martes, 12 de julio de 2022

¿Está Nacho? 8

 La secundaria, pabellón y después

La música y Nacho

Cuando terminó la primaria, como suele suceder con aquellos que cursan en colegios que no tienen secundaria, sobrevino el desbande para todos. Al principio fué chocante y reinó la desorientación. Pero luego, a costa de un férreo intento de nuestra parte por mantener unido al grupo, buscamos la forma de seguir viéndonos los fines de semana. O al menos de vez en cuando. 

Por lo que recuerdo, luego del verano anterior a iniciar la secundaria, pasamos por un tiempo sin vernos. Entre todos. Simplemente se cortó el contacto porque cada uno estaba ahora conociendo nuevos amigos, compañeros, gente de sus respectivos colegios. Pero con el tiempo y ante la frustración de aquellas nuevas amistades, más salvajes, con menos raíz, más funcionales a un sistema educativo que por lo general, tiende más a desunir que a unir a sus alumnos, finalmente nos volvimos a re vincular. 

Cuando eso sucedió, parecía que había pasado un siglo. Nos reímos de uno que todavía no tenía pelos en las piernas. Otro había vuelto de un viaje a Misiones y se la pasaba jactándose de que había perdido su virginidad. Todos curtíamos algún mambo diferente al que detentábamos cuando habíamos terminado séptimo grado. En los hechos, por ahí sólo había pasado medio año, pero parecía que hacía mucho más tiempo que no nos veíamos. Cada uno con una realidad diferente en su vida y en su colegio en particular. Eran tiempos de cómics, de películas y poco o casi nada de dibujos o juegos que no fueran el fútbol. 

En medio de ese maremoto de cambios, había algo que ya empezaba a picarnos quizás ya desde séptimo, pero que ahora cobraba un tremendo vigor y era la música. El arte de Euterpe era un medio de identificación muy poderoso y con el transcurso del primer año se iría intensificando cada vez más. Cada uno buscaría músicas, bandas, sonidos y movidas que los identificarían. Podía ser un subgénero cerrado como el punk, o algo más amplio que incluyera todos (o casi todos) los subgéneros de un género. Éste último fue mi caso, no así el de mis compañeros de secundaria que se abocaron al punkrock con absoluta devoción y desprecio por todo lo demás. En el caso de mis ex compas de primaria, la cosa no fué muy diferente. Estaban aquellos que todavía no se enganchaban con la música como Faca y el yorugua, y otros como Gondo que se habían convertido en especialistas de subgéneros que de tan sub ya ni siquiera uno sabían hasta que punto no eran un invento de ellos. En el caso de Nacho la cosa fue simple. Nacho abrazó la música electrónica, y un estilo de piercing, pelo parado y ropa de bolichero de los arcos, bien de finales de los noventas. A nadie o casi a nadie le gustó este nuevo estilo nachesco. Parecía una parodia de sí mismo, pero ok... estábamos en la secundaria, iniciandola, y la verdad es que ninguno era algo muy digno de verse. La edad del pavote a la enésima potencia. Poseíamos cuerpos deformes, híbridos de cuerpos de niños y adultos, cuerpos en plena etapa del desarrollo, creciendo a veces de manera desproporcionada, una mutación deforme, con acné, grasa y bello incipiente. Todo muy feo y desagradable. 

Tenemos entradas

Una anécdota que vale por todo aquel fulero 1997 es que en determinado punto del año, no recuerdo exactamente si a mediados, pero por ahí, nos juntamos en plan de ir al cine. ¿La película? No la recuerdo porque nunca llegamos a verla. ¿Es nuestro querido protagonista responsable de este hecho? Probablemente sí, o no. Ya no importa. La cuestión es que en aquellos tiempos, en general, se estilaba ir a la peatonal a ver una película. Calle Lavalle. Allí estaba el cine Atlas y otros. Cuando aquel día, no recuerdo si un sábado o un feriado, llegamos al centro lo primero que hicimos fue sacar las entradas. Estábamos Nacho, Gabo, Uru, Faca, alguien más y yop... Como teníamos que hacer tiempo, y como buenos noventeros pasamos por los fichines y luego por el McDonalds que está en Lavalle, casi llegando a la 9 de julio. Una vez ahí sentados, se nos acerca un flaco que se sienta con nosotros. Tenía aspecto de Rollinga. Al principio se nos hace el simpático pero luego cambia de tono y nos amenaza. Dice que le demos todo el dinero que teníamos, que lo pusiéramos en la mesa y que si nos hacíamos los vivos nos quemaba ahí mismo a tiros. Al principio dudamos y de a poco empezamos a tirar los tristes billetes y monedas sobre la mesa. El Rollinga se estaba dando un festín. A mí me pintó hacerme el boludo y sacar lo menos posible, pero el rollinga me observó y me dijo "vos te estás haciendo el gil, poniendo cara de boludo, largá la guita o te quemo". Bueno, terminó por convencerme y saqué toda, TODA mi plata, que visto a la distancia serían 25 pesos como mucho, pero bueno... el dinero valía otra cosa. A todo esto nunca vimos si tenía un arma o no, pero tampoco n yo ni nadie se animaba a chequearlo. Él nos dijo que estaba acompañado, que había otro, pero sinceramente no vimos a nadie. Cuando el flaco recogió todo su botín y parecía dispuesto a retirarse, nuestro querido amigo Nacho abrió la boca de forma socarrona: "Dale, apurate que tenemos entradas para el cine". El rollinga no se lo pensó y nos dijo que le diéramos las entradas también. Se las dimos. El flaco se fué con una sonrisa maligna en su rollinga rostro y nosotros lo miramos a Nacho como si todo el asunto hubiera sido culpa suya. Después nos volvimos caminando hasta Catalinas sur, puteando a Nacho por lo bajo y no tan lo bajo, en una tarde frío, de viento y llovizna porteña. Terminamos en lo del yorugua contando lo que nos había pasado y el viejo charrúa que al principio parecía indignado, lanzó una atronadora risotada. Nos dijo: "Les vieron la cara". Y tenía razón. Todos nosotros éramos tan, pero tan pichis, que nos hicieron la guita y las entradas con una simple amenaza verbal. Nosotros éramos cinco (o seis) y ese flaco, uno solo. Nos enojamos con Nacho, pero en el fondo, todos y cada uno de nosotros estábamos enojados con nosotros mismos por haber sido tan ingenuos y perejiles. Eran tiempos duros y difíciles, pero nos dimos cuenta que ya no podíamos andar por la vida como los nerdis simpaticones que habíamos sido durante la primaria. 

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