domingo, 19 de mayo de 2024

Los fabulosos cuatro hermanos: La llegada del hermano Juda

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    Todo hermano mayor lo es en relación a la aparición de un segundo hermano. En el caso de Jona esto se dió cuando algunos meses después de su fortuita aparición en escena otros muchachos entraron al juego. Jona era la sensación total para chicas y chicos, todos lo adoraban. Pero Jona sentía que su talento era limitado y necesitaba de otros que le hicieran la segunda, para así aprender más y potenciar su capacidad. En este contexto es que una tarde de domingo, mientras hacía su función para un grupo de jóvenes pueblerinos, apareció el segundo hermano Juda. Un jovenzuelo que miraba a Jona desde el llano, con admiración por ese hermano mayor motivado e inspirador. Al finalizar su pequeño show Juda se acercó a Jona y se presentó dándole un apretón de mano. Le contó que él también hacía música en el jardín trasero de su casa. Juda había perdido a su madre hacía poco quien había sucumbido víctima de una misteriosa enfermedad. La madre María había ascendido a los cielos del todopoderoso pero era una guía en la vida del joven Juda quien demostró ser un joven extremadamente talentoso. Invitó a Jona a su casa y le mostró algunos trucos que había aprendido en su cítara. Jona no podía salir del asombro que este joven le generaba con su talento innato. Sin embargo Juda era todo lo opuesto a Jona. Era un hijo querido, deseado, amado y ponderado por su padre. Jona no tenía eso y un poco le molestaba que Juda fuera el elegido de Dios a diferencia suya que parecía abandonado a su completa suerte. De todos modos, Jona y Juda se hicieron grandes amigos y rápido comenzaron a trabajar juntos para complementar su talento. Jona aprendió tanto de música de Juda como Juda aprendió sobre carisma y actitud de parte de Jona, el hermano mayor. Juntos estaban destinados a cambiar al mundo. Aunque todavía no lo sabían. 

    A los pocos meses, junto con otros dos chicos formaron la primera agrupación del pueblo. Se llamaban Los dorados bardos por su estilo abiertamente juglaresco en el campo de la música popular de Las Tierras Medias. La agrupación comenzó a hacerse cada vez más popular ya que el carisma de Jona y el talento musical de Juda hicieron de aquella banda un conjunto muy carismático. Sobre todo para los jóvenes hijos de los granjeros tan desacostumbrados a todo lo que es novedad. En breve comenzaron a girar por los diferentes pueblitos de la zona para dar su show en plazoletas y parques. Pero cada vez que Jona volvía a su casa lo esperaba la severidad de su tío Arón que no solo no comprendía este nuevo estilo de vida sino que lo reprendía, recordándole que ahora que era grande debía aportar a la casa. Si no podía traer una moneda al hogar tendría que irse con el a trabajar a los campos. Por otro lado, el joven Juda tenía todo el apoyo de su padre que lo instaba a continuar dandole rienda suelta a su innato talento musical. Claro que el padre de Juda tenía eun mejor pasar económico siendo este un importante comerciante de la Villa. Pero además era un hombre de mente mucho más abierta, y se sentía cómplice con su querido Juda. Jona llegaba a los ensayos en la casa de Juda angustiado por la situación que vivía con su tío. Juda lo miraba sin comprender del todo pero aún así lo instaba a que siguieran creando nuevas melodías juntos. Uno estaba frustrado, angustiado, el otro en cambio estaba contento y motivado. Según Juda si continuaban por ese camino lograrían grandes cosas. Y en verdad no se equivocaban. 

