jueves, 2 de noviembre de 2023

Temporada de birras (1)

Cuando Nicolás se dio cuenta que ya no podía seguir careteandola respecto a su situación de padre responsable, salió con todo a buscar trabajo. Intentó en bares, centros culturales y todo lo que quieren las guachas, pero nada de eso resultó. Entonces, en plenas vacaciones de invierno tuvo la revelación de llevar un curriculum a la librería más grande de Buenos Aires... 

Aquí abrimos un paréntesis

(Allá por el año 2003 ya había intentado postularse en una cadena que ya no existe más, de cartel naranja. El librero que lo recibió le preguntó sin ya tenía experiencia en el rubro. Nicolás no tenía experiencia ni sonándose los mocos. Le dijo la verdad, un bien preciado para Nico, sobre todo cuando siente que se busca una respuesta sincera. El librero le dijo que no, que lo lamentaba pero que buscaba alguien con experiencia. Nicolás, ni lento ni menso le respondió que como podía adquirir experiencia si nadie se la daba en primera instancia, a lo que el librero respondió una de las cosas más absurdas que escuchó en su vida... "Si yo te doy experiencia después te vas y entonces que, salgo perdiendo"... Nicolás huyó de ahí entre confundido y molesto. No es de extrañar que pocos años después aquel antro de respuestas absurdas cerrara sus puertas para siempre)

Cerramos paréntesis. 

Diez años después de aquel episodio y luego de haber trabajado en los últimos años de folletero, grabador de eventos, cadete y un breve paso como secretario administrativo, tuvo una primera entrevista en un librería, en las más grande de toda Argentina. Cuando llegó a la entrevista lo atendió una psicóloga que le sacó la ficha rápidamente. Él estaba harto de que le pasara eso. La psicóloga le preguntó por sus horarios y él le dijo que podía en cualquier momento del día, excepto a partir de las 18 que entraba a cursar al ISER. Ella le dijo que el trabajo era verpertino, o sea, comía parte del horario nocturno. En ese momento Nicolás sintió que se había recibido de ingenuo. Volvió a su casa con el correcto sentimiento de que no lo llamarían. Probó con la segunda librería más grande del país. (A todo esto le había pedido como favor personal a un amigo que tenía un cuñado que poseía una pequeña librería de viejo en San Telmo, si podía poner en su curriculum haber trabajado allí un tiempito). 

Una tarde muy lluviosa (casualmente como lo fué hoy) Nicolás llegó a la gran librería de barrio norte donde lo esperaba para tener una entrevista el señor Alexander de Large. Un hombre alto, rubio y con un zapato negro. Igual que el otro. Y toda su ropa. Un Darth Vader del conurbano. Tenía anteojos y detentaba una sonrisa maliciosa. Cuando leyó su cv en voz alta frente a él, Alex remarcó sus capacidades en diversas áreas laborales. Nicolás estaba por lo demás callado. Alex le mencionó lo de la librería donde supuestamente había trabajado. "Ah, linda librería. Tiene buenas cosas ¿eh'" Le preguntó con esa sonrisa maliciosa. Nicolás entendió que el otro olfateaba la mentira del cv pero no se amedrentó. "Si, Si, claro, muy buenas cosas". Alex dio un respingo y le dijo que el trabajo era todos los días con un franco semanal y otro rotativo los domingos y que se trabajaba desde la tarde a la noche. Nicolás sopesó sus responsabilidades dos segundos y en esos dos segundos le dijo adiós a la carrera de guionista que había empezado el año anterior en el ISER. Decisiones. Todo el tiempo se trata de decidir cosas. Parece que venimos al mundo para tomar decisiones. Algunas más difíciles que otras, pero el que no decide se queda boyando entre la nada y la eternidad.

Todo estaba bien. Poco tiempo después de sufrir esa espantosa espera lo llamaron. Hizo el preocupacional y empezó una bonita carrera que duraría otros diez años, con intermitencias y cuestiones en el medio que ya iremos dilucidando de a poco. La cuestión es que Nicolás empezó casi a finales de julio del 2013 y en breve entendió que se había metido en un bailongo que en pocos meses lo dejaría bastante quemado. El primer día llegó a la pituca librería vestido con unos miserables pantalones de gabardina, una camisa cuadriculada y una corbata rayada. Mariela le dijo que su atuendo era ridículo, que no sabía combinar la ropa, que torpe y se rió de él. En ese momento Nicolás empezaba a entender en un nivel inconsciente que Mariela comenzaba a despreciarlo y a alejarse de él. Porque de alguna extraña forma Nicolás era un tipo derrotado, que había que tenido que dejar sus sueños para hacerse cargo de sus imprudencias. Él se sentía así, castigado y un poco merecedor de la humillación a la que Mariela lo sometía cada vez más constantemente. Sin embargo, algún día, Nicolás entendería que de todos modos había dignidad en su derrota. Pero todavía era demasiado joven para comprender eso. Por otro lado, Mariela se rebelaría como una verdadera imbécil. 

Dentro del local se sintió un poco incómodo al principio por no entender bien que hacer ahí parado, rodeado de tantos libros, con gente caminando a su lado, preguntándole cosas o peor, recomendaciones. Nicolás sacó chapa de caradura y recomendó clásicos de Hermann Hesse, Conan Doyle o Stevenson. Se sentía muy poco capacitado para dar grandes recomendaciones. En el preciso momento que entró a trabajar allí se encontraba terminando de leer La conjura de los necios de Kennedy Toole. Un libro que al principio le había parecido bizarro, demasiado largo, muy extraño, pero que cuando lo terminaría le parecería una genialidad absoluta. De alguna manera Nicolás se sentía por momentos como Ignatius Reilly, viviendo con su madre, teniendo gustos fuera de su época, un poco nerd... y a Mariela la veía como a Mirna Mynkoff, quizás por ser ambas judías, pero a Mariela nunca le daría el piné para convertirse en una verdadera Myrna Minkoff.

