martes, 9 de septiembre de 2014

Cadete XXII

Dentro del período de desconche abusivo que siguió a mi vida, y en medio de ese mareo insubordinado de comportamiento artero, me topé con varias personas que validaba un poco esa especie de destape pan sexual, esa especie de liberación por la liberación, del arte por el arte, del hacer por hacer, solo porque lo puedo hacer.
Entre curvas y piernas, vías y estaciones, conocí a un chica bastante menor a mi, pero dentro del límite permitido por la legalidad. Fue en una muestra fotografía de un viejo amigo de la primaria. Yo había ido con una amiga que  había vuelto a ver desde mi separación con V, y entre risas y tragos, mientras nos reíamos de los "artistoides" que frecuentaban el lugar, vi a esta especie de belleza exótica, trigueña, flaca, alta, aindiada, con un aire pocahontesco, achinada y excéntrica. De larguísimo pelo lacio y boca nutrida. En el instante que la vi le quise hacer el amor. Simplemente porque sabía que podía, como ya dije. Lo que vino después fue fácil para mi, la busqué por la redes sociales y no fue difícil ubicarla, agregarla, hablarle, caerle simpático, invitarla a salir y en que al segundo encuentro ya estuviera gritando de pasión abajo mío.
Desde el momento que pude obtenerla podría decirse que fue perdiendo interés para mi, pero era una punta a la que podía recurrir cada vez que quería. Ella parecía enganchada conmigo, no se porque, quizás porque era mas grande que ella, no sé. Pero cada vez que estaba de sequía podía recurrir a ella y hacerla mía a gusto y piaccere y eso me hacía sentir el mas pija de todos.
En octubre me fuí un fin de semana a la isla Martín García con un amigo y nos fumamos toda la yerba. En ese momento decidí que mi vida no era vida y mientras miraba un cielo super estrellado, flotando en una isla perdida del río de la plata, me decidí a empezar a buscar trabajo o en su defecto volver a estudiar algo.
Cuando volví, mi tía de Mar del plata, de visita en la ciudad, me recomendó estudiar algo relacionado con la radio que venía haciendo desde el año pasado y me pasó el dato de un par de lugares. Me gustó la carrera de guion en el ISER, que era a la noche, de seis de la tarde a diez de la noche. Me anoté, pero colgué con la inscripción y cuando quise acordar había cerrado el cupo, decidí dejarlo para el año siguiente, sin embargo, quería hacer algo mas productivo el año siguiente, y aunque no estudiara ni nada, al menos lograr algo. Empecé a colaborar con la revista de arte digital Ambar, escribiendo notas sobre música, cine y mandando algunos poemas de pasión y dolor. Mas luego mandé un poemario a una editorial independiente y a los pocos meses me avisaron que "Poemas, cefaleas y otras monsergas" había sido preseleccionado para ser editado en la camada de jóvenes poetas prestos a editarse al año siguiente. Mi alegría de ser elegido de entre casi doscientos poetas fue inmensa y me dió fuerzas y confianza en mi mismo para seguir mas decidido por el camino de la escritura.
Cuando llegó fin de año tuve la siempre mal ponderada fiesta del trabajo, donde como cada fin de año había que caretearla con los jefes, con los cuales vivías cagando aceito y bancandote su maltrato gratuito todo el puto año y en esa ocasión tenías que poner cara de buenos amigos y brindar con ellos como si fueran los tipos mas piolas y gambas del mundo.
Fué un jueves 30 de diciembre en un grasoso Pizza banana de zona oeste. Yo salía de vacaciones el sábado 1º de enero y había logrado que mis jefes me hicieran el inmenso favor de poder faltar el viernes 31 que trabajaban mediodía, así yo podía irme a la mañana con mi vieja a Mar del plata. Con ese favorsito, Leandro Diaz me hacía sentir que poco menos se la tenía que chupar y llamarlo Leandro el magnánimo. Pero por adentro yo pensaba que era un simple cretino con delirios de liderazgo. Mucha lectura de la editorial Empresa activa para mi gusto.
