lunes, 18 de marzo de 2024

La mística de La Boca


Nadie sabe a ciencia por qué La Boca conlleva cierta mística que casi ninguno del resto de los barrios porteños detenta. Quizás un poco San Telmo y en menor medida Monserrat, pero ninguno mantiene ese halo mitológico como La Boca. Aclaro que no soy Bostero asi que esto no pretende regodearse en una mera cuestión futbolera. Por supuesto que el hecho de que allí se encuentre la casa de uno de los equipos más importantes del país no es dato menor. Pero más allá del futbol hay otras cuestiones que hacen de La Boca un barrio mitológico. Mas que mitológico creo que La Boca tiene un halo misterioso de magia y sobre todo mística. 

Reconozco que viví allí toda mi infancia y en ese aspecto mi opinión carece de objetividad desde el minuto cero. Pero seamos sinceros, este barrio tiene algo muy especial que lo diferencia del resto porque creo que su mística radica en varios factores que a continuación trataremos de dilucidar...

Primero que nada, el hecho de ser uno de los barrios más antiguos de Buenos Aires le da mucha historia, mucho pasado y ahí radica gran parte de sus mitos. Por ejemplo el hecho de ser uno de los principales barrios que albergaron a gran parte de la inmigración europea de finales del siglo XIX. Una buena parte de los mismos provenientes de Italia, lo que convertiría a La Boca durante mucho tiempo en una especie de Little Italy. No sé si al modo en que pasí en el Bronx (NY) el otro punto cardinal receptor de Inmigración en la misma época. Pero bueno, es innegable que la inmigración italiana se hizo presente en La Boca desde por lo menos 150 años atrás y en verdad los italianos son gente que se hace notar. Esa tendencia al griterío, a la chantada, a la bravuconería y a otros asuntos hizo del barrio un lugar muy pintoresco. Mezclados con la "fauna local" el subproducto de dicha mezcla no podía ser más que explosivo. Los barrios bajos (suburbios) pronto se caracterizaron por sus conventillos coloridos que podrían recordar las chabolas de las afueras de Roma. Además, el idioma italiano se fundiría con el castellano criollo y daría otro subproducto: el lunfardo. Esa especie de slang rioplatense donde la viveza criolla se mezcla con el canyengue de los barrios bajos. En medio de ese caldo de cultivo aparece el tango, una mezcla de musicas de diferentes partes del mundo siendo el folclore, el flamenco español y la tarantella italiana sus mayores influencias, con instrumentos alemanes como el bandoneón y cantantes franceses de estilo romántico. 

De a poco La Boca se iría convirtiendo en esa pequeña Italia, sobre todo por el puerto que funcionaba en el Riachuelo. En la casa del renombrado pintor boquense Benito Quinquela Martin de origen italiano, que dejaría plasmado en sus cuadros la vida portuaria del estibador en aquellos primeros años del siglo XX. Y después la aparición del Club Atlético Boca Juniors, que según la leyenda se eligieron los colores de la camiseta por el primer barco que llegara y al llegar un barco Sueco, bueno... esas cosas del azar ¿no? 

Y la tragedía del tranvia en una madrugada neblinosa de invierno en la que el motor man no pudo comprobar que el puente estaba levantado y allí se fueron aquellos pobres mártires al fondo del Riachuelo. Y la tragedia de la Puerta 12 por la avalancha de gente en la cancha de Boca. La leyenda de La Torre del Fantasma en la avenida Almirante Brown. En fin, mil historias podrían seguir citándose en el barrio de las pizzerías italianas y del azul y oro. La aparición de los barrios Catalinas Sur y Prefectura, con sus colegios Carlos Della Penna y Nuestra Señora de los Inmigrantes. Toda la mística de los inmigrantes italianos recorre todo el barrio, aunque hubieron migrantes de muchos otros lugares, pero ya sabemos que ahí donde van los tanos hacen toda la bullanguería necesaria para hacerse notar los primeros. Pizza, cerveza, vino, fútbol (Boca), pastas y vino los domingos en casa de la mama. Y el mito del barrio que en una época supo ser un barrio de estibadores y barqueros. 

Creo que en gran parte, más allá de todo lo anecdótico que se pueda mencionar, lo notable de este barrio es que pareciera estar detenido en el tiempo. Cuando nos mudamos con mi familia allí a finales de los ochentas el barrio estaba muy poco cambiado a lo que era en los sesentas, o cincuentas, y si uno va hoy en día pasa lo mismo. El barrio mantiene su esencia, aunque mucha gente ya no esté, o se haya mudado. También más allá de aquellos que viven hace muchas generaciones allí, porque el barrio, al margen de las personas que lo habiten, tiene su propia impronta. Es un barrio con su propio espíritu, su ADN, y gracias a Dios nunca se interesaron mucho en construir por eso lares. Su fama de barrio jodido (sobre todo por las noches) mantuvo a raya al chetaje, ya sea este gallina o bostero. Da igual. La Boca, por suerte, no se vende. Porque cuando uno camina por La Boca profunda, ve esa ropa colgando en las sogas de casa en casa, en viejas construcciones casi derruídas, y uno siente que sí, que estamos en el tercer mundo. Que esa es la verdadera Buenos Aires y que todo el resto pareciera ser una fachada falsa, una careteada para decirnos que somos lo que en realidad no somos. Y en La Boca, ese barrio que muchos porteños nunca pisaron ni pretenden hacerlo, nos vemos en el espejo.

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