domingo, 22 de diciembre de 2024
Campamento Krusty en Tandil
viernes, 20 de diciembre de 2024
Un corazón roto no es delator
En los días siguientes a mi regreso del campamento de Ezeiza anduve muy perturbado por el asunto de Rosarito, entonces decidí reconquistar a la joven muchacha. En una de las caminatas por avenida Saenz con mis padres, entré a un kiosco y pedí que me compraran una caja de bombones. Mis padres sabían todo el asunto de mi noviecita y no pusieron mayores trabas al asunto. Sin dar mucha más opinión accedieron y contento volví a mi casa con el obsequio en mano. La caja tenía la forma de un corazón rosa y era la cosa más cursi y romántica que había comprado en mi vida (hasta ese momento) para una chica.
Apenas podía dormir por las noches, pensando y pensando en como dárselo, y sobre todo, qué decirle. Pensé que otro se lo diera, pero no podía ser tan cagón. Mientras miraba un capítulo de Los caballeros del zodíaco donde Seiya se la pasa cuchicheando son Saori en un tono de melodrama japonés pensé que no podía ser así. Apenas pude tomar coraje, volví a Catalinas sur y fuí con la caja a tocar el timbre en la casa de Rosarito. Me atendió su hermano menor que, sin que se lo pidiera bajó y me saludó. Nos caíamos bastante bien y él sintió que tenía que decirme algo que yo ya sabía. Rosarito había salido a pasear con Nicolás apenas un rato antes. Mi corazón se estrujó de una manera que nunca había sentido. Me fuí caminando desconsolado a la Plaza Malvinas y allí los ví, en las hamacas, charlando como dos tórtolos enamorados. Mis lágrimas comenzaron a caer sin que pudiera evitarlo y el pecho me apretaba de una forma desagradable. Me fuí rápido de ahí antes que me vieran y en el primer tacho de basura que encontré dejé como si fuera un correo la dichosa caja de bombones con forma de corazón. Sí, corazón, como la bendita canción de Los autenticos decadentes que Rosarito me cantaba mirándome en el campamento de Cañuelas. Cuando llegué a casa me encerré en mi pieza a llorar desconsoladamente mientras mis padres preparaban la cena y charlaban de sus cosas y mi hermano miraba la tele, esperando que se me quite lo loco para poder volver a su cuarto también. Después de llorar un rato de forma intensa me quedé dormido y no recuerdo si esa noche cené. Era la primera vez que me rompían el corazón. No sería la última claro, pero como dice la canción del bueno de Cat Stevens... the first cut is the deepest... y ohhh si, claro que lo es.
Me llevó un tiempito superar ese dolor, porque siempre tuve cierta predisposición a maximizar mi sufrimiento interno. Algunos me dicen intenso, o que es mi luna en escorpio. Who knows? Las cosas son así, tengo el teléfono del freak, que está deseoso de volarte la cabeza... cantaba Fito en Cable a tierra. Pero que podía hacer, un pre adolescente, en séptimo grado para superar aquello. Bueno, la vida continúa, siempre... Así es como un día, yendo al colegio, iba leyendo un cuento que me había pasado mi madre: El almohadón de plumas, de un tal Horacio Quiroga. El nivel de perturbación que me generó me sacó de eje completamente. Después de eso quise leer Siddhartha de Hermann Hesse y empecé pero a las pocas páginas lo abandoné. No era el momento para mí y lo retomaría seis o siete años después. En los Scouts tuve que hacer de tripa corazón y bancarme ver a Rosarito con Nico frente a mis narices. Pero aún así, ni siquiera eso me hizo dejar el grupo Scout. Comencé a aceptarlo pensando que en definitiva, primero salía con él, y era yo quien me había interpuesto en primera instancia. En todo caso, todo volvía a como estaba antes. La "relación" me había sacado de mi eje y ahora volvía a mi estado natural, solo y tranquilo.
Para octubre volvimos a un camping en Ezeiza y yo ya estaba bien otra vez. Había dejado de comerme la cabeza por Rosarito y me había propuesto renacer de mis cenizas. Volví al redil del Scoutismo e hice todo lo posible por recuperar mi honor perdido en el campamento anterior. Había estado a prueba unos meses para ver como me portaba y como había dado muestras de cooperación y buen comportamiento, me dieron la oportunidad de tomar la Promesa nuevamente. Para cuando esto pasó, un poco antes del campamento, me había comprometido de una manera total. Me ofrecía de monaguillo cada vez que podía en las misas de los sábados a las siete de la tarde. Hasta el capellán estaba harto de verme siempre al lado del cura haciendo sonar la bendita campanita en el momento de mayor importancia. Tomad y comed todos de él, porque este es mi cuerpo... y la sangre de la nueva alianza que... bueno, no recuerdo todo lo que decía el hombre, pero después de sus parlamentos, yo movía las campanillas. Era algo que me hacía bastante feliz, sin saber bien por qué. Cuando tomé la Promesa (junto con otros chicos) la noche anterior hicimos un acantonamiento en el grupo porque teníamos que hacer la Velada de armas. Un ritual de los tiempos de la Caballería que consistía en pasar la noche en vela, cuidando nuestras armas, que en nuestro caso eran los banderines y escudos de la tropa. Pensando en las máximas y en las leyes y lemas Scouts. Recordando que estamos Siempre Listos! En verdad, todo aquel asunto me encantaba. Ma hacía flashear que estaba en la edad media y que me iban a ordenar caballero. Para colmo, hicieron la ceremonia dentro de la iglesia, lo cual le daba a todo el asunto un aire aún mayor de solemnidad absoluta.
Para cuando volvimos al camping de Ezeiza estaba completamente renovado, por dentro y por fuera. Ahora ya era un boy Scout completo, con uniforme y pañuelo, más alguna que otra insignia. Ese compromiso que tomé en ese lejano año de 1996 me lo tomaría en serio por varios años más, renovando mi interés y compromiso con la Unión Scout Católica Argentina. En verdad, me hizo muy bien tomarme en serio todo eso, porque aprendí que con el compromiso uno madura y mejora como persona. De aquel segundo campamento en Ezeiza recuerdo pocos detalles aunque ya me sentía mucho más centrado y cómodo con mis compañeros Scouts. Gabriel, mi compañero de colegio que había invitado, ya era de la partida y de alguna manera me sentía más acompañado. Aunque recuerdo que en aquel campamento, un chico más grande y peleador le hizo la vida imposible. Recuerdo una pelea en la carpa donde se agarraron a tortazo limpio y el resto nos quedamos petrificados ante tanta violencia. Nadie podía pararlos porque Gabriel era el nuevo pero grandote y fuerte y el otro, Pato, era un bravo total uno o dos años más grande que yo. Al final Pato sometió a Gabo y cuando mi amigo dejó de resistirse lo soltó. Era un poco como me había pasado con Pablo Rancho en los Lobatos. Hay uno que te quiere marcar la cancha, decirte que él es el que manda ahí. Cuando te sometés te dejan tranquilo. Durante toda mi infancia atiné a eso, sobre todo cuando veía que el otro era más fuerte. Era una cuestión de inteligencia y supervivencia.
Al mes siguiente, me fuí de viaje de egresados a Córdoba con mis compañeritos de colegio. Es una historia que quizás cuente en otra ocasión, pero la cuestión es que en el viaje de regreso, una chica del turno tarde se sentó al lado mío y chapamos (esta vez sí con lengua). Me sentí un ganador, pero claro, era algo del momento. Nada que se fuera a extender más allá de aquel viaje. Cuando volvimos del viaje yo me había subido al llobaca y luego andaba piropeando a cuanta compañera de grado me cruzara. No sé que me había comido, pero notaba que cuanto más canchero uno era, más les gustaba a las chicas. Empecé a tener levante de un día para el otro, pero el año ya terminaba y no me había dado tiempo para mucho más. En uno de esos días me crucé con Barbarita y me dijo que se había peleado con Nico. Ahh, que pena le dije. Vos estás con alguien? Me lo pensé, y le respondí lo más estúpido. Si, ando con varias... luego la dejé ahí parada, mirando la nada y me sentí vengado. Había hecho justicia por mi ego malherido. En realidad no, me sentí un idiota. Rosarito ocupaba un lugar privilegiado en mi corazón. Después, de la entrega de diplomas, ese alter ego ganador se esfumó y volví a ser el mismo muchachito tímido e inseguro de siempre. Tendría destellos o momentos de lucidez esporádicos, pero mantener ese Tyler Durden me costaba mucho esfuerzo y cansado de estar en el banco de suplentes, saldría cada vez menos.
domingo, 15 de diciembre de 2024
Fuera del cielo
Una vez expulsados del paraíso, comenzó una nueva etapa para mi familia. Ya nada quedaba cerca, todo era lejos. Iniciaba así mi derrotero en transporte público por la ciudad de Buenos Aires. El boleto estudiantil estaba 0,25 centavos o 5 centavos, no recuerdo pero era muy barato. El boleto de adulto creo que era un peso cincuenta y la diferencia parecía abismal. Al margen de estos detalles de época, recuerdo que entre sexto y séptimo grado comencé a ir a los bailes del colegio. Cuando viviía en Catalinas era de lo más simple porque mi edificio estaba al lado. Ya mudados a Pompeya la cosa se complicaba un poco más. Sinceramente no recuerdo como me las apañé para volver de esos bailes. Si me quedé a dormir en lo de algún compañero o qué, no lo recuerdo. Si sé que Gabo solía invitarnos a piyamadas en su departamento de la calle Azopardo del complejo Fonavi. Quizás así fué pero no lo recuerdo y tampoco importa tanto. Lo que sí recuerdo es que en esos bailes que eran en el salón de actos de la escuela pasaban una música muy de la época. Por ejemplo What is love, The ryhtm of the night y una sampleo de la trompeta de Maceo Parker haciendo Soul power que nunca pude volver a descubrir. En fín, amén de todos los temas de cumbia, Ricky Martin, Luis Miguel y todo lo que sonaba por estos lares a mediados de los noventas.