    Para colmo de males Jona conoció a Esther, una joven pueblerina de su barrio y juntos hicieron el amor sin saber nada al respecto. Para Jona la poco atractiva Esther era una posibilidad de escapar de su casa y que su tío no lo volviera loco con su exigencias. Además era una forma de descargar su intensa energía sexual que venía acumulando desde su infancia. Pero aquello no salió como Jona hubiese querido. Esther pronto quedó encinta y cuando parecía que Los Dorados Bardos comenzaban realmente un camino parecido al éxito, las cosas se detuvieron. Jona no podía hacerse cargo del hijo que tendría con Esther y pensó en huir lejos, más allá del Reino, atravesando mares, rios y montañas. Pero Esther le convenció para quedarse a su lado. Ella apostaba al exito de Jona y pronto volvieron las buenas noticias. Sus presentaciones populares se hicieron famosas por todo el reino y se corrió la bola de boca en boca de que aquellos muchachos hacían vibrar a todos allí por donde pasaban. Pensaron en hacer una verdadera gira hasta llegar al centro del reino, la ciudad lejana del sur. Pero Jona y Juda se dieron cuenta que necesitaban más talentos para estar a la altura. Juda le habló a Jona de un chico muy talentoso que podía estirar las cuerdas de la cítara como nadie nunca había hecho jamás. Jona le dijo que estaba bien, que trajera a aquel gurrumín para ver si era cierto lo que el presumido de Juda decía. Una de aquellas tardes en que volvían de un pueblo todos abarrotados en una vieja carreta, Juda le presentó a Jona al joven talento. Se llamaba Sila y parecía un niño a ojos de Jona que lo miró con cierto desdén. Pero Juda instó al joven muchacho a que le mostrara lo que sabía al hermano mayor que andaba con su eterna cara de preocupación, pensando en como haría para mantener al hijo que venía en camino. El pequeño Sila destapó de un trapo viejo una citara desvencijada que parecía a punto de romperse. Sila era el más pobre de los tres, pero con su cabellera muy revuelta y una cara de absoluta confianza, comenzó a tocar unos punteos que dejaron a todos pasmados en la carreta. Jona quedó tan sorprendido que volvió a sonreir después de varios días de andar con cara de fantasma constipado. Tomó por el hombro al pequeño Sila y le dijo: Estás adentro. 

    Pocos meses después tocaban por toda la vieja isla y sus seguidores se multiplacan por montones. Un amigo de Jona, el primo Levi, se incorporó como su representante. Ahora estaban organizados y encaminados directo al éxito. Cambiaron su nombre al más escueto y adusto Los Bardos. Sin más vueltas ni vericuetos. Su estilo era directo, certero y hacía bailar a grandes y chicos allí por donde fuera que vayan. Hasta salieron del reino una vez, llevados en barco a las tierras de más allá. Al país de los viejos godos donde una turba infame de jovenes los esperaban ansiosos. Se presentaron en el primer pueblo que pisaron y fueron el éxito del primer fin de semana. Pero cuando se enteraron en aquel pueblo que el Sila era más chico de lo permitido los mandaron de regreso a casa. El pequeño hermano volvió llorando todo el camino de regreso, sintiéndose culpable. Juda estaba irritado por el contratiempo hacia el éxito, lo mismo que Jona que tenía mucho más que perder aún. Sin embargo, Jona tuvo un acto de piedad hacia el menor de los hermanos y se sentó al lado del pequeño Sila que no paraba de llorar. Jona puso su brazo encima de Sila y lo contuvo. Tranquilo, le dijo, ya vamos a volver. Luego lo miró y le dijo vos sos nuestro hermano menor. Siempre vamos a cuidar de vos. Sila dejó de llorar y abrazó con fuerza a su hermano Jona, el hermano mayor. Luego se quedaron mirando las olas del mar en aquel día frío y gris de otoño. Sonrieron porque sabían que no faltaba mucho para la batalla final. 

sábado, 18 de mayo de 2024

Los fabulosos cuatro hermanos: La leyenda de Jona


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    Hubo una época en la que todo parecía lejano, por demás ajeno a nuestra concepción de humanidad. En ese tiempo fuera del tiempo, en un lugar indeterminado del mundo, había humanos deseantes. Lo que parecía una comunidad arcaica y tranquila, en realidad era un portentoso semillero de novedad y expectativas. Algo en el aire que hacía vibrar las hojas de los árboles parecía murmurar épocas de cambios importantes. La sociedad frugal y agraria corría indefectiblemente a un cambio de época. Como en todo momento bisagra y clave, son a veces los hombres anónimos y corrientes los que llevan la marca que propiciaran la nueva era. Como anónimos, son ellos los pioneros, aquellos personajes históricos que parecen destinados a agitar el avispero y transformar la sociedad para siempre. 

