martes, 4 de julio de 2023

La vida divina



Cuando Luis se acercó a Boulevard Alem en su mente lo único en que pensó fué en llegar hasta la disqueria del viejo don Ramiro. Sus glorias pasadas habían quedado casi en el olvido. Luisito pensó que quizás, como era un domingo al mediodía tendría todo el local para él. Sin embargo no más traspasar la puerta y sonar el cling cling Luis comprendió su error. Nunca había visto tal nivel de abarrotamiento en su disquería amiga. Miró a Ramiro tras la línea de caja que no paraba de atender clientes y facturar. Luigi trató de acercarse para que al menos lo mirara. Ramiro en un respiro le echó un ojo y se encogió de hombros. Algo pasaría. Quizás la salida de algún vibrante nuevo disco pop. 
Luis pudo observar como muchos clientes salían de la disquería con un disco de tapa negra con un Prisma de Newton en el centro.
Luis no quería eso que todos llevaban. Ya le pondría reparo cuando bajara el fervor popular. Ramiro se liberó por unos minutos y Luis no perdió el tiempo en acercarse. 
_Que pasa que hay tanta gente? ¿Volvió a escuchar música la gente?
Ramiro le mostró una pila de discos negros con un prisma en el centro. 
_¿Lo escuchaste?
Luigi chistó en un claro gesto de negación y desgrado. 
_Hablemos en serio por favor. ¿Tenés lo mío? 
Ramiro se dió vuelta sobre su eje como sólo podría hacerlo un experto disquero de cincuenta años. Atrás suyo, apayado sobre otros discos estaba lo que buscaba Luis. Una tapa convencional con dos tipos de blanco mirando al suelo, como caminando, en un acto de completa confidencialidad y experiencia. 
Conectados con lo supremo, lo divino, lo que es esencial para todos pero que pocos ven. 
_Amor, devoción, entrega... no sabía que se llamaba así. ¿Acá tocan un tema de Coltrane no?
_Un amor supremo.
Luigi no quitaba los ojos de la contratapa, tratando de sacar un poco más de información. 
_¿Cuanto te debo?
_ Son 25.
Luigi sacó la plata justo y se alejó de Ramiro que ya atendía a una pareja de pelilargos confundidos ante tantos discos para elegir. 
Luis se volvió a su casa en un estado de semi trance. Algo le impedía pensar bien. El día se mostraba hostil, como lo es un domingo lluvioso de invierno.
Al llegar a su casa sacó el disco del sobre e inmediatamente lo puso en su tocadiscos que ya estaba preparado esperando. 
El disco arrancaba bum! El tema era conocido por Luis en su versión original, pero esta versión eléctrica era apabullante. 
El segundo tema también de Coltrane era una bella parte acústica, muy agradable.
Cuando llegó al tercer tema, La vida divina, todo fue un subibaja de emocviones. El tema que arrancaba con un órgano tenue de pronto irrumpía un batería que en breve se volvía desquiciada. Y como si fuera poco entraba la guitarra de doce cuerdas de McLaughlin haciendo un corredero de la hostia. Y después entraba Santana, punteando con ese feeling del carajo que tiene el maldito chicano. Y unas voces entonando un mantra insaciable The life divine, The life divine, The life divine, The life divine, The life divine...
Y todo lo que seguía era más y más locura. 
Cuando terminó el lado A del disco, Luis se quedó sentado un buen ranto, tratando de asimilar la intensidad vivida en esa primera escucha. Pensaba que jamás algo le había impactado como eso. Era como cientos de fakires le rayaran el cerebro con limas eléctricas. Sentía que casi había alcanzado la iluminación, el nirvana parecía accesible durante esos nueve minutos y medio que duró todo ese rollo descontrolado. Era como un free jazz mántrico en modo de rock duro. 
Luis creía ver como luciérnagas sobrevolando el living. Eran de variados colores y formas. Todo giraba y giraba de una forma nunca vista. 
Al pararse para poner el lado B realmente se lo pensó unos minutos. No creía estar preparado para más intensidad de ese tipo. Respiró hondo, dió vuelta el disco y bajó la púa con cierta cautela.
No esperaba nada impresionante, sin embargo, estaba equivocado. De entrada aparecía un espamódico punteo de la guitarra McLaughlin, para luego de un breve silencio escucharse una percusión muy santanesca y así tomar forma un extenso tema de quince minutos que era Santana en el más puro estado de gracia con la divinidad. Dejennos entrar a la casa del Señor se llamaba la extensa coda.
Para cerrar, otra breve sutileza acústica.
Luis había quedado al borde la locura. Buscó sus bolsillos más plata y decidió ir a buscar ese otro disco que todos compraban. Necesitaba algo que lo sacara de esa locura que acababa de escuchar. Y ahora, El Lado Oscuro de la Luna lo esperaba para cobijarlo.

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