domingo, 2 de junio de 2024

Los fabulosos cuatro hermanos: El final de la familia felíz



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    Largo, negro y sedoso como el mar en invierno era el cabello de la exótica Mushka. Una belleza atípica, como venida de otro tiempo y otra galaxia. Jona estaba tan enamorado que a partir del momento que se unieron por primera vez, ambos se reconocieron como almas gemelas y ya no podía separarse por mucho tiempo. Esta nueva situación generó malestar en el seno del grupo de Los Bardos ya que la presencia de Mushka comenzó de ser la simple visita eventual de una novia, a una presencia permanente y constante, que además imponía sus gustos y expresaba sus opiniones. La personalidad fuerte de Mushka tenía a Jona completamente agarrado de los quinotos, y no había nada que se pudiera hacer para sustraerlo un segundo de ese estado de absoluta fascinación. Y, como era de esperarse, el liderazgo (antes tan indiscutido) de Jona, comenzó a mermar hasta ser absolutamente abandonado por este. En la línea de sucesión venía sin lugar a dudas el segundo hermano, Juda, que secretamente siempre había ambicionado el poder. Y si bien al principio Juda tomó el mando sin mayores problemas, no pasaría mucho tiempo para darse cuenta de que había sido un error. Estaba claro que Juda era muy talentoso en lo que atañe a lo musical, quizás el mayor compositor del grupo, sin embargo Juda era un mal líder. Jona no le prestaba mayor atención o se sometía sin interés. Por otra parte Sila no le tenía mayor aprecio a Juda porque sentía que lo limitaba y no le dejaba crecer. Sila sólo respetaba a su hermano mayor, pero no al hermano intermedio. Rufo se llevaba bien con todos y sólo quería que sus amigos se pusieran de acuerdo para así poder volver a salir más y pasarla bien. Todos querían a Rufo. 

    Cuando todos se habían mudado al Otro lado (las lejanas Tierras imperecederas), Los Bardos estaban en el Olimpo de los artistas más importantes de todos los tiempos. Pero necesitaban ensayar, perfeccionarse, autodescrubirse. Hicieron viajes por el lejano oriente, más allá del Oceáno de Dunas, del Mar de los Sargazos, del Tiempo, de los Agujeros y los Monstruos. Fueron aconsejados y atendidos por un antiguo Druida venido de tiempos idos (y del cual Sila se haría un acérrimo devoto) y, por momentos, Los Bardos lograron reconectarse con su esencia. Pero una vez vueltos al hogar, los problemas que los esperaban los avasallaban y terminaban peleando a los gritos o incluso a puñetazo limpio. Cada vez que alguna de estas discusiones de dirección afectaban al grupo Juda huía llorando o Jona dando golpes en la pared, o Sila desapareciendo durante días sin saberse nada de él. Rufo siempre se quedaba sentado, teniendo paciencia con el resto. A medida que estos percances afectaban a la Familia, los cuatro hermanos comenzaban a distanciarse cada vez más. La ausencia del primo Levi había dejado la fractura expuesta de la desunión fraternal y todo parecía indicar un final próximo. 

