miércoles, 27 de septiembre de 2023

El año de la serpiente

 


Cuando arrancó el último Año de la Serpiente, el Saulo y yo nos encontrábamos lejos del hogar. Habíamos decidido celebrar el año nuevo en las islas del delta, y para mayor placer, hacerlo en un camping bien pero bien alejado del centro de Tigre. Lo más lejos que se podía estar de todo.

Lo bueno de las islas del delta es que realmente te sentís bastante aislado del ritmo y de la vida urbana. Lo malo es que eso mismo te puede resultar un poco incómodo si no estás acostumbrado a vivir ese tipo de experiencias en la naturaleza, por ejemplo: pueden haber crecidas e inundarse fuerte todo el predio en el que estás. Puede, por consiguiente, cortarse la luz y hacer todo eso más calamitoso. Y también podes quedarte aislado, sin conexión con el mundo exterior y casi que sin víveres para pasar el tiempo necesario hasta que la lancha pueda volver a buscarte. Más... gatas peludas, perros insubordinados, capibaras asesinas, etc.

Bueno, todo esto pasó un poco en ese tan particular e inolvidable año nuevo. Sumado a el consumo moderado de algunos estupefacientes, básicamente: mucho porro, vino y un poco de ácido.

Poco antes de que dieran las doce se cortó la luz en todo el delta. Al rato, esa pepa que nos habíamos tomado por obra y gracia del Saulo, empezó a estallar en nuestros cerebros, como si se tratara de mil agujas clavándose en nuestras neuronas, logrando una sinapsis alterada, transformación de humanos a seres inorgánicos que se confundían con el entorno natural tan desconectado de la civilización.

En mi caso era la primera vez que tomaba LSD y si bien todos sabemos que no es lo mismo la pepa de Panoramix que el ácido que tomaba Hendrix en los 60's, de todos modos no deja de ser un petardo explosivo para nuestra mente tan acostumbrada a la rutina diaria.

Lo primero que me llamó la atención fue un cierto nivel de euforia seguido por una verborragia imaginativa poco usual en mí. Pero hasta ahí, podría ser el efecto de un buen porro. Sin embargo, ahí no terminó la cosa. De a poco la rareza iría in crescendo. El hecho de estar en completa oscuridad en un camping un 1º de enero a las cero horas, nos hacían sentir extraños porque la noche en sí estaba rara. No hacía calor y en cambio había un viento fresco que movía las copas de los árboles que nos rodeaban, pero de una manera tan notable y sentida que ese sonido de hojas gimiendo por el aire, parecía aumentado a un nivel increíble. La luna estaba ahí, semi llena, poderosa, elevándose sobre nosotros para darnos la única luz posible, ese manto espectral blancuzco que la distingue sobre cualquier otra luz, esa luz proyectada y fantasmal que la convierta en la única e indiscutida reina de la noche.

Cuando todo eso no paraba de parecerme tremendo, me percaté que estaba rodeado por cientos de bichitos de luz. Ese extraño insecto que por una reacción química produce una luz flúor en su cuerpo, volando a mi alrededor, como estrellas fugaces, girando y girando, por momentos como cayendo al suelo. Chispazos de luz en medio de una noche lunar perfecta. Le remarqué a mi amigo lo alucinado del momento y el me miró asintiendo, con los ojos desorbitados, él ya estaba en otra galaxia.

Caminamos lentamente hacia el río, iluminados por la luna, pudimos dar con el borde de la pequeña rivera. El Saulo me hablaba de cosas incomprensibles y yo hablaba de otras. Mencionamos la reciente muerte del flaco y el viento sopló con vehemencia. Nos quedamos pasmados del miedo. De pronto, el río que hasta ese momento era una sombra parecía moverse, cobrar vida y de pronto viborear como una serpiente gigante. La alucinación era tan fuerte que temí hacerme pis encima, sin embargo mi cuerpo estaba lejos de poder reaccionar a nada. Al minuto vemos pasar una lancha y la explicación racional del porque el río se había alborotado así previamente.

En ese momento necesitaba descansar y me apoyé en el árbol que estaba más cerca de mí. Pero lo que sentí al apoyar mi mano sobre la fría corteza fue una experiencia demasiado psicodélica. La sensación imposible de percibir que el árbol me transmitía un montón de energía a través de mi brazo. Una sensación cálida pero muy poderosa. Tuve un poco de cagazo y me desconecté de esa fuente de energía. Se lo comenté al Saulo pero éste sólo atinó a reírse a carcajadas.

Al ratito ya sentíamos frío y nos fuimos a meter en la carpa. Al cerrar los ojos toda una serie de figuras geométricas de todos los colores se paseaban frente a mí. Era algo bastante molesto dado que ya estaba cansado, me quería dormir y dejar de tener un viaje psicodélico.

Al otro día me desperté sobrio como un bebé y limpio como un predicador. Hicimos como pudimos un improvisado saludo al sol para luego descansar de esa noche estrobodélica. Entre mosquitos y gatas peludas pudimos transmutar nuestra piel para, al otro día, poder regresar de a poco y sin dolor al mundo de los seres humanos. 

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