viernes, 17 de marzo de 2023

El chamán de Sarandí



Cuando esa tarde llegamos al parque Centenario nos dimos cuenta que, más allá de toda la gente que había dando vueltas como suele suceder un fin de semana, había algo mágico esperando por nosotros. En un costado del parque, lindero a lo que luego sería el anfiteatro, había una banda de heavy metal tocando casi exclusivamente para unos pocos aficionados. 

La banda en sí no era gran cosa, tocando clásicos de forma bastante amateur, el grupo agrupaba a un grupito bastante variopinto de amigos, novias, y algún que otro espectador psajero. Casi nadie se quedaba más de un tema o dos, siendo el género del gusto de unos pocos y sobretodo habiendo tantas cosas para hacer más allña de quedarse escuchando a una bandita de barrio. Pero hubo una situación bastante extraña que tiñó el simple momento con un halo de gracia y misterio que nos dejó alucinados.

Frente a la banda apareció un croto, un borracho de esos que ya son una postal tradicional de Buenos Aires. Éste hombre peculiar vestía una remera de Sarandí y se dedicaba a cubrir el evento con un baile demasiado estrambótico. Armado de una rama que habría encontrado caída por los alrededores arbolados del parque se dedicaba a acompañar la inbailable sonoridad del mini concierto con un baile completamente fuera de lugar. Una danza quebrada, atonal, frenética y sobretodo chamánica por los pases mágicos que metía. La situación era hilarante por lo desubicada pero completamente encantadora y atractiva porque convertía el hecho intrascendente de la banda en una de esas situaciones tan ilusiorias, tan fuera de sí , tan extravagante en un hecho totalmente fuera de sí, y que quedaría en nuestro recuerdo para siempre. 

No sé si este chamán de Sarandí sería consciente de lo que hacía, pero verlo danzar, pegar saltos desbocados, mover la ramita sobre el piso haciendo indescifrables dibujitos en el aire, hacían pensar que el espíritu de algún trasnochado Jim Morrison se había hecho dueño de un pobre loco borracho del conurbando creando una situación que solo se puede ver por estas latitudes. Por lo absurda, por lo extravagante y por lo ridícula pero fatalmente encontadora de toda la escena. Sumado al calor de la tarde, a la luz del Sol filtrada por las hojas de los árboles, los machaques de acordes de quinta de los metaleros, el baile del chamán me metió durante unos breves pero intensos minutos e una especie de trance zomba difícil de resistir. 

Hasta que chau! La conexión se cortó subimente y con mi amigo luego seguimos camino en nuestro paseo absurdo, un derrotero sin sentido, sin punto fijo, que nos llevaría por otros pagos olvidables, pero ese hecho mágico de haber presenciado al improvisado chamán de Sarandí dar sus pases mágicos como un saltimbanqui alucinado sería la comidilla de muchas futuras reuniones entre nosotros, hasta casi veinte años después, que aún seguimos recordando esa tarde como un momento único y mágico que perdurará en nuestro recuerdo por el resto de nuestras vidas. 

No hay comentarios: