sábado, 18 de mayo de 2024

Los fabulosos cuatro hermanos: La leyenda de Jona


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    Hubo una época en la que todo parecía lejano, por demás ajeno a nuestra concepción de humanidad. En ese tiempo fuera del tiempo, en un lugar indeterminado del mundo, había humanos deseantes. Lo que parecía una comunidad arcaica y tranquila, en realidad era un portentoso semillero de novedad y expectativas. Algo en el aire que hacía vibrar las hojas de los árboles parecía murmurar épocas de cambios importantes. La sociedad frugal y agraria corría indefectiblemente a un cambio de época. Como en todo momento bisagra y clave, son a veces los hombres anónimos y corrientes los que llevan la marca que propiciaran la nueva era. Como anónimos, son ellos los pioneros, aquellos personajes históricos que parecen destinados a agitar el avispero y transformar la sociedad para siempre. 

    Nuestra historia comienza con Jonás, primogénito de una familia cualquiera de campesinos. Situados en una aldea-isla tan alejada del centro del reino como se podría esperar. La periferia de la periferia. Y nadie es ajeno al hecho evidente de que nada se esperaría de allí. Pero Jonás nació distinto. Quizás porque su padre abandonó su hogar cuando era muy pequeño y su madre, imposibilitada ante tremenda carga, perdió su norte. A Jonás lo terminaría educando su tío Arón. Lejos de todo vínculo familiar afectivo, Jonás creció con carencias afectivas que le fueron conformando un determinado carácter. Rudo, áspero, caustico e irónico. Jona pensaba todas las noches en la ausencia de sus padres y a veces lloraba en la oscuridad, tratando de entender aquel cruel abandono. Pero cuando su tío lo encontró una vez llorando desconsoladamente en el jardín y le recordó que "los muchachitos no lloran", Jona tuvo que empezar a tragarse en silencio todo su dolor. Porque si algo no quería era contradecir a su terrible tío que podía azotarlo por solo apoyar mal la azucarera. Ni hablar de conterstarle o mirarlo mal. Pero el tío, hermano de su madre, hizo lo que pudo. Jona tuvo que aprender a contentarse con el hecho de que al menos alguien se había encargado de él. Sin embargo, por eso mismo se había determinado con toda la fuerza de su voluntad de que haría todo lo in-humanamente posible por torcer su destino y salir de allí. Lo que necesitaba era un motivo que le permitiera encontrar un nuevo camino que lo sacara del destino predeterminado de ser un granjero más de la pequeña comarca. 

    Los sábados a la noche, su tío bajaba la guardia, abría su barril de cerveza y empinaba el codo que daba calambre. Jona se había criado viendo las "sanas" costumbres de aquel cerdo puritano, como él le decía en su mente. Pero una noche en que su tío se encontraba más borracho que de costumbre, Jona se sorprendió al escuchar que el viejo Aróon comenzó a tararear una especie de letanía desde el interior de su infierno personal. La melodía monótona no tenía mucho sentido y era algo así como una melopea infame y monocorde. Pero aún así Jona se quedó atento mirando fijo a su tío, como si algo nuevo, algo inaudito estuviera pasando ya que nunca había esuchado a alguien "cantar". Ni para bien ni para mal. Ese momento en que su tío se conectó con algo más allá de las palabras imperativas de órdenes o palabras secas y mostro su limitado pero fragil mundo interior, cambió para siempre la perspectiva de Jona. El tío cesó en breve con su cántico, miró desafiante a su sobrino y solo atinó a eructar. Acto seguido cayó presa de un sueño profundo y su cuerpo se descompuso en un instante, cayendo la jarra de su mano al piso y comenzando a roncar de forma estruendosa. 

