, nos miraban pasar a los chicos desde una cerca. Eran como reliquias de un pasado glorioso. Los recuerdo con gran estima y añoranza.
Con el tiempo el cine me siguió gustando con verdadera pasión y mi gusto fue madurando y creciendo a medida que crecía mi modesto cuerpecito, pero siempre amé y amo aún, cuando voy a ver una peli de Disney y la misma placa me saluda antes de la película. La misma que cuando era chico y me hacia sentir que estaba entrando a un mundo mágico. Me genera el mismo efecto y me sigue poniendo la piel de gallina. Por esas cosas yo creo que se habla de la magia del cine. No por los efectos o solo por lo que pueda pasar en las películas. La magia del cine es todo eso y mas. Es esa placa de Disney que me sigue haciendo sentir como cuando tenía cuatro o cinco años y miraba mi primer peli de Disney.
Por todo eso amo y seguiré amando al cine.

viernes, 22 de marzo de 2013

Comí un Scon en Gascón



Los scones de Gascón tienen ese "noseque" que tiene todo aquello que no se definir con palabras.
Los hay de anchoas y los hay solos, recién horneados, que acompañan un solemne té de otoño.

Comí un scon en Gascón cuando era chico y no me olvidé mas. Acompañé todo con mate cocido.
Mate cocido con leche. Mi infusión preferida de la infancia. Luego abandone el brebaje por el té.

Las tardes de marzo suelen ser agotadores por el cambio de clima y el abandono del verano.
Sin embargo banco las vicisitudes del cambio climático en detrimento de un buen scon en Gascón.


jueves, 6 de diciembre de 2012

Piratas, corsarios y bucaneros


Los días de lluvia como los de hoy, tienen para mi un aire especial. Me recuerdan viejas historias de piratas y los asocio directamente con mis juegos de infancia.
Por aquellos años, para mi, las historias de piratas me resultaban fascinantes. Como también las fantásticas, las de caballeros y las de astronautas.
Gran influencia en esto tuvieron las películas de Peter Pan, Hook (estrenada en 1991) y que tuvo gran impacto en mi y las celebraciones de la Expo '92, donde se recuperaba un espíritu de época. Además de otras películas mas viejas como Capitan Blood con Errol Flynn. Sin embargo la peli que mas afecto mi pasión por el mundo "piratesco" fue sin dudas Los Goonies. Ya hable miles de veces de aquella película que marcó mi infancia, pero siempre es bueno rescatar algo de eso.
En dicha peli de 1985, la cual yo habré visto 5 o 6 años después en VHS, un grupo de chicos que vive en un pueblo del norte de la costa oeste de Estados Unidos, decide ir a buscar un tesoro que supuestamente se encuentra escondido en alguna parte de los acantilados del lugar.
Es la típica. Encuentran un mapa de casualidad. Se mandan. Tienen miedo. Se suman las chicas. Aparecen los malos, que son un ladrones de banco (los piratas de la actualidad), y finalmente consiguen algunos diamantes que les permite salvar el pueblo de las garras de un crápula magnate que quiere comprar el pueblo y echar a sus habitantes.
Creo que el ambiente lluvioso de esa peli, mas estar jugando a los piratas algún día lluvioso de mi infancia, al abrigo del calor de mi hogar, crean este ambiente idílico que relaciona ciertas tardes lluviosas como la que se vive hoy, con aquellos lejanos y felices recuerdos de infancia.
Otra clara y vital influencia es la de los Playmobil, juguetes que tenían su propio mundo. Había Playmobil cowboys, heladeros, astronautas, policías, indios, caballeros y claro, piratas. En 1993, cuando cumplí diez años recibí el barco pirata de los playmobil y eso sello mi amor pirateril para siempre. Otras películas sobre bucaneros y el mar que amé, pueden ser La isla del tesoro en sus diversas versiones, 20000 leguas de viaje submarino, Piratas de Polanski, y las tardías Piratas del Caribe. Quedando siempre con la leche de viajar al mar Caribe alguna vez y tomar ron en alguna isla antillana.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Un chico disperso


Hoy mientras disfrutaba las extravagancias líricas y demás relatos autobiográficos del profesor Borovich, me acordé que cuando era chico me pasaba lo mismo. Problemas de dispersión.
En algún momento de la clase, la voz del docente se empezaba a alejar de a poco, hasta convertirse en una continuidad de sonidos inentendibles y carentes de sentido.
Mi mente se desconectaba por completo. Podríamos decir que el cordón de plata hacía click! y mis pensamientos me llevaban a lugares insospechados. Desde recuerdos, a cosas que tengo que hacer. Una verdadera máquina del tiempo que me llevaba del presente al pasado y de ahí al futuro. Nada que envidiarle a Marty McFly.
Creo que hoy en día a los nada desdeñables 29 pirulos, puedo decir que me pasa lo mismo.
Listo, Fin.
Ah otra cosa, creo que tengo un leve grado de dislexia.
Ahora si.
Chau!

lunes, 13 de agosto de 2012

Lógicamente de Jocsa !!!