En uno de estos bailes de colegio me encontré con Rosarito, una chica que iba a los Scouts ya que venía en crescendo la presencia femenina en el grupo. La versión rosa de los Lobatos eran las Chispitas y en el caso de los Scouts serían las Girl Scouts, pero como no sonaba bien eran las Exploradoras. Una de las chicas de más personalidad era ella, Rosarito, una morochita de rulos que tenía un año menos que yo (que parecía un montón en esa época). Iba al mismo colegio pero al turno tarde y era leonina como yo, o sea que iba muy al frente. Nos cruzamos en los pasillos y en la pista de baile un par de veces. Miradas cruzadas que pin que pan... Ella salía con otro chico de los Scouts, Nico, que era más grande áun que yo, uno o dos años más. Pero esa noche no había ido y yo sentía un poco de culpa pero también sentí que no podía dejar pasar la oportunidad. Rosarito me gustaba, porque era muy distinta a mí, porque era arrojada y le gustaba gustar. Bailamos y nos dimos algunos piquitos. Muy besucones los dos. Al final del bailongo quedamos en algo, en hablarnos por teléfono o algo así. Esa noche me fuí a dormir con una nueva sensación, algo que no había sentido nunca. Estar enganchado con una chica.
Cuando nos volvimos a cruzar en el grupo Scout tuvimos que pilotear aquello porque no queríamos que todos se enteraran. Pero fué inútil, todo era como una gran familia o una casa de gitanos. Imposible guardar secretos ahí. Creo que con ese romance me gané nuevos enemigos en los Scouts, pero a mí no me importaba mucho. Nico no fué uno de ellos justamente. Cuando se enteró que Rosarito se había ido conmigo apenas me reprendió y luego me dejó tranquilo. Al menos por un tiempo... Ese tiempo que me dejó no lo supe aprovechar, porque no sabía que hacer con Rosarito. Nunca había estado con una chica y me ponía nervioso ese asunto de tener noviecita. Al principio, por entusiasmo mutuo, la cosa más o menos fluyó. A veces nos veíamos en la semana por el barrio, íbamos a la casa de un amigo mío del colegio y chapabamos (sin lengua). Todo era intenso pero no sabía que hablar con ella, me costaba fluir en todo ese asunto. Después vino un campamento en Cañuelas, en la casa del pelado Emilio, pero esta vez con chicas también. Todos fuimos en tren, recuerdo que combinamos con otro tren aún más viejo que nos dejó en una estación que parecía sacada de una película de vaqueros. Puro far west. En ese campamento noviamos, de una manera distante, más como dos chicos que se gustan que como novios. Ella a veces se alejaba y yo me ponía mal. A veces se acercaba, como cuando una noche estábamos reunidos alrededor del fuego escuchando la radio y sonó la canción Corazón de Los autenticos decadentes. Ella la cantaba mirandome y yo me perseguía sintiéndome mal porque no sabía que significaba todo eso. O sea, me sentía enamorado pero no necesariamente feliz ya que todo eso me hacía sufrir de alguna manera. Eran cosas de chicos preadolescentes pero en su momento parecía terrible. A la vuelta nos fuímos acercando más. Había llevado unas galletitas Nutrigram envase rojo, que traían pasas de uva. Yo ofrecía al son de que eran crocantitas y nutritivas a lo que todos reían. Parece que fuí simpático. Rosarito también se acercó y volvimos sentados juntos dandonos besitos. Los dirigentes no sabían que carajo hacer con toda esa situación nueva. Pero no duraría mucho más.
Quizás todo duró un mes, o dos, no lo puedo recordarlo, pero en ese momento para mí fue un montón. Sobre todo por la agonía que me generaba este vínculo. No sé bien por qué, pero así fué. Para mediados de junio llegó el campamento de aniversario del grupo. Al primero que fuí fue el de Lobos 94, González Catan 95 y ahora este en Ezeiza 96. Allí todo terminó por irse al garete. Allí yo tenía que tomar la promesa, la Scout y esa si que te quedaba para el resto de las ramas. Había todo un runrun con respecto a eso y éramos dos o tres que teníamos que tomar la promera (cuando te dan el pañuelo con los colores de tu grupo). El predio era en el club de SEC, el Sindicato de Empleados de Comercio (¿ironía del destino?). Allí estuvimos desde el primer día preparándonos para el evento que sería el último día. El primer día de camping nos enteramos que estaba Maradona en el predio de al lado, entrenando con Boca. Todos fuímos corriendo, cruzamos una cerca y un alambrado e invadimos el área de entrenamiento. Todos fuímos a pedir autógrafos a los jugadores, pero a mí sólo me interesaba el Diego. También estaban la Brujita Verón y otros pero como yo era hincha de San Lorenzo sólo le pedí al Diez. El Diego estaba ahí medio roto las bolas, de mal humor, diciendonos que nos calmaramos. Estaba en una mala mañana digamos, pero ahí estuve, frente a él unos minutos. Me firmó el famoso Diego (10) en un papelito medio chiquito y rotoso que tenía. Me lo guardé en el bolsillo y rápidamente nos rajaron a todos de ahí. Volvimos al Club de SEC y a nuestras actividades de grupo.
Esa noche me tocó hacer guardia con dos o tres chicos más. ¿Tenía sentido esto de hacer guardia? Sinceramente no lo sé, pero de a grupitos nos íbamos turnando, una hora cada grupo y salíamos a patrullar por el lugar. Pésima idea. Yirando por aquel predio en medio de la noche llegamos a un lugar que parecía como una casucha de esas de energía eléctrica. Las ventanas estaban tapiadas con lonjas de telgopor grueso. Unos de los chicos flasheó Van Damme y se puso a golpear aquellos telgopores. El resto, imitando al otro fuimos a hacer exactamente lo mismo. Como sin pensar. Romper cosas es algo que, sobre todo de chico, da un placer que no se puede explicar. Estábamos como idiotizados, rompiendo por romper. Rápido vino un dirigente de otra rama y nos agarró infraganti en pleno delito. Se armó un enorme escandalo. Los implicados eramos cuatro o cinco, pero creo que el único que estaba por tomar la promesa era yo. El resto eran todos nuevitos, por ende recuerdo que todo el peso de la represalia cayó sobre mí. Quizás había otro más que sufrió la misma suerte pero no lo recuerdo. Nos enteramos que aquella era la casa del vigilante del lugar, del casero del club. Esas ventanas de telgopor las había puesto para protegerse del frío del rudo invierno. Yo me sentí para el culo con todo eso. El resto de aquel fin de semana me la pasé boyando solo por aquel predio. Casi nadie se acercaba a mí, estaba como marcado por la verguenza y el deshonor. Me fuí a sentar a una parte de un bosquecito y en un ataque de enojo saqué todo lo que tenía en mis bolsillos y lo arrojé cuesta abajo. Entre billetes de dos pesos, pelusa, la firma de Maradona y algún papelito más. Todos se perdió. Lloré desconsolado. Mientras los demás seguían sus actividades normalmente yo subí a un puentecito que había allí y los miraba de lejos. Ví como Rosario se hablaba con otros chicos, y Nicolás recuperaba terreno. Y sí, que podía esperar? Había descuidado esa relación, tenía la cabeza en cualquiera y no pude más que llorar mi desgracia. Aquel fué uno de los peores momentos que viví en el grupo Scout. Un momento de caída absoluta. En una especie de tribunal Scout, los dirigentes nos pusieron a dialogar entre nosotros. ¿Que se debía hacer con nosotros? Que castigo nos cabía? El gordo Dinelli dijo que éramos una verguenza y que habíamos manchado el honor de todos ellos. Por dentro tenía ganas de matarlo a ese imbécil, pero por otro lado me sentía súper culpable. La mayoría no opinaron porque hicimos una gamberrada que cualquiera podría haber hecho en nuestro lugar. Yo me sumé sin pensar y ahora pagaba los platos rotos. Era todo tan grave? Ahora pienso que no era para tanto, pero en ese momento me sentía en una corte marcial y no se sentía nada lindo aquello. Algo así como una caza de brujas, algo medio inquisitorio. Uno de los dirigentes, no recuerdo cual porque creo que Ariel y Emilio habían pasado a comandar el grupo y teníamos otros dirigentes nuevos, quizás ya estaba el Pollo, un sujeto que nunca me cayó bien, nos preguntó ¿que castigo considerábamos que merecíamos? Yo dije que no merecía la promesa. Puede ser respondió. En breve me comunicaron la decisión de que no tomara la promesa. Estaría a prueba un tiempo para ver si no me echaban y si me portaba bien, ya tendría la oportunidad de volver a tomarla.
