domingo, 5 de noviembre de 2023

Temporada de birras (2)

Su relación con Mariela había sido la peor que había tenido en su vida. Sobre todo en términos de calidad humana. Con el tiempo la olvidaría rápidamente, pero en el momento necesitaba tomar acción evasiva. 

En la librería las cosas comenzaron a fluir, sobre todo en los vínculos humanos. Nicolás compartía con sus compañeros federales la casi nula vida social que podían llegar a tener fuera del trabajo. Eso hizo que se hermanaran varios de los que allí trabajaban porque era la única opción de tejer redes y nuevos vínculos. 

Por fuera de la cuestión vincular, Nicolás disfrutaba de su trabajo. O al menos de una parte del mismo. Sentía que era un trabajo ideal para su yo de hacía diez años atrás pero bueno, ahí estaba ahora y tenía que seguir avanzando. Reconocía que ser una persona complaciente y conformista no era lo suyo. Quizás debería seguir los pasos de su padre, y conformarse con poco, aspirar a nada. Pero en el fondo de su corazón él no se sentía hormiga obrera. Sabía que no era para él todo ese rollo servicial de "¿que necesita señor?" o "La puedo ayudar en algo señora?". Siempre que lo intentaba lo sentía falso, como si estuviera haciendo una mala actuación. Lo único que disfrutaba sinceramente era el contacto con miles de libros de todo tipo y variedad. En verdad era como un goloso en una fábrica de chocolates. Pero más allá de que podía comprarse todo lo que quisiera, conocer nuevos autores y sacar con un buen descuento, más allá de todo eso, seguía siendo infeliz. Infeliz porque la vida había pegado un giro inesperado y estaba haciendo lo que se esperaba que hiciera y ¿que podía hacer sino? De todos modos, Nicolás siempre se había sentido perdido, sin un destino fijo. Parecía una maldición de su generación. Los malditos millennials buscavidas... perdidos en la visagra de dos mundos diferentes. 

Nico encontraba cierto alivio explorando las secciones que más le interesaban. Desde las grandes bibliotecas de Literaturas hasta secciones como poesía, arte, filosofía o algo de ocultismo. También extrañas y prolongadas charlas con clientes exóticos y pintorescos que esbozaban bizarras teorías acerca de los egipcios, los ovnis y la talabartería. 

Nicolás percibió algo muy particular que le llamó la atención en el rostro de Malena. Ella tenía unos labios bien marcados, como de actriz de los años 40s. Detentaba ojeras y un aspecto vampiresco de difícil solución. Era seria y con cara de pocos amigos, pelo corto, negro y ensortijado. Era la reencarnación del personaje Muerte, pero en modo petisita culona. Nicolás andaba contando su bajón y necesidad de iluminación a quien se le cruzara por el camino. Ella le recomendó que hiciera Budismo Zen y le pasó un teléfono de un lugar para ir a meditar. Nicolás se guardó el teléfono pero aprovechó para invitarla a cenar y esa noche salieron en el mismo horario. Fueron a una pizzería que estaba a una cuadra. La cita fue un desastre. Nicolás no paraba de decir tonterías para impresionarla y ella, callada apenas le daba corte. Después de esa noche apenas si volvieron a hablarse. 

En plena primavera cada vez salían más a tomar cervezas a un barsito aledaño conocido como El Metalero. El cordobés lideraba el asunto, seguido por Checho, Nicolás y también algunas chicas. A la sazón entraban tres o cuatro componentes nuevos por mes a la librería, de los cuales luego quedaban algunos pocos. La rusita cometió el error de pedirse un día de estudio en su período de prueba de tres meses y fue deportada a otra sucursal por el perverso e implcabale señor Alex. Y asaí se cerraba esa primera etapa de Nicolás en aquella sucursal, recordando como un mantra aquella enseñanza que dice que Todos esos momentos se perderan, como lágrima en la lluvia... 

De a poco Malena empezó a abrirse al grupo y al ser la que vivía más cerca de ahí, a sólo cinco cuadras, comenzaron a ir a su casa a tomar cerveza y hacer unas prolongadas maratones de drogas y rocanrol. De a poco el bar del metalero fue menos concurrido. Muchos de los que formaban parte fueron enviados a otras sucursales o simplemente no pasaron el período de prueba. La casa de Malena era chiquita, en planta baja, y estaba plagada de cucarachas. Ella parecía contenta de vivir en aquella cueva oscura digna de una película de Cronenberg. A todos les parecía una piba copada por invitarlos a su casa tan cerca del trabajo, pero en el fondo la veían como una chica oscura, rodeada de tapices, libros y huesitos con forma de Sanlamuerte. Ella parecía abstraída de todo comentario crítico y disfrutaba de ver a los demás haciendo monerías. Tal es el caso de Nicolás que trataba de llamar su atención a toda costa y el cordobés que corría de un lado a otro del departamento, completamente acelerado. En ese momento Nicolás no lo sabía porque era un porteño sano e ingenuo pero todos estaban curtiendo alguna y él solo veía todo eso entre asombrado y sorprendido. Aquella noche quedaron ellos tres y Malena les dijo que se podían quedar a dormir si querían. Nicolás vió que el cordobés no se iba más, entonces apechugó junto a él hasta que le dijo de irse. Cuando esa madrugada luminosa de primavera caminaron juntos por Copacabana, el cordobés le aseguró que se podrían haber hecho tremenda menage a trois. Nico lo negó pero supo que podría ser cierto. Eso lo que hizo fue reforzar el insano apuro de conquistar a Malena.

RA RA RA LA GALIA GANARÁ!!!

Una noche previa a lo que sería su último programa radial, Nicolás le escribió decidido a comenzar algo por allí. Ella le respondía con caritas de monstruos. Quedaron en verse el domingo a la noche, luego de su último programa. Cuando llegó a su casa a eso de las 11 y media de la noche, le preguntó si lo había escuchado. Le dijo que no. Hubo un silencio incómodo y luego él comenzó a besarla. Ella se resistió, aduciendo que eran compañeros de trabajo. Pero Nicolás no cedió un milímetro de territorio y le dijo que no importaba nada. Malena se sometió con gusto y él descubrió el placer de la sodomía. Nicolás se imprsionó al principio al ver que su cuerpo estaba lleno de moretones. Había algo perverso, algo retorcido en ella, y eso lo excitaba cada vez más. Mucho mejor que aquella incípida pendeja engañadora. Y ahora las cosas habían subido de tono. Luego de estar en el sofá, fueron a la habitación. Ella fruncía el ceño y él se lo estiraba. Luego durmieron toda la noche agarrados de la mano. Ambos se sorprendieron de este inusual suceso. Al otro día ella lo acompaño a la parada del colectivo muy contenta. Era una hermosa mañana primaveral, o más bien mediodía y ella tenía un hermoso vestido verde floreado. 

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