miércoles, 23 de julio de 2014

Cadete III

Mi viejo fue cadete. Eso fue después que mi abuelo se fue de la casa y mi abuela necesitó una ayuda. Mi viejo decidió trabajar en vez de seguir la secundaria. Aquellos eran años de plomo. Años en que las facciones de derecha e izquierda se baleaban por las calles con verdadera pasión. Épocas en que discos como Machine head de Deep purple hacían melenear a jóvenes y saltar al grito "el que no salta el militar", o "Perón, acá tenés los pibes para la liberación", etc.
Mi viejo nunca se metió en política pero no podías ser ajeno a todo tampoco. Un día estaba trabajando y viajaba en taxi para llevar un papel de un lado a otro. Por la radio anunciaron la muerte del presidente, el General Juan Domingo Perón. Imposible no impactarse ante la caída del gran líder político argentino del siglo XX.
Pero todo transcurría muy rápido por esos años. Un día entraba a una gráfica y sonaba en la radio del lugar, La serpiente de Pescado rabioso y otro día lo mandaban a recitales de rock local para ver si músicos como León o Charly usaban las Flecha.
Con los años dejaría su simple y noble labor de mero cadete, y empezaría a interesarse por lo que sucedía ahí, en el estudio publicitario. Aquel oficio de diseñador gráfico que se aprendía de boca en boca, de oreja a oreja y de mano en mano. Luego vendrían los cursos, las especializaciones, los talleres, las tecnicaturas y finalmente las carreras universitarias.
Pero mi viejo fue de los últimos que aprendieron el oficio, por mas que luego, a principios de los 80s tendría que hacer una carrera en una privada.
Pero dejemos estas viejas historias setentistas atrás. En mis épocas de cadete ya no vivía Perón, ya no estaba en boga escuchar a Yes, Led Zeppelin o Invisible, (o quizás si), pero cierta lógica de la degradación del componente humano aún se daba, y de hecho era mas notorio. Notorious.
Mis primeras semanas como cadete estuvieron plagadas de confusión y alegría a la vez de ser un empleado con sueldo nuevamente, pero ese estado lamentable de autocomplacencia no duraría mucho por suerte.
No faltaría mucho para que mis diferencias con la contadora se hicieran cada vez mas grandes y su forma de pedir las cosas sumado a su falta evidente  de cultura, harían que de a poco empezara a odiar mi trabajo.
Pero todavía faltaba mucho para que realmente pudiera odiarlos a todos.

1 comentario:

jlc dijo...

QUE MEMORIA Y QUE BUEN RELATO, GRACIAS POR RECORDAR MIS PEQUEÑAS ANECDOTAS, con las que los criaba. BESO, papá