domingo, 31 de marzo de 2024

Per un amico o AMICI MEI


Cuando llegamos a los 30 años se produce una inevitable escición de amistades. Entre los 30 y los 40 años, todos o casi todos nuestros amigos van bajándose de la calesita en la que estuvimos embarcados entre diez o veintipico de años. A todo el mundo le pasa. Algunos sabiondos o smart ass le llmana entrar en la madurez. Es cierto que muchas veces existen peleas, yeretas amigueras que poco o nada tienen de importante. Sin embargo, a cierta edad, ya no estamos dispuestos a soportar nada del otro. Primero aprendemos a hacerlo con nuestras parejas para luego darnos cuenta que la amistad también puede terminarse. Es una enseñanza fuerte y seria, pero no queda otra. Sí, la amistad también es pasajera y si queremos que persista debemos mantener firme el timón. No bajarnos porque sí. Ser pacientes y tolerantes con el otro. Sino, estamos condenados a terminar odiándonos con aquellos que considerábamos nuestros más cercanos. Nuestros amigos del alma, nuestros hermanos de la vida. 

Existen señales. Porque cuando estaba llegando a los 30s, me di cuenta que con mis amigos de la primaria, la cosa se había agotado. Las juntadas eran más esporádicas, cada uno más concentrado en sus parejas que en sus amigos. Todo parecía repetitivo, los mismos chistes de siempre, las mismas canalladas, y encima, la distancia. Las cosas comenzaron a enfriarse y tuve que salir de un grupo ya esquilmado porque no me bancaba estar ahí de chaperón. Los otros dos hablaban entre sí como si yo no estuviera. Eran sus chistes internos, sus comentarios laborales, su propio narcisimo y egocentrismo. No iba a pedir que cvambiaran nada por mí. Entendí que la amistad se terminó y tuve que dar un corto y rápido adiós. Mi alejamiento no generó mucho más que algunos tímidos intentos donde solía ser más reprendido y cuestionado por mi incomprensible proceder que un intento real de continuar la amistad. A ese grupito de amigos que compartimos desde la primaria, viajes, novias, películas y música, tuve que decirle adiós para siempre. 

De mis amigos de la secundaria me había quedado uno que finalmente fue acoplando otras amistades de su paño artístico. Durante las últimas dos décadas nos vimos, salimos, nos embriagamos, compartimos todo tipo de viajes e historias. Pero de pronto los encuentros comenzaron a hacerse más pausados. Y comenzó el resentimiento de aquellos que no tenían lo que el otro tenía o que estaban enamorados en secreto de vos. Vaya uno a saber que mambo extraño pasaba por sus mentes. Pero si tu mente se viaja tenés que parar. Como viejas chismozas comenzaron a burlarse de las parejas de sus amigos. A juzgar, a criticar, a intentar bastardear al otro porque necesitaban elevar sus miserables vidas. Y de la cobardía de la crítica a espaldas de los amigos, pasamos a la ingratitud y a la infamia. Encima tolerar que tus amigos de años se conviertan en unos pobres fachistoides de cuarta, movidos sólo por el resentimiento y la derrota. Tolerar agravios e insultos, pero lo peor de todo, pagar 20 años de amistad con deslealtad y falsedad. Eso para mi fue ya demasiado. Y si bien había dicho que existían dos o tres amigos a los que les perdonaba todo, tuve que comerme mis palabras y dejar morir la amistad. Porque a veces están los que fuerzan la ruptura porque no soportan la tensión y el compromiso que requiere la amistad. No, no son buenos amigos para nada. Demuestran ser perros rastreros que se arrastran por un puñado de pesos, empeñando la amistad como un bien secundario y accesorio. Que se vayan al diablo. 

En la última cena que nos vimos, todos nos tratamos con mala onda. Todos criticamos y juzgamos al otro. Fue un encuentro fallido. Salieron a la luz (inconscientemente) todas las deslealtades y falsedades que había pululando entre todos y por eso no me sorprendió cuando después de aquel encuentro nada volvió a ser igual. Todos somos con el Perro del Hortelano. Todos vemos en el otro los defectos y errores que más odiamos, pero nadie mira en sí mismo su falla. Nadie labura en sí, en silencio, su propio Cristo... Y entonces, seguimos condenados a creernos los únicos que estamos bien y acostumbrarnos a vivir en nuestra propia locura interna. 

Pues, así las cosas ¿que nos deparará el futuro amigueril? Está claro que a partir de los 40s los grupos de amistades se reducen a un puñado mínimo de elegidos. Con la gente que tenemos mucho pasado, mucha historia detrás, se nos hace difícil seguir. Es como caminar sobre hielo fino. Un paso en falso y todo al diablo. ¿Nuevos ambitos? ¿Nuevas amistades? Puede ser, sin embargo uno no deja de sentir que todo es efímero. Ya supimos la gran verdad, ya la vivimos. Las amistades no son para siempre. Los cortes y rupturas, los ghostings y alejamientos silenciosos son heridas que nos acompañarán siempre como la de parejas, mascotas o familiares perdidos. Ya no están y aunque sabemos que andan por ahí, no volverán. Lo que pasó pasó y aquellos que fueron nuestros grandes amigos, complices o confidentes se vuelven rostros agrios, repelentes, gente con la que no nos queremos volver a cruzar. Y por lo general, eso nunca sucede. 

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