Una vez expulsados del paraíso, comenzó una nueva etapa para mi familia. Ya nada quedaba cerca, todo era lejos. Iniciaba así mi derrotero en transporte público por la ciudad de Buenos Aires. El boleto estudiantil estaba 0,25 centavos o 5 centavos, no recuerdo pero era muy barato. El boleto de adulto creo que era un peso cincuenta y la diferencia parecía abismal. Al margen de estos detalles de época, recuerdo que entre sexto y séptimo grado comencé a ir a los bailes del colegio. Cuando viviía en Catalinas era de lo más simple porque mi edificio estaba al lado. Ya mudados a Pompeya la cosa se complicaba un poco más. Sinceramente no recuerdo como me las apañé para volver de esos bailes. Si me quedé a dormir en lo de algún compañero o qué, no lo recuerdo. Si sé que Gabo solía invitarnos a piyamadas en su departamento de la calle Azopardo del complejo Fonavi. Quizás así fué pero no lo recuerdo y tampoco importa tanto. Lo que sí recuerdo es que en esos bailes que eran en el salón de actos de la escuela pasaban una música muy de la época. Por ejemplo What is love, The ryhtm of the night y una sampleo de la trompeta de Maceo Parker haciendo Soul power que nunca pude volver a descubrir. En fín, amén de todos los temas de cumbia, Ricky Martin, Luis Miguel y todo lo que sonaba por estos lares a mediados de los noventas.
En uno de estos bailes de colegio me encontré con Rosarito, una chica que iba a los Scouts ya que venía en crescendo la presencia femenina en el grupo. La versión rosa de los Lobatos eran las Chispitas y en el caso de los Scouts serían las Girl Scouts, pero como no sonaba bien eran las Exploradoras. Una de las chicas de más personalidad era ella, Rosarito, una morochita de rulos que tenía un año menos que yo (que parecía un montón en esa época). Iba al mismo colegio pero al turno tarde y era leonina como yo, o sea que iba muy al frente. Nos cruzamos en los pasillos y en la pista de baile un par de veces. Miradas cruzadas que pin que pan... Ella salía con otro chico de los Scouts, Nico, que era más grande áun que yo, uno o dos años más. Pero esa noche no había ido y yo sentía un poco de culpa pero también sentí que no podía dejar pasar la oportunidad. Rosarito me gustaba, porque era muy distinta a mí, porque era arrojada y le gustaba gustar. Bailamos y nos dimos algunos piquitos. Muy besucones los dos. Al final del bailongo quedamos en algo, en hablarnos por teléfono o algo así. Esa noche me fuí a dormir con una nueva sensación, algo que no había sentido nunca. Estar enganchado con una chica.
Cuando nos volvimos a cruzar en el grupo Scout tuvimos que pilotear aquello porque no queríamos que todos se enteraran. Pero fué inútil, todo era como una gran familia o una casa de gitanos. Imposible guardar secretos ahí. Creo que con ese romance me gané nuevos enemigos en los Scouts, pero a mí no me importaba mucho. Nico no fué uno de ellos justamente. Cuando se enteró que Rosarito se había ido conmigo apenas me reprendió y luego me dejó tranquilo. Al menos por un tiempo... Ese tiempo que me dejó no lo supe aprovechar, porque no sabía que hacer con Rosarito. Nunca había estado con una chica y me ponía nervioso ese asunto de tener noviecita. Al principio, por entusiasmo mutuo, la cosa más o menos fluyó. A veces nos veíamos en la semana por el barrio, íbamos a la casa de un amigo mío del colegio y chapabamos (sin lengua). Todo era intenso pero no sabía que hablar con ella, me costaba fluir en todo ese asunto. Después vino un campamento en Cañuelas, en la casa del pelado Emilio, pero esta vez con chicas también. Todos fuimos en tren, recuerdo que combinamos con otro tren aún más viejo que nos dejó en una estación que parecía sacada de una película de vaqueros. Puro far west. En ese campamento noviamos, de una manera distante, más como dos chicos que se gustan que como novios. Ella a veces se alejaba y yo me ponía mal. A veces se acercaba, como cuando una noche estábamos reunidos alrededor del fuego escuchando la radio y sonó la canción Corazón de Los autenticos decadentes. Ella la cantaba mirandome y yo me perseguía sintiéndome mal porque no sabía que significaba todo eso. O sea, me sentía enamorado pero no necesariamente feliz ya que todo eso me hacía sufrir de alguna manera. Eran cosas de chicos preadolescentes pero en su momento parecía terrible. A la vuelta nos fuímos acercando más. Había llevado unas galletitas Nutrigram envase rojo, que traían pasas de uva. Yo ofrecía al son de que eran crocantitas y nutritivas a lo que todos reían. Parece que fuí simpático. Rosarito también se acercó y volvimos sentados juntos dandonos besitos. Los dirigentes no sabían que carajo hacer con toda esa situación nueva. Pero no duraría mucho más.
Quizás todo duró un mes, o dos, no lo puedo recordarlo, pero en ese momento para mí fue un montón. Sobre todo por la agonía que me generaba este vínculo. No sé bien por qué, pero así fué. Para mediados de junio llegó el campamento de aniversario del grupo. Al primero que fuí fue el de Lobos 94, González Catan 95 y ahora este en Ezeiza 96. Allí todo terminó por irse al garete. Allí yo tenía que tomar la promesa, la Scout y esa si que te quedaba para el resto de las ramas. Había todo un runrun con respecto a eso y éramos dos o tres que teníamos que tomar la promera (cuando te dan el pañuelo con los colores de tu grupo). El predio era en el club de SEC, el Sindicato de Empleados de Comercio (¿ironía del destino?). Allí estuvimos desde el primer día preparándonos para el evento que sería el último día. El primer día de camping nos enteramos que estaba Maradona en el predio de al lado, entrenando con Boca. Todos fuímos corriendo, cruzamos una cerca y un alambrado e invadimos el área de entrenamiento. Todos fuímos a pedir autógrafos a los jugadores, pero a mí sólo me interesaba el Diego. También estaban la Brujita Verón y otros pero como yo era hincha de San Lorenzo sólo le pedí al Diez. El Diego estaba ahí medio roto las bolas, de mal humor, diciendonos que nos calmaramos. Estaba en una mala mañana digamos, pero ahí estuve, frente a él unos minutos. Me firmó el famoso Diego (10) en un papelito medio chiquito y rotoso que tenía. Me lo guardé en el bolsillo y rápidamente nos rajaron a todos de ahí. Volvimos al Club de SEC y a nuestras actividades de grupo.
Esa noche me tocó hacer guardia con dos o tres chicos más. ¿Tenía sentido esto de hacer guardia? Sinceramente no lo sé, pero de a grupitos nos íbamos turnando, una hora cada grupo y salíamos a patrullar por el lugar. Pésima idea. Yirando por aquel predio en medio de la noche llegamos a un lugar que parecía como una casucha de esas de energía eléctrica. Las ventanas estaban tapiadas con lonjas de telgopor grueso. Unos de los chicos flasheó Van Damme y se puso a golpear aquellos telgopores. El resto, imitando al otro fuimos a hacer exactamente lo mismo. Como sin pensar. Romper cosas es algo que, sobre todo de chico, da un placer que no se puede explicar. Estábamos como idiotizados, rompiendo por romper. Rápido vino un dirigente de otra rama y nos agarró infraganti en pleno delito. Se armó un enorme escandalo. Los implicados eramos cuatro o cinco, pero creo que el único que estaba por tomar la promesa era yo. El resto eran todos nuevitos, por ende recuerdo que todo el peso de la represalia cayó sobre mí. Quizás había otro más que sufrió la misma suerte pero no lo recuerdo. Nos enteramos que aquella era la casa del vigilante del lugar, del casero del club. Esas ventanas de telgopor las había puesto para protegerse del frío del rudo invierno. Yo me sentí para el culo con todo eso. El resto de aquel fin de semana me la pasé boyando solo por aquel predio. Casi nadie se acercaba a mí, estaba como marcado por la verguenza y el deshonor. Me fuí a sentar a una parte de un bosquecito y en un ataque de enojo saqué todo lo que tenía en mis bolsillos y lo arrojé cuesta abajo. Entre billetes de dos pesos, pelusa, la firma de Maradona y algún papelito más. Todos se perdió. Lloré desconsolado. Mientras los demás seguían sus actividades normalmente yo subí a un puentecito que había allí y los miraba de lejos. Ví como Rosario se hablaba con otros chicos, y Nicolás recuperaba terreno. Y sí, que podía esperar? Había descuidado esa relación, tenía la cabeza en cualquiera y no pude más que llorar mi desgracia. Aquel fué uno de los peores momentos que viví en el grupo Scout. Un momento de caída absoluta. En una especie de tribunal Scout, los dirigentes nos pusieron a dialogar entre nosotros. ¿Que se debía hacer con nosotros? Que castigo nos cabía? El gordo Dinelli dijo que éramos una verguenza y que habíamos manchado el honor de todos ellos. Por dentro tenía ganas de matarlo a ese imbécil, pero por otro lado me sentía súper culpable. La mayoría no opinaron porque hicimos una gamberrada que cualquiera podría haber hecho en nuestro lugar. Yo me sumé sin pensar y ahora pagaba los platos rotos. Era todo tan grave? Ahora pienso que no era para tanto, pero en ese momento me sentía en una corte marcial y no se sentía nada lindo aquello. Algo así como una caza de brujas, algo medio inquisitorio. Uno de los dirigentes, no recuerdo cual porque creo que Ariel y Emilio habían pasado a comandar el grupo y teníamos otros dirigentes nuevos, quizás ya estaba el Pollo, un sujeto que nunca me cayó bien, nos preguntó ¿que castigo considerábamos que merecíamos? Yo dije que no merecía la promesa. Puede ser respondió. En breve me comunicaron la decisión de que no tomara la promesa. Estaría a prueba un tiempo para ver si no me echaban y si me portaba bien, ya tendría la oportunidad de volver a tomarla.
Una vez volví a mi casa me di cuenta que lo hacía sin Rosarito, sin Promesa y sin firma del Diego. Si, volvía con un feo sentimiento de deshonor que pocas veces en mi vida sentí.
(Continuará)
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