sábado, 16 de marzo de 2024

La Casa de la Araña Venenosa 3

A veces Vindor solía actuar para sus esclavos, poniendo en escena una triste historia de vida para así generar culpa en ellos. Se nombraba así mismo como el patrón del mal y por momentos tenía el tupé de escusarse diciendo que si era venenoso no era culpa suya sino que era su naturaleza arácnida. 

Ya nadie le creía una palabra y todos pensaban formas para huir o sacàrselo de encima. Ben Jor estaba por demás deprimido, todos sus sueños de bibliotecario se terminaron yendo al garete al comprobar que era un prisionero sin singún tipo de posibilidad de elección. 

Una noche en que todos dormían desperdigados por los amplios pasillos del castillo-biblioteca, rodeados de telarañas y olor a moho, a Ben Jor se le ocurrió una maravillosa idea. Un envenenamiento prolongado, como Vindor hacía con ellos. Algo que lo matara de a poco pero que no despertara sospechas sobre nadie en particular. Debía ser riguroso en extremo para no delatarse. Comenzó a acercarse a las cocinas donde preparaban los brebajes necesarios para alimentarlos a todos, pero grande fue la sorpresa de Ben Jor cuando el cocinero le confesó que ellos no preparaban nunca la comida de Vindor. De hecho, nadie sabía a ciencia cierta como se alimentaba. Claro, de nosotros, respondió malhumorado Ben Jor, para dar la vuelta y volver por donde había llegado. 

Vindor anunció que pronto se harían grandes reformas y les pedía a todos que trataran de rendir aún más. Un pequeño esfuerzo por el bien de todos. A Ben Jor le parecía el colmo de la hipocresía. Todos vivían semi eslcavizados, nadie podía salir y vivían de las sobras literales de la gran araña negra. Ben Jor dudaba y eso seguía reteniendolo. No se animaba a dar el gran salto porque temía caer por un precipio sin salvación ni redención posible. Sin embargo, eso que vivía no era vida sino más bien una muerte en vida. Un muerto vivo. Todos los días eran iguales, sin novedad, feos grises y pueriles. La rutina les aniquiliba el alma y vivían básicamente en piloto automático. Ben Jor se miró la cara en el espejo, una mañana que despertó en particular muy deprimido y notó que había envejecido mucho desde que había llegado a aquel nefasto lugar. Pero su depresión le impedía siquiera poder poner en palabras su malestar. 

Hasta que un día, Ben Jor se miró extrañas manchas en los brazos. Manchas negras que no vaticinaban nada bueno. Le desgradaron bastante porque de alguna forma le hacían verse parecido a Vindor. Algo de aquel lugar los transformaba cada vez más en extensiones de la gran araña de biblioteca. Tenía que poner punto final a todo el asunto antes que se consumiera y fuera demasiado tarde. Es cierto que sacaba provecho del lugar por todo lo que podía leer y conocer pero si el conocimiento era a costa de su vida, debería poner en la balanza que estimaba más. 

Todo quedó al final planeado para esa noche. Cuando todos se acostaron entre costras, roña y telarañas viejas, Ben Jor mantuvo un ojo abierto. Se mantuvo el tiempo suficiente para cerciorarse de que todos dormían en el gran castillo de viejos libros. Reptando como una serpiente (las enemigas mortales de las arañas), Ben Jor se fue sigiloso hasta la cocina donde los cocineros (dos ancianos chupados), dormían la mona. Allí se acercó hasta donde guardaban los cuchillos y se hizo con uno lo suficientemente grande como para degollar un caballo. Siguió su camino hasta la temible recamara del patrón, el centro del universo de libros del reino, el Gran Vindor. Allí, sobre una colosal telaraña suspendida en medio de un vacio oscuro e insondable, se encontraba él. Vindor. La araña con rostro de hombre. Mas aintigua que el tiempo. Ben Jor tomó el poco coraje que le quedaba y avanzó tranquilo por la cuerda pegajoza. Nadie podría saber como se iba a desencadenar el asunto pero la realidad es que Ben Jor confiaba en su suerte. Pero Vindor, que como araña no tenía una pata de zonzo, abrió uno de sus ojos y se levantó de su reposo. Olía al hombrecito, olía el peligro y la amenaza. Pero sobre todo, olía a Ben Jor. 

