sábado, 16 de noviembre de 2013

La estirpe del guerrero


Como Leonardo Favio decía respecto a su cine, solo puedo acercarme a escribir algo cuando mi coranzoncito tiene algo para decir.
No pretende medirme con un genio de la talla de Favio, pero siento alguna verdad latente en esas palabras. No se puede escribir con una pena o un vacío. Pero cuando el corazón tiene algo para decir es válido. Las heridas sanaron y elegimos seguir siempre los caminos que tengan corazón.
El otro día, reviendo la saga Saint Seiya, el personaje que siempre me gustó, el dragón Shiryu, me develó una gran verdad.
Cada uno de los cinco caballeros que encarnan la serie de animé, deben proteger a la diosa Atena y al mundo de las fuerzas del mal.
Me di cuenta que cada uno de ellos representa algún tipo de valor para el espíritu del guerrero. Seiya es claramente la voluntad. Hyoga es las emociones. Jon es el amor y la sensibilidad. Ikki es el coraje. Y el dragón Shiryu es el sacrificio.
Shiru, a lo largo de toda la saga siempre se sacrifica por los demás. Sacrifica su visión para que vivan el Pegaso y Andrómeda. Sacrifica su vida para arreglar las armaduras, Sacrifica su vida para que pasen de la casa de Capricornio. La vida de este caballero es un sacrificio constante y perpetuo.
¿Que valor encarna el sacrificio entonces en la vida de los guerreros?
Siempre sentí que para mi lo peor que hay en la vida es sacrificarse. Sacrificar diversión en por de un bien superior, Sacrificar felicidad para que otro la obtenga. Sacrificar la propia autoestima para que otro eleve al máxima la suya.  Sacrificar lo material para dárselo a otra persona. Sacrificio para mi siempre fue sinónimo de abstención, de control, de represión, de coartar libertades.
Sin embargo hay algo notable. En la concepción del guerrero clásica, los héroes se sacrifican en detrimento de un bien superior, de la salvación del pueblo, etc.
Sin embargo, hoy en día, en estos tiempos, tan antagónicos a los tiempos míticos, ya no tenemos dioses o criaturas fantásticas contra los cuales combatir. No existe el enemigo externo. El único enemigo es uno mismo y el campo de batalla se libra en nuestro interior.
El peor enemigo que podemos tener es nosotros mismos, porque nos conocemos lo suficiente como para que la batalla dure toda nuestra vida.
Ese combate desgasta y es hasta inevitable. Pero podemos encontrar la solución. Podemos salir a buscar falsos enemigos en el exterior. Meternos en la cruz roja o de mercenarios en alguna guerra perdida en el extenso globo. Sin embargo el combate final siempre será con nosotros mismos.
Por eso la mejor opción es hacerle frente al yo-némesis y destruir nuestra propia imagen. La imagen falsa que creamos de nosotros mismos. Y sacrificar, no nuestros gustos o placeres, sino esa visión errada de que somos de determinada manera. No hay peor derrota que la autoproclamada.