martes, 21 de enero de 2020

Sobre la Licantropía



Una bala de plata para usted:

Como todos saben, en mis años mozos, yo fui un hombre lobo. La primer luna llena después de haber cumplido los dieciocho años fue el comienzo de todo. El pelo en abundancia, los caninos filosos, la necesidad de aullar, el deseo de la carne sanguinolenta fluyendo de mi boca, como libertino festín.
Pero un día llego el hombre. El curita Pancho, lo llamaban en mi pueblo. Todos sospechaban de mí, porque si; era el séptimo hijo varón de un séptimo hijo varón. Bautizado o no, para mi alma no había salvación posible. Pero a mí no me importaba, porque ya había probado la carne humana y no podía esperar a probar mi siguiente bocado.
La siguiente luna llena, me encontré vagando por las calles de Solano, pero todos habían tomado la precaución de atrincherarse en sus casas. Peor para ellos. Voy a aprovechar y comerme a sus gallinas y animales domésticos. Y si me quedo manija, les mato a los caballos, de paso cañazo, pensé.
Pero no había comido más de trece gallinas y para mí era el plato de entrada, cuando apareció Panchito. Un hombre sereno y amable que me era absolutamente indiferente. No me apetecía matarlo, pero tampoco quería que me interrumpiera. Cuando escuché sus pasos detrás mío, pude sentir el olor asqueroso de iglesia de su sotana. Se me erizaron los pelos de la espalda y me di vuelta gruñendo, rabiando a morir. Si se me acercaba más, lo degollaba ahí mismo de un zarpazo y después me comía, no sé... su cara. Así la gente empezaría a respetarme y temerme y me dejaría ofrendas todas las lunas llenas. Sin embargo, algo raro pasó. El curita me miraba fijo, sosteniendo una cruz plateada en su mano firme. Y su rostro, no tenía ni una pizca de miedo. Me saludó por mi nombre cristiano. Me dijo que yo pagaba con licantropía debido a los pecados terribles de mis ancestros. Y empezó una larga perorata acerca de mis tatarabuelos que habían vendido su alma al maligno a cambio de tierras fértiles y buena bonanza. Sin embargo mi familia era pobre y bien lo sabía el curita eso. Pero solo atiné a gruñir. Como si hubiera entendido, me dijo que claro; mi familia era pobre porque el maligno nunca concede favores aunque eso parezca al principio, solo nos engaña. Pero el mal ya está hecho, dijo. Cuando pensé que se iba a callar y me aprestaba a saltar encima de suyo y destrozarlo, cuando el curita, con cara de inocente, sacó un revolver con su otra mano. A una velocidad que sólo le conocía a los bandoleros más aceitados. Pero el tipo ahí nomás me apunto con un arma que brillaba en la oscuridad. Y me dijo muy calmo.
-Tengo una bala de plata para usted. Disparo y chau, se terminó el chiste.
Gruñí, pero no tanto de rabia como consternación por haber sido atrapado tan estúpidamente por un asqueroso cura de campo.
-Vos pensás que porque soy un mero curita no te puedo disparar. Pero no creo que a dios le importe lo que te suceda. Tu alma ya está condenada, oh si, bien condenada hermanito.
Miré la Luna y le aullé bien fuerte. Otros lobos me contestaron a lo lejos. El curita sonrió. Me dijo que me ofrecía un trato. Mi alma podría ser salvada si me arrodillaba frente a él y le pedía perdón a dios por todo mi mal y el mal de mi familia. Pero lo hacía sintiéndolo, de corazón. Que le besara la mano, se corrigió, que se la lamiera. Yo estaba cada vez más confundido. Empecé a tenerle miedo de verdad. Me parecía un ser revulsivo, manipulador, un chantajista de la más baja estofa.
Le gruñí con desprecio y comprendió. Dijo no no no no, lo lamento por tu almita condenada y amartilló su revolver apuntándome con certero deseo de lastimarme. Yo esperé el fogonazo, pero antes me dijo que si no lo complacía, a mi familia la iban a perseguir, encerrar, le iban a endosar mis crímenes, iban a quemar nuestra casa con o sin gente, etc. Que un ejercito venía en camino, con rifles de plata y me acribillarían en un segundo. No se me movió ni un pelo del bigote. Entonces amenazó con que matarían a todos los perros del pueblo, luego haría una campaña para matar a todos los perros callejeros de la zona, la provincia, el país... el mundo!
Mis ojos relucieron un brillo rojo y lancé el último aullido antes que la bala me atravesara el gaznate. Después, lo que siguió fue un poco confuso. De dos saltos, salté hacia él y le desgarré el pecho de dos zarpazos mortales. El curita cayó al suelo y le desgarré la ropa, le arranqué su corazón latiendo. Después se me nubló la visión, sentí perder mucha sangre y caí. Antes de perder el conocimiento, vi como apareció toda una manada de lobos salvajes que barrió con el curita en un segundo, del cual apenas si quedaron sus huesos ensangrentados desparramados por allí. Me recobré en una especie de cueva. Estaba rodeado de adolescentes en cuclillas que me observaban. Ya era de día. La voz de una chica que me mostró unos ojos verdes refulgentes me maravilló. Yo estaba tendido, agonizando con mi débil piel humana a cuestas.
-Tranquilo. Ya cumpliste con el todo... tu deuda está saldada con él.
Me dijo la chica, y quise preguntarle de carajo hablaba, pero me desmayé. Morí.

Esa noche morí como Hombre Lobo. Perdí mis poderes lobunos.
Desperté en un hospital. Me convertí en un hombre normal.
Nunca más pude correr desnudo por el valle, aullándole a la luna. Nunca más.
Comprendí que en esta ocasión, algo hice mal.
Porque alguien me perdonó la vida por algo que lo benefició.
Y el Otro, me castigó, quintándome mis poderes para siempre. Sigo sin