Esa mañana desperté sintiéndome extraño, muy raro con mi
cuerpo. Como más pesado, pero a la vez poderoso.
Al abrir los ojos noté que algo había cambiado.
Mi entorno
no era el esperado. A mí alrededor me percaté que mi pieza ya no era mi pieza
sino un cuarto extraño. A primera vista se lo notaba como un lugar más amplio,
con muchas vigas y paredes de madera. Podía notar el olor a humedad y madera
recién cortada. Esto al principio me dio un poco de miedo porque pensé que me
habían raptado. Estaba seguro de que no se trataba de un sueño.
Cuando me quise incorporar noté mi cuerpo muy pesado, ataviado
de ropajes inmensos y bastante abrigados. Mis pies detentaban unas botas grises
en punta. Noté que el aire del cuarto estaba bastante frío, por lo que se
entendía por qué tanto abrigo.
Pero mis pies eran mucho más grandes, mi cuerpo parecía el
de un hombre mayor de casi dos metros. Y estaba seguro de que una barba blanca
colgaba de mi mentón. Asustado corrí buscando un espejo.
Fui a lo que pensé que seguro era el baño de ese rústico
lugar pero nada, sólo un tronco cortado con forma de trono y poco más...
Busqué desesperado por toda la cabaña y nada. Hasta que vi
una pared donde un manto de dudoso aspecto colgaba de una manera muy poco
armónica. Corrí ese telón y del otro lado el espejo!
En este espejo no aparecieron mis padres por detrás, ni la
cara de un trasnochado pelado me dijo que yo era el más bonito. Frente a mí se
paraba la cosa más extraña, bizarra, e increíblemente cool que había visto
jamás...
¡Gandalf! Gandalf el gris, sí señor.
¿Cómo no me voy a volver loco? Era el mago más poderoso, más
polenta y tremebundo de todos los tiempos. Mi aspecto era una mezcla de
imágenes. Un poco Sir Ian McKellen, un poco el de la versión animada de 1978 y
otro poco el ermitaño del disco de Led Zeppelin IV. Un conjunto total de ñoñeces
de mi adolescencia.
Cuando me di cuenta que me había despertado convertido en
Gandalf supuse por lógica que entonces me encontraba en la Tierra Media. Salí
corriendo de la cabaña para darme cuenta que en realidad la casa de Gandalf es
un tremendo caserón de dos plantas y si hasta tiene un garaje donde guardo sus
caballos. Uno blanco y otro negro. Por eso de bien y el mal supongo.
Mi entorno no era menos increíble, montañas enormes muy
cerca de mi hogar, un bosque extenso, oscuro y espeso, como de cuento de hadas.
¡Maravilloso! Y cerca por el rumor del agua corriendo, un río o un brazo más
pequeño del mismo.
Me pregunté si estaría en un tiempo de paz o de guerra.
Esperé poder disfrutar de una vida apacible y que el futuro de mundo no dependa
del mí. Sí, ya sé que suena bastante egoísta pero en verdad, aunque fuera
Gandalf, no era Gandalf, era yo, con aspecto de Gandalf.
Busqué mi báculo e intenté tirar un poder pero apenas si
logré mover algo. Claro, carecía del conocimiento de un mago verdadero. Había
acortado ¿por arte de magia? todos los caminos para convertirme en algo que en
realidad no era. Pensé que si venían en mi ayuda estaría en problemas.
Decidí que lo mejor sería esconderme y si alguien venía...
-¡Gandalf! ¡Gandalf!... Te estuve buscando viejo amigo.
Estamos en problemas... los orcos están atacando los bosques élficos de
Lothlorien y...
¡Mierda!
No hay comentarios:
Publicar un comentario