viernes, 10 de noviembre de 2023

Temporada de birras (5)

La temporada de birras no cejaba ni un milímetro en su haber. Malena era una máquina constante de ingerir cerveza todos los días, y Nicolás fluctuaba entre seguir el ritmo o ponerse la gorra para tratar de que bajara un cambio con el consumo. Pero de nada servía, ella ya sabía todo al respecto y no tenía pensado cambiar un ápice su modus vivendi, ni por él, ni por su familia, ni por nadie. 

Ambos vivían un apasionado romance entre sí y con la lectura. Cada cual con sus propias obsesiones literarias por supuesto. Ella con las novelas eróticas, la sodomía, algo de feminismo y un poco de drama y terror. Él con la ciencia ficción, la fantasía, las aventuras, biografías de músicos y algo de orientalismo. Aunque la que se decía budista era ella, en realidad era Nicolás quien tenía una relación más directa con el trascendetalismo, siendo lo de ella una relación más interesada con el Budismo pragmático y materialista del Japón. En cambio Nicolás no paraba de pensar en el más allá, en las diferentes caras de Dios en el mundo, en la multiculturalidad planetaria y en el misticismo más arcaico. Al final, ambos congeniaban una ensalada de confusión en la que ninguno de los dos entendía nada. Aunque él terminaba defendiendo su origen católico ante los embates de ella por desmerecer una doctrina que había permitido tantos crímenes y persecución. A Nicolás le terminaba por salir el católico que no tenía ganas de reflotar porque le dolía la injusticia de que se juzgara a la religión de sus ancestros por culpa de la corrupta institución.

Malena era una chica que de alguna manera vivía para y por los libros. Su vida por momentos parecía la réplica de una ficción. Si en esos tiempos andaba leyendo Los Enamorados de Hayes, Nicolás se entretenía con El juego de Ender. Los desfasajes lectoriles (por llamarlos de alguna manera) podían ser una complicación, sobre todo para Nicolás que parecía abstraído en sus lecturas fantásticas, mientras que las de ella dialogaban directamente con su situación actual y con la relación de ambos. Entre los libros que mencionaba ella solía estar Ada o el ardor de Nabokov, novela que despertó incomprensibles deseos incestuosos en ella o La insoportable levedad del ser de Kundera. Novela que ella le decía que si leía lo amaría más. Él se negaba un poco porque había visto la película el año anterior y le había parecido un drama apenas atendible y por otro, como una resitencia interna a leer lo que ella le recomendara, porque ella hacía exactamente eso con él: rechazar todas y cada una de sus recomendaciones literarias, musicales o cinéfilas. Eran como dos chicos, dos niños novios que a la vez compiten entre sí por el amor de algún ente invisible, probablemente llamado Orgullo.

Lo de la novela de Kundera tenía raíces más profundas. Él se había comprado en el parque La insoportable levedad del ser un año antes de conocer a Malena, pero aparte de haber visto la película, se la recomendaba siempre Mariela. Entonces ya estaba negado completamente con dicho libro. Pero, si hubiera podido leerlo quizás hubiera entendido un poco más la relación que estaba teniendo con Male, porque ella parecía fluctuar entre Teresa y Sabina alternativamente. Podía ser tímida y dependiente de su amor como Teresa, y por momentos seductora, histérica y conflictiva como Sabina. De poeta y de loco, todos... Pero Nicolás, joven distraído, imaginativo, perdido, poco pillo, solía ir por la vida a ciegas, siempre dejándose llevar por la corriente. Entonces era muy difícil de que se diera cuenta de algo, que le cayera la ficha de lo que estaba pasando. El sólo fluía. Fluir no esta mal, pero a veces, camarón que se duerme...

Fueron a ver al cine Las increíble vida de Walter Mitty de y con Ben Stiller, uno de esos placeres culposos que ambos tenían. Pero la salida no salió como esperaban. Venían de gira y ella se quedó dormida a los cinco minutos de empezada la peli, él la vió todo y le encantó, pero le frustró no haber podido compartir esa historia con ella. Al terminar, le dió unos empujoncitos y salieron al patio de comidas donde se zamparon unas hamburguesas de Burguer King que les devolvió el alma al cuerpo de ambos. Porque ambos eran un sólo cuerpo, a veces. 