    Nuestra historia comienza con Jonás, primogénito de una familia cualquiera de campesinos. Situados en una aldea-isla tan alejada del centro del reino como se podría esperar. La periferia de la periferia. Y nadie es ajeno al hecho evidente de que nada se esperaría de allí. Pero Jonás nació distinto. Quizás porque su padre abandonó su hogar cuando era muy pequeño y su madre, imposibilitada ante tremenda carga, perdió su norte. A Jonás lo terminaría educando su tío Arón. Lejos de todo vínculo familiar afectivo, Jonás creció con carencias afectivas que le fueron conformando un determinado carácter. Rudo, áspero, caustico e irónico. Jona pensaba todas las noches en la ausencia de sus padres y a veces lloraba en la oscuridad, tratando de entender aquel cruel abandono. Pero cuando su tío lo encontró una vez llorando desconsoladamente en el jardín y le recordó que "los muchachitos no lloran", Jona tuvo que empezar a tragarse en silencio todo su dolor. Porque si algo no quería era contradecir a su terrible tío que podía azotarlo por solo apoyar mal la azucarera. Ni hablar de conterstarle o mirarlo mal. Pero el tío, hermano de su madre, hizo lo que pudo. Jona tuvo que aprender a contentarse con el hecho de que al menos alguien se había encargado de él. Sin embargo, por eso mismo se había determinado con toda la fuerza de su voluntad de que haría todo lo in-humanamente posible por torcer su destino y salir de allí. Lo que necesitaba era un motivo que le permitiera encontrar un nuevo camino que lo sacara del destino predeterminado de ser un granjero más de la pequeña comarca. 

    Los sábados a la noche, su tío bajaba la guardia, abría su barril de cerveza y empinaba el codo que daba calambre. Jona se había criado viendo las "sanas" costumbres de aquel cerdo puritano, como él le decía en su mente. Pero una noche en que su tío se encontraba más borracho que de costumbre, Jona se sorprendió al escuchar que el viejo Aróon comenzó a tararear una especie de letanía desde el interior de su infierno personal. La melodía monótona no tenía mucho sentido y era algo así como una melopea infame y monocorde. Pero aún así Jona se quedó atento mirando fijo a su tío, como si algo nuevo, algo inaudito estuviera pasando ya que nunca había esuchado a alguien "cantar". Ni para bien ni para mal. Ese momento en que su tío se conectó con algo más allá de las palabras imperativas de órdenes o palabras secas y mostro su limitado pero fragil mundo interior, cambió para siempre la perspectiva de Jona. El tío cesó en breve con su cántico, miró desafiante a su sobrino y solo atinó a eructar. Acto seguido cayó presa de un sueño profundo y su cuerpo se descompuso en un instante, cayendo la jarra de su mano al piso y comenzando a roncar de forma estruendosa. 

    Ahora Jona tenía algo mejor que llorar en silencio por las noches: cantar. De a poco comenzó con la ardua tarea de comprender que era una melodía y al principio intentaba replicar lo que había escuchado de su obnubilado tío. Pero cuando las conexiones cósmicas comienzan con su cadena de coincidencias ya es imposible detener el tren del destino. Jona se encontraba arando con los bueyes de su tío cuando escuchó una voz que cantaba a lo lejos una melodía mucho más elaborada que la de su rústico familiar. A Jona se le detuvo el corazón y bajo el ardiente sol de verano vio pasar por sobre la colina a un hombre delgado como un fideo, que cantaba y caminaba dando saltitos en un forma que parecía transmitir una nueva sensación, una nueva emoción para Jona, la alegría.  