Asi que sos vos finalmente...- Dijo en un amargo canturreo- Sabía que algún día me traicionarías. No se puede confiar en los más jóvenes...

La voz era un fino y rasposo siseo. Más animal que humana. 

Acercate más si... Ya vas a ver como te retuerzo el pescuezo y extraigo la poca vida de tu cuepro.

Ben Jor avanzaba inmutable y seguro, derecho a sus cuartos traseros. 

Te voy a exprimir como una naranja vieja. De esas que ya no tienen jugo. Vas a quedar como una momia cuando termine con vos. Y te voy a exibir en el sector de arqueología. Como ejemplo!

Ben Jor sudaba y comenzaban a temblarle tanto las piernas como el estómago. Sólo tenía una chance, atacar antes que lo viera. Cortarle una pata le daría cierta ventaja. Dos sería mejor. Pero si le cortaba tres de un sólo golpe, lo tendría a su merced. 

Ah si que ese es tu plannn ehhh jjjjjj sssss... veremozzz

Ben Jor estaba ya a sólo un metro de su oponente cuando la Araña se dió vuelta y le puso la horrible cara frente a él. Ben Jor ante el pánico se contuvo y sin dudarlo le clavó el cuchillo en medio de sus ojos ovalados. Un chorro de líquido verde y putrefacto saltó hacia todos lados, manchando de cuerpo entero a Ben Jor. El grito fue estridente y ensordecedor, pero no había tiempo, antes que Vindor se repusiera y lo aplastara con su gran cuerpo, Ben Jor se puso bajo y atacó si piedad. 

Ben Jor volvió al hall de entrada embadurnado de una fea materia viscosa, verde oscura. Todos los esclavos de Vindor lo miraban temerosos, aferrándose las manos, sin saber que decir o hacer. Ben Jor apenas los miró, se dirigió hasta la puerta del castillo y de una patada violenta hizo volar por los aires la madera. Buscó la traba y desactivó el mecanismo, que al final cedió dejando entrar la pálida luz nocturna de la calle. Todos dudaban si salir tras él cuando se oyeron gorgoteos y sonidos estentóreos más burbujeantes que se acercaban por el pasillo. Vindor se acercaba arrastrándose, machacado y reducido a una masa informe y sanguinolenta, pero sobre todo maloliente. Ben Jor no se dió vuelta y todos temían que Vindor atacara con su aguijón venenoso a Ben Jor por la espalda. Los pasos de la araña eran cada vez menos acompasados y se veía la agonía final del monstruoso ser. En un gran splash, Vindor se deshizo como un puré descompuesto en medio del salón. El asco fue general. BEn Jor traspasó la puerta sin mirar atrás, saliendo hacia el claro como un caballero iluminado por la Luna. El resto salió tras él gritando de terror. 

El verano siguiente, Ben Jor trabajaba para el Rey como asesor. Pero una vez que tuvo que pasar por el viejo castillo de Vindor. El carruaje se detuvo para cambiar de caballos y Ben Jor aprovechó para darse una vuelta por su antigua prisión. Ahora era un gran almacén de vino. Muchos turistas psaeaban por los pasillos del remodelado lugar. Otro aire, otra impronta. Ben Jor se alegró del final de la pesadilla y se felicitó por haber podido huir de lo que parecía una condena eterna. Al dar la vuelta le pareció ver un empleado de cara verde oliva, que escurridizo le escapó la mirada. En pocos segundos había desaparecido en los oscuros depósitos. ¿Vindor? ¿Quien sabe? Ben Jor lo dejó ser. Sabía que el mal nunca es destruído del todo y era posible que en algún momento resurgiera pero en lo que a él respecta, sentía que ya había hecho su parte. 

Fin.

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