miércoles, 23 de octubre de 2024

Cacería en la Reserva

Llevo un un gran fusil...

Muchas veces me encontraba con gente que criticaba a los Scouts por ñoños o al contrario por ser re milicos. Bueno, es un poco todo y nada a la vez, como la vida misma. 

A mediados del '94 comenzó el famoso mundial de fútbol donde un conglomerado de mafiosos de la FIFA, junto al anfitrión USA y una ralea de técnicos, jugadores y delegaciones resentidas, le hicieron una cama al Diego de la gente. Plus que Grondona tuvo que transar y sacrificar al ídolo popular vaya a saber uno por que oscuro motivo. En fin, cosas que ya sabe todo el mundo. Para cuando llegó la final entre Brasil e Italia, me encontraba de vacaciones de invierno en Mardel con mi familia. No olvidaré a mi abuelo puteando a los verdeamarela e hinchando por la Azzurra. En ese momento me parecía un poco raro hinchar por un equipo europeo, pero hoy en día pienso que mi abuelo tenía sus motivos y punto. 

Pocos meses después del mundial, pasado el amargor, y estando en mi casa una tarde muy tranquilo, esperando para juntarme con un par de compañeros de clase, una llamada telefónica cortó el día. La vecina del departamento de enfrente tocó el timbre y le dijo a mi vieja que la llamaban por teléfono. Mi vieja salió del depto y yo me quedé por ahí cerca, jugando, mirando la tele, haciendo nada. Los minutos se sucedían uno tras otro y sentía que algo feo se venía. Mi vieja volvió de lo de doña Herminia con los ojos llorosos y un semblante que hablaba por sí mismo. La había llamado mi padre para avisarle que lo habían despedido de su trabajo y la profecía de la gitana se cumplía al fin. Ya algunos meses antes lo mismo le había pasado a un compañero suyo y ahora le había llegado su hora. En ese momento me sentí mal por mis padres, contraje su angustia sin saber bien por qué. Todavía no cobraba cabal dimensión de los problemas que nos esperaban a la vuelta de la esquina. Decidí bajar e ir a caminar por el barrio, ya que respirar me aclararía las ideas. Caminé por las veredas del barrio porque si hay algo maravilloso de Catalinas Sur es la posibilidad de andar tranquilo sin calles ni autos. En eso andaba, perdido en mis pensamientos, manos en los bolsillos en un invierno que todavía no se iba, cuando divisé a dos de mis compas viniendo a lo lejos. Uno de ellos me imitó en mi manera de caminar y poniendo un tono burlón a mi aire circunspecto. Dos minutos después, anoticiados de "mi asunto", las risas se borraron. Era mediados de los noventas y los despidos comenzaban a hacerse cada vez más seguidos en gente conocida. Esta vez le había tocado a mi familia. 

Fuera del rollo familiar, los Scouts pasaron de ser un mero asunto recreativo de los sábados a la tarde, en un refugio para mí. Y un 15 octubre nos fuimos de cacería a la Reserva Ecológica, lugar al que había ido pocos meses antes con mi familia y mis tíos a dar una vuelta. Ahora iba con los Scouts a un lugar que hacía poco más de un año que estaba habilitado a la gente para recorrer y hoy es uno de los lugares favoritos de los porteños (incluído un servidor). La cosa es que fuimos todos el sábado por la mañana y marchando, cantando canciones sobre fusiles grandes y cosas un poco grotescas que no vienen a colación. De a poco fuimos atravesando esos caminos de tierra, explorando la flora y fauna de aquel lugar que se había convertido en un ecosistema propio al costado de la ciudad, luego de veinte años de abandono y decidia. Había árboles enormes, sauces llorones, cortaderas y unas plantas que tenían como un peluche blanco parecido al algodón. Además uno podías cruzarse con cierta especie de roedor parecido al coballo, además de lagartos y lagartijas, tortugas, víboras y culebras de todo tipo. En verdad que la reserva era algo diferente, un cable a tierra de verdad. Uno podía sentir que se había ido de viaje, pero si levantabas la vista allí estaban algunos edificios de Buenos Aires, que se erigían para recordarte tu verdadero lugar. La verdadera Jungla estaba allá, entre los edificios. 

Caminamos toda la mañana bajo el sol de primavera y rodeamos una laguna interna, rodeada de arbustos, matas y árboles caídos. El barro de los caminos era una cosa imposible de creer por lo espeso y fangoso. Algunos años después eso iría cambiando y el ecosistema de la reserva iría mutando hasta la gran sequía del 2008 donde solo quedaría vegetación. La reserva sería víctima de reiterados ataques ígneos premeditados ya que desde los noventas hasta ahora siempre estuvo la idea de convertir todas esas hectáreas en un gran centro comercial. Por suerte eso no ha ocurrido y espero que nunca pase porque el día que eso pase la alienación de los porteños no tendrá lugar para drenar su locura y en ese caso se volcará contra las autoridades y varios políticos quedaran colgados de la plaza pública como nunca debió dejar de hacerse. Volviendo a la Reserva, ese día hicimos todo tipo de juegos como buscar pistas, nudos y señales para practicar en caso de que uno se perdiera en un lugar así en medio del campo. Aprender a orientarnos por medio de la luz del Sol, o por el viento, o por la misma intuición. Armamos una carpa y practicamos diferentes formas de supervivencia y de análisis de la naturaleza, misma que es nuestra amiga. Después, Akela, Bagheera y Baloó nos leyeron una historia sobre los lobatos y Baden Powell. La leyenda de como usando el ingenio, Baden Powell hizo creer a los Berebeheres que en el fortín ellos eran más de los que realmente quedaban en pie. Luego jugamos a "los juegos de Kim" donde tenes que memorizar cosas que te muestran de forma breve o decir que alimentos se trata según el gusto o el olor. Así desarrollamos nuestro instinto de supervivencia y aprendimos que somos uno con la naturaleza, asi que la cacería al final se trató de aprender a cazar nuestra propia inteligencia para usarla a favor del bien común y tratar de ser siempre mejor.  

1 comentario:

zannetti dijo...

Y que pasó con Baloó??