Una vez volví a mi casa me di cuenta que lo hacía sin Rosarito, sin Promesa y sin firma del Diego. Si, volvía con un feo sentimiento de deshonor que pocas veces en mi vida sentí.
(Continuará)
jueves, 12 de diciembre de 2024
Exploradores a la fuerza
Promediando 1995 dos cosas me aquejaban: Que Menem ganaba la sheelección, y mi primer noviecita, una tal Luli. Del Carlo mejor no hablar más, y a Luli la conocí en un cumpleaños de un amigo de un amigo. Era por ahí, en alguna parte de La Boca. Fuímos con camisa y perfume Pibes a full... En medio del bailongo saco a Luli y sin hablar mucho nos dimos unos picos. Mucho más no sabíamos que hacer... Le pedí el teléfono pero cuando la llamé me dijo que no podía. Me olvidé de ella. Yo estaba en sexto grado y, no sé por qué, me sentía re grande. Claro que no lo era, pero en ese momento uno se creía mil. Debe ser algo de la edad... en fin. Cuestión que nos volvimos a cruzar por el barrio y ella con una amiga se me acercó. Pero yo estaba con mis amigos asi que me hice el langa, onda... fuiste pibita. Debe haber sido la primera y última vez que mandé a freir churros a una chica. Soy tan caballero que, por lo general, le dejo ese honor a ellas. No sé bien por qué lo hice. Una mezcla de venganza y de que no me parecía tan importante. Creo que a ella tampoco pero bueno... ahí estábamos, nos habíamos dado nuestros primeros besos.
En el grupo, ahora con los Scouts, la cosa se ponía mas seria. Habíamos estado aprendiendo mucho nudos complejos y armados de carpa arriba de palos y troncos atados. Nunca pensé que algo de lo que me podían enseñar me fuera a servir en algún momento de mi vida, pero ya estábamos ahí asi que le metía. Sin embargo, en los Lobatos era seisenero de la Roja, acá era un mero patrullero de los Lobos. Esa bajada de rango de alguna manera me desmotivaba un poco. Bueno, siempre me desmotivó que me bajen de rango, porque si bien se que a veces caigo en cierta parsimonia de tranquilidad o poco actividad, son los desafíos los que activan mi interés. Ponerme como un peón más me quita las gana de todo. En fin, cosas que pasan... Nuestros dirigentes eran dos chabones bastante copados. Uno llamado Ariel y el otro Emilio. Ariel era un muchacho joven, de pelo largo, medio langa y con un aire a Manuel Wirtz. El otro, Emilio, era un tipo más grande, pelado, con cara de bonachón, tocaba mucho la guitarra y era el prototipo del buen Scout. Podía ser un poco espeso en algunos temas, un poco hinchapelotas, pero era buen tipo. Ambos, Ariel y Emilio.
Esa segunda mitad de 1995 nos fuimos de campamento a Cañuelas, lugar donde Emilio se había afincado con su mujer (también Scout). Tenían un pequeño bebote a cuestas que no tardaría en sumarse a las filas de los Scouts en los años venideros. De ese campamento en Cañuelas solo recuerdo que fuimos en los autos de estos dirigentes. Los caminos aledaños en Cañuelas eran todos de tierra y la casa estaba en medio del campo, literal. Hicimos juegos, hubo peleas y todo lo demás como siempre. Si recuerdo que había una especie de pelitón o tanque Australiano que estaba completamente rodeado de abejas. Yo era (y sigo siendo) muy cagón de todos los bichos que pican, así que les huía como a la peste. Me comí alguna que otra bardeada pero poco me importaba. Hasta ese campamento éramos todos muchachos y no girls allowed.
Cuando volvimos a La Boca (porque siempre era volver a La Boca, no a Capital) estábamos todos un poco más unidos. Mi compañero Gabi o Gaviota se había hecho de la partida y no pasaría mucho para que algunos chicos malosos lo tomaran de punto. El tema con Gabi es que era grandote pero parecía y tenía voz de nenito chiquito. A veces parecía un bebé cuando hablaba y esto, lejos de generar simpatía generaba rechazo. Todos lo bardeaban y le querían pegar. Yo había logrado sobrevivir ahí a base de hacerme bien el boludo, haciendo lo que nunca hago en otros lados, quedarme piola ante las provocaciones. Sabía que si me pasaba de vivo me hacían pomada. Además en aquellas épocas, si bien siempre fuí de mecha corta, tenía menos enojo acumulado así que prefería pasar un buen rato y llevarme bien con todos en la medida de lo posible.
De la rama Scout había dos que tenía montados en un huevo, así como antes a Pablo Rancho que estaba meta doblarme el brazo. Ahora tenía a Rodrigo que me miraba con inquina y me decía raquítico. Yo le decía Somalí, porque además de flaco era negro. Creo que nunca entendió la referencia, mejor porque de seguro me fajaba. Además estaba uno nuevo, medio gordito, un tal Dinelli. El pibe más rosquero, provocador y mete púa que conocí hasta ese momento. Denso como él sólo. No nos bancábamos desde el minuto uno que llegó. Cuestión de piel supongo... Cosas que pasan.
Por otro lado mi familia seguía en caída libre en lo económico. Ese verano del 96 que se avecinaba no me podían mandar al campamento. Ya no había guita ni para eso (porque eran baratos los campamentos Scouts), ni para ir a Mar del plata a lo de nuestros abuelos maternos. En cambio, mis viejos consiguieron un plan mucho mejor... Ir a cuidarle el caserón a una familia que sí le iba bien. Mientras ellos estaban en Disney o no sé donde, durante todo el verano, nosotros les hacíamos de caseros en un barrio bien de Polvorines. Al menos había pelopincho. En el grupo Scout se fueron de camping a Necochea y la verdad que no me morí de envidia. Necochea se me hacía un Mardel más frío y feo. Igual, como siempre, cuando volvimos a principio del 96 a reencontrarnos me contaron que estuvo muy bueno y que pasó de todo, como siempre. Siempre pasaba algo en aquellos campamentos. Yo tendría que esperar al próximo verano para poder ir con ellos nuevamente. No sin antes, desayunarnos con mi hermano lo que nos avisaron nuestros padres en medio de un cena allí en Polvorines. En marzo nos íbamos de Catalinas Sur y nos mudábamos a Pompeya, a un departamento más chico que era de mi abuela paterna. Ambos nos quebramos de bronca y disgusto. Yo me puse muy mal la verdad, pero creo que mi hermano no les perdona ese cachetazo de realidad a mis padres hasta el día de hoy. En fin... se hizo lo que se pudo. Cuando volviera a los Scouts, ya sería yendo desde otro barrio, tomándome uno o dos colectivos, lo mismo al colegio que me faltaba séptimo grado para terminar la primaria. Todo era seguir ahí porque yo quería mantener eso. Pero comenzarían los sacrificios. El sueño idílico de vivir en un barrio hermoso donde tenía toda mi vida se había terminado.
miércoles, 27 de noviembre de 2024
De la seisena a la patrulla
El año 1995 trajo toda una serie de cambios a mi vida. Empezaba sexto grado y mis días en el colegio comenzaban a cambiar ciertas cosas. Las chicas comenzaban a llamar más mi atención e intentaría acercarme a alguna en lo que iba del año. Menem sería reelecto, para pesar mío y de mi familia, con quienes teníamos contados los días en Catalinas Sur. Pero sin adelantarnos, vamos a los hechos...
Cuando volví al Grupo me anunciaron que en breve me pasarían a la rama Scout, esa que es como la central de las ramas, la que inventó Baden Powell y toda la mar en coche escultista.
En una de las kermeses que habíamos hecho para juntar guita para ir a El volcán, había jugado al Bingo y crease o no, gané. Debo confesar que de chico tenía un suerte que no parece acompañarme de adulto, pero bueno... Supongo que será una cuestión de rachas. La cosa es que gané el premio gordo del Bingo, dos pasajes a Colonia. Mi familia no lo podía creer y eso me valió un gran festejo. El pasaje era para algunos meses más entrado el año. Mis padres compraron dos pasajes más y así nos fuímos, junto también con mis tíos y primas, a Colonia del Sacramento, Uruguay.