    Jona comenzó a prestarle atención a toda la sonoridad del campo. El soplar del viento, el tintineo de la lluvia, el trinar de los pájaros. Y ahora Jona tenia una nueva motivación en su vida, crear nuevas armonías y melodías que hicieran felices a otras personas. Necesitaba poder crear aquello para suplir una ausencia que no podía terminar de explicarse. Entonces fue que pensó que necesitaba algo para acompañar su canto y entonces comenzó a confeccionarse una especie de caja para hacer percusión. Eso lo motivó por demás ya que con unas maderas, un viejo cuero de vaca y unas cuerdas pudo darle forma a lo que sería una especie de precario tambor. Y así comenzó el baile. Jona experimentaba dando golpecitos seguidos, luego pausados. Más fuerte. Más despacito. Fué descubriendo nuevas y diferentes sonoridades. Y de a poco sumando su voz, diciendo palabras que de pronto podían rimarse con otras. Una musicalidad inédita que descubrió probando y experimentando, logrando de a poco alejarse de la tristeza constante a breves pero intensos momentos de alegría. Jona había descubierto para sí el amor a la Música, una de las diosas más increíbles y misteriosas del mundo. 

    Una tarde de aquellas en que Jona se encontraba paseando por los alrededores de su casa, tamborileando y tarareando nuevas melodías, se encontró de sopetón con su tío. Al principio pensó que aquel viejo desquiciado le pegaría o le rompería su tamborsito de cuero, pero no. El tío estaba más cansado, quizás más viejo, y por otro lado Jona estaba hecho casi un hombre. El tío se impresionó por la capacidad de su sobrino de crear nuevas melodías. Se volvió sobre sus pasos y salió corriendo hacia la casa. Jona pensó que aquel era su final. Seguro volvería con una lanza o algún puñal, antigua reliquia familiar. Pero no, el tío volvió casi emocionado hasta las lágrimas. En sus manos traía un extraño objeto cubierto por una tela roja. El tío no dijo palabra pero le indicó con la mirada que lo descubriera. Jona dudó pero la curiosidad pudo más que el temor y sacó la tela. Sobre las grotescas manos de trabajador de su tío reposaba una especie de madera tallada, con extrañas curvas y unos hilos metálicos que lo atravesaban. Tan tirantes que parecía que pudiera cortarte la mano. Jona tuvo miedo pero el extraño objeto no parecía creado para hacer daño. Sin embargo era extraño, detentaba una forma estridente y caprichosa. Pero el tío seguía indicandole con la mirada aquel objeto. Jona lo agarró y de una forma intuitiva que nunca podría explicarse lo tomó de la forma correcta y rasgueó aquellas cuerdas de metal. El sonido fué diáfano y nunca lo olvidaría en su vida. El tío dejó escapar una lágrima. Era de tu madre, le dijo.

    Jona sintió sincera y profunda alegría. Algo de su pasado, perteneciente a su madre, venía a mostrarle ese camino que venía buscando desde niño. Entonces Jona comenzó esa misma tarde una larga peregrinación por todo el pueblito, tocando, equivocándose, descubriendo. Los sonidos vibraban y contagiaban a todos los pueblerinos que felices comenzaban a seguir a aquel joven y alegre jilguero. Sobre todo los jóvenes como él, que veían en Jona la representación mítica del Hermano Mayor. Guía y conductor de las huestes juveniles. 


Continuará...

domingo, 12 de mayo de 2024

El Campanero Digital o Como Aprendí a ser un Buen Quasimodo del Siglo XXI


Yo, Adrián Lucio Silvio Corrado Marcchesinni o más conocido como "El desleal Silvio", "El trepador Lucio" o simplemente "El arrogante Adrián", soy el protagonista de esta historia. Sin embargo, todos esos títulos son del pasado, ahora ya todos me conocen como "El campanero digital" o simplemente "El moderno Quasimodo". Antes de contarles la historia de mi último apodo es necesario hacer algunas aclaraciones históricas muy pertinentes. 

Quasimodo era el ser en el umbral que vivía recluído y oculto en la torre de Notre Dame de París. Muchos consideran que era una especie de jorobado o ser deforme y su interpretación simbólica es que representa los pecados carnales del Archidiácono. Pero lo que nos interesa es Quasimodo, ese extraño ser deiforme que convivo con aquello que no puede entender. Pero aún así, tiene su lugar en el mundo y trabajo sin entender mucho para qué. ¿De qué trabaja un jorobado en una inmensa catedral? Pues de campanero, algo que lo retenía en las alturas, oculto a la vista del resto de la humanidad. 