En una de aquellas noches veraniegas del naciente año. Nicolás y Malena se habían entregado al consumo casi excesivo de LSD. Siendo que él tenía pocas experiencias previas, de pronto estar empepado de una forma bastante seguida le pareció un montón. Pero él le seguía el tren porque le daba y porque quería. Una de aquellas noches, ambos quedaron trenzados en experiencias sexuales lisérgicas de una forma bastante estrobodélicas. Sensaciones que nunca habían experimentado de fusión total. Todo era raro, muy raro, pero ambos vivían lo que muchos de sus compañeros no harían sno hasta casi diez años después. Ellos estaban a la vanguardia, experimentando con sus cuerpos, tensando la cuerda al máximo y buscando los límites. Sobre todo ella que era una chica que a Nico le parecía increíble cuando la veía conectada, enganchada, buscando impresionarlo. Esa noche se quedaron despiertos toda la noche, entre cogiendo y alucinando cosas. Cuando las escenas de sexo maratónicas llegaban a su fin, se quedaban desnudos mirándose fijo a los ojos. Ya era de madrugada. 4 y media, las cinco... La luz comenzaba a filtrarse de a poco por entre las persianas de la planta baja de su depto. "Miedo" decía ella, "veo miedo en tus ojos". Él se reía, por momentos se asustaba, por momentos le decía que veía lo mismo en ella y por momentos sentía que tenía razón. El miedo parecía algo que nunca lo abandonaba. ¿A algo en particular? No podía saberlo. Parecía ser algo latente, algo profundo, algo venido de su interior que algún día tendría que descubir. O no... Pero también era correcta su primera impresión. ¿Quién no tiene miedo?... A Male le gustaba la intensidad y Nicolás era un proveedor nato de la misma. A veces ella jugaba a llegar a los extremos y por momentos podía asustarse de lo que generaba en Nicolás, básicamente porque el muchacho era poco estable en lo emocional y eso atemorizaba a Malena. Pero también le atraía. 

Después de esa noche de ácido y locura en Barrio Norte, Nicolás se fue a trabajar. Sin haber dormido, sin haberse bañado, y sin Malena que tenía franco. Solito fue a dar la cara en un estado calamitoso a la librería. La experiencia fué atroz. Como una especie de continuación del trip, pero ya en caída libre. Cada vez que algún compañero se le acercaba a hablarle o algún cliente le preguntaba algo, él emepzaba a reírse y ante la mirada atónita de su interlocutor, huía despavorido de la escena. Por eso, buscaba esconderse atrás de las mesas o estanterías, haciendo que buscaba un libro, esperando que le bajara la locura. ¿Seguía loco? Él creía que no, pero poco importaba. Fue al baño a lavarse la cara y observó entre atterrorizado y divertido que aún tenía una pupila dilatada. La imagen era grotesca, bizarra, simplemente absurda desde todo punto de vista. Pero no era algo que sintiera que podían notar. Volvió a la librería y buscó hacer algo, ocupar su tiempo, pero era uno de esos días que había poquísima clientela, pocos empleados, mucho sol y calor afuera. Una clásica tarde de enero en Buenos Aires. Se acercó a Marcos, un subencargado que parecía el hombre topo. Le comentó que andaba buscando libros de Ballard, para leerlos, o para tenerlos, o fumarlos, o lo que pintara. Marcos le sonrió y llamó a Alex, que justo andaba ese día por la Librería, siempre vestido de negro, porque le encantaba sentirse Darth Vader, ser temido y amado al mismo tiempo. Llegó otro vendedor de experiencia, el loco Vitucho, y comenzaron a charlar de que Ballard esto, de que Ballard aquello, de que tal novela bla bla y zaraza... Y en el medio de aquellos hombres, el joven Nicolás, con una sonrisa de plástico, sin entender nada. Rezando en sus adentros para que se hicieran las doce de la noche y huir despavorido de ahí. La jornada se hizo eterna, como nunca antes le había pasado en sus años de trabajo. Cuando finalmente llegó a sus casa se dió una ducha, se metió en la cama y le hizo cucharas a Male.

Lo que más adoraba Male de Nicolás no era ni si físico, ni como le hacía el delicioso, o como la hacía reir diciendo chistes malos. Todo eso quedaba en un segundo plano. Lo que más amaba de él era cuando se soltaba y le hablaba con franqueza, desde el corazón. Cuando se habría sicenramente y le contaba sus sueños y anhelos, por más ridículos que estos fueran. Una de esas noches calurosas en que habían terminado su jornada laboral y antes de irse a la cama, que era lo que casi siempre quería Nico, pasaron por el viejo y querido Bar del metaelor. Donde un mes antes, cuando recién empezaban, solían ir en grupo y donde Male se enamoró de él mientrás el payaseaba con Checho, cantando canciones grasunas de Whitesnake sin verguenza, y ella lo miraba encantada por su desfachatez. Ahora, ya solos, sin todos los demás que se fueron yendo, hablaban más serios. Como esas parejas que comienzan como parte de un grupo festivo y terminan quedando como único recuerdo de un grupo que supo ser bello y divertido. Ahora había menos risas, menos gritos y diversión. Los acechaba la rutina y entonces ella le preguntó cuál era su sueño imposible, aquello que el encantaría hacer pero que no se podía. Para él la respuesta era fácil. Viajar, viajar fuera del planeta, surcar los planetas del sistema salar, mirarlos a la cara, flotar en el espacio, y moverse a la velocidad que quisiera, surcar la galaxia, el universo, ver los cuasares, las nebulosas, el centro estelar... Hubo un silencio profundo, ella sonrió y lo amó más. 

1 comentario:

Review dijo...

Gratitud por su talento para la entrega oportuna y eficiente de contenidos.