Se trató de una visita de un día donde paseamos por sus calles empedradas, donde mi tío sacaba fotos, yo juegaba con una pistola de cebita y almorzamos en algún restaurante algo que no recuerdo. La visita no estuvo excenta de postales para el recuerdo, más algún berrinche mío y otro de mi prima menor (los leoninos chinchudos de la familia). Nunca volví a Colonia y quizás me gustaría volver un finde a ver todo ese pueblito antiguo con ojos de adulto. Me encantó el viaje en Buquebús o Ferrylineas, no recuerdo bien en cual viajamos, pero vivíamos literalmente enfrente de donde salían los barcos, un lujo. A la vuelta volvimos de noche y sentarme mirando el cielo estrellado de una manera como nunca había visto hasta ese momento, es algo imposible de olvidar. ¿Y a quién me encontré en el barco yendo a Colonia? Pues ni más ni menos que a Esteban, alias Baloó, alias Esteban quito, etc. Y estaba con su novia (la también dirigente Scout) que me gustaba. Ellos ahí tranquis, mirando el agua, sonriendo, con el viento casi marítimo volándoles el pelo. En fin, todos muy felices.
Una vez ya en el grupo llegó el día de mi paso de los Lobatos a los Scouts. Dejaba atrás esa primer rama más infantil para ingresar a la rama de los preadolescentes por exelencia. ¿Quería eso yo? Probablemente no, siempre me costó dejar atrás mis lugares conocidos, mis zonas de confort, mis seguros refugios... Ese día nadie de mi familia vino a ver mi traspaso, pero para mi era importante. No importa, pero lamento que nadie haya ido a sacar algunas fotos aunque más no sea. Una de las cosas que mas lamento es no tener fotos de mi etapa en los Scouts. Quizás eso sea algo bueno ya que me obliga a recordar más, pero me hubiese gustado tener una foto con el uniforme. Cuestión que tuve que cruzar un puente de madera hecho por los más grandes, un símbolo del traspaso de rama. Muy Campbelliano el asunto, con los ritos de transición y todo eso. Bueno, parece que en los Scouts me esperaban hacía rato porque creo que se entraba a los once años y yo ya estaba por cumplir los doce en breve... un poco pasado nomás. Bagheera me regaló una brújula como despedida, supongo que era algo así como un mensaje, para que no me pierda... Baloó me regaló una especie de señalador Scout de cuerina con un mensaje de Baden Powell y una dedicatoria. Ambos obsequios aún los guardo en una caja con insignias y recuerdos de campamentos.
Una vez en los Scouts, me esperaban allí algunos ex compas de los Lobatos que eran un poco más grandes que yo. Así como en los Lobatos la manada se dividía en un grupos más chicos llamados seisenas (que tenían nombres de colores), en los Scouts era un tropa y se dividía en patrullas con nombres de animales. Si mal no recuerdo había dos patrullas (aunque quizás hubo más), pero estaban los Zorros y los Lobos. A mí me tocó este último y por suerte, me parecía un animal más polenta que el zorro. Acá ya todo era un poco más "militarizado" si se quiere, y se exigía un poco más que en los Lobatos que era un ámbito más de juegos e historias. En los Scouts volvían a quedarte sin uniforme, no importaba que ya hubiera ganado camisa y pañuelo, los Scouts la camisa verde de los Lobatos ya no iba más y en cambio se usaba la camisa color caqui clásico (aún la conservo) de los Scouts, como del resto de las otras ramas. Pero para ganarte tenías que ir todos los sábados, perserverar, tener una buena actitud, no ser peleador y mostrarte Siempre listo! Como decía el lema de los Boy Scouts per sé.
La mitología ya no era referida a las historias de la selva de Kipling, sino a los mitos y leyendas de la caballería. Nuestro patrono ya no era el benévolo San Francisco de Asís sino San Jorge (que fue mi santo preferido mucho tiempo) el caballero que combatía el mal, el matador del dragón. Confieso que los Scouts me gustaban un poco más que los Lobatos, las actividades y las salidas a excursiones me parecían más desafiantes. Hacia junio de aquel año el grupo cumplía 10 años de aniversario y nos fuimos de campamento a algún predio indeterminado de González Catán que como en el caso de Lobos nunca pude redescubrir. En esa acampada de fin de semana me fuí conociendo mejor con mis nuevos compas. Recuerdo que era un predio grande donde había unos perros guardianes que vivían en unas cuchas enormes y me daban tremendo julepe. Nadie se acercaba mucho porque eran perros bravos. De ese capamento recuerdo algunas pocas cosas como que nos sacaron de la carpa a mitad de la noche porque algunos andaban haciendo competencia de miembros. Todos a correr en la oscuridad sobre el pasto mojado. Esta vez yo no había sido el culpable y durante buena parte de mi estadía en aquella rama, trataría de mantenerme alejado de las peleas y rehuir de las provocaciones. Me sentía muy en desventaja respecto a todos los demás. Pocos meses después invitaría a un compañero del colegio a sumarse al grupo. No vendría quien yo quería pero vendría otro, que se sumó y se hizo un Scout acérrimo hasta hoy día. Pero esa es otra historia...
domingo, 17 de noviembre de 2024
Campamento en El Volcán
miércoles, 23 de octubre de 2024
Cacería en la Reserva
Muchas veces me encontraba con gente que criticaba a los Scouts por ñoños o al contrario por ser re milicos. Bueno, es un poco todo y nada a la vez, como la vida misma.
A mediados del '94 comenzó el famoso mundial de fútbol donde un conglomerado de mafiosos de la FIFA, junto al anfitrión USA y una ralea de técnicos, jugadores y delegaciones resentidas, le hicieron una cama al Diego de la gente. Plus que Grondona tuvo que transar y sacrificar al ídolo popular vaya a saber uno por que oscuro motivo. En fin, cosas que ya sabe todo el mundo. Para cuando llegó la final entre Brasil e Italia, me encontraba de vacaciones de invierno en Mardel con mi familia. No olvidaré a mi abuelo puteando a los verdeamarela e hinchando por la Azzurra. En ese momento me parecía un poco raro hinchar por un equipo europeo, pero hoy en día pienso que mi abuelo tenía sus motivos y punto.
Pocos meses después del mundial, pasado el amargor, y estando en mi casa una tarde muy tranquilo, esperando para juntarme con un par de compañeros de clase, una llamada telefónica cortó el día. La vecina del departamento de enfrente tocó el timbre y le dijo a mi vieja que la llamaban por teléfono. Mi vieja salió del depto y yo me quedé por ahí cerca, jugando, mirando la tele, haciendo nada. Los minutos se sucedían uno tras otro y sentía que algo feo se venía. Mi vieja volvió de lo de doña Herminia con los ojos llorosos y un semblante que hablaba por sí mismo. La había llamado mi padre para avisarle que lo habían despedido de su trabajo y la profecía de la gitana se cumplía al fin. Ya algunos meses antes lo mismo le había pasado a un compañero suyo y ahora le había llegado su hora. En ese momento me sentí mal por mis padres, contraje su angustia sin saber bien por qué. Todavía no cobraba cabal dimensión de los problemas que nos esperaban a la vuelta de la esquina. Decidí bajar e ir a caminar por el barrio, ya que respirar me aclararía las ideas. Caminé por las veredas del barrio porque si hay algo maravilloso de Catalinas Sur es la posibilidad de andar tranquilo sin calles ni autos. En eso andaba, perdido en mis pensamientos, manos en los bolsillos en un invierno que todavía no se iba, cuando divisé a dos de mis compas viniendo a lo lejos. Uno de ellos me imitó en mi manera de caminar y poniendo un tono burlón a mi aire circunspecto. Dos minutos después, anoticiados de "mi asunto", las risas se borraron. Era mediados de los noventas y los despidos comenzaban a hacerse cada vez más seguidos en gente conocida. Esta vez le había tocado a mi familia.
Fuera del rollo familiar, los Scouts pasaron de ser un mero asunto recreativo de los sábados a la tarde, en un refugio para mí. Y un 15 octubre nos fuimos de cacería a la Reserva Ecológica, lugar al que había ido pocos meses antes con mi familia y mis tíos a dar una vuelta. Ahora iba con los Scouts a un lugar que hacía poco más de un año que estaba habilitado a la gente para recorrer y hoy es uno de los lugares favoritos de los porteños (incluído un servidor). La cosa es que fuimos todos el sábado por la mañana y marchando, cantando canciones sobre fusiles grandes y cosas un poco grotescas que no vienen a colación. De a poco fuimos atravesando esos caminos de tierra, explorando la flora y fauna de aquel lugar que se había convertido en un ecosistema propio al costado de la ciudad, luego de veinte años de abandono y decidia. Había árboles enormes, sauces llorones, cortaderas y unas plantas que tenían como un peluche blanco parecido al algodón. Además uno podías cruzarse con cierta especie de roedor parecido al coballo, además de lagartos y lagartijas, tortugas, víboras y culebras de todo tipo. En verdad que la reserva era algo diferente, un cable a tierra de verdad. Uno podía sentir que se había ido de viaje, pero si levantabas la vista allí estaban algunos edificios de Buenos Aires, que se erigían para recordarte tu verdadero lugar. La verdadera Jungla estaba allá, entre los edificios.