Muy bien, el caso es que ya conocemos la triste historia. Quasimodo se enamora de la persona equivocada y finalmente muere en un incendio, víctima de la lujuria y envidia de su no reconocido padre. Un martir de los tiempos donde la Edad Media comenzaba a fundirse con la Modernidad. Pero válgame, ahora eso a cambiado, en estos modernos tiempos violentos de la Posmodernidad ya casi no existen Archidiáconos ni gitanas seductoras, hay muy pocos jorobados, y de seguro ninguno vive recluído en un antro. Pero lo más seguro de todo el asunto es que aquel antiguo oficio de campanero se extinguió y puedo decir con cierto orgullo que fuí yo quien le puso un punto final. 

Verán, por si no lo habían notado, soy un jorobado. Sé que es algo que las circunstancias pusieron allí de un modo poco feliz y que no viene al caso. Pero desde chico traté de ocultar esa herencia genética de mi familia paterna poniendo todo mi enfasis en destacar mi atemperancia contra mi aciago destino. Entonces comencé un largo proceso de reducción lumbar y realzamiento de mis otras partes. No quería ser carne de escarnio de mis coetaños así que de a poco fuí avanzando en reducir lo más posible esa joroba. No fué tarea fácil pero puedo decir sin temor a equivocarme que entre los seis y los veintitrés años, todo mi empeño fue dirigido a salir del lugar de mártir como mi sino me tenia guardado. Y así lograr torcer mi destino y salir del lugar de candidato seguro a chivo expiatorio. 

No fué una tarea para nada fácil y me costó mucha sangre, sudor y lágrimas. Sin embargo pude salir airoso de todo el asunto y a mis veinticinco podría decirse que la joroba de nacimiento era apenas una pequeña protuberancia en mi espalda sin mayor preocupación. A partir de allí, intenté llevar una vida común como todos los demás. Hasta conocí una chica y nos pusimos de novios y fuimos felices, pero no siempre fue todo color de rosa. Había algo oscuro en mi destino, como un mal sino que se negaba a desaparecer del todo. Fue el día que, de alguna manera extraña, me volví a acercar al sino de mi funesto antepasado de leyenda.

Cuando me di cuenta que la lucha contra mi joroba me había consumido gran parte de toda mi energía como así también de gran parte del capital familiar, me di cuenta que era necesario ponerse en campaña para recuperar lo perdido. Gracias a un antiguo dirigente de los Scouts, que me había ayudado en parte a ocultar mi exagerada protuberancia para que mis hermanos exploradores no hicieran un escarnio de mi persona. Este dirigente conocido como Ariel "Bagheera", fue el que me mostró un proyecto que estaba armando para instalar un sistema de relojería sincronizado y automático de campanarios. 

Ariel me mostró todos sus descubrimientos respecto del tema y no fué para nada reacio en compartir todo conmigo. Desde mi lugar apoyé todo su plan y fuí un leal asistente mientras Ariel tuvo esa necesidad de mí. Sn embargo, las circunstancias cambiaron, la tortilla de se dió vuelta y cuando Ariel parecía insatisfecho con mi trabajo y aportes, tuvo la mala fortuna de tener un dramático accidente. Una mañana de domingo, mientras instalábamos el moderno mecanismo de relojería digital (porque ya nadie tenía la voluntad de tirar de la cuerda de las viejas campanas), Ariel sufrió un extraño sobresalto de vértigo y cayó al vacío. Si uno tiene en cuenta que nos encontrábamos en la Catedral Gótica más grande de Sudamérica, uno comprenderia que el desenlace fue determinante para él. 

Por suerte, yo me había ido haciendo de los contactos que el bueno de Ariel (esa vieja pantera negra oxidada) me había facilitado en su torpe ingenuidad y pude continuar con el legado. Pero no sólo eso, hice lo que Ray Kroc hizo con los hermanos McDonalds, llevé todo al límite, expandiendo horizontes y elevando a la grandeza aquel sistema básico de relojería electrónica que el bueno de Ariel había sistematizado. Pero a Ariel le faltaba ambición, solo pensaba en hacer esta especie de acuerdo católico con las iglesias de Buenos Aires a cambio de no sé, ¿la salvación de su alma quizás? Yo corte con toda esa basura e hice lo que nuestro buen mundo moderno exige de nosotros: Capitalizarlo todo. 