Entre variedad de libros de Anagrama, Random y libros de arte, Nico fue entendiendo de a poco los pormenores del mundo libreril. Sobre todo en una cadena de tal raigambre y en una de las sucursales más intensas de la ciudad. Por el hecho de tener un cine acoplado, los horarios de los viernes y sábados era hasta las 2 de la madrugada. Luego volver a casa en el colectivo 26, entre cansado y pasado de rosca ya que la hora del sueño, usualmente las 12 am para Nicolás, había pasado hacía tiempo. La experiencia era algo que no olvidaría jamás en su vida, pero no dejaba de ser algo alienante y agotador. Sus compañeros eran un grupo variopinto. Cuando entraba fichaba en alguna de las computadoras de ingreso, dejaba sus cosas en un pequeño lleno de mochilas, ropa y sudoración. Se chantaba el ridículo gafete en algún costado de su camisa y salía a la cancha. Dentro del público había de todo. Desde gente random que sólo pasaba por ahí, personas que pedían cosas muy específicas de autores o cosas que él aún no había incorporado y personajes nefastos como viejas maltratadoras que si no conocías a su autora pedorra de romántica o policiales te bajaban el precio. Nicolás sufrió el maltrato de algunas personas desubicadas, de algún que otro compañero alienado y todo bajo la mirada atenta e impasible del señor Alex. 

El cordobés pronto se mostró como el más amiguero de todos. Un tipo copado, buen conversador, de gustos e inquietudes muy similares a los de Nico. Entre ellos surgió una complicidad que duraría varios años, aún cuando ya vivieran en ciudades lejanas. El cordo era un tipo alegre y ramplón que le gustaba hablar rápido, discutir sobre cine y literatura y que amaba más que cualquier porteño a Buenos Aires, por su submundo y más que nada por el tango. 

Junto con Nicolás habían entrado de chicas. Soledad y Carolina. Sole era una chica más grande que él, muy tranquila y parsimoniosa, muy hippie a su propia manera. No pasaría el período de prueba ya que fue víctima del viejo espía que mandaban desde arriba para observar a los libreros. Aparentemente cazó cuando alguien le pidió algo de García Marquez y no lo conocía. Por otro lado, Carolina era una chica de ascendencia Ucraniana, muy inteligente y seria, pero amigable en el buen sentido. Nico no pudo evitar enamorarse un poco de ella, pero ella lo veía como un mero compa. Además noviaba con un descendiente de Turcos que tenía casas por todos lados y vivía de rentas. Su vida estaba salvada con aquel muchacho. Nico no pudo evitar sentirse un 0 a la izquierda frente a tamaño rival. Por otro lado, Mariela pasó una sola vez por la librería y su lenguaje corporal le dijo todo. Cuando quiso entrar lo hizo abriendo la puerta para el otro lado, se la notaba nerviosa, su voz temblaba, parecía odiar tener que haber ido a ver a su chico allí. Nico se dio cuenta que algo pasaba pero intentaba fingir demencia. 

Cuando a mediados del mes siguiente a entrar ahí a trabajar cumplió 30 años, las cosas no pudieron ir de mal en peor. Carolina, que había cumplido una semana antes, le ofreció festejar en la casa del turco con sus amigos y quien quisiera. Nico aceptó, vinieron sus amigos de toda la vida, y hasta apareció uno que no veía desde hacía varios años. El viejo y querido Chona. Mariela fue con él desde el inicio, conoció a algunos de sus amigos, pero a eso de las once de la noche huyó para verse con sus amigas. Nico la dejó ir sin preocuparse pero... realmente era eso? Nico cada vez más sentía que Mariela lo estaba engañando pero no dijo nada, no valía la pena. Caro le regaló unos M & M y fue lo que más le alegró de ese cumpleaños. Poco tiempo después, en una de las crecientes discusiones con Mariela, ésta le dijo que era un fracasado y le preguntó que había hecho en sus 30 años en este mundo. Nicolás se sintió herido en lo más profundo de su orgullo ante esta pregunta venenosa. Pero sólo atinó a responder "No sé... viví"

Un mes después de eso, Nicolás encontró un "poema" de ella que decía que lo amaba pero que quería acostarse con todos sus compañeros de la Facu de Psico. Usualmente Nico, por su temperamente se habría ofendido y enojado a muerte, pero algo le hizo crack en su interior y se quebró en llanto inconsolable. Ella se mostró mal por eso y con una culpa tremenda le pidió perdón. Él aceptó con calma, le dijo que estaba bien y luego la acompañó al Matienzo a leer poesía. Cuando terminó, él se despidió y se fué a lo de Caro con el Cordobés y juntos vieron Blade Runner. Entre tanto misterio, replicantes y música de Vangelis, la frase final "Todo se perderá, como lágrima en la lluvia", le quedó picando en su cerebro una y otra y otra vez. Mariela lo llamó por teléfono para decirle que lo amaba, que no dudara de su amor. Una semana después, luego de pasar la noche juntos, Mariela le cortó definitivamente. El amor es algo muy complejo, extraño, mutante. Como el universo, es muy confuso realmente... 



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