viernes, 25 de julio de 2014

Cadete V

Al poco tiempo de haber entrado a trabajar de cadete, me di cuenta que la cosa no era tan simple como parecía. Mi labor no solo consistía en la nimiedad nada deleznable de ir a pagar cuentas, llevar papeles o plata al abogado y al contador, o hacer interminables colas en el banco para cobrar cheques (todo eso siempre musicalizado con el mejor rock del condado), sino que de a poco me percataría que mi trabajo, sobre todo y mas que nada, consistía en llevar, transportar y proveer de aparatos celulares a clientes y a los puntos de venta Claro que la PYME en la que trabajaba regenteaba. Lo cual significa que en la mayoría de los casos tenía que viajar a puntos alejados. Al principio, lo mas lejos podía ser San Isidro, mas luego casi todo era en capital (Caballito, Palermo, Constitución, etc), pero no tardarían en cambiar sus puntos de venta y de a poco tendría que sumar viajes a San Fernando, Pacheco, Avellaneda, Sarandí, San Justo y Martinez.
Al principio trabajaba la irrisoria jornada de diez a tres de la tarde. A los pocos meses me sumaron una hora mas hasta las cuatro. Trabajaba solo seis horas, no tenía mucho de que quejarme. Me quedaba buena parte del día para ir a mi casa, a veces dormir una pequeña siesta, bañarme, merendar algo e irme a la facultad.
Todavía insistía en estudiar Psicología, una carrera que llegué mas por casualidad que por vocación. Siempre había querido hacer diseño gráfico, pero un acto de rebeldía en quinto año me hizo virar mi decisión para la carrera maldita. La que recibe mas alumnos per capita por año y tiene menos egresados a la vez en relación al alumnado recibido. La carrera que el vox populi local augura salida laboral. Un ambiente de un 70 % de mujeres ardorosas en busca de chongos intelectuales y donde casi no hay rivales ya que los hombes que cursan o son gays o son troskos, que es casi igual de poco atractivo. Había tenido clases de Psicología en la secundaria y me había ido bien, también me había ido siempre bien en Historia, Geografía, Literatura y Gimnasia, pero evidentemente decidí inclinarme por aquello que tenía tanto atractivo y tanta sexualidad explícita gracias al loco Freud y sus teorías rimbombantes sobre Edipo, castración, neurosis, sueños, etc.
En aquel tiempo me manejaba mucho entre dos hogares, el hogar materno y el nidito de amor que había ayudado a erigir a A. Claro, ella se mudó de la casa de los padres para vivir sola, pocos meses después de que yo empecé a trabajar de cadete, y fuí todo un sostén y apoyo el cual le ayudó a hacer el duro traspaso del abandono del nido, algo mas llevadero. Amén de que le ayude a instalar casi todos los muebles, mamposterías y demás conexiones, dignas de un hombre hecho y derecho.
Se me daba bien lo artesanal y el trabajo hogareño, aunque a veces A me acusaba de ser un poco hijo del rigor y vago. -Si yo no te digo, vos no haces nada. Podrías colaborar un poco mas en la casa no?
-Bueno, pero yo no vivo acá.
Y esa era mi chicana hacia ella. Dejame mudarme acá con vos y haré todo lo que digas, pera ella me miraba con desconfianza y miedo. No se animaba a jugarsela. Ella no sabía si apostar por mi o no. Tenía dudas. Ella necesitaba un hombre que estuviera a la par que ella. Que ya estuviera recibido, tuviera un mejor trabajo, ganara mejor, tuviera auto o la idea de tener uno, la posibilidad de buscar una casa mas grande, y después de todo eso, darle hijos rubios y hermosos. En lo posible nenas.
Yo estaba muy lejos de cumplir con su ideal de vida. La falta de un proyecto propio haría que empezaran rispideses entre ambos. De a poco la pasión y los juegos soft porn que solíamos hacer al principio, irían apagándose de a poco para dejar lugar a un sexo aburrido y costumbrista. Al menos para ella. Yo seguiría calentándome con su cuerpo esbelto y seguiría acabando como un campeón. Feliz. Sin pedirle nada mas a la vida, mas que disfrutar del momento.

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