Jorge Ángel Livraga Rizzi, más conocido por todos sus amigos
del barrio de San Telmo como "el Chofi", es un muchacho que a los 31
años tuvo que irse de su ciudad para buscar nuevos caminos y luego de un
derrotero de casi un lustro de yirar y yirar, se vio atrapado por "la
ciudad que nunca duerme", no B.A., sino la otra, la del hemisferio norte:
N.Y.
El Chofi intentó todo tipo de trabajo, desde limpia pisos
para el negrero de McDowells, hasta barman en el barrio italiano para un tal
Chaz Palmintieri. Pero la verdad es que el Chofi quería poner su propio
restaurante argentino donde se sirvieran milanesas. Todo tipo de milanesas,
desde las clásicas finitas y crocantitas, hasta las gordas y blanduzcas. Las milanesas
van con todo, diría el Chofi en modo Bubba: Milanesas con puré, milanesas con
papafritas, milanesas con ensalada, milanesas con arroz, milanesas con fideos,
milanesas a caballo, milanesas a la napolitana, milanesas duras a la
"pappolitana", milanesas blandas a la "sui generis",
milanesas con salvado, milanesas con pan rallado, milanesas con rebozado,
milanesas con limón, milanesas con mostaza, milanesas con camarones, milanesas
encebolladas, milanesas de carne, milanesas de pollo, milanesas de pescado,
milanesas de soja, milanesas de berenjenas, milanesas de lentejas, hamburguesas
de milanesas, milanesas asadas, milanesas con más milanesas en fin... y así y
así, etcétera y etcétera.
En fin, el Chofi se encontraba inmerso en estas ideas
alucinantes sobre el gran negocio de la milanesa mientras viajaba del Bronx a
Manhattan. En verdad, hacía cinco años que vivía en esa gran ciudad y no tenía
para nada claro donde estaban los lugares más importantes. El subte allá es el
metro o subway. Es un antro apenas más sofisticado que el de Buenos Aires,
aunque sí mucho más extenso y coordinado.
Allá, la gente evita mirarse a los ojos. Bueno, acá tampoco
se mira la gente a los ojos. Ya ni siquiera entre amigos. Ahora todo es ego y
quiromancia. El Chofi miraba fijo a una chica de piel muy pálida y pelo muy
negro y alborotado. Le hacía acordar a una novia marplatense que había tenido
una vez, hacía muchos años. Que loca estaba, pero como la amaba. Cuanto más
conflictuadas, más le gustaban. De repente, la chica yanki dark lo miró y puso
una cara de asco para luego desviar la mirada hacia la oscuridad en movimiento.
El Chofi se sintió apesadumbrado, casi siempre obtenía el mismo resultado
cuando miraba a una chica. Él creía que por dos razones: Una porque simplemente
se colgaba mirando fijo a la gente, a veces sin pensar, simplemente tildado en
la nada. Y la otra, porque se sentía irremediablemente viejo y solo, resultado:
era poco atractivo a la mirada del otro.
Sin embargo, ahora tenía una nueva esperanza y eso no
significaba necesariamente que sería el nuevo jedi de la galaxia... no. La
nueva esperanza era su idea revolucionaria acerca de "Las milangas del
Chofi", que haría retorcerse de gusto a todo Americano de ley. Ya se veía
siendo el nuevo patrocinador del equipo de Los Cachorros o de los propios
Yankees. Después de todo, si algunos de ellos habían logrado imponer el Bagel
en Buenos Aires, no veía por qué un porteño no lograría meter la famosa minuta
tradicional en Nueva York.
Al llegar a Manhattan, para tener una cita con el
prestamista (y socio) que le ayudaría a poner el negocio, el Chofi tuvo una
visión apocalíptica a una cuadra de haber salido del subway. En plena 5ta
avenida, un local gigante llamado "El Imperio de la Milanga", con
tres pisos, mesas afuera, terrazas y lleno a tope de relucientes yankis
mordisqueando el clásico porteño como si se tratara de una película de jocosos caníbales.
Se acercó al local con el ánimo destruido, aniquilado. El
local no sólo tenía la amplia variedad que el chofi tenía en mente sino que
hasta habían doblado la apuesta a menús inverosímiles, “hot” milanesa o pancho
de milanesa, milanesa con tamales, taco milanesa, milanesa barbecue, pizza de
milanesa, helado de milanesa, milanesa con mate...
Era el fin. Le había primereado la idea y al parecer, El
imperio tenía sucursales por toda la ciudad. Sin embargo... en el Harlem no
había. El Chofi no se lo pensó dos veces y apuntó sus cañones a la comunidad
negra, quizás con algunas modificaciones al gusto, pero ahí, finalmente estaba
el huequito que había añorado durante décadas. Así y sólo así sería amado y
respetado por todo el imperio galáctico ¿no? quizás...
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