domingo, 27 de marzo de 2022

Hecho para vos (La playlist de tu vida)

    Acá estamos, como siempre, desde septiembre del 2007. Casi quince años escribiendo en este maldito blog, formato que ha quedado vetusto hace diez años por lo menos. Y la seguimos, peleando a la contra, escribiendo para todos y para nadie. En un blog que es puro silencio, donde ya hace tiempo que no existe feedback. Muchas veces me he planteado abandonar este blog. O quizás simplemente eliminarlo. Sí, se perderían muchas cosas que básicamente son parte de mi vida. Como una especie de diario público, más allá de que haya poemas, cuentos y novelas por entregas. Pero lo fundamental es que el blog siempre estuvo para mí solamente. Es como si existiera en mi mente, con algún comentador ocasional, algún lector golondrina que pasa y deja su opinión o huella permanente. También existen comentarios truchos en inglés donde usan mi blog para poner publicidad, cookies o vaya a saber uno que carajo es eso que a veces sucede. No importa, este blog es claro que es sólo importante para mí, lo escribo para mí y es puro ego. No sé si en el mal sentido del término. Creo que a esta altura de la humanidad hablar de egoísmo es casi una redundancia. No existe el mal ego, o el bueno, como tampoco es posible la supresión del mismo. Vivimos en una sociedad donde si no sos lo suficientemente bueno como para mantener al menos un poco tu ego en alto, te pasan por encima y te aplastan como uva. Y todo para que el vino se lo tome otro.

    Pienso que en estos quince años de historia del blog he mejorado sensiblemente mi forma de escribir. Mi manera de redactar y manifestarme. Por supuesto que sigo siendo ese tipo que escribe de forma ocasional y que nunca logró colocar alguno de sus tantos escritos en alguna editorial. Excepto algún que otro poema, no he logrado atravesar la barrera de ser un tipo anónimo que escribe cositas por ahí a un autor publicado, aunque más no sea en una editorial independiente. Y las editoriales independientes se toman demasiado en serio. Todos se creen Borges leyendo y juzgando obras ajenas. A veces se manejan con criterios dudosos o por modas editoriales. No pocos son los que hacen la cuenta de si la temática es contemporánea o no, si es coyuntural o no, y si de alguna manera sirve y está en línea con el bien pensar. Si el autor es hombre o mujer también suma o resta puntos. Y nunca falta el editor que espera encontrar una obra del calibre de Faulkner o Woolf, con la capacidad de ser un best seller al mejor estilo King o Wilbur Smith. Pero esas cosas no se dicen. No se admiten. Y, en definitiva, es muy jodido bardear a los editores de hoy en día porque está el temor de que después no te publique nadie. Se les ha otorogado demasiado poder a los editores, por ser esa especie de jueces autoregidos de lo que vale o no la pena ser publicado. Y porque si te metes con ellos o los criticás después andá a llorarle a Gardel para que te publique Magoya. Ellos lloran por lo caro del papel, por lo caro que les cuesta hacer tal o cual esfuerzo, pero en realidad lo que se ha demostrado es que hay un gran nivel de cretinaje al respecto. Mucho amiguismo y recomendación por taller de tal o cual. Poco criterio propio valedero. Hoy los editores parece que quisieron convertirse en las estrellas del rubro. Ningún lector conoce el nombre de los editores detrás, sí el del escritor que están leyendo y esa envidia malsana hacia los hacedores de literatura no hace bien al rubro. Los editores deberían dedicarse a hacer su trabajo tras las cámaras, en las sombras, como los productores de las películas por buscar una analogía. Claro que son importantes y son parte de la obra. Y si ésta está destinada a ser un clásico trascenderá su primera editorial, y luego quizás al escritor. Pero no son cosas que los editores deberían andar calculando tanto en su desesperada búsqueda por trascender. En definitiva, se pierde el amor a la literatura y terminan viendo al resto de los elementos, como libreros o escritores, cual enemigos acérrimos de su noble oficio tan poco valorado. Están perdiendo el eje de su noble tarea. Y esos festivales de editoriales independientes donde buscan reconocimiento y hacer rostro es una muestra lamentable y patética de su vapuleada autoestima. 

