lunes, 26 de diciembre de 2022

El potro fantasma


Estaban aturdidos por los truenos. La atmósfera era de un alto grado de electricidad y, en su inocente pensar, se figuraban que el barómetro estaría por los suelos. Aunque para ser precisos, ninguno de los dos estaba muy seguro de lo que eso podría llegar a significar. 

-Acampemos acá Meli, en cualquier momento se viene el cielo abajo...

Ella tenía una cara de circunstancia sospechosa, como cuando de chico te dicen que los regalos ya llegaron y que justo te perdiste a Papá Noel cuando fuiste a la cocina a buscar un vaso de gaseosa. 

-Bueno, dale. Pero Pipa, me parece que abajo de estos árboles puede llegar a ser peligroso, mirá si cae un rayo...

No había tiempo para discusiones, el cielo estaba cambiando de plomizo a negro. Parecía una especie de eclipse por la oscuridad que se cernía sobre ellos. Rápido se corrieron de bajo el gran roble en dirección al pequeño río que estaba a pocos metros, aunque manteniendo cierta distancia del borde por si llegaba a desbordarse. 

-Listo! Pasame ese parante...

-Mfff uffff hop! Yastá.

Los primeros gotones caían como piedras sonoras. Los truenos acompañaban el momento límite de armar la carpa a velocidad record como si se tratara de una competencia de armado. Sus caras demostraban seriedad y concentración. Las gotas empezaban a pegarles en el rostro. En menos de cinco minutos tenían casi todo listo. Ambos metieron todos sus bártulos y se tiraron dentro como si fueran topos asustados, casi como zambulléndose en una pileta olímpica. 

-Uf, lo logramos gordo. Que cagazo que me dió todo esto... que nervios...

-Sí, totalmente... Tranquila, ya estamos adentro... zafaroni!

Los dos se quedaron guardando algunas de sus cosas, tratando de darle orden a ese micromundo de caos que es la carpa Iglú cuando pasan aquellos pormenores en medio del campo. La luz estaba bajísima, parecía de noche hasta que de pronto volvió, menos de cinco minutos después llovía a cántaros, con la fuerza e intensidad que sólo logran las lluvias campestres. 

Ambos se quedaron en silencio, escuchando la sucesión interminable de gotas sobre el cubretecho de la carpa. Ninguno dijo nada, pero los dos temían que hubiera alguna rotura y se filtrara agua. Sin embargo nada de eso parecía suceder. Meli se acurrucó en él... Pipa tuvo ganas de cojer. La lluvia de telón de fondo le parecía demasiado tentador para dejarlo pasar, sin embargo estaba cansado y tampoco daba mucho. De a poco Pipa se empezó a quedar dormido hasta caer en ese red de inconsciencia en la que no se sabe a ciencia cierta si el tiempo se detuvo o si se cayó en un agujero de Alicia y todo transmutó.

El silencio se hizo intenso y el mundo pareció fundirse en algo difuso y acuachento.

Imágenes confusas, restos diurnos y otras visiones pasaban por su cabeza hasta que la voz de Meli lo sacó de ese trance soporífero. 

-Pipa!! ¿Y eso?? 

Despertó de golpe, alterado.

-Ay! ¿Que pasa che? Me asustaste. 

Ella estaba sentada contra el cierre de la carpa. Haciendo silencio con su dedo índice. Ahí vuelve, mirá, escuchá!!

Pipa se restregaba los ojos entre confundido y molesto por haber sido despertado de esa manera. Ya estaba por putearla por la jodita cuando escuchó un trote que se acercaba. Era el sonido de un galope cansino, que se acercaba de a poco. La lluvia había parado y se escuchaban los cascos del caballo chapotear sobre el pasto húmedo. Pipa se despertó del todo y con Meli se miraron entre confundidos y asustados. 

-¿Que? Es una caballo suelto. 

Ella lo miró más aterrada de lo que él esperaba. 

-Sí, pero hace como diez minutos que está trotando alrededor nuestro. Me parece rarísimo. Y perturbador... Por eso te desperté así, perdoná. 

Pipa se quedó oyendo entonces el galope. Era cierto, parecía estar trazando círculos alrededor de la carpa, luego alejarse y volver a circundar a la carpa, por momentos pasando demasiado cerca para el gusto suyo. 

-Quizás sea un paisano que nos quiere asustar, quizás estamos en sus terrenos, no sé...

-Porfa Pipa, andá decile algo...

Pipa la miró seriamente. No quería salir ni a palos pero en verdad todo era demasiado molesto, por no decir perturbador. No quedaba otra que mostrar su valentía frente a su novia. Le asintió, buscó su navaja de cuando de chico iba a los Scouts, se persignó con disimulo y tomó coraje para salir de la carpa. El galope era casi ensordecedor. 

Pero como si se tratara todavía de su sueño extraño, donde lo real se transfigura con lo onírico, al salir de la carpa empuñando su Victorinox, no encontró nada. Ni siquiera el sonido. La llamó a Meli diciendole que no había nada ni nadie. Ella salió con una expresión de incredulidad. Miraron a su alrededor, y sólo el río, los árboles un poco más lejos, y de fondo, las montañas. Se miraron confundidos y a la vez, muertos de miedo. El cielo se abrió y un día soleado y celeste emergió frente a ellos. Eran apenas las dos y media de la tarde.

Levantaron campamento de inmediato y se dirigieron al camino que llevaba de La Caldera a Salta. Apenas se apearon a la ruta pedregoza vieron acercarséles una silueta. De lejos parecía una avispa negra que se arrimaba a sus ojos, luego vislumbraron que se trataba de un caballo. Ambos se detuvieron en seco, pálidos, agarrándose de las manos. De pronto, como si por arte de magia se hubiera cambiado el espectro, emergió una persona del caballo. Al estar más cerca comprendieron que era un vaqueano. 

-Buen día señor. ¿Como está?

El hombre de rostro rojizo y autóctono los miró serio, pero amable. Ambos se avalanzaron sobre él con una retahíla de historias y situaciones que habían vivido en la última hora. 

-¿En donde estában parando?- Preguntó en seco, sin más dilaciones. 

La pareja le señaló el lugar. El hombre palideció por un segundo y luego les dijo que aquel era un lugar sagrado, donde nadie es bien recibido allí. Un lugar "no apto para humanos", luego los saludó y se fué al galope ligero, mirando donde habían estado acampando y negando con la cabeza. Desapareció rápido tras la primera cuesta. Ahora hacía un calor fortíssimo. Se miraron y decidieron seguir camino arriba casi sin hablar, sin poderse explicar nada de lo sucedido. 

No hicieron más de cincuenta metros que entonces se volvió a nublar. A lo lejos se escuchaba regresar un galope lejano y en el acto Meli estalló en un llanto nervioso. Estaban solos otra vez, a la vera del camino, no se veía a nadie en kilómetros a la redonda y seguían relativamente cerca del lugar del "suceso". Pipa trató de mantener la calma abrazando a Meli. Intentó hacerla caminar para alejarse de allí pero era imposible. Ella tenía un ataque de pánico muy fuerte y Él, atemorizado tanto como ella, sólo atinó a cantarse unos villancicos de su niñez. 

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