    Rufo desapareció durante un par de meses y los tres hermanos quedaron pasmados. Ninguno esperaba que fuera Rufo el primero en irse. Esa inesperada partida de su más entrañable compañero de banda hizo que tanto Jona, como Juda y Sila se unieran para buscar a su amigo. Recorrieron toda la Isla flotante de las Tierras Imperecederas, pero se dieron cuenta que su percusionista había abandonado las alturas y no tuvieron mas remedio que bajar a su viejo Isla, allí donde el Reino volvía a una nueva época de gloria gracias al nuevo recurso cultural que había implicado la explosión de Los Bardos y de todos los grupos que vinieron detrás. Cuando se dieron cuenta que Rufo había vuelto a las cantinas del viejo terruño para cantar a capella con algunos pobres borrachos del lugar, Los Bardos tuvieron un insight de que habían perdido de vista el eje primal y directo que siempre había caracterizado al grupo. Finalmente lograron convencer, no sin cierta dificultad, a Rufo para que volviera al ruedo con ellos. Hicoeron promesas vanas acerca de no pelear más entre sí, y todo un rosario de máximas y sentencias de buenas intenciones. Pero Al poco tiempo, al llegar el verano y cuando volvieron para volver a sus raíces musicales, no psarían muchos días para que las rencillas comenzaran a aflorar de nuevo. Jona estaba completamente ido, perdido entre el conflicto con su ex Esther, su idilio amoroso con Mushka y tener que lidiar con el nuevo liderazgo obtuso de Juda que no daba pie con bola. Pero lo intentaba. Su liderazgo era torpe, forzado y en vez de alentar lo mejor de cada uno, Juda quería que todos hicieran lo que él decía que había que hacerse. Pero entonces tendrían que ser Los Judas, o Juda y sus Cometas, o algo así. Juda parecía direccionar a la banda hacia un proyecto solista, algo que algunos años después haría un tal Rolando con la famosa banda Perfume Rosa, pero eso ahora no viene al caso. Juda increpaba mal a Sila que intentaba meter algunas creaciones suyas al impenetrable legado de Jona-Juda, pero no había caso. Juda le cuestionaba todo a Sila, desde sus canciones que consideraba verdes, hasta su forma de tocar el sitar. Jona se quedaba a un costado, casi sin opinar, tratando de no pelearse con Juda para no empeorar las, ya de por sí, deterioradas relaciones entre ambos. Sila buscaba apoyo de su hermano mayor, lo buscaba con la mirada, como aquella vez que Jona lo abrazó para darle apoyo emocional. Pero ahora el hermano mayor estaba lejos de todo eso. Rufo miraba serio a los tres hermanos que cada vez estaban más tensos. Por dentro pensaba que había sido un error volver con ellos, que lo habían engañado, que todo seguía igual de mal, o peor aún... Pero antes que pudiera hacer su jugada, Sila se le adelantó ya harto de tanto ninguneo, dio un portazo y dejó Los Bardos. 

    Sila era el hermano menor, el que nadie esperaba que creciera y se hiciera grande por cuenta propia. Pero el niño creció, hizo sus canciones, cobró notoriedad y finalmente se casó con Salomé, la princesa mas bella de toda la vieja Isla. Sus hermanos mayores le tenían cierta inquina y celos por todo esto pero nunca se animaban a confesarlo. Jona finalmente, decidió charlar seriamente con Juda al respecto. 

Jona: Bueno hermanito, creo que todo se fué al carajo, y también creo que es nuestra responsabilidad. No supimos manejar esta situación y ambos sabíamos que se veía venir. 

Juda: Si, si, lo sé. Lo que pasa es que no ha sido fácil para mí tener que tomar la batuta. Ser esta especie de líder de recambio en la que me dejaste. Y yo sé que nadie me banca, pero hago lo que pienso que es lo mejor para el cuarteto. 

Jona: Ya lo sé, pero bueno... Hemos dejado que esto pasara. Y yo tendría que haberte detenido...

Juda: Sí, pero no lo hiciste...

Jona: No puedo, o sea... me cuesta. Estoy con otras cuestiones. Y por otro lado, nuestros egos hacen imposible admitir que Sila merece más reconocimiento, más lugar. 

Juda: Si, ya lo sé. Pero pienso que quizás es un montón. Demasiado para un grupo así, siento que a todos nos queda chico. ¿No te parece?

Jona: No lo sé. Pero tenemos que resolver esto. Vos sos el líder ahora, tratá de estar a la altura. 

Juda: Yo hago lo que puedo, pero ser tu sustituto no es tarea fácil, hace casi dos años que trato de seguir manteniendo a flote a nuestra familia. Pero vos no me ayudás... No puedo solo. 

Jona: Ok, ya veremos como sacamos esto adelante hermanito. 

    Pero las cosas no salieron como esperaban. Al principio, lo mismo que con Rufo, fueron los tres, hablaron con el exiliado, trataron de convencerlo a toda costa que volviera con ellos. Sila regresó, pudieron volver al ruedo por un tiempo, pero finalmente todo aquel malestar que estaba muy en el fondo terminó por separar las aguas para siempre. Los Bardos dieron un último concierto arriba de la vieja colina de la Villa en Cabeza del Indo. Como fue algo improvisado, no fueron muchos los espectadores. Luego cada uno seguiría su camino artístico por separado. Rufo volvería a cantar en las cantinas y a hacer viajes esporádicos a la capital del reino. Sila podría dar cauce a todo su mundo interior, sin tener nadie que le negara nada. Tendría un éxito moderado, y un reconocimiento más bien póstumo. Juda se convirtiría en el compositor más prolífico y popular de los últimos sesenta años en el Reino y de todo el Mundo Libre. y Jona, bueno... Jona seguiría haciendo algunas presentaciones, siempre junto a Mushka, su amada. Recoererían todo el mundo y finalmente vivirían el el Nuevo Mundo. Se recluirían para tener un hijo, el pequeño Junishki. Con el tiempo Junishki se conocería con Jonita y serían grandes amigos. Jona nunca llegaría a verlo. 