Caminamos toda la mañana bajo el sol de primavera y rodeamos una laguna interna, rodeada de arbustos, matas y árboles caídos. El barro de los caminos era una cosa imposible de creer por lo espeso y fangoso. Algunos años después eso iría cambiando y el ecosistema de la reserva iría mutando hasta la gran sequía del 2008 donde solo quedaría vegetación. La reserva sería víctima de reiterados ataques ígneos premeditados ya que desde los noventas hasta ahora siempre estuvo la idea de convertir todas esas hectáreas en un gran centro comercial. Por suerte eso no ha ocurrido y espero que nunca pase porque el día que eso pase la alienación de los porteños no tendrá lugar para drenar su locura y en ese caso se volcará contra las autoridades y varios políticos quedaran colgados de la plaza pública como nunca debió dejar de hacerse. Volviendo a la Reserva, ese día hicimos todo tipo de juegos como buscar pistas, nudos y señales para practicar en caso de que uno se perdiera en un lugar así en medio del campo. Aprender a orientarnos por medio de la luz del Sol, o por el viento, o por la misma intuición. Armamos una carpa y practicamos diferentes formas de supervivencia y de análisis de la naturaleza, misma que es nuestra amiga. Después, Akela, Bagheera y Baloó nos leyeron una historia sobre los lobatos y Baden Powell. La leyenda de como usando el ingenio, Baden Powell hizo creer a los Berebeheres que en el fortín ellos eran más de los que realmente quedaban en pie. Luego jugamos a "los juegos de Kim" donde tenes que memorizar cosas que te muestran de forma breve o decir que alimentos se trata según el gusto o el olor. Así desarrollamos nuestro instinto de supervivencia y aprendimos que somos uno con la naturaleza, asi que la cacería al final se trató de aprender a cazar nuestra propia inteligencia para usarla a favor del bien común y tratar de ser siempre mejor.
domingo, 20 de octubre de 2024
Lobatos en Lobos
En el año 1994 empecé los Boy Scouts con un regalo que me hizo mi madre, una flamante navaja Victorinox que conservo hasta el día de hoy. Mis compañeros Lobatos habían ido de campamento de verano a Santa Rosa de Conlara pero mis padres, aún temerosos de dejarme ir me llevaron con ellos a unas vacaciones donde pasarían cosas extrañas.
Durante todo enero estuvimos en Mar del Plata, ahí en la casa de mis abuelos. Allí me encontraría con Diego, un compañerito de la primaria donde viviríamos nuestras aventuras en la playa de Punta Mogotes. Mi hermano iría a bailar con la hermana de Diego al legendario boliche Chocolate pero sus sueños más húmedos no se harían realidad. Nos la pasaríamos escuchando cassettes de Los pericos y de Los Abuelos de la nada, para comprender que eso eramos, más que un montón de nada. Al volver a nuestro barrio Catalinas Sur, apenas estaríamos unos días para luego irnos en familia todo febrero a Merlo, San Luis. Esas vacaciones tan largas y viajeras serían las últimas así de nuestra familia, luego, a mitad de año sobrevendría la debacle económica de nuestra familia. Pero varios meses antes, viviríamos una situación que marcaría quizás nuestro destino. Una mañana en que nos encontrábamos durmiendo, mi padre ya estaba levantado, tomando mate y sol en el jardín de la casa que su madre nos había prestado. Yo había ido dos veces ya con mi abuela y su pareja a aquel condominio en el invierno del 91 y en el verano del 92. Pero ahora iba con mis padres y mi hermano, ellos apenas conocían el lugar, y yo que era muy chico para decir nada, conocía más todo aquello. En esa mañana, una gitana pasó por el frente de la casa y le ofreció sus servicios adivinatorios a mi padre. Yo me desperté en medio de todo aquel extraño suceso y cuando fui al living, aún bostezando y en piyama, me encontré con mi viejo con aspecto contrariado vertiendo un huevo podrido en la pileta de la cocina. Le pregunté que pasaba, que era eso, pero me rehuyó a mi pregunta y se encerró en su cuarto. Luego llegó mi madre que venía de hacer las compras y cuando le dije lo que había visto se encerró en su pieza para hablar con mi padre. Hablaron largo y tendido cuando apareció mi hermano quien se tomó todo el asunto a la ligera mientras se preparaba su desayuno. Yo estaba inquieto, sintiendo que algo siniestro le había ocurrido a mi papá. En el transcurso del día pude saber algunos pormenores más del asunto pero no sería hasta bien entrado el año en que me enteré de lo ocurrido esa mañana allá en Merlo, San Luis.
Con el transcurso de los años pude ir recopilando algunos datos sobre aquel suceso. Al parecer, mi viejo no quiso saber nada con la extraña gitana e intentó expulsarla de la propiedad, pero la vieja le dijo algo que atrajo su atención. Mi viejo se acercó y la gitana le pidió ver la palma de la mano. No se bién todo lo que hablaron porque mi padre siempre se mantuvo muy reservado con todo aquello, pero al parecer la gitana le anunció que mi padre perdería el trabajo aquel año. Además le pidió unos huevos de la cocina y cuando rompió uno delante de él, estaba todo podrido. Mi viejo le dió unos mangos y la vieja se fue. Mi padre fue a la cocina y tiró los restos del "gualicho" en la cocina, momento en el que yo aparecí en escena. La cuestión es que para julio o agosto, mi padre se quedó sin trabajo luego de veinte años de trabajo ininterrumpido en su agencia de publicidad. Fueron a juicio pero su jefe se declaró en bancarrota y a mi padre le pagaron mucho menos de lo que le correspondía. Después de esto, nos tendríamos que ir a vivir a los subirbios y mi familia perdería el modus vivendi que tenía hasta ese momento. Nunca nos recuperaríamos de aquella caída. ¿Que fue ese oscuro asunto con la gitana? ¿Casualidad? ¿Adivinación o maleficio? Nunca se esclarecería el caso.
Pero volviendo al inicio del 94, mi familia seguía bien y cuando en marzo volví a los Scouts, empecé un año intenso. Habíamos hecho con los Lobatos ya un par de acantonamientos que consisitía es hacer noche en el grupo Scout. Allí dormí en carpa por primera vez y fue una experiencia bastante intensa por la mística que todo eso me generaba. Sin embargo, cuando llegó el mes de junio, se anunció un campamento del grupo en algún lugar de Lobos que nunca pude recordar exacto donde fué. Sin embargo, se trató de un camping a medias, porque la realidad es que al menos nosotros los Lobatos, nos tocó dormir en una especie de edificio en medio del campo con varias habitaciones. Allí, Pablo volvió a patotearme sin razón y a retorcerme el brazo. Que extraña fascinación tenía ese chico con mi pobre brazo es algo que nunca supe. Pero se notaba que me odiaba y no quería congeniar conmigo. Por otro lado yo nunca fui muy conciliador. Si le caía mal a alguien por razones desconocidas, lejos de tratar de acercarme e intentar ser amigos, me ponía a la defensiva de una manera visceral. Creo que es algo que me persigue hasta hoy en día. Quisiera ser más diplomático pero me pare algo bastante difícil de conseguir hasta el momento. En fía, volviendo a Lobos, el lugar era muy pero que requete muy extraño. A lo lejos, sobre el horizonte, uno podía ver un tren muy viejo abandonado. Muchos de nosotros queríamos ir a subirnos a ese tren pero no había forma de que los dirigentes nos pasaran corte al respecto. Después, en ese terreno que estábamos, al fondo muy al fondo había una especie de cruz enorme de cemento y abajo de la cruz y túmulo que parecía una tumba. Nos dijeron que allí descansaban los restos de una india que había muertos por un ataque aunque no recuerdo bien de quien. A todo momento nos enterábamos de historias increíbles sobre lobos y malones que habían atacado en tiempos pasados a los pueblerinos del lugar. A mi no me gustaban las películas de terror, era muy impresionable, pero si me gustaba que me contaran cuentos o relatos de terror. Porque me gustaban esas historias y leyendas pero aún no podía ver imágenes aterrorizantes en la pantalla chica. Ese atardecer, en pleno junio y con frío, una espesa niebla empezó a circundar todo el predio y mientras hacíamos una actividad al aire libre, no podía evitar darme vuelta y mirar hacia donde se encontraba la tumba que habíamos visto. A todo momento esperaba ver que de aquella bruma creciente viniera caminando el espectro de la mujer.