    Pero bueno, en fin... No hay que meterse con ciertos personajes del medio y, sobre todo de la cultura porteña, que cada vez más se parecen a las ferias de artesanías que todos critican por la conducta mezquina de los "hippies". El fascismo de decidir a tontas y locas quien entra y quien no entra en el mundillo selecto de los escritores publicados. Todos esperan que uno haga rosca, de una manera u otra. En todo caso, se piensa: tu obra no va a cambiar el panorama narrativo actual o a hacer una revolución de las letras. O sea, atrás tuyo a cientos de otros escritores que vendrán y siempre habrá recambio. Y es cierto, en definitiva eso es así... De todos modos, la mezquindad fascista de sentirse zarpados de elegir quien sí y quien no, se lo pueden meter bien en el orto. Todos son y somos una zarta de fracasados que tarde o temprano pasaremos al olvido. Trascendencia mis CALZONES!

    Y así transcurrimos por este mundo, leyendo un montón de libros, escuchando montones de canciones y música, escribiendo cantidades ingentes de letras atrás de letras, y tipeamos como locos para intentar meter un bocadillo literario en el (ya bastante) saturado comercio de la industria del libro. Sin embargo ¿que sómos? No somos nada. Si partiéramos de esa base, seríamos todos más humildes y ni siquiera sería necesario sentir que tenemos que publicar algo. 

Salú

martes, 15 de marzo de 2022

Manifiesto del Ciclista Urbano Porteño

1. Esto No es un Manual de Supervivencia. 

2. Una de las principales tareas del ciclista urbano porteño es mantenerse con vida durante el trayecto en el que pedalea con su rodado por la ciudad. Repito, esto No es un Manual de Supervivencia porque no tenemos ni idea de cómo conseguirlo.

3. Las bicisendas o Ciclovías son un mal necesario. Son un arma de doble filo. No sabemos que más decir al respecto, pero está claro que son útiles pero a la vez, no sirven para nada. Básicamente porque (sacando a los ciclistas) casi nadie las respeta. Ni automotores ni peatones. Todos se cruzan o las avasallan cuando se les viene en gana y nunca existe mirar si viene el único rodado habilitado a esa vía. Por otro lado, vale aclarar que a veces parecen planeadas por un lunático. Van por lugares absurdamente oscuros, peligrosos o de repente se hacen de una sola mano en una calle a contramano. Realmente no están del todo bien diagramadas. 

4. Existen dos tipos de "andar en bici". Existe la salida por placer, el paseo, puede ser solos o acompañados. Por lo general uno va tranquilo, relajado, quizás los fines de semana. Aun así, nunca se está exento de tener algún que otro percance. Sin embargo, creo que el andar en bici más complicado es el que uno hace por cuestiones laborales y/o logísticas. Por ejemplo, la decisión de ir a trabajar en bicicleta, en estos tiempos complejos, está relacionado con el hecho de ahorrarnos una moneda. Pero la verdad, que en este ahorrarse una moneda, a uno se le puede ir la vida en ello. La realidad es que Buenos Aires, la ciudad de la furia que cantaba Cerati, es una ciudad funesta, furibunda, paranoica y violenta. Y creo que en donde más se ve todo esto es en su tránsito. Es lo peor de todo el asunto. Ruidos, motos por todos lados, andando rápido y peligroso. Bocinazos, gritos y puteadas. Peleas y choques. Gente atropellada y avasallada. Entonces cabe preguntarse si en el balance de ahorrarse una moneda, valdrá la pena bancarse tanta locura. 

5. En el andar en bicicleta uno puede hacer un poco de ejercicio. La realidad es que si queremos bajar de peso o hacer un poco la diferencia, lo mejor es salir a trotar todos los días una hora. Pero la pedaleada nunca está de más y es mejor que nada. Cualquier cosa es mejor que quedarse en casa o estar en la total inmovilidad. Sin embargo, pienso, que el aporte aeróbico que aporta la bicicleta es muy bajo. 

6. "El uso de la bicicleta es un aporte al medio ambiente" reza un anuncio ecologista de poca certeza. La realidad es que el aporte que se pueda hacer al medio ambiente es mínimo. No sirve de nada que cada vez seamos más los que optamos por ir en bicicleta por la ciudad si vivimos en un país ultra centralizado donde Buenos Aires es una especie de Roma a donde todos vienen en busca de trabajo, estudio y más oportunidades. Casi nada de eso sucede hoy en día, pero queda un coletazo remanente de gente que sigue idealizando a esta ciudad entonces siguen viniendo, y siguen y siguen. Acá cada vez somos más y no tiene sentido. Por otro lado, cada vez hay más autos, más colectivos y lejos de disminuir, estos números van a ascenso, como todo en esta humanidad. Por ende, no hacemos mucho la diferencia los ciclistas, pero entiendo que es lindo pensar que sí. 