    Cuando Jona dejó Los Bardos, descabezó al grupo y nadie más quiso seguir. Juda sabía que el alma de la banda era Jona y que nunca podría dirigir a los otros dos, sin la asistencia de su hermano mayor. Pero al fracturar al grupo bardo más afamado de todos los tiempos, muchos son los que se sintieron defraudados por esto. Y cuando hacía sólo diez años que Los Bardos ya no existían, un campesino llamado Abrám, esperó a Jona en la puerta de su casa una noche de invierno. Jona no lo vió y cuando estaba por entrar siguiendo los pasos de Mushka, Abrám salió de la oscuridad y lo apuñaló por la espalda. Jona apenas pudo murmuar algunas palabras para luego caer muerto al suelo. Según el propio Abrám las palabras de Jona fueron "Madre... ¿por qué?" De inmediato la Guardia Pretoriana que se encontraba de guardia a pocos metros lo apresó. Jona moría así a la fatídica edad de 40 años, cuando comenzaba a sentirse un hombre. Abrám sería condenado algunos meses después con cargo agrabado por Magnicidio. Como se trataba de un hombre loco nunca pudieron saber bien por qué había matado al que (en sus propias palabras) consideraba su héroe. Algunos elucubraron la teoría de que se trataba de un viejo ajuste de cuentas por parte de los Reyes, otrora burlados en su cara por el jóven iconoclasta de provincias. Otros decían que Juda lo había mandado a matar por celos y los más fantasiosos hasta aseguran que fue la propia Mushka la que mandó un alienado para dejarle todo el tesoro de su marido. Nunca se supo nada porque Abrám murió en la horca y se llevó su secreto al Más Allá. Por su parte, Jona se convirtió en una leyenda y con el paso de los siglos, en todo un mito. Hoy en día su estampa es menor a la de un Dios, pero mayor a la de cualquier hombre, como una especie de semidiós, superhombre o mesías. Aunque en realidad, el que estudió algo de historia sabe que Jona era sólo un muchacho, o quizás ese Hermano mayor que a veces nos protege contra todos los males del mundo...

    Un bardo llamado "Rob el Bob" del Rey Carmesí, posterior a la época de Los Bardos, escribió este poema que transcribimos de forma digital a continuación llamado "La Familia Feliz", en homenaje al afamado conjunto de la Villa de la Isla. 

Familia feliz, (un aplauso), 
cuatro pasaron y no volverion.
Hermano Juda, el fresno y el saco, 
se tragó un afrodisíaco.
Rufo, Sila, y Jona también cantó: 
"Vamos a volar nuestras propias canoas"
Metió un dedo en el zoo, perforando todo el jaleo

Azotando el mundo y contra el reloj, 
terminó con su parte de las acciones.
Rollos de plata de oro, 
sacudida por un toc, toc, toc.
Familia feliz, le ahonda esa sonrisa, 
lo que da la vuelta sin duda debe girar;
Pastel de queso, ratonera, Grip-Pipe-Thynne gritó: 
"No vamos a Rin Tin Tin".

Al viejo Rufo le creció la nariz y tiró su ropa de circo
El niño Sila se dejó la barba y sacó otra botella de rarezas
Al desagradable Jona le creció una esposa 
y Juda sacó su cuchillo de poda.
Familia feliz (un aplauso), 
cuatro fueron pero ninguno regresó

Familia feliz, aplauso pálido, 
cada uno a su puerta giratoria.
Buscador Sila, Rufo limpio, Jona cáustico, tan dulce Juda.
Deje que toque su espejo el sargento 
si perdemos la victoria de los peluqueros;
Familia feliz (un aplauso), 
cuatro fueron en pero ninguno regresó.

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