A la noche la cosa se puso peor. Todos los Lobatos teníamos miedo porque ese extraño lugar realmente tenía un aura oscura y terrorífica. Antes de acostarnos vimos un acha clavada en el tronco de un árbol con un nombre indio incomprensible. Pregunté que era eso y me dijeron que era el rito del totemismo y nada más, pasaría un tiempo hasta comprender todo aquello. Dormíamos en camas cuchetas y a mi me había tocado estar arriba, Siempre me tocaba arriba por ser muy flaquito, tanto ahí como en mi propia casa. Cuando ya nos habíamos dormido y como si de una escena de Full Metal Jacket se tratase, de pronto se prendieron las luces y nos levantaron a los gritos. Ninguno de nosotros entendíamos nada y fuimos corriendo hacia afuera llevados por nuestro dirigente, el enorme y colosal Baloó. Sin saber bien que pasaba fuimos con nuestras linternas corriendo por en medio de la noche nocturna y campera y busca de alguien que había desaparecido. Todos teníamos miedo y no entendíamos que era lo que estaba pasando, hasta que un grupo de lobatos se concentró en un lugar indeterminado del campo traviesa iluminando a alguien tirado en el piso. Me acerqué corriendo, agitado y sin aire casi, para encontrarme con una imagen extrañísima. Un Scout equis, de la rama siguiente, estaba en el piso lleno de pasto y con sangre en la cara. Las linternas revoloteaban por doquier y el pibe parecía confundido. Rápidamente los dirigentes se lo llevaron adentro y nunca más lo volví a ver.
A la mañana siguiente levantamos "campamento" y nos volvimos a la ciudad material más grande de Argentina, donde no existe relación con lo incomprensible. Ese primer campamento en Lobos me dejaría una huella imborrable para toda mi vida y nunca pero nunca pude entender si todo lo allí vivido fue una farsa para asustarnos o algo más grave. Como con lo de la gitana. 1994 sería un año extraño, donde terminaría mi infancia de una vez por todas y para siempre.
lunes, 30 de septiembre de 2024
Seisena
A poco de entrar Akela me puso a cargo de mi propia seisena. Cada rama se dividía en diferentes grupos; en los Lobatos eran seisenas, en los Scouts, patrullas, etc. En los Lobatos cada seisena tenía un color, en los Scouts eran animales, en los Raiders, pueblos originarios, etc... A mi me tocó mi propia seisena, la Roja. Pero era casi nuevo y yo iba ahí a pasarla bien. Tener la responsabilidad de estar a cargo de mi propio grupo de chicos me generaba confusión. No tenía aceitado casi nada al respecto de como manejarme y no me extraño que un día, en una formación de las que hacíamos a la noche antes de irnos, me hubieran "premiado" con el honor de ser la peor seisena. En aquel momento no me molestó tanto como hubiese querido, pero con el tiempo resignifiqué mucho esa forrada. Entiendo que querían avisparme porque veían algo en mí, potencial o lo que fuere, buscaban que me autosuperara pongamos por caso. Pero nunca me gustaron esos métodos de forreo, aunque tengan un noble cometido de fondo.
Un día de la semana tocaron el timbre de mi depa, ahí en el edificio celeste y blanco de Catalinas. Alguien preguntó por mí y se presentó como Mang. Mi hermano que había atendido el portero eléctrico, mofándose mi dijo que alguien que se llamaba Man o algo así me buscaba. Man y Rama. Yo era tan nuevo que apenas asocié estos nombres estrambóticos con algunos de los chicos de los Scouts. Cuando atendí seguía desorientado y hasta que no bajé los ocho pisos y los vi en la puerta no sabía que Mang y Rama eran Nicolás y Pablo, dos de los seiseneros más importantes de la rama. Nico de la sesisena blanca y Pablo de la Negra. Pero había olvidado sus nombres totémicos inspirados en personajes (un tanto secundarios) del buen Libro de la Selva de Kipling. A veces yo quería ponerme Shere Kan, pero me lo negaban siempre diciendo que el tigre estaba por fuera de la Ley de la Selva. Eso parecía muy importante aunque a mí al principio no me significaba mucho. Para mí El libro de la selva era esa película de Disney que a veces veía en el cable o alquilaba en el video club y que a mi padre le encantaba.
En ese año de 1993 tuvimos unas Olimpadas Scouts a las cuales fuí pero más de visitante que de otra cosa. No era tan buen corredor como me autopercibía y me dejaron correr por insitente aunque poco pude hacer. O quizás si, pero no recuerdo ninguna victoria épica. Sólo ver a los que eran más grandes correr con todo ahí en los bosques de Palermo. No recuerdo si nuestro grupo ganó alguna palma. Tampoco me interesaba mucho. Si recuerdo (y aún conservo) un pañuelo negro y rojo que nos dieron para esas olimpiadas. Ya he olvidado su función. También ese año encontré en las inmediaciones del grupo una garra de gato negra. Nunca supe de donde había salido pero durante mucho tiempo la usé como adorno de mi uniforme. Hace poco, en un ataque de superstición me deshice de ella, después de tenerla treinta años conmigo. Como era de esperarse, mi suerte no cambió ni para bien ni para mal. En agosto de ese año cumplí diez años y antes de que terminara el año, un compañero de mi grado que era compa mío ahí en los Scouts dejó el grupo y nunca supe por qué. Hace un año hablé con él por Instagram y me dijo que se había ido con sus hermanos a otro grupo Scout. Ahora me parece una nadería, pero en el momento en que abandonó yo me sentí afrentado y en aquel momento nunca quise saber por qué se había ido.
Para fin de año tuvimos una gran Kermese que se hacía para juntar fondos para el campamento de verano. Esa Kermese fue la primera de mi vida y me pareció muy divertida, con juegos como el Tumbalatas, la ruleta, emboca la bocha, el sapo y muchos juegos más. Mis padres fueron y jugaron y algo ganaron. Había lucesitas por todo el predio y todas las familias de los chicos Scouts estaban ahí participando con comidas, juegos y actuaciones. Y si bien mis viejos no me dejaron ir a ese primer campamento de verano porque pasabamos todo el verano en Mardel y otra parte en Merlo, me quedé con las ganas y tuve que esperar un año más para poder irme con ellos. Mi vida en Catalinas era como la de cualquiera que vive en un pueblo, simple, despreocupada y feliz.
domingo, 8 de septiembre de 2024
Nuestro Gran Jefe
Cuando entré a los Scouts, en 1993, me sentía un pibe muy ocupado. Los viernes por la tarde iba a Yoga para chicos, los sábados por la mañana iba a torneo de fútbol del colegio y a las 15 horas, entraba a los Scouts hasta las 20, cuando salíamos de misa. Los domingos estaba con mi familia y solíamos quedarnos en casa, a lo sumo ir a dar una vuelta por el Parque Lezama, San Telmo o ir a dar una vuelta con mis amigos por mi barrio Catalinas Sur. Además, estaba yendo a Catequesis porque estaba a punto de tomar la Comunión, aquel rito de traspaso cristiano para chicos católicos.
No hacía mucho que había empezado a ir a los Boy Scouts (los de mi barrio eran Católicos pero existían grupos que no lo eran) cuando tomé la Primera Comunión. De aquello sólo recuerdo haber ido durante un año a Catequesis donde nos daban clases acerca de los temas clásicos de la Cristiandad. Los pecados mortales, otros pecados menores, el Cielo, el Infierno y todo lo demás. Además cantábamos el Aleluya, nos leían pasajes de la Biblia y bueno... yo aceptaba todo eso sin mayores problemas porque por parte de mis padres y, sobre todo de mis abuelos, en mi familia existía algo parecido fe cristiana católica. Quizás mi abuela paterna (cordobesa), era la más devota de la familia y quién más se preocupaba por la educación religiosa de sus nietos, mi hermano y yo, más mis dos primas. Pienso que en ese momento, nadie se cuestionaba mucho acerca de todo eso. Mi abuela me hacía rezar el padre nuestro, el ave maría o el ángel de la guarda y yo repetía todo aquello sin entender muy bien pero a la vez sintiendo que era algo positivo. Uno sentía que eran buenos valores que la mayoría aceptaba porque era algo bueno pero sobre todo por respeto a la fe de nuestros mayores.
Retomando, cuando entré en los Scouts, me encontraba en ese proceso de Comunión y era un momento muy especial. Porque convergía la cataquesis y los Scouts, ambos en el colegio privado del barrio, Nuestra Señora de los Emigrantes, que en sí, era el colegio rival al que yo iba que era un colegio público y laico, el Della Penna. Nos vivíamos cantando canciones de rivalidad y a veces podía haber cierta pica, pero ellos eran los chetos del barrio y nosotros los gronchos. En realidad, los que íbamos al turno mañana nos considerábamos mejores que a su vez, iban al turno tarde de nuestro colegio. Chicos venidos de La Boca profunda. Yo nunca tuve esos rollos de grandeza pero otros sí y estaba quienes negaban vivir en La Boca y sólo reconocer vivir en Catalinas Sur, pero era un acto de negación bastante patético.