Nos juntamos en la puerta de la oficina a la noche y nos dividimos en dos grupos. Por un lado un remis con la contadora, la Diuri (la vieja densa) y Marlene (la de maestranza) y por otro, yo con el Pocho y Ferchu love. Ambos venían juntos de su barrio Caballito y en el trayecto me confesaron que estaban de pepa. Les pregunté si no les quedaba un cuartito para mi pero se negaron diciéndome que lo que les quedaba era para mitad de la noche, cuando les bajara el efecto y ya sintieran ganas de pegarse un tiro en la nuca. Me sentí un poco dejado de lado y durante toda la noche me sentí igual. Con los únicos que tenía onda estaban de viaje y encerrados en su propia locura y el resto, un pastiche de vendedores creídos, administrativos viejos y jefes garcas, eran un combo verdaderamente vomitivo. Para colmo de males, mientras comíamos, había un animador muy estúpido. Una especie de payaso tonto que cantaba canciones idiotas con una guitarra eléctrica y se hacía el chistoso. Realmente patético. Le hubiera tirado un zapato de tener uno de sobra. Lo único que me complacía era saber que al día siguiente salía de vacaciones, que por primera vez no me tocaba la maldita segunda quincena de febrero, cuando el verano ya estaba muriendo sino la primera de enero y que si tenía un poco de suerte podría disfrutar de unos buenos días de playa en la feliz.
Las horas pasaban y yo me quería escapar, mientras todos, en evidente estado de ebriedad me incitaban a bailar. -A ver como baila el cadete? Que bai le, que bai le.
Los quería matar a todos, pero me la tenía que aguantar, no tenía la menor idea como volver de aquel lugar que no sabía en que lugar alejado estaba de zona oeste, hasta mi casa en Almagro. Entonces esperé estoicamente a que la cosa fuera muriendo por decantación propia y nos empezaran a mandar a nuestras casa en remises. Sin embargo las cosas no se dieron como esperaba. Fernando, el otro jefe, fue despachando a los vendedores y hasta algunos se los llevó el mismo en su auto, ya que todos vivían ahí por provincia, y para el final quedamos solo un dobaldo y ajeno a la realidad Ferchu love y yo que estaba mas careta, mas cansado y mas enculado que nunca. Mi micro a la costa salía por la mañana y yo con sosteniendo a quebrado Ferchu, esperando un remis que nunca llegaba, mientras el sol empezaba a asomar en el frescor del campo del conurbano.
Finalmente llegó un auto semi derruido con un conductor extraño y nos largamos a toda prisa para la capital. En el trayecto el conductor, un gordo pelado con ojeras, me confesó que era ex bombero, que vió la muerte de cerca en mas de una ocasión y que aquel atrabajo le había dejado daños irreversibles. Además de sincerarse diciendo que estaba hace mas de un día sin dormir. No me hizo mucha falta imaginarme como hacía para seguir despierto, y el tipo aceleraba cada vez mas por una autopista cada vez mas concurrida por autos y camiones. Mientras, Ferchu, seguía papando moscas en su nube de lisergia y alcohol. Yo pensé que si la quedábamos sería una gran frustración, ya que después de muchos años, tenía muchos planes para el año que se avecinaba. Ferchu se despertó cuando íbamos por Flores y pidió al chofer que lo bajara ahí nomás. Se iba a seguir con la joda a los de unos amigos. Yo le pregunté si esa mañana no tenía que ir temprano a la oficina y me miró como diciéndome... yo leo Burroughs papá y se bajó tambaleante. Actitud rock no le faltaba y lo aplaudí por eso, pero ahora yo quedaba solo con ese loco de la guerra y todavía me quedaba un tramo hasta mi casa. Me volví católico creyente otras vez por un breve lapso de veinte minutos y recé, recé y recé para que pudiera llegar sano y salvo a mi casa. Lo logré, y por suerte me alcanzó la plata que nos había dado nuestro jefe. El remís se perdió de vista en la mañana porteña y subí agradecido hasta mi casa. Me quedaban tres horas para dormir en mi cama antes de partir e iniciar mis terceras vacaciones pagas.
Una vez instalado en la casa de mis abuelos de Mar del plata, casi sin dormir, salí a caminar esa tarde del 31 de diciembre por las calles de la feliz. Me llevé mi flamante cámara digital y luego de captar algunas instantáneas, senté en la rambla a observar la belleza del mar argentino.
Recordé a V y cuando nos fuimos un fin de semana solos a mardel, cinco años atrás, cuando salimos por primera vez, y entonces decidí mandarle un mensaje de texto saludándola por el año nuevo.
Tardó, pero me contestó, casi maquinalmente, agradeciendo y diciéndome que estaba con su familia viajando en el velero hacia costas uruguayas. Yo ya no esperaba nada de esa relación, pero por algún extraño motivo aún la sentía cercana. Poco faltaría para que me desengañara definitivamente de aquella relación que había durado entre idas y vueltas mas de cinco años.

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