7. Somos el esquife más débil del pavimento. Claro, cuando vamos por la calle no queda otro. Somos ese eslabón frágil (sacando al peatón que en realidad debería ir por la vereda). Entonces cada vez que andamos por la calle sentimos esa adrenalina de que nos pueden llevar puestos como a una pluma. Por lo general se siente ese temor. Algunos conductores de otros vehículos nos hacen sentir el rigor de su poderío automotor. Y hoy, hasta un monopatín que se carga con batería de celular te pasa por al lado sin respeto. Sin embargo nosotros somos los que pedaleamos, como los picapiedras del camino que somos. La bicicleta es un increíble, hermoso y noble medio de transporte, pero es demasiado subestimado y odiado por el resto de aquellos con los que tenemos que compartir la calle. Para algunos andar en bici por la calle es una molestia. Sienten que tendríamos que ir por la vereda, o por otro carril o simplemente no existir. Sin embargo existimos y no tenemos ganas de andar dando tantas explicaciones a los conductores, sobre todo de autos, que muchas veces te ven venir por atrás y te cierran el paso, o te primerean para doblar una esquina, sin mirar para atrás, como si anduvieran solos por la calle, como si no existiera nadie más que ellos, que sus problemas y sus estúpidas emergencias. Lo más gracioso de ciertos automovilistas es ese egoísmo de mierda tan arraigado, quizás culpa de esta sociedad que eleva el culto al sálvese quien puede, al yoísmo más insoportable y al egocentrismo más infumable que puede haber. Si llueve te primerean, siendo que están a resguardo de las inclemencias del clima, y después esa necesidad de querer pasar primero, como si no fueran a llegar antes yendo en sus autitos con motores. Señores, sean más caballerosos y considerados con el resto de los conductores. Porque los que vamos por la calle esquivando, doblando, frenando y acelerando, también somos conductores. 

8. Los ciclistas somos conductores como cualquier otro que conduce un vehículo. 

9. Dejar la bicicleta atada es un problema. Siguiendo con los problemas que nos acosan cada vez que usamos la bici para cuestiones pongámosle "pragmáticas" y tenemos que dejar nuestro rodado en algún lugar esperando tenemos el gran dilema de si hacerlo o no. Porque a veces simplemente no hay cadena que aguante. La calle, estés donde estés, sea La Boca o Palermo, Liniers o Nuñez, Almagro o el microcentro, implica un riesgo constante. Pareciera que en los últimos años, con el aumento de la bici como medio de transporte, también empezaron a proliferar hordas de ladrones de bicicletas que andan yirando de a uno, o de a dos. Uno haciendo de campana y el otro, con una mochila donde guardan una jodida tenaza para cortar cadenas de bicicletas. Tan simple como eso. Y no existe ninguna garantía de ninguna cadena ya que estos tipos encuentran la manera de cortarlas y no son ningunos libertadores de nada la verdad. 

10. El uso de casco y luces es obligatorio, sin embargo, algunos de nosotros no los usamos. Sea por pobreza, por desgano o porque nos parece de bebés. Pero así debería ser. 

11. El ciclista tiene la obligación de respetar las señales de tránsito como cualquier otro conductor. Sin embargo, algunos se creen unos vergalargas totales y se pasan los semáforos esquivando autos como si fueran unos grandes valientes. La realidad es que hacer ese tipo de estupideces sólo logra que sus vidas peligren y que todo el gremio de ciclistas sea odiado. 

12. Algunos ciclistas son simplemente unos verdaderos cretinos. Se cruzan, se meten por delante de los autos, rozan a los peatones y hasta los atropellan. Y encima, si los putean se enojan. Bueno señores, háganse cu...

13. En realidad, este manifiesto no es tal. En verdad no creemos en los manifiestos. Nos parecen una cosa fascista. Un manifiesto se convierte en una serie de normas que deben cumplirse si se quiere estar en sintonía con un movimiento. Nada más lejos de la libertad, nada más dictatorial y cierra sentidos que un manifiesto. La cuestión es que si uno pone Manifiesto Zaraza de tal o cual cosa, quizás logras un poco más de atención. Sobre todo al ver que son puntos que dicen A) Usted debe detenerse en un semáforo. B) No debe atropellar a los peatones, aunque estos sean boludos y anden cruzando la calle sin mirar, o se detengan a mirar el infinito en medio de una bicisenda... En fin... Eso no...

