viernes, 20 de diciembre de 2024

Un corazón roto no es delator

En los días siguientes a mi regreso del campamento de Ezeiza anduve muy perturbado por el asunto de Rosarito, entonces decidí reconquistar a la joven muchacha. En una de las caminatas por avenida Saenz con mis padres, entré a un kiosco y pedí que me compraran una caja de bombones. Mis padres sabían todo el asunto de mi noviecita y no pusieron mayores trabas al asunto. Sin dar mucha más opinión accedieron y contento volví a mi casa con el obsequio en mano. La caja tenía la forma de un corazón rosa y era la cosa más cursi y romántica que había comprado en mi vida (hasta ese momento) para una chica. 

Apenas podía dormir por las noches, pensando y pensando en como dárselo, y sobre todo, qué decirle. Pensé que otro se lo diera, pero no podía ser tan cagón. Mientras miraba un capítulo de Los caballeros del zodíaco donde Seiya se la pasa cuchicheando son Saori en un tono de melodrama japonés pensé que no podía ser así. Apenas pude tomar coraje, volví a Catalinas sur y fuí con la caja a tocar el timbre en la casa de Rosarito. Me atendió su hermano menor que, sin que se lo pidiera bajó y me saludó. Nos caíamos bastante bien y él sintió que tenía que decirme algo que yo ya sabía. Rosarito había salido a pasear con Nicolás apenas un rato antes. Mi corazón se estrujó de una manera que nunca había sentido. Me fuí caminando desconsolado a la Plaza Malvinas y allí los ví, en las hamacas, charlando como dos tórtolos enamorados. Mis lágrimas comenzaron a caer sin que pudiera evitarlo y el pecho me apretaba de una forma desagradable. Me fuí rápido de ahí antes que me vieran y en el primer tacho de basura que encontré dejé como si fuera un correo la dichosa caja de bombones con forma de corazón. Sí, corazón, como la bendita canción de Los autenticos decadentes que Rosarito me cantaba mirándome en el campamento de Cañuelas. Cuando llegué a casa me encerré en mi pieza a llorar desconsoladamente mientras mis padres preparaban la cena y charlaban de sus cosas y mi hermano miraba la tele, esperando que se me quite lo loco para poder volver a su cuarto también. Después de llorar un rato de forma intensa me quedé dormido y no recuerdo si esa noche cené. Era la primera vez que me rompían el corazón. No sería la última claro, pero como dice la canción del bueno de Cat Stevens... the first cut is the deepest... y ohhh si, claro que lo es.

Me llevó un tiempito superar ese dolor, porque siempre tuve cierta predisposición a maximizar mi sufrimiento interno. Algunos me dicen intenso, o que es mi luna en escorpio. Who knows? Las cosas son así, tengo el teléfono del freak, que está deseoso de volarte la cabeza... cantaba Fito en Cable a tierra. Pero que podía hacer, un pre adolescente, en séptimo grado para superar aquello. Bueno, la vida continúa, siempre... Así es como un día, yendo al colegio, iba leyendo un cuento que me había pasado mi madre: El almohadón de plumas, de un tal Horacio Quiroga. El nivel de perturbación que me generó me sacó de eje completamente. Después de eso quise leer Siddhartha de Hermann Hesse y empecé pero a las pocas páginas lo abandoné. No era el momento para mí y lo retomaría seis o siete años después. En los Scouts tuve que hacer de tripa corazón y bancarme ver a Rosarito con Nico frente a mis narices. Pero aún así, ni siquiera eso me hizo dejar el grupo Scout. Comencé a aceptarlo pensando que en definitiva, primero salía con él, y era yo quien me había interpuesto en primera instancia. En todo caso, todo volvía a como estaba antes. La "relación" me había sacado de mi eje y ahora volvía a mi estado natural, solo y tranquilo. 

Para octubre volvimos a un camping en Ezeiza y yo ya estaba bien otra vez. Había dejado de comerme la cabeza por Rosarito y me había propuesto renacer de mis cenizas. Volví al redil del Scoutismo e hice todo lo posible por recuperar mi honor perdido en el campamento anterior. Había estado a prueba unos meses para ver como me portaba y como había dado muestras de cooperación y buen comportamiento, me dieron la oportunidad de tomar la Promesa nuevamente. Para cuando esto pasó, un poco antes del campamento, me había comprometido de una manera total. Me ofrecía de monaguillo cada vez que podía en las misas de los sábados a las siete de la tarde. Hasta el capellán estaba harto de verme siempre al lado del cura haciendo sonar la bendita campanita en el momento de mayor importancia. Tomad y comed todos de él, porque este es mi cuerpo... y la sangre de la nueva alianza que... bueno, no recuerdo todo lo que decía el hombre, pero después de sus parlamentos, yo movía las campanillas. Era algo que me hacía bastante feliz, sin saber bien por qué. Cuando tomé la Promesa (junto con otros chicos) la noche anterior hicimos un acantonamiento en el grupo porque teníamos que hacer la Velada de armas. Un ritual de los tiempos de la Caballería que consistía en pasar la noche en vela, cuidando nuestras armas, que en nuestro caso eran los banderines y escudos de la tropa. Pensando en las máximas y en las leyes y lemas Scouts. Recordando que estamos Siempre Listos! En verdad, todo aquel asunto me encantaba. Ma hacía flashear que estaba en la edad media y que me iban a ordenar caballero. Para colmo, hicieron la ceremonia dentro de la iglesia, lo cual le daba a todo el asunto un aire aún mayor de solemnidad absoluta. 

Para cuando volvimos al camping de Ezeiza estaba completamente renovado, por dentro y por fuera. Ahora ya era un boy Scout completo, con uniforme y pañuelo, más alguna que otra insignia. Ese compromiso que tomé en ese lejano año de 1996 me lo tomaría en serio por varios años más, renovando mi interés y compromiso con la Unión Scout Católica Argentina. En verdad, me hizo muy bien tomarme en serio todo eso, porque aprendí que con el compromiso uno madura y mejora como persona. De aquel segundo campamento en Ezeiza recuerdo pocos detalles aunque ya me sentía mucho más centrado y cómodo con mis compañeros Scouts. Gabriel, mi compañero de colegio que había invitado, ya era de la partida y de alguna manera me sentía más acompañado. Aunque recuerdo que en aquel campamento, un chico más grande y peleador le hizo la vida imposible. Recuerdo una pelea en la carpa donde se agarraron a tortazo limpio y el resto nos quedamos petrificados ante tanta violencia. Nadie podía pararlos porque Gabriel era el nuevo pero grandote y fuerte y el otro, Pato, era un bravo total uno o dos años más grande que yo. Al final Pato sometió a Gabo y cuando mi amigo dejó de resistirse lo soltó. Era un poco como me había pasado con Pablo Rancho en los Lobatos. Hay uno que te quiere marcar la cancha, decirte que él es el que manda ahí. Cuando te sometés te dejan tranquilo. Durante toda mi infancia atiné a eso, sobre todo cuando veía que el otro era más fuerte. Era una cuestión de inteligencia y supervivencia. 

Al mes siguiente, me fuí de viaje de egresados a Córdoba con mis compañeritos de colegio. Es una historia que quizás cuente en otra ocasión, pero la cuestión es que en el viaje de regreso, una chica del turno tarde se sentó al lado mío y chapamos (esta vez sí con lengua). Me sentí un ganador, pero claro, era algo del momento. Nada que se fuera a extender más allá de aquel viaje. Cuando volvimos del viaje yo me había subido al llobaca y luego andaba piropeando a cuanta compañera de grado me cruzara. No sé que me había comido, pero notaba que cuanto más canchero uno era, más les gustaba a las chicas. Empecé a tener levante de un día para el otro, pero el año ya terminaba y no me había dado tiempo para mucho más. En uno de esos días me crucé con Barbarita y me dijo que se había peleado con Nico. Ahh, que pena le dije. Vos estás con alguien? Me lo pensé, y le respondí lo más estúpido. Si, ando con varias... luego la dejé ahí parada, mirando la nada y me sentí vengado. Había hecho justicia por mi ego malherido. En realidad no, me sentí un idiota. Rosarito ocupaba un lugar privilegiado en mi corazón. Después, de la entrega de diplomas, ese alter ego ganador se esfumó y volví a ser el mismo muchachito tímido e inseguro de siempre. Tendría destellos o momentos de lucidez esporádicos, pero mantener ese Tyler Durden me costaba mucho esfuerzo y cansado de estar en el banco de suplentes, saldría cada vez menos. 

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