Para finales de 1994 hicimos como siempre una kermese para cerrar el año y recaudar fondos para el gran viaje. Hicimos todo tipo de actividades, hasta hubo números actuados y todo sumaba porque si bien en mi casa aún no habían comenzado las penurias económicas, todo estaba muy complicado ya.
Ese verano mis padres se organizaron para que pudiera ir al bendito campamento con los Boy Scouts ya que el verano anterior no había sido posible. Como la cosa arrancaba la segunda semana de enero, mis padres se quedaron hasta que me fuera para después irse con mi hermano a La Feliz. Recuerdo patente esa madrugada en la que salía de viaje con los Scouts. Nuestro destino era El volcán, un lugar medio perdido en la provincia de San Luis. No era cerca de Merlo donde yo solía ir con mi abuela dos veranos atrás. La emoción era enorme y sabía que en algún momento vendrían las verdaderas ganas de empezar.
Era el primer viaje largo que hacía fuera de casa sin ningún familiar y eso me generaba una gran expectativa. Como dije, el micro partió por la madrugada y antes de ir caminando con mi padre desde nuestro edificio hasta la calle Necochea que era de donde salíamos, me despedí de Diana, una gatita cachorra que habían traído a casa pocos meses antes. Algo en el estómago me daba cierto vértigo, como si se cocina algo funesto en lo porvenir.
Hacia la noche, después de un largo y olvidable viaje por rutas argentinas, llegamos a nuestro destino. Todos un poco dormidos, cansados, nos bajamos del micro para emprender una rápida instalación en el campamento. Aún no puedo recordar el nombre del lugar donde acampamosy es dificil identificarlo con los datos que google me proveé, pero era muy cerca del centro del Volcán.
Poco es lo que recuerdo de ese campamento, no sé bien por qué. El lugar no era super guay, parecía que la recesión había llegado para todos o que no habían investigado muy bien el lugar a donde ibamos. Quiero decir, que no es que fuera feo, pero todo parecía muy chiquito. Un mini pueblito que por lo que veo sigue igual a enero de 1995, con un arroyito en las cercanías y muy pocas sierras bajas.
Fue un campamento relativamente tranquilo, con los accidentes habituales como por ejemplo Lucas Magic que se rebanó medio dedo índice con su navaja o yo que me metí en un arroyo en patas, un día que las aguas bajaban turbias y me clavé un pedazo de vidrio en la pata. Fue una herida menor pero recuerdo que tenía miedo de haberme contagiado el Sida por eso. Aún se vivían tiempos de paranoia y falta de información o al menos en lo que a mi enseñanza respecta claro. Pero una botella rota hundida en el fondo de un arroyo dificilmente contagie algo más que un corte feo y de largo sangrado.
Poco después de este incidente pasó algo que en su momento me pareció terrible, pero que luego con el tiempo pude reelaborar mejor. Una noche estábamos sedientos de historias de terror y yo no tuve mejor idea que ponerme a contar historias en la carpa, mientras debíamos dormir. La temática era algo así sobre unas marionetas asesinas y algo sexuales. No recuerdo detalles pero mis compañeritos lobatos se mataban de risa y yo me sentía el pibe más popular por aquella boludez. No así los dirigentes que me pescaron haciendo esa tonteria, sobre todo el viejo y querido Balú, ese muchacho que tendría veintipocos pero que a mi me parecía un adulto hecho y derecho. Me sacó de la carpa y me puso cinta en la boca mientras se me caían algunas lágrimas, cosa bastante humillante y agresiva pero bueno... el muchacho no encontró otra forma de hacerme entrar en razón.
Ojo, a mí Balú me caía super bien, era por lejos mi dirigente preferido. Akela, que en esta ocación era una señora era como una segunda madre, y Bagheera era un muchacho bastante canchero y divertido. Ahora que lo pienso los roles estaban invertidos, pero en fin... En este caso Balú era el chabon que nos ponía en vereda. A mí ya me había dejado sin merendar el año anterior en que una tarde hice un chiste desubicado en medio del agradecimiento por los alimentos. Dije una desubicación sobre los niños pobres o algo así y todos los pibes se mataron de risa, pero Balú me llevó adentro del cubil me pegó un reto y me dejó sin merienda. En ese momento me parecía injusto, hoy no lo veo tan mal. Está bien, a veces así es la única forma de aprender que con ciertas cosas no se jode... Algo que a los pibes de hoy en día les falta un montón, alguien que les diga no, con eso no.
Tengo el recuerdo patente de una noche en que estábamos jugando algo de buscar unas pistas en la oscuridad y no se que catzo... Y nosotros íbamos por entre los bosquecitos del camping, alumbrando con nuestras endebles linternitas Eveready cuando en una de esas lo veo a Balú chapando en medio de la noche con una de las dirigentes. De aquella chica no recuerdo el nombre pero si que me parecía muy linda, una petisa de pelo corto negro y ojos claros... En fin... Balú era mi ídolo.
Llegando hacia el final del campamento me pasó otra cosa, una verdadera cagada, literal. Algo, quizás el agua del lugar o no sé que carajo, me cayó mal y entré en una larga y prolongada cagadera que no se me terminaba más.
La cosa verdaderamente me jodió, porque casi no podía hacer las actividades normales, amén que me hacían arroz todos los días. Pero no había caso, estaba hiper descompuesto y en una de esas me llevan a la Ciudad Capital de San Luis, al hospital público de allí. El médico no sé que nos dijo, creo que me recetó pastillas de carbón y dieta astringente. Luego fui al baño a hacer lo mío y de pronto veo que Akela viene con una señora de maestranza del hospital que no se que truco me hace con una soga que apuntaba a mi estómago. Tomaba unas medidas que terminaban en mi ombligo. Nunca entendí de que trataba esa extraña hechicería, pero en definitiva fue inofensiva, yo seguí igual hasta el final del campamento. Si recuerdo que no tenía plata y que alguien (perdón pero no recuerdo quien) me regalo unas palmeritas para que le llevara a mi familia. Un hermoso gesto, pero que yo lamentaba no poder comermelas.
La última noche hicimos el famoso fogón de fin de campamento, donde cada rama, Lobatos, Scouts, Raiders y Rovers hacían diferentes interpretaciones, desde canciones, actuaciones y esas cosas divertidas. Uno de los Rovers, de los chicos más grandes, un tal Alexis (que con los años se convertiría en mi profe de guitarra, aunque esa es otra historia) hizo una especie de poema que recitó donde contaba las penurias de aquel campamento. Recuerdo literal esta frase: Los Lobatos con su cagadera... todos se mataron de risa pero a mi me fastidió. Cuando terminó el fogón lo busqué a Alexis con quien nunca había hablado hasta ese momento y le dije... ¿Por qué dijiste eso de los Lobatos? Sólo yo tengo cagadera. Recuerdo que me miró sorprendido y se alejó sin nada más que agregar, excepto una leve sonrisa.
Cuando volvimos a Buenos Aires solo estaba mi viejo que me vino a buscar. Le contaron lo que me había pasado y mi viejo les agradeció por cuidarme. Ese mismo día o al día siguiente me llevó a Mar del Plata donde ya estaban mi vieja y mi hermano esperandonos. A los pocos días de estar en Mardel la cagaderá cesó tan de golpe como había comenzado. ¿Nervios? ¿Quien sabe? Solo sé que aquella experiencia de mi primer campamento de verano con los Scouts me dejaría huellas imborrables en muchos aspectos de mi vida. Y sobre todo aquella canción que cantamos todos la última noche alrededor del fuego, donde decíamos que no es más que un hasta luego, nos es más que un breve adiós... muy pronto junto al fuego nos reuniremos... Que linda época.
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