Siendo entonces que me encontraba en un momento de estar rodeado por mucho catolicismo, en mi cabeza existía la idea de que en verdad había una comunión mía con lo superior. En la misa de los sábados a las 19, después de haber estado cuatro horas yendo y viniendo por el patio Scout, haciendo juegos, aprendido cosas de scoutismo, escuchando leyendas, merendado y demás, y ahora... llegaba la hora de bajar cinco cambios. Algunos chicos se quejaban y no querían ir. A mi no me volvía loco, pero una vez allí, sobre todo en el momento de comunión y silencio, la eucaristía, entonces sí sentía una conexión y me entregaba a ella. La sentía como algo lindo, de conexión profunda. En mi cabeza volaban mil pensamientos acerca de todo lo que aquello podía significar. Pero la Iglesia del barrio era moderna e imponente a la vez. Los cantos de los feligreses le daban otra motividad al asunto y lejos de sentirme como Bart los domingos en lo del Reverendo Alegría, yo sentía un disfrute allí que nunca me atrevía a confesarle a mis pares. La simbología de los vitreaux, las luces, la ceremonialidad, los cuadros del vía crucis, el olor a madera de los enormes bancos, la mirra... Todo formaba parte quizás de un adoctrinamiento, pero yo lo disfutaba sin reconocerlo, porque me parecía que era parte de algo más grande de lo que se podía ver.
A poco de haber empezado a ir a los Scouts, tomé la Comunión y de aquel día en sí no guardo recuerdos especiales más que el hecho de que vino mi familia. Por ahí está mi foto sentado en posición de orar, en un altar, con un corte taza, abundante pelo lacio y rubio, más un reloj celeste pulsera que aún conservo en una cajita de recuerdos de la infancia. Y de la ceremonia en sí, para mi fue la primera vez que sentí el gusto del vino de la hostia mojada. Fue un encuentro inesperado porque el sabor me pareció entre polémico y delicioso. Si mal no recuerdo, Akela (la dirigente a cargo de los Lobatos, o sea mi rama), vino a presenciar mi Comunión con el resto de los chicos. No estoy seguro de este último dato pero creo que así fué. Quizás por haber caído un sábado, pero no estoy seguro. Cuando volví al grupo Scout al sábado siguiente, Pablo Rancho me torció el brazo y me dijo que me odiaba. Algo pasaba pero me sentí tranquilo de no haber provocado su odio. Era algo que me pasaría a partir de ahí toda mi vida, pero cuando era más chico, entendía menos la situación y entonces también me afectaba menos. Dentro del grupo había algunos dirigentes que tenían un nivel de flasheada tan grande respecto a la cristiandad, que uno por momentos parecía que estaba viendo a los caballeros de la mesa redonda. Ahí estaban sir Gawain, sir Lancelot, sir Perceval, sir Héctor, sir Galahad, etc. Y era tal así que cuando mandaban alguna notificación a nuestros padres, porque sí, en las primeras ramas era algo parecido al colegio, se despedían firmando: Un gran abrazo en Jesucristo nuestro gran jefe. Amén.
martes, 20 de agosto de 2024
En los Lobatos
domingo, 18 de agosto de 2024
Neurosis: Aunque la nombremos, ella siempre está
Existe una especie de idea generalizada, de creencia popular, vox populi, de que nombrar a las cosas por su nombre tiene el poder de exorcizar. Quizás en algunos casos esto pueda pasar, otras veces funciona a medias y en no pocas ocasiones, no funciona para nada. Este último caso pareciera ser el de la propia Neurosis.
En estos tiempos de vínculos frágiles, difíciles, donde si la otra persona no hace lo que yo espero que haga me alejo, desaparezco porque no me escribió cuando yo lo esperaba, no se comportó como yo con él, no cumplió mis expectativas, no le gusté... En fin, a todos nos pasan estas cosas porque sí, aunque usted no lo crea, el ser humano es intrínsecamente un ser neurótico. Es lo que conlleva vivir en sociedad. Cualquier psicologucho de cuarta que diga lo contrario miente y lo hace descaradamente. Sobre todo muchos psicoanalistas que roban con la idea de "curar la neurosis". Eso no existe, es imposible. Quizás algunos crean en la posibilidad de tan quijotesca tarea, pero la realidad es que es imposible. Para dejar la neurosis per sé, habría que volver a nacer, vivir en una isla desierta y arreglártelas para sobrevivir. (Cosa por otro lado bastante improbable).
No, las neurosis se pueden trabajar, se pueden quizás morigerar, pero nunca son extirpadas. Porque no se trata de un tumor y de un quiste. La neurosis es parte de nosotros, parte de nuestro ser, parte de nuestra mente que no calla ni siquiera durmiendo. Y no es de extrañar la alienación. El lenguaje mismo nos convirtió en seres ansiosos, deseantes y desesperados, sobre todo por nuestra búsqueda absurda de afecto y amor. Nada más difícil y a la vez necesario para vivir. Nuestra propia naturaleza es contradictoria. Entonces por eso mismo, como podemos pretender no ser seres al borde de la locura. Lo mínimo es que seamos, al menos de base, neuróticos. Van a estar aquellos que dirán que puden controlar sus ansiedades, su intensidad, sus paranoias, sus inseguridades, o sea, sus locuras típicas de neuróticos clásicos.
Hey vos! Te hablo a vos que venís a chusmear en todas las entradas. A leer. A tratar de comprender. A vos quiero decirte, que no pierdas más el tiempo. Estamos chiflados, vos, yo, él, y todo el resto de la humanidad. No vas a encontrar ningún mensaje privado, nada para decodificar, o quizás si, pero si no te la jugás te quedas ahí, sin hacer nada, y nada va a pasar entonces. Porque como voyeristas no alcanzamos nuestros sueños más decodificados. Si abandonamos el barco no llegaremos a ningún puerto, si preferimos seguir postergando, seguir bloqueando nuestro deseo, obturando nuestros sueños, nos vamos a morir marchitos, sin habernosla jugado un ápice y nada ni nadie nos garantiza de que vayamos a tener otra oportunidad, otra vida, nada. Hasta donde sabemos esto es todo, y después, game over sras y sres. , Entonces, dejemos ya mismo esta paja voyeur, este narcisismo imbécil que nos corroe el alma, esta imbecilidad que nos regodeamos en llamar "nuestro orgullo". Más importante que esa idea ridícula y neurótica es vivir, vivir y vivir. Vivan, vivamos. Movamos ya de acá.
Todo esto es parte del mismo discurso neurótico que nos sigue cagando la vida, atenazados, con miedo a vivir, esperando un milagro que nunca llegará a menos que lo salgamos a buscar con poderosa vehemencia.
viernes, 9 de agosto de 2024
El amor
Durante varios años me aboqué a estudiar una de las cosas más intrigantes del mundo: el amor.
Pienso que el amor es eso de lo que todo el mundo habla sin saber absolutamente nada al respecto.
Y a la vez... ¿que es lo que hay que saber? Porque pareciera ser incognoscible.
Desde los inicios de la memoria colectiva la gente se ha ido preguntando que carajo es el amor.
Porque pareciera ser que si un recién nacido no recibe amor, muere. Después de determinada edad los humanos nos acostumbramos (o aprendemos) a vivir sin amor. Como decía Spinetta, el amor es esa vaca de la que mamo. El amor pareciera ser el verdadero y único combustible que tiene la humanidad para sobrevivir. Sin amor somos seres despreciables y la falta de amor saca lo peor de nosotros.
Ahora bien, tampoco podemos negar que amar es una locura. Cuantas veces nos vimos inmersos en historias amorosas que parecieron poner en duda nuestra capacidad de amar, nuestra capacidad de razonar, de ser seres centrados. El amor nos aliena una banda.
Desde que tuve mis primeros acercamientos al sexo opuesto me di cuenta que tenía una predisposición (desde muy chico) a enamorarme de algunas chicas. De una manera rápida, contundente y patética. Muchas veces (la mayoría) eran metejones que duraban poco, y otras veces, simplemente me dejaban pedaleando en el aire. Peeeeroooo, cuando comprendí que más allá de ser un zoquete, el amor parecía un tema delicado.
Cuando uno es joven y comienza sus primeros romances, uno se manda de lleno, con total liviandad y por lo general no suele ser cauteloso. Uno se entrega sin saber los peligros del amor, y con peligros no me refiero (necesariamente) al otro, al sujeto amoroso, sino al amor en sí. A lo que genera en nosotros y transforma de una vez y para siempre.
El amor es cosa seria, porque no existen pociones para el amor, no existen recetas, no existen fórmulas. Intentar venderte un libro o curso sobre como conquistar a alguien es tan absurdo como querer enseñarte a manejar el universo. NO hay manera. Porque el amor es algo escurridizo, huidizo, caprichoso, en cada caso cada unión da una fórmula distinta. Es imposible de preveer. El que no entiende eso es de una alguna manera un inútil. Nadie puede comprarlo porque el amor es algo incomprensible. No por nada la tradición grecolatina lo mostraba como un niño molesto y caprichoso (Cúpido) capaz de las peores maldades. Porque así como podía hacer uniones positivas, también (y por lo general) disfrutaba hacer relaciones conflictivas (o tóxicas como se dice hoy).
