viernes, 14 de febrero de 2020

Posesivo - 5

ALGUNOS CASOS DE RIGOR:

1) Rosario siempre estuvo cerca

Todas las cosas tienen un origen o, al menos, podemos tratar de jugar a dilucidarlo. Las cosas tienen un origen, también tiene movimiento y las actitudes lo mismo.
Cuando a mediados del '96 apareció Rosarito Vera pensé que había sido amor a primera vista. Una noche en un baile del colegio, se acercó y yo a ella. Pensamos que era una buena idea ser novios o, como se decía en aquella época ¿querés salir conmigo?
Con Rosarito nos dimos los primeros besos. Ella tenía un año menos que yo e iba al turno tarde. Me gustaba porque era de carácter fuerte. Era de aquellas chicas que van al frente y no se quedan esperando que uno de el primer paso. Por suerte para mí, que soy todo lo tímido que puedo llegar a ser.
Con Rosarito éramos como el día y la noche. Ella petisa, de rulos negros y piel achocolatada, vital. Yo, un poco mas alto, esquelético y blanco como la nieve de finales de invierno. Moribunda. Taciturno.
Después de besarnos con pasión en el baile del colegio, seguimos a lo largo de ese invierno dándonos besos en la casa de un amigo. Hablando por teléfono casi todos los días. Mis padres sospechaban algo, mi hermano no se interesaba. Pero yo vivía el romance, cada día que pasaba, con más pasión.
Fuimos buenos amigos mientras todo duró, pero yo no sabía como ser un novio. Había días que no la llamaba, simplemente porque no me surgía hacerlo. Además de que siempre odié hablar por teléfono, para mi Rosarito era como cualquier amigo. Nos veíamos cuando los astros se alineaban. Para mi estaba bien que así fuera, pero para ella quizás no era suficiente. Además del hecho nada despreciable de que vivíamos a dos barrios de distancia, no podíamos tenernos a cualquier momento. Ahora que lo pienso era algo así como el romance de Milhouse con la niña nueva Samantha (aquella de frenos o aparatos en los dientes), solo que en mi caso nosotros no éramos compañeros de aula.
Entonces, un buen día de aquellos, viviendo en mi relajo, noté distancia entre nosotros. Nos besábamos poco o nada. Ya casi no me llamaba. La cosa estaba rara y yo sospechaba que algo malo pasaba. Decidí ir a visitarla a su barrio de sorpresa y en un intento desesperado por reconquistarla le compré en un kiosquito una caja de caramelos con forma de corazón pero, yendo a su domicilio la ví de lejos caminando con un chico del barrio. Corrí en dirección contraria a toda velocidad y cuando pasé por un tacho de basura tiré la caja de caramelos dentro. Después, derrotado me tomé el colectivo a casa. Cuando llegué, me encerré en mi cuarto, y aprovechando que mi hermano estaba ausente, me largué en llanto inconsolable.
No recuerdo si mis padres me dijeron algo, pero creo que no y dejaron que me desahogara con total libertad. Después me dormí sin cenar y mi interior se calmó.
Al día siguiente, todo lo vivido el día anterior parecía una extraña y lejana pesadilla de la cual no quería acordarme.
Claro que poco tiempo después, Rosarito me llamó para vernos y me dijo que estaba saliendo con Fulano de tal. Yo me hice el duro y le dije que no me importaba un comino. Ella se molestó por mi contestación y se alejó llorando de mí. Pensé en seguirla. Pensé que como en las películas, podía agarrarla de un brazo y darle un beso. Pero no lo hice. Me chocaba por primera vez en la vida, con la necesidad de recuperar a alguien y decirle que era mía; sin embargo esa vez, preferí dejarla ir y ya. Comprendí, con mis doce años, que las cosas no eran tan fáciles como en las películas. En esa ocasión me tocó perder y lo comprendí con toda su dolorosa potencia.

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