Claro, la lógica al servicio del mercadeo de juguetes de plástico para todos los niños enfermitos de los dibujos animados.
Recuerdo a Rambo, Rambito, Rambón, y de que me enojé cuando mi abuela me hizo ese chiste de chico mientras hacía volar de una forma poco probable al muñeco con cara de hule de Stallone, un famoso come pasta de Hollywood.
No había mucha diferencia con los verdaderos héroes que veíamos en la pantalla. Para nosotros era lo mismo verlo en la tele o interpretar nuevas aventuras con nuestra imaginación. De hecho podría ser mas divertido aún.
El verdadero desafío para un grupo de niños congregados para sus quehaceres lúdicos era ponerse de acuerdo de si el juego consistiría en usar a los muñecos para crear la aventura o si nosotros mismos asumiríamos un rol con nuestros cuerpecitos inmaduros.
Yo si bien siempre fui juguetero y amigo de los muñequitos, a diferencia de mi hermano que era mas fan de los autitos, a la hora de jugar con mis amigos prefería que interpretáramos nosotros mismos a los personajes con los cuales quisiéramos sentirnos identificados esa tarde de otoño, invierno, primavera o verano.
Podíamos de repente ser Los cazafantasmas, las tortugas ninjas, los Thundercats, los halcones galácticos o los Caballeros del zodiaco.
Había muñecos que de todos modos eran irreemplazables como es el caso de los GI Joe que con sus cuerpos ateridos por una gomita podían darnos el gusto de una jornada sin transpirar ni una gota y darnos la adrenalina correspondiente.
Como yo me juntaba con los "nerds", sin saber que lo eramos claro, jugar a la pelota no era algo tan frecuente. Quizás un poco mas adelante, pero con mis amigos disfrutábamos esas pequeñas tertulias lúdico actorales donde cada uno encarnaba un personaje distinto, se ponía en esa piel como un actor consagrado y profesional. Todo luego de tomar un buen vaso de chocolatada y ver los dibus de las 4 pm, al término de Utilísima en el primigenio Telefé.
Una vez Rodrigo no entendió que la salida era salir a jugar a Los Cazafantasmas y se apareció en las veredas de Catalinas Sur (un barrio dentro de La Boca), con una bolsa llena de muñecos de Los Caza. Adentro podíamos ver que había un apretado Dr Veckman junto con pegajoso, Ray y el alargado Egon Spengler.
Le dijimos "no Rodri". "Era sin muñecos, nosotros vamos jugar a que somos los Cazafantasmas". Rodrigo nos miró a Diego y a mí con cara de tristeza. Sentía que lo dejábamos de lado. "¿Que hacer ahora con todos esos muñequitos?". Lo acompañamos a su edificio a dejar esa gran bolsa de muñecos.
A Rodrigo se lo veía decepcionado, definitivamente el prefería los muñecos. Sentía que un código se había roto. Eran tiempos de cambios. Nosotros ya sentíamos que era momento de tomar al toro por las astas y ya ser parte mas activa de los juegos. No queríamos ya intermediarios. Queríamos ser protagonistas y no solo guionistas y directores. Queríamos sentir que nosotros éramos ellos, que ellos no existían, sino que siempre fuimos nosotros.
Al menos hasta que oscureciera y ya fuera tiempo de volver a casa a cenar.

viernes, 6 de julio de 2012

Gimnasio Cobra Kai




Daniel es nuevo en el barrio. Quiere hacer amigos pero es un poco "nene de mamá". Usa jopo y se hace el karateca. Los pibes del barrio dicen que es medio bobito, pero le dan una oportunidad al bueno de Daniel.

Usa pantalones de jogging grises. Tiene poco gusto para vestirse. Mas bien diríamos que tiene cero onda. Es flaquito, morochito y usa la bicicleta mas ñoña del condado, de esas con los acolchaditos azules alrededor de los caños.

Daniel una noche decide hacerse el banana enfrente de unas chicas que estaban en la playa. Sus amigos sienten verguenza ajena y se hacen los que no lo conocen.

De pronto llegan los chicos malos, que son unos gomas terribles también, y le dan una paliza a Daniel, por hacerse el poronga con las chicas.

Daniel jura vengarse en nombre de todos los ñoños de aquellos abusadores que se aprovechan de los nerds y los "cero onda" como él.

Sin embargo recibe reiteradas palizas de este grupito que se la pasa pegándole al recién llegado como forma de atenuar así una vida sin sentido, sin desafíos y llena de comodidades que tienen estos niños bien.

Daniel se acerca entonces a un gimnasio llamado Cobra Kai, para aprender bien el karate y cagar bien a palos a los abusadores para así quedar como el mas poronga y bajarse aunque sea a una mina.

En el gimnasio Cobra Kai están todos los gomas que le pegan. Cuando lo ven entrar con su pésimo gusto para vestirse, todos se le cagan de risa en la cara y Daniel sale corriendo y gimoteando como nena.

Daniel se rompe las pelotas. Se contacta con el chino loco de la guerra que es encargado en su edificio y le compra un par de chumbos. Vuelve al gimnasio y los caga matando a todos. Después se pega un corchazo.



Fin.