miércoles, 2 de agosto de 2017

Moonchild



En la Luna solo hay polvo y ceniza. En la Luna solo hay muerte y desolación.
Pero nosotros somos los herederos de la destrucción. Nosotros viajamos a través del universo para recalar en este páramo yermo y olvidado.
No tenemos mas energía para seguir buscando un lugar donde podamos vivir.
Este satélite perdido de la galaxia, será nuestro hogar, y de seguro nuestra tumba.

Frente a nosotros observamos la noche terrestre. Un planeta inhabitable y acabado como el satélite que pisamos. No sabemos nada de ese lugar. Solo que su atmósfera es irrespirable y el calor, imposible de resistir.
Quizás esté pasando por un incipiente período de ebullición, o sea su mortal final. En todo caso, nosotros nos quedaremos en este solitario pedazo de roca orbital.

Mi compañera no puede más. Nuestro niño nace aquí, y como nosotros somos de más allá de las estrellas lejanas, no podemos saber cual será su destino, una vez que no existamos más.
Nuestro niño salta sobre las rocas lunares, y flota como un planeta errante. Divertido. Sin pensar.
Todos los días, se sube al monte mas elevado, y observa con extrañeza aquel planeta fluctuante frente a nosotros. Con mi compañera cada vez entendemos menos su comportamiento.

Le intentamos inculcar los conocimientos del universo perdido, pero nada tiene sentido para él.
Nuestro niño, no es nuestro, es un ser con otro tipo de forma de vida, que no entendemos.
Ya casi no come nuestras reservas. Se alimenta con sus propios pensamientos.
Por las tardes escapa de nosotros a grande zancadas. Al ser mas pequeño, sus vuelos son increíbles.

Ya casi ni lo vemos. Sabemos que está bien, ya que a veces lo vemos levantando polvareda en la lejanía lunar. Juega a esconderse, juega a viajar por el universo, juega a vivir su vida.
La última vez que lo vimos ya no usaba escafandra. Alejado de todo su origen, nuestro hijo se convirtió en un niño lunar de extraños comportamientos. Su cuerpo, se transformó en un tejido etéreo y pálido, como si no fuera de materia.

Nuestro final llegó, y nos aferramos con mi compañera, tratando de comprender que hicimos nosotros y nuestra raza con nuestra existencia. Pero nuestros últimos reproches se pierden observando al niño lunar, saltando feliz y despreocupado, sin recuerdos y sin dolor. Él será el comienzo de una nueva vida acá o allá, en el planeta salvaje. O quizás conquiste nuevos horizontes, fuera de nuestra capacidad de comprensión. O tal vez se quede flotando y jugando en el resquicio de una roca abandonada. En todo caso ya no nos importa.