domingo, 30 de octubre de 2022

3) Cayeron todos



Cuando el Tucu volvió, todos estaban disgregados, perdidos en la nebulosa de sus pequeñas reyertas internas que no lograban zanjar. Era imposible volver a reunir a la banda, porque todos se habían convertido en esclavos de sus propias miserias. Santino y Daisy se habían separado hacía ya algunos años. Ella se había vuelto a sus pagos para casarse con algún cretino de plata que le diera al menos un porvenir tranquilo, sosegado y que no la juzgara tanto respecto a sus fetiches autodestructivos. Santino se había venido abajo, envejecido, filtrado y disgregado en la masa citadina... todo lo que alguna vez había prometido ser se había destruído y el sistema había logrado doblegarlo, hacerlo un bollito y botado a la basura. 

Cuando las cosas se convierten en problemas, los villanos se convierten en tus compañeros de ruta. 

Todos desechos humanos, abolucionados por el sistema que los engulle. 

Nada cuerdo podría quedar de todo eso.

Y el tiempo, el implacable, los envejeció a todos. Haciéndoles ver peor que antes. Ensanchando sus cuerpos. Agrietando sus concavidades. Quitándoles brillo.

Destrozados sus corazones por tanto amar, por tanto intentarlo y no conseguirlo, fueron cayendo uno tras otro bajo la agonía del pesar cotidiano, de la rutina que consume, que traspone un día tras otro, como si fuera agua corriente, transmutando horas en días, días en semanas, semanas en meses, meses en años. 

Cuando quisieron acordar, ninguno de ellos lograba reconocerse ya. Sólo aquellos que por a o por b habían conseguido seguir viéndose de una manera más o menos continua podían mantener algo. Aquellos que habían dejado interponerse al tiempo entre ellos habían perdido el contacto, la química, la conexión atávica, ultra necesaria para mantenerse unidos contra la Mátrix que todo lo descompone, todo lo acecha, todo lo destruye, con su fiel aliado el tiempo. 

Al final, cuando ninguno de ellos logró reconocerse, se dieron cuenta que ya no existía una segunda oportunidad, que todos habían perdido su juventud y sus anhelos de alegría infinita, y entonces comprendieron que ahora sólo les quedaba el resto de sus vidas, como a todos les había sucedido antes que a ellos... comprendieron que ante todo lo inevitable del abandono letárgico de la vida, ante el inflexible e inevitable paso del tiempo, cayeron todos... Y ya no quedaban más novelas luminosas para escribir, no más trilogías involuntarias, no más fantasías de grandeza. Sólo lo que podían tomar a cuestas de la vida. 


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