En la liturgia amatoria todos buscan una manera de entender aquello que nos atañe y afecta a todos los humanos desde la prehistoria a la actualidad. Por ejemplo Platón y su famoso Banquete, donde Sócrates, Apolodoro y el resto de los comensales hacen un elogio sobre el amor. Todas son teorías interesantes pero nadie termina de dar en el clave. Porque cada uno lo ve desde un perspectiva muy subjetiva. Y el amor es algo tan personal como universal, existen tantas definiciones como personas hay, hubo y habrá en el mundo. El amor es transversal al género humano, y no se si el reino animal en su conjunto. Pero no nos vayamos por las ramas.
Barthes nos habla del discurso amoroso en la literatura porque siempre existió, desde los griegos (ya antes) hasta ahora. Ovidio escribió una especie de libro de autoayuda para conquistar romanas. En la Biblia existe un extraño poema (El cantar de los cantares) sobre las veleidades del amor. El libro del buen amor en la edad media nos engolosina aún más en todo lo dulce del amor.
Pero también está el trago amargo del amor, como por ejemplo Baumann y su amor líquido. Lo frágil del amor, lo perecedero, y aún hoy en día, lo descartable. Y si, el amor nos hace felices hasta que se termina, y ahí sobreviene el rencor, el enojo, el odio, el sufrimiento más cruel. Porque digamoslo de una vez, el amor es necesario. No podemos vivir sin amor, pero por otro lado, el amor es cruel, nos quema, nos hace sufrir como la peste. Y en eso agridulce que tiene el amor está la clave para intentar comprenderlo. No es algo absolutamente bueno, ni malo. Intentar evitarlo puede ser fatal para cualquiera, encararlo también. Y en su esencia de emoción caprichosa, con los años nos damos cuenta que quien busca el amor no lo encuentra, y quien no lo busca sí. (Piensen en el mito de Dafne y Apolo sino). Nos buscabamos sin buscarnos diría Cortázar. Pero no podemos engañar al amor. Sabe si uno le quiere rehuir o lo quiere encontrar y por lo general nos castiga con lo que no queremos. Amor o no-amor. Maneja ambas gamas.
Y creo que por más que leamos a Platón, a Descartes, a Fromm, a Baumann, Barthes o Bourdieu, creo que nunca vamos a comprender el amor del todo. Porque el amor es justamente eso, algo confuso, incomprensible, escurridizo, fatal y mágico a la vez. Pero bueno, es parte de nuestra esencia humana vivir con ese tormento del amor o la falta de. ¿No?
domingo, 7 de julio de 2024
Fuimos Scouts
Una vez Scout, Scout para siempre. Escuché esta frase de forma lateral y casi sin prestarle mucho atención en su momento. Con los años la volví a escuchar en relación a la Masonería. Es muy probable que Baden Powell (el fundador del Escultismo, no el guitarrista brasileño), haya sido Masón.
Lo poco que sé respecto a este buen señor lo aprendó sin querer cuando estaba en los Scouts. Más específicamente en la rama de Lobatos. Lo primeros sábados que comencé a ir, notaba dos cosas que me llamaban la atención de nuestro "cubil": primero que nada, el intenso aroma a galletitas. Segundo, el cuadro de un viejo con sombrero de guardabosque y un pañuelote como corbata. Después claro, la inmensa cantidad de símbolos como la cruz, la cara del lobo y la bien ponderada Flor de Lys.
En ese momento tenía nueve años y toda info que entraba por mis retinas tenía la fuerza de un impacto terrible en mi ser. La iconografía Scout es poderosa, y en el caso del grupo al que yo iba se sumaba a la ya tan conocida iconografía Cristiano-Católica. Muy impactante desde el punto de vista inmaterial. Había toda una simbología que funcionaba muy bien para un pibe con cierta sensibilidad. Todo aquello era un revoltijo de misterios que incluían Edad media, cristianismo, cruzadas, caballería, El libro de la selva de Kipling y un mundo interminable de conocimientos referidos a la naturaleza.
En ese otoño/invierno de 1993, una de las cosas que más recuerdo es estar sentado en un gran cuarto donde nos reuniamos todos los Lobatos y que uno de los dirigentes nos hiciera cantar El Oso de Moris, pero en la versión de su hijo de la flamante película Tango Feroz. Yo vivía en el bosque muy contento... caminaba, caminaba sin cesar... Bueno en fín, la canción es por todo el mundo conocida. La cuestión es que nos la hicieron cantar porque no sé... supongo que le veían algún tipo de relación con la iconografía propia de nuestra rama (Lobatos) ya que estaba inspirada (por decirlo de alguna manera) en los personajes de El libro de la selva de Rudyard Kipling. Uno de los personajes fundamentales era el oso Baloo o Balú, aquel que muchos conocíamos sobre todo por la película de Disney que veíamos en la tele. Ese oso bonachón y corpulento, medio bagabundo y ramplón, que pretende hacer de tutor del niño Mowgli, cuando el consejo de la Manada había dictaminado que volviera con los suyos. Sobre todo por el peligro que representaba Shere Khan, el tigre que se quería zampar al niño de un bocado sólo porque era humano. Si, Shere Khan representa de algún modo el instinto de supervivencia de Animalia frente a la voracidad cada vez mayor del Ser Humano. De alguna manera, el tigre protege a la Selva (el mundo salvaje) del hombre, que ya no pertenece a ese lugar. Es algo clave en este asunto, porque si bien existen diferencias entre la película (que es apenas una historia y media) y el libro de Kipling (otro masón), la idea central es la misma. La voz de la Manada es la voz de la democracia, ellos dictaminan lo que parece más justo. Ni la destrucción del niño (que más allá de ser humano no deja de ser un cachorro) pero tampoco la permanencia de él en los dominios de la naturaleza (lugar que le corresponde al reino de Animalia y que la humanidad hace milenios abandonó).
En los Scouts, los Lobatos eramos en conjunto la Manada, y Akela (nuestro dirigente) era quien nos llamaba para hacer (y ser) Siempre mejor. Todos formabamos parte de una micro comunidad dentro del Grupo Scout, donde nuestra primer rama era la de los más chicos y por ende los más coaccionados. Pero nosotros, los Lobatos, teníamos algo muy en claro. Si no obedecíamos los mandatos del consejo, el llamado de la Manada, nos convertiríamos en Bander Logs (los monos que vivían en los árboles y no se regían por ninguna ley). Clave en esta historia es la Ley de la Selva, no en el sentido de un "vale todo" como lo solemos pensar hoy en día, sino al contrario. La Ley de la Selva es aquello a lo que todo animal debe responder dentro del reino de Animalia. Una serie de preceptos que tienen que ver con saber responder a esas leyes ancestrales. Los monos (Bander logs) no obedecen ninguna tregua o pacto entre animales, viven en estado de anarquía total y envidian el soficticado ocio de los humanos. Pero no quieren hacer lo que hace falta para conseguirlo: trabajar. Solo quieren vivir de los resultados y por eso secuestran a Mowgli, para que les diga el secreto de ese rojo elemento (el fuego) ya que creen que saber aquello los convertirán en humanos. Pero Mowgli es un niño criados por lobos, no sabe ni siquiera lo que és el fuego. Mowgli representa a los niños inocentes, pero también es parte de la manada. Él debe aprender a los golpes que la infancia es juego y diversión hasta que llega el momento de crecer. Entonces es hora de armar las valijas y volver a casa, volver con los tuyos. Mowgli primero se quiere quedar en el mundo de los juegos eternos, pero el reino de Animalia con la Manada de Akela y la pantera negra Bagheera, lo empujan a volver con los suyos. El libro de la Selva, como Peter Pan, como Alicia en el país de las maravillas, y gran parte de las historias que Disney tomó de la literatura, son novelas de crecimiento y aprendizaje. No es solo aventura, es también crecer y dejar el nido, el mundo confortable de la infancia para adentrarse en una nueva etapa.
Ese año de 1993 no lo entendí claro, porque estaba en pleno proceso de crecer y me faltaba aún para dejar de ser un chico. Mi madre colaboraba con el grupo haciendo galletitas y tortas, o cocinando en las kermeses de fin de año para reunir fondos para el campamento de verano. Mi viejo aportó su talento de dibujante para hacer un mural dentro de nuestro propio cubil. Con Mowgli, Baloó, Bagheera, la manada con Akela arriba de la piedra, la boa Ka y otros animalitos de la historia. Después, unos muchachos de una rama superior se encargaron de pintar los dibujos que me padre había bocetado sobre la pared y durante muchos años, aquel mural persistió. Hoy los chicos quizás tengan otros rituales del paso de la infancia a la adolescencia. O tal vez carezcan de los mismos y estén condenados a vivir en un mundo sin rituales de crecimiento y eso pueda complicar un poco las cosas. No lo sé... En mis tiempos, haber sido Scout me ayudó pero también sufrí como todos el fin de una etapa y el comienzo de otra. Nadie tiene soliviantado nada al respecto para no zafar de las crisis de edad. Pero quizás, aferrarnos a cierta Ley a ciertas normas de conducta, nos ayude a ser un poco mejores y tener alguna brújula para no naufragar en la anarquía nihilista de los Bander Logs. Y no sé si una vez Scout, siempre Scout, pero algo siempre nos quedará de todo aquello.