    Ahora Jona tenía algo mejor que llorar en silencio por las noches: cantar. De a poco comenzó con la ardua tarea de comprender que era una melodía y al principio intentaba replicar lo que había escuchado de su obnubilado tío. Pero cuando las conexiones cósmicas comienzan con su cadena de coincidencias ya es imposible detener el tren del destino. Jona se encontraba arando con los bueyes de su tío cuando escuchó una voz que cantaba a lo lejos una melodía mucho más elaborada que la de su rústico familiar. A Jona se le detuvo el corazón y bajo el ardiente sol de verano vio pasar por sobre la colina a un hombre delgado como un fideo, que cantaba y caminaba dando saltitos en un forma que parecía transmitir una nueva sensación, una nueva emoción para Jona, la alegría.  

    Jona comenzó a prestarle atención a toda la sonoridad del campo. El soplar del viento, el tintineo de la lluvia, el trinar de los pájaros. Y ahora Jona tenia una nueva motivación en su vida, crear nuevas armonías y melodías que hicieran felices a otras personas. Necesitaba poder crear aquello para suplir una ausencia que no podía terminar de explicarse. Entonces fue que pensó que necesitaba algo para acompañar su canto y entonces comenzó a confeccionarse una especie de caja para hacer percusión. Eso lo motivó por demás ya que con unas maderas, un viejo cuero de vaca y unas cuerdas pudo darle forma a lo que sería una especie de precario tambor. Y así comenzó el baile. Jona experimentaba dando golpecitos seguidos, luego pausados. Más fuerte. Más despacito. Fué descubriendo nuevas y diferentes sonoridades. Y de a poco sumando su voz, diciendo palabras que de pronto podían rimarse con otras. Una musicalidad inédita que descubrió probando y experimentando, logrando de a poco alejarse de la tristeza constante a breves pero intensos momentos de alegría. Jona había descubierto para sí el amor a la Música, una de las diosas más increíbles y misteriosas del mundo. 

    Una tarde de aquellas en que Jona se encontraba paseando por los alrededores de su casa, tamborileando y tarareando nuevas melodías, se encontró de sopetón con su tío. Al principio pensó que aquel viejo desquiciado le pegaría o le rompería su tamborsito de cuero, pero no. El tío estaba más cansado, quizás más viejo, y por otro lado Jona estaba hecho casi un hombre. El tío se impresionó por la capacidad de su sobrino de crear nuevas melodías. Se volvió sobre sus pasos y salió corriendo hacia la casa. Jona pensó que aquel era su final. Seguro volvería con una lanza o algún puñal, antigua reliquia familiar. Pero no, el tío volvió casi emocionado hasta las lágrimas. En sus manos traía un extraño objeto cubierto por una tela roja. El tío no dijo palabra pero le indicó con la mirada que lo descubriera. Jona dudó pero la curiosidad pudo más que el temor y sacó la tela. Sobre las grotescas manos de trabajador de su tío reposaba una especie de madera tallada, con extrañas curvas y unos hilos metálicos que lo atravesaban. Tan tirantes que parecía que pudiera cortarte la mano. Jona tuvo miedo pero el extraño objeto no parecía creado para hacer daño. Sin embargo era extraño, detentaba una forma estridente y caprichosa. Pero el tío seguía indicandole con la mirada aquel objeto. Jona lo agarró y de una forma intuitiva que nunca podría explicarse lo tomó de la forma correcta y rasgueó aquellas cuerdas de metal. El sonido fué diáfano y nunca lo olvidaría en su vida. El tío dejó escapar una lágrima. Era de tu madre, le dijo.

    Jona sintió sincera y profunda alegría. Algo de su pasado, perteneciente a su madre, venía a mostrarle ese camino que venía buscando desde niño. Entonces Jona comenzó esa misma tarde una larga peregrinación por todo el pueblito, tocando, equivocándose, descubriendo. Los sonidos vibraban y contagiaban a todos los pueblerinos que felices comenzaban a bailar mientras seguían a aquel joven y alegre jilguero. Sobre todo los jóvenes como él, que veían en Jona la representación mítica del Hermano Mayor. Guía y conductor de las huestes juveniles. 


Continuará...

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