miércoles, 26 de febrero de 2020

Posesivo - 10

Algas marinas (Una fábula)

Hace quinientos años, vivía Pedro del monte, un jovencito español de dieciocho años. Un tipo de su tierra. Amante de los bosques y los animales. Una tarde, se encontró en la necesidad de salir al mundo a ganarse la vida. Su suelo natal pasaba por una época de vacas flacas terrible. En ese entonces había pocas opciones laborales y una de ellas era ser marinero. Sin dudarlo mucho, Pedro se embarcó como grumete.
Pero lo que parecía que sería una sencilla y breve misión, se convirtió en su modo de vida.
Cuando quiso acordar, Pedro tenía alrededor treinta años. Había recorrido el mundo, pero siempre como marinero mercante y nunca llegó más que a marino raso. Siquiera contramaestre.
Pero Pedro no tenía historia con su modo de vida, ni con el lugar que ocupaba en el mundo. Mientras tuviera la panza llena y algo que hacer, era feliz.
Sin embargo, las cosas no tardarían en cambiar. Una noche tormentosa, el barco de Pedro se vio inmerso en una tormenta terrible que destruyó la embarcación, en pleno Mediterráneo, naufragando cerca de las costas de Siria. Él fue el único sobreviviente.
Cuando Pedro despertó, sin saber como, se dio cuenta que se encontraba a resguardo en la playa, cubierto de algas y ostras, con apenas algunas magulladuras.
Inclinada sobre él, estaba Semiramis, una sirena mítica, hermosa en su estilo y su forma. Una morena de labios carnosos y pelo negro y abundante que lo observaba con curiosidad. Entonces, ante sus asombrados ojos, la cola de pez se convirtió en piernas y Pedro cayó rendido.
Al recuperar el conocimiento, el muchacho se encontró en una especie de caverna frente al mar. Semiramis cuidaba de él y, aunque no hablaba, pudo entender que ella velaba por él, por que simplemente lo amaba.
Al principio tuvo sus dudas. Ella parecía diez años menor y eso la hacía un poco de ruido. Sin embargo, por fin Pedro se entregó al amor de este ser mitad sirio mitad marítimo, porque el hechizo era muy fuerte, ella muy hermosa y además, hasta parecía graciosa.
Por largas jornadas se dedicaron a entregarse a los placeres carnales más fantásticos que Pedro jamás conociera. Encontraron la forma de comunicarse con la mirada y durante un buen tiempo, Pedro se olvidó del resto del mundo y vivió su idílico amor.
Sin embargo, algo en el fondo le hacía ruido a Pedro. No podía ser que siempre se dedicara a comer frutos del mar y a hacer el amor como nutrias con Semiramis, sin pensar en nada más. Algo tendría que hacer de su vida. Pero al final, decidió dejar de lado aquellos pensamientos que lo deprimían y decidió seguir entregándose a esa despreocupada manera de vivir.
Todo parecía increíble, como una sueño idílico, hasta que... Bueno, hasta que un día, Semiramis le dijo que tenía que volver unos días a las profundidades para visitar a su madre, que al parecer, no aprobaba esta relación. Algo que Pedro pudo deducir de las veces que hablaron al respecto.
Pedro se quedó solo varios días y aprovechó para recorrer la misteriosa isla donde vivía su idilio. El lugar era paradisíaco, como su fuera el Edén perdido. Pensó mucho en su novia sirena y hasta se le cruzó la idea de llevarla a vivir a España y casarse. Pero las cosas no saldrían viento en popa como él creía.

Al regresar Semiramis de su visita familiar, Pedro notó cambios en las actitudes de ella hacia él. Parecía tensa, muy nerviosa y angustiada. Una noche que ella le preguntó que había de cenar, él le contestó que no había pensado (aún) en eso. Ella se fastidió de una manera que él jamás había visto. Entonces, de a poco, empezaron los reclamos y recriminaciones que la sirena le hacía, por tal o cual cosa respecto de su flojera en la isla. Al parecer ella hacía todo y el no proponía nada. Pedro reflexionó en esto, una tarde que salió a caminar por la playa. Al ocultarse el sol tras el horizonte tuvo una revelación. Al regresar, le propuso a ella ir a vivir a España, pero Semiramis se fastidió con esto. No quería abandonar a su familia y sin bien, al principio de la relación ella no solo quería vivir con él sino darle hasta un hijo, de repente parecía que ya nada de eso le interesaba.
Al poco tiempo, la sirena empezó a salir cada vez más de la caverna, dejando a Pedro solo. Ella le decía que necesitaba pensar y salir con sus amigas sirenas. A veces, Pedro la veía nadando a lo lejos con sus amigas, y otras, con jóvenes y fornidos tritones de mar, con largas cabelleras negras y tatuajes en todo el cuerpo, excepto en las escamas claro.
Pedro se miraba en el estanque de la isla y se veía más arrugado, un poco más gordo y cansado. Al volver Semiramis, él le dijo como se sentía, pero ella se fastidió y le achacó la culpa por no hacer nada y dejarse estar. Le preguntó que había hecho de valor en los últimos diez años. Él solo atinó a responder: vivir. Pero para la joven ninfa del mar, eso no era suficiente.
A poco, ella volvió a escabullirse. Demás está decir que ya casi no hacían el amor, y si lo hacían, era con pocas ganas. Ella mirando para otro lado, él, llorando.
Pedro entendía que el romance con el fantástico ser, después de un año, había llegado a su fin. Sabía que tenía que escapar de ahí, pero no lograba reunir el coraje. Hasta que un día, encontró unos dibujos de ella en la cueva, donde se veía a Semiramis rodeada de tritones jóvenes y fornidos en posiciones cuasi sexuales. Se corazón se partió al medio.
A su regreso le mostró los dibujos y ella minimizó la situación, acusándolo de ser celoso y posesivo. Pero Pedro, lejos de terminar todo y escapar, se hundió más en su miseria. Lloró y le rogó que no lo abandonara por aquellos tritones jóvenes, perdiendo así, el último resto de dignidad que le quedaba.
Semiramis, de lástima, prometió no engañarlo ni abandonarlo. Sin embargo, a los pocos días, después de que al volver de sus escapadas Pedro le preguntara si se había visto con tritones, ella respondiera furiosa que estaba harta de él y de sus escenas de celos y que quería separarse.
Pedro, se mostró comprensivo, entonces ella lloró. Luego Semiramis se despidió y se fue con su madre. Pedro pensó que iría a noticiarla con la buena nueva. Después, él buscó la manera de volver a su casa y esperó que pasara algún barco. Pero a poco de irse ella, se sintió fatal e intentó comunicarse con el pensamiento, como a veces hacían, pero se dio cuenta que ella le contestó de mala gana, con el ruido de la madre detrás, riendo por haber ganado la guerra. La madre sirena conservó a su hija y la salvó de estar con un simple humano, de posible poco futuro.
Pedro lloró como un condenado, y odió su vida y su suerte. Al final, pocos meses después, fue rescatado por un barco que lo encontró al borde de la muerte. Allí, conoció a la hija del capitán, una rusa de la que se enamoró, fue correspondido y al poco tiempo vivieron felices, pudiendo olvidar el dolor que le acarreó aquella sirena del mar que lo engaño con sus encantos, para descartarlo apenas se aburrió de él. Y por mandato materno.

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