En la esquina de Bartolomé Mitre y Gascón hay una farmacia.
En realidad lo más apropiado sería decir que HUBO una farmacia. En este momento
solo quedan unas persianas grises que ya no se levantan. Sin embargo,
retrocedemos diez años atrás en el tiempo porque sí. Estamos en septiembre del
2013. La situación del país es mejor, la gente está un poco menos loca y la
primavera parece estar a la vuelta de la esquina.
La esquina en cuestión todavía es un local a la calle o,
mejor dicho, una farmacia abierta. Hace doce años que vivo a mitad de cuadra y
casi nunca fui allí excepto una vez para comprarme un alicate. La
particularidad de este local es que no se puede ingresar, sólo está la
posibilidad de pedir por una ventanita en la persiana baja.
La farmacia está atendida por una señora mayor que viste una
especie de mameluco o guardapolvo verde oliva. Su aspecto es el de una
enfermera ruda, de esas que te clavan la inyección en los glúteos con
placentera brusquedad.
Tiene el pelo teñido de un negro intenso como los agujeros
negros de Stephen Hawkins, detenta un maquillaje grotesco, y sus labios pintados
de rojo manchan sus dientes. La mujer detentará unos setenta y pico de años
pero tras ella siempre hay una viejita sentada en una silla de ruedas, que
calculo será la madre de la señora que atiende. Siempre tiene la mirada perdida
y su aspecto es simplemente triste. Detentará unos ¿cuántos? ¿Noventa y pico de
años?
Hasta aquí nada fuera de lo común más allá de que la esquina
sea una de las más antiguas del barrio y eso es mucho decir ya que Almagro es
un barrio antiguo. La esquina, pintada de blanco, no tiene más de un piso, y es
probable en cambio que la construcción tenga más de cien años.
Existe algo entre pintoresco y perturbador de aquella
farmacia de los tiempos idos. Todo el escaparate y vitrina está rodeada por
algunos pocos artículos contemporáneos como curitas, pañales, cepillos de
dientes o vendas. Luego, hay una diversidad de botellas antiguas de farmacia,
de remedios que ya no existen o figuras arcaicas de producción farmacológica. Y
como para agregar una nota más de turbiedad hay... muñecas!
Sí, ya sé que para algunas personas la decoración con
muñecas antiguas no tiene nada de extraño. Entiendo que es algo de otra época
pero... bueno. No puedo evitar pensar que esas muñecas antiguos, con su pelo
enrulado, algunas con algún ojo ausente, negras, blancas, y sobre todo, muy
pero muy antiguas.
Es sabido que a veces le tenemos miedo a los objetos de
otros tiempos. Nos resulta perturbador ese tipo de representación de hace cien
años atrás, esos materiales, esa ropita... En fin, nunca me gustaron las
muñecas antiguas, siento que son siniestras en toda la concepción del término
siniestro.
Quisiera poder compartir el estremecimiento que me causa
pasar por la vidriera de esa farmacia que parece haber quedado congelada en los
40s/50s... En el 2012 una amiga de Facebook estaba haciendo una carpeta de
fotos de locales extraños de la ciudad. De inmediato le pasé las coordenadas de
esta farmacia pero el día que pasó justo estaba cerrada, con las persianas
bajas, sin poder mostrarle al mundo ese extraño museo que había en su interior.
Porque la farmacia era así, habría por las noches, de día cerraba, y a
viceversa. Era imposible saber en qué horario podías llegar a encontrarla
abierta.
Después me fui del barrio y tuve un derrotero por otros
barrios de la ciudad así que me olvidé por completo de la farmacia. Cuando por
la pandemia volví a mi vieja morada, la farmacia era lo que ya es ahora: Solo
un mero recuerdo de aquellos que pudimos ver desde afuera un lejano vislumbre
de uno de los locales más misteriosos de Buenos Aires.
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