miércoles, 12 de febrero de 2020

Posesivo - 3

¿Posesivo o poseído?

Un posesivo es también un poseído. Porque poseer es un acto de locura, en parte. Va en contra de lo normal, de lo moralmente instituido como correcto, como bueno, estable y saludable.
Al querer poseer al otro debemos estar en una situación desesperada porque, cuando vuelve la cordura (que siempre vuelve en algún momento), nos damos cuenta que no está tan piola tener al otro a nuestra entera disposición. A veces, sabemos que hacer con el otro. El otro nos aburre, nos harta. Hasta podemos tener ganas de no verlo más y estar solos. Por eso digo que para querer poseer al otro tenemos que estar poseídos, por el ansia de solo tener al otro atado a nuestro morral de inmundicias. Colgado como un perro faldero, atento para darle murra cuando sea nuestro deseo.
De ahí la cercanía etimológica de las palabras posesivo y poseído. Muchas veces actuamos en relación al otro en un acto total de posesión. Nos perdemos en nuestro deseo desesperado de sumir al otro en el grado más bajo, de sodomizarlo hasta no el cansancio (el nuestro, claro).
Quizás podríamos explicar el origen de la posesión como algo que ya viene inherente en los hombres. La necesidad intrínseca de controlar al otro. De tenerlo a nuestra disposición siempre. No nos interesa otra cosa. Y está bien, así es como debe ser el buen posesivo.

Etimología


Un posesivo es una palabra o construcción gramatical que indica una relación de pertenencia, en sentido amplio. Un término relacionado es el del caso genitivo. La mayoría de los idiomas europeos tienen palabras posesivas asociadas a los pronombres personales. Allí tenemos una definición de manual de lo que es un posesivo en la lengua. Mío, mía, tuyo, tuya, suyo, suya, nuestro, nuestra, vuestro, vuestra, suyos, suyas... etc. La cuestión es que está clarísimo lo que significa ser posesivo. Para algunos de nosotros es toda una forma de vida. Algunos de los que han sido nuestros nos han pedido que les recordemos que son nuestros, cosa que nosotros siempre consideramos innecesario porque siempre lo tenemos más que claro. Pero, a veces, para darles el gusto en su placer sumiso, se los susurramos al oído para que tengan un orgasmo de placer, también. Pero no siempre. Debe quedar súper claro que nosotros somos los que decidimos cuando se dicen ciertas cosas y cuando el otro puede sentir placer en algo. El deseo es suyo, no podemos cambiar eso en la medida que si están con nosotros su deseo ya nos pertenece. Pero su placer; si están con nosotros, es nuestro y solo nosotros podemos administrárselo. Si no sabemos dosificar su placer en pequeñas dosis de vez en cuando, entonces somos unos inútiles y no podemos poseer a nadie. Ni lo merecemos. Ser poseedor es todo un arte, solo apto para gente que sabe manejar su poder de dominación. 
¿Existe el posesivo pasivo? Por supuesto. Es aquel que necesita que lo posean y a la vez tiene poseído al otro. La necesidad es mutua. Pero a la vez es una redundancia. Si bien, el pasivo suele quejarse de su rol y criticar al activo de ser un maldito posesivo, la realidad es que nunca hay pasivo sin activo y viceversa. Por ende, los dos son las caras necesarias de la misma moneda. Los dos son altamente posesivos y súper tóxicos en esa relación de posesividad que si no se administra con sabiduría puede matar a alguno de los dos o quizás a ambos.  

El origen psicológico de la posesividad

Algunos dicen que todo se remonta a la más tierna infancia. Al parecer una falencia por parte de uno de los padres. El niño crece con mucha inseguridad, por eso necesita, a medida que va creciendo, de asegurarse el afecto del otro de una manera desmedida (para el vulgo), y a veces de una forma desaforada. Solo subyugar al otro puede darle cierto nivel de seguridad, para no sentir que lo pierde todo. Si el otro acepta ese juego, entonces está todo bien. Si el otro se rebela, entonces viene la condena social. Pero esto no deja de ser una psicologización de todo el asunto y lo desarrollaremos mejor más adelante.


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