14. Para finalizar quiero decir que amo la bicicleta. Amo pedalear y sentir el viento en la cara. Es en verdad una hermosa sensación y... pienso que sería de vital importancia que las bicicleterías abrieran los domingos. Pero bueno... esa es harina de otro costal, dijo un panadero ensoñado, un patinador sagrado, un pedaleador porteño...


miércoles, 2 de marzo de 2022

ZAPATO VIEJO

A veces los recuerdos son caprichosos, en muchos sentidos, pero sobre todo en la forma en que pueden dormir permaneciendo en estado de latencia, hasta que un día salen a la luz. Pueden volver por épocas para luego volver a la sombra del subconsciente. 

Creo que una de las pocas cosas que recuerdo del jardín de infantes es de un compañerito, Daniel Pintore, más recordado como Zapato Viejo. 

Quizás me averguence la siguiente confesión, pero debo admitir que aquel extraño apodo se lo puse yo en un acto de bullying precoz, demasiado precoz. 

Teníamos apenas 4 años, quizás 5, pero ya andábamos poniéndonos apodos, agarrándonos de las solapas del guardapolvos, empujándonos y haciendo todo tipo de vilezas. Hoy me parece muy bizarro que siendo tan chicos ya fuéramos tan malos. Claro que no nos culpo a nosotros como niñes. Probablemente era un síntoma de época, o quizás la tele, o quizás nuestros padres o hermanos mayores, no lo sé... La cuestión, es que ya nos hacíamos nuestras maldades y hoy, teniendo casi 40, me parece increíble que todo comenzara a una edad tan prematura. 

En fin, un día de aquellos en el jardín... más propiamente dicho, una mañana, me encontraba caminando juntos a mis compañeritxs rumbo a la salita naranja (o amarilla, no recuerdo bien). En ese andar por los pasillos noto que mi compañerito Daniel Pintore ostentaba unos zapatitos medio gastados, quizás herencia de algún hermano mayor. Sin pensármelo demasiado me salió comentarle una verdadera bufonada (rol payasesco que he tenido toda mi vida). Le dije que tenía el zapato viejo. Él ni se inmutó. Por suerte no era de esos niños (como yo) que reaccionan ante todo tipo de ofensa y provocación, sea llorando, enojándose o devolviendo la ofensa. Nada. Daniel Pintore se quedó inmutable. No respondió. Apenas me miró. Claro que el sobrenombre de Zapato viejo comenzó a correr como reguero de pólvora y creo que hasta las niñas sabían de él, pero Daniel nada, mutis por el foro. 

Fueron dos años que estuve en ese jardín que luego sería donde haría toda la primaria. Antes había pasado por otro jardines debido a la naturaleza nómade de mi familia que por suerte logró estabilizarse durante 8 años en aquel hermoso barrio de Catalinas Sur. Desde 1988 hasta 1996, cuando el Menemato acabó con nuestra economía familiar y tuvimos que huir a los suburbios. Pero esa es otra historia. La cuestión es que esos 2 últimos años del Jardín de infantes (1988-1989) los pasé ahí en el colegio público del barrio, colegio fundado por un tano rarísimo que tenía la idea demente de plantar pinos...

A Daniel lo perdimos en la primaria, apenas comenzamos primer grado, en el inicio de la nueva década (1990), Pintore se fué al colegio privado de Nuestra señora de no sé que... y ya no lo volví a ver. También mi amiguito Juansito se fué tras los pasos de Pintore aunque si bien con Jonsy nos volveríamos a juntar (pasada toda la primaria separados), a Daniel no lo volvería a ver nunca más y según mi amigo, durante la primaria Daniel tampoco le daba bola a él, ni a nadie. Parece que era una especie de barrera infranqueable que no se molestaba en socializar con nadie. Es notable, quizás con lo de zapato viejo le cagué la vida, o quizás al contrario, le hice ver sin querer ni saber, que hay que desconfiar de la socialización constante, quizás haya aprendido una lección de vida a una edad tan temprana que ahora el tipo quizás sea un master of puppets, vaya uno a saber... 

En todo caso, ¿quién puede saber que habrá sido de Daniel Pintore, más recordado por todo una sala de jardín como ZAPATO VIEJO?