viernes, 14 de octubre de 2022

Carmenchu



Elevando una plegaria al astro solar, pienso, luego existo en este vendabal de emociones descarnadas,

(na vez me enamoré de un hada, otra vez de una reina), 

pierdo la foggy noción de no saber que me pierdo en el laberinto del amor no correspondido.

Entre amores y desencantos, he ido descubriendo que algo se me escapa siempre que me enamoro de alguien, y es el hecho del tercero en discordia. Algo que me perturba aún más cuando estoy con alguien. 

La figura amenazadora del otro siempre es una proyección de un rival que en realidad es fantasmático, ya que el enemigo sólo está en uno mismo.

***

Historia de amor del gallego y la polaca, de como no se concretó, como quedó trunco y unas pocas cosas más... 

Cuando me enamoré de Carmenchu me pasó una cosa rara. Ambos estábamos con parejas en el momento que nos conocimos. Ella subida a una escalera. Yo era nuevo. Le vi sin querer la parte superior de su bombachon blanco. Lejos de excitarme me causó cierta ternura por la nula búsqueda de gustar al otro, sino por la libertad máxima de ser y nada más, sin buscar agradar. 

En una segunda instancia nos conocimos un poco más y aparecieron algunas coincidencias entre nosotros. Y más allá de esas cosas hippies, nos caímos bien, que es lo más importante. En poco tiempo era una de las dos personas que más quería allí. La sentía como una especie de hermana cósmica perdida y encontrada en el lugar menos esperado, en medio del trajín urbano y un ámbito laboral no del todo benevolente. 

Compartimos tardes, charlas, influencias astrológicas y cierta irrefrenable pasión por el arte y la literatura que me hizo pensar varias veces, ¿por qué no nos conocimos antes y bajo otras circunstancias? Cumpliamos con una semana de diferencia, primero ella y luego yo. El día de mi cumple ella me trajo un paquete de Skittles. En sí parece un mero gesto amistoso, pero a mí me llenó de alegría. Pienso que es en lo simple y, sobre todo, en la intención donde reside el secreto de la felicidad.

A veces la miraba a los ojos y me parecía una extraña experiencia, como si de sondear el abismo de su ser se tratase, ya que sus extrañas pupilas me hipnotizaban de una manera total. Su estilo calmo, su parsimonia para las cosas y su agradable buen sentido del humor me terminaron por convocar en su más amplio aspecto. Lo mío trascendía un mero enamoramiento circunstancial. Sentía que en un multiverso posible ella sería esa absurda media naranja del concepto romanticista. Pero más allá de ridículas catalogaciones, ella ocupaba mis pensamientos. Sobre todo cuando a los pocos meses de conocernos, mi pareja decidió dar por finalizada una relación que se había convertido en un callejón sin salida para los dos. Ninguno podía crecer al lado del otro, las diferencias se terminaron por consolidar y ya ni teníamos ganas de ponerle onda al sexo. Así que taza-taza...

Yo estaba en buena parte aniquilado. Cada ruptura me hace añicos el ánimo, la autoestima, las ganas de amar de nuevo y necesito volcar cantidades industriales de energía (que no suele sobrarme) para seguir adelante y no caer en un pozo rallano a la depresión. Todo ese gasto energético me salva del bajón pero me deja agotado, aniquilado, y por si fuera poco, no evita que por momentos sienta fuertes momentos de tristeza y desolación. En mi caso estas situaciones suelen trastocarme mi función onírica con sueños de angustia, pesadillas y una bonita parálisis de sueño que tendría su auge en aquellos momentos de mi vida. 

A los pocos meses, las circunstancias me separarían de Carmenchu para siempre. Cuando finalmente pude levantar cabeza (un poco aunque sea), me dí cuenta que aquella chica (que amaba en secreto porque el nuestro era un amor condenado a no poder expresarse nunca, a no poder concretarse) se había ido para no volver. Todo lo que quedaría sería un contacto virtual en el cual de vez en cuando nos expresaríamos nuestro afecto saludandonos para cumpleaños o ya ni siquiera. A mi lo que más me jodía era la sensación de estar super enganchado con ella y no saber si a ella le pasaba lo mismo, pero sobre todo el hecho de haber conocido a su pareja y que me hubiera caído bien, entonces como que tampoco quería meterme en el medio. Todos esos sentimientos me generaban mucha culpa (absurda culpa) y entonces me quedaba con la sensación de no quedar otra que meterme todos mis sentimientos, bueno... en algún lugar perdido de mi interior. 

El muchacho que la cortejaba tenía mejores condiciones que ofrecerle, quizás era más simpático y buena onda que yo, quizás mas fachero (aunque eso y todo lo demás es subjetivo), pero sobre todas las cosas, había llegado antes y yo tenía que respetar eso. Al menos, eso es algo que tiendo a pensar porque prefiero pensar así y es mi problema creer que después eso será respetado si yo soy o fuera ese él... no sé si se entiende...

En fín, lo que digo es que tuve que aguantarme la situación porque no quedaba otra. Luego me pondría en pareja durante varios años, casi olvidando todo el asunto. Pero mis tiempos no son los de los demás y evidentemente lo que para mí fue una eternidad no lo parece para otras personas. Yo me separé y en cambio ella siguió con ese muchacho, y siguió, y siguió, y sigue... y seguirá supongo, que por un lado me alegro por ella. Por otro lado, maldigo mi clandestina suerte caprichosa, maldigo mi Cupido personal que me condena como a Apolo a enamorarme de un amor no correspondido e imposible. Siempre me he enamorado de mujeres que están muy bien con sus parejas y que duran añares juntos lo que me lleva a la conclusión de que evindentemente ellas son las mujeres indicadas, sólo que llegué tarde... o quizás no, pero por ahí iba la cosa. 

Sólo me resta pensar que quizás esa relación se concretó en un mundo alternativo, en un mundo disperso, en un oximorón de algarroba abuela que teje sus sueños de vendabal incongruente, entre los álamos de la disfonía inversa de la soledad condenada al arrumaco eterno de sendos corazones hermanados por el amor fraternal del deseo inalcanzable de Turno y Lavinia, en cuyas redes viajan las emociones descarnadas del amor que no se logra concretar por tremendas disfonías ancestrales de...



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