De a poco fuí vendiendo el sistema a toda las inglesias de Buenos Aires y luego al resto del país, no sin antes patentar aquel invento revolucionario, cosa que el bueno de Ariel nunca tuvo ni siquiera en cuenta. No dejaría que nadie se apropiara de mi invención así como así. En breve contraté asistentes electrónicos porque lo mío no era la técnica sino la astucia, gobernar, convertirme en el Gran Vendedor de Campanarios digitales del Mundo. Para ese tiempo tuve que dejar a mi novia Claudia Mesalina que no tenía ambición y una vez me sugirió que no tenía escrúpulos. Gente así me retrasa en mis objetivos. Con el tiempo puse el ojo en una reconocida actríz, modelo y gracias a mí también una famosa cantante que no hace faltar mencionar. Ella es la persona perfecta para dar a luz a mi legado. Gente perfecta para gente perfecta. 

Uno no puede creer lo alto que hay que subir para después entender lo fuerte que hay que bajar. Mi sistema "Quasimodo 2000" se impuso en el mercado no sólo local sino de toda la región, y no pasó mucho tiempo hasta que logró instalarse y hacerse efectivo en todo el mundo. Mi renta fue exhorbitante y la empresa, cuando en todo el mundo ya no quedaban campanarios sin sistema digita, se reconvirtió en una gran compañía internacional de computadoras. Y yo había logrado imponer Quasimodo en todo el mundo, como una especie de venganza y de redención para mi antepasado que sufrió la humillación por parte del resto de una humanidad que no lo comprendía, que se burlaba de su aspecto y lo trataba con desprecio. Ahora llegó nuestro momento, el momento de la gran expiación y...

Finalmente comprendí mi locura, mi insanía, mis deseos de ser grande se llevaron puesto al mundo entero. El Sistema de Campanario Digital Quasimodo 2000 desató una falla en todo el sistema a nivel global y extraños Troyanos salidos de alguna pesadilla mitológica hackearon todos los sistemas del mundo llevando al colapso total del sistema capitalista de producción. Años han pasado de todo aquello y hoy me encuentro picando piedras bajo el Sol, para un grupo de energúmenos brutales. La fuerza se impuso a la inteligencia una vez más, como en los tiempos de nuestros arcaicos antepasados. Pero en mi humillante derrota, cuando esos brutos me laceran con sus látigos, pienso para mí eterno regocijo que si ellos están ahí es porque es todo gracias a mí.

jueves, 9 de mayo de 2024

Ellos o Nosotros (o como aprender a "vinculearnos" con dulzura)


Me dije a mí mismo, dale, no seas ratón. No podés seguir así, pensando en que todo el mundo guarda una cuña en contra tuya. Todos te odian, todos te miran mal, todos... piensan mal de tí, o de mí. Todos de todos. Me di cuenta que no podía escribir, que cada vez me cuesta más expresar mis pensamientos, ni que hablar de mis sentimientos. Esos sí que están marginados y guardados bajo cuatro llaves. Cuando nos damos cuenta que el mundo es un lugar hostil somos demasiado jóvenes para asimilarlo. Cuando lo asimilamos parece ser demasiado tarde. Debo entender que no es fácil (en estos tiempos difíciles) relacionarse con los demás. Pareciera que estamos tan inmersos en nuestro día a día, en contar los pesos para llegar a fin de mes, en tratar de hacer alguna que otra cosa que nos gusta para no volvernos locos, que nos olvidamos del resto de la humanidad. Resto importante que, en tiempos de ultra-individualismo, se nos vuelve un ente hostil que si no cumple con nuestra espectativas le huímos como a la peste. Socializar es un acto revolucionario, o mejor dicho, es un acto de extrema valentía. Pero a socializar le falta un lado b tanto o más importante que el mero hecho de socializar, y eso es mantener constancia con nuestros vínculos. Pero no solo mantenerlos como si fueran un coche viejo que necesita manutención, sino a darles verdadero afecto. Cuidarlos y de ser necesario curarlos como si fueran una plantita o un hije. Pero nos cuesta tomar tanto compromiso y preferimos hacer primar la lógica de lo descartable. Ya no nos bancamos nada del otro, porque si Nosotros repetimos hasta el hartazgo que La Patria es el Otro y Ellos se regodean en su egoísmo narcisista, entonces tenemos un problema: Los hipócritas somos nosotros. Nos llenamos la boca de palabras que suenan bien, que son válidas y que defienden grandes valores. Pero después, pareciera que no podemos dar la talla para tamaña pelea. Ellos desdeñan todo sentimiento humanitario de solidaridad y comunidad pero se hacen cargo de eso. Nosotros decimos que defendemos lo contrario pero ¿En verdad es así? ¿Lo defendemos? ¿Es cierto que somos mejores que ellos? ¿Volvimos mejores? No lo sé, pienso que el camino es el que Nosotros elegimos pero no sé si estamos a la altura de la circunstancias. Sé que es difícil, sé que es mucho más difícil mantener una postura de compromiso con un otro que simplemerte entregarse a nuestros instintos egoístas donde el "sálvese quién pueda" pareciera primar con toda lógica. Pero el camino fácil no parece ser el más sano y el difícil pareciera ofrecernos un futuro más agradable para todos porque si nos preguntaran que preferimos Si vivir en un mundo donde algunos estén muy bien y otros muy mal, pero nosotros ser de la parte que estamos muy bien o vivir en un mundo donde todos estemos razonablemente bien ¿que eligiríamos? A simple vista parece una pregunta tonta pero dentro nuestro sabemos que no es tan así. Todos queremos vivir lo mejor posible, lo queremos para nosotros y para los que más queremos, como mucho para los que conocemos. El resto de la humanidad pareciera ser algo abstracto que no nos concierne mucho más por el mero hecho de ser humanos. Pero como dice Luppi en la película Martin Hache: "¿Que me une con un tucumano o un formoseño?" Ni que hablar de con un sudafricano o un chino. Pareciera que nada. Sin embargo nos une todo. Desde los mismo planteos, las mismas inquietudes, hasta los mismos temores o dudas existenciales. Todos somos de la misma especie humana, creativa y pensante. Pero nos da miedo pensar a un nivel macro que nos una con el extenso magma de congéneres. Porque eso reduce nuestra identidad y nos hace sentir una mera hormiguita en un hormiguero anónimo y universal. Nada de eso debería ser así, todos y cada uno de nosotros tenemos nuestro valor intrínseco, nada nos quita eso. Ni que estemos en medio de un planeta enorme con millones de seres iguales a nosotros, ni que estemos solos flotando en una nave por los confines más recónditos de la galaxia. Nos contituímos por nuestro propio ser si, es cierto, pero también somos lo que somos por vivir rodeados de la gente con las que convivimos en este breve espacio de tiempo que compartimos la vida. Y creo que ahí reside el valor de la Comunidad, una Comunidad organizada, libre y soberana, que se conoce y respeta a sí misma. Y cuando hablo de Comunidad no pienso sólo en mi barrio, en mi ciudad o país, sino en toda la región y en el mundo entero. Todos somos Comunidad humana y me resulta muy difícil pensar que la evolución de la humanidad se dirige hacia el egoísmo más cerrado y abyecto. Cuando pienso que puede haber otra civilización más evolucionada que nosotros en el universo, pienso más en una sociedad que dejó atrás las guerras y la desigualdad. El sentido común más básico nos lo dice, pero sin embargo pareciera haber una parte de nuestra Sociedad que insiste en salvarse el pellejo, juntar la mayor cantidad de capital y hasta alegrarse de dejar a la gran mayoría bien atrás. Creo que mientras sigamos con mentalidad de arañas en el hormiguero la cosa no va a avanzar hacia un rumbo positivo. Pero quiero creer en que a la larga prime la fuerza de voluntad popular que nos lleve a ser una gran comunidad del Todos para Todos.