En el año 1994 empecé los Boy Scouts con un regalo que me hizo mi madre, una flamante navaja Victorinox que conservo hasta el día de hoy. Mis compañeros Lobatos habían ido de campamento de verano a Santa Rosa de Conlara pero mis padres, aún temerosos de dejarme ir me llevaron con ellos a unas vacaciones donde pasarían cosas extrañas.
Durante todo enero estuvimos en Mar del Plata, ahí en la casa de mis abuelos. Allí me encontraría con Diego, un compañerito de la primaria donde viviríamos nuestras aventuras en la playa de Punta Mogotes. Mi hermano iría a bailar con la hermana de Diego al legendario boliche Chocolate pero sus sueños más húmedos no se harían realidad. Nos la pasaríamos escuchando cassettes de Los pericos y de Los Abuelos de la nada, para comprender que eso eramos, más que un montón de nada. Al volver a nuestro barrio Catalinas Sur, apenas estaríamos unos días para luego irnos en familia todo febrero a Merlo, San Luis. Esas vacaciones tan largas y viajeras serían las últimas así de nuestra familia, luego, a mitad de año sobrevendría la debacle económica de nuestra familia. Pero varios meses antes, viviríamos una situación que marcaría quizás nuestro destino. Una mañana en que nos encontrábamos durmiendo, mi padre ya estaba levantado, tomando mate y sol en el jardín de la casa que su madre nos había prestado. Yo había ido dos veces ya con mi abuela y su pareja a aquel condominio en el invierno del 91 y en el verano del 92. Pero ahora iba con mis padres y mi hermano, ellos apenas conocían el lugar, y yo que era muy chico para decir nada, conocía más todo aquello. En esa mañana, una gitana pasó por el frente de la casa y le ofreció sus servicios adivinatorios a mi padre. Yo me desperté en medio de todo aquel extraño suceso y cuando fui al living, aún bostezando y en piyama, me encontré con mi viejo con aspecto contrariado vertiendo un huevo podrido en la pileta de la cocina. Le pregunté que pasaba, que era eso, pero me rehuyó a mi pregunta y se encerró en su cuarto. Luego llegó mi madre que venía de hacer las compras y cuando le dije lo que había visto se encerró en su pieza para hablar con mi padre. Hablaron largo y tendido cuando apareció mi hermano quien se tomó todo el asunto a la ligera mientras se preparaba su desayuno. Yo estaba inquieto, sintiendo que algo siniestro le había ocurrido a mi papá. En el transcurso del día pude saber algunos pormenores más del asunto pero no sería hasta bien entrado el año en que me enteré de lo ocurrido esa mañana allá en Merlo, San Luis.
Con el transcurso de los años pude ir recopilando algunos datos sobre aquel suceso. Al parecer, mi viejo no quiso saber nada con la extraña gitana e intentó expulsarla de la propiedad, pero la vieja le dijo algo que atrajo su atención. Mi viejo se acercó y la gitana le pidió ver la palma de la mano. No se bién todo lo que hablaron porque mi padre siempre se mantuvo muy reservado con todo aquello, pero al parecer la gitana le anunció que mi padre perdería el trabajo aquel año. Además le pidió unos huevos de la cocina y cuando rompió uno delante de él, estaba todo podrido. Mi viejo le dió unos mangos y la vieja se fue. Mi padre fue a la cocina y tiró los restos del "gualicho" en la cocina, momento en el que yo aparecí en escena. La cuestión es que para julio o agosto, mi padre se quedó sin trabajo luego de veinte años de trabajo ininterrumpido en su agencia de publicidad. Fueron a juicio pero su jefe se declaró en bancarrota y a mi padre le pagaron mucho menos de lo que le correspondía. Después de esto, nos tendríamos que ir a vivir a los subirbios y mi familia perdería el modus vivendi que tenía hasta ese momento. Nunca nos recuperaríamos de aquella caída. ¿Que fue ese oscuro asunto con la gitana? ¿Casualidad? ¿Adivinación o maleficio? Nunca se esclarecería el caso.
Pero volviendo al inicio del 94, mi familia seguía bien y cuando en marzo volví a los Scouts, empecé un año intenso. Habíamos hecho con los Lobatos ya un par de acantonamientos que consisitía es hacer noche en el grupo Scout. Allí dormí en carpa por primera vez y fue una experiencia bastante intensa por la mística que todo eso me generaba. Sin embargo, cuando llegó el mes de junio, se anunció un campamento del grupo en algún lugar de Lobos que nunca pude recordar exacto donde fué. Sin embargo, se trató de un camping a medias, porque la realidad es que al menos nosotros los Lobatos, nos tocó dormir en una especie de edificio en medio del campo con varias habitaciones. Allí, Pablo volvió a patotearme sin razón y a retorcerme el brazo. Que extraña fascinación tenía ese chico con mi pobre brazo es algo que nunca supe. Pero se notaba que me odiaba y no quería congeniar conmigo. Por otro lado yo nunca fui muy conciliador. Si le caía mal a alguien por razones desconocidas, lejos de tratar de acercarme e intentar ser amigos, me ponía a la defensiva de una manera visceral. Creo que es algo que me persigue hasta hoy en día. Quisiera ser más diplomático pero me pare algo bastante difícil de conseguir hasta el momento. En fía, volviendo a Lobos, el lugar era muy pero que requete muy extraño. A lo lejos, sobre el horizonte, uno podía ver un tren muy viejo abandonado. Muchos de nosotros queríamos ir a subirnos a ese tren pero no había forma de que los dirigentes nos pasaran corte al respecto. Después, en ese terreno que estábamos, al fondo muy al fondo había una especie de cruz enorme de cemento y abajo de la cruz y túmulo que parecía una tumba. Nos dijeron que allí descansaban los restos de una india que había muertos por un ataque aunque no recuerdo bien de quien. A todo momento nos enterábamos de historias increíbles sobre lobos y malones que habían atacado en tiempos pasados a los pueblerinos del lugar. A mi no me gustaban las películas de terror, era muy impresionable, pero si me gustaba que me contaran cuentos o relatos de terror. Porque me gustaban esas historias y leyendas pero aún no podía ver imágenes aterrorizantes en la pantalla chica. Ese atardecer, en pleno junio y con frío, una espesa niebla empezó a circundar todo el predio y mientras hacíamos una actividad al aire libre, no podía evitar darme vuelta y mirar hacia donde se encontraba la tumba que habíamos visto. A todo momento esperaba ver que de aquella bruma creciente viniera caminando el espectro de la mujer.
A la noche la cosa se puso peor. Todos los Lobatos teníamos miedo porque ese extraño lugar realmente tenía un aura oscura y terrorífica. Antes de acostarnos vimos un acha clavada en el tronco de un árbol con un nombre indio incomprensible. Pregunté que era eso y me dijeron que era el rito del totemismo y nada más, pasaría un tiempo hasta comprender todo aquello. Dormíamos en camas cuchetas y a mi me había tocado estar arriba, Siempre me tocaba arriba por ser muy flaquito, tanto ahí como en mi propia casa. Cuando ya nos habíamos dormido y como si de una escena de Full Metal Jacket se tratase, de pronto se prendieron las luces y nos levantaron a los gritos. Ninguno de nosotros entendíamos nada y fuimos corriendo hacia afuera llevados por nuestro dirigente, el enorme y colosal Baloó. Sin saber bien que pasaba fuimos con nuestras linternas corriendo por en medio de la noche nocturna y campera y busca de alguien que había desaparecido. Todos teníamos miedo y no entendíamos que era lo que estaba pasando, hasta que un grupo de lobatos se concentró en un lugar indeterminado del campo traviesa iluminando a alguien tirado en el piso. Me acerqué corriendo, agitado y sin aire casi, para encontrarme con una imagen extrañísima. Un Scout equis, de la rama siguiente, estaba en el piso lleno de pasto y con sangre en la cara. Las linternas revoloteaban por doquier y el pibe parecía confundido. Rápidamente los dirigentes se lo llevaron adentro y nunca más lo volví a ver.
A la mañana siguiente levantamos "campamento" y nos volvimos a la ciudad material más grande de Argentina, donde no existe relación con lo incomprensible. Ese primer campamento en Lobos me dejaría una huella imborrable para toda mi vida y nunca pero nunca pude entender si todo lo allí vivido fue una farsa para asustarnos o algo más grave. Como con lo de la gitana. 1994 sería un año extraño, donde terminaría mi infancia de una vez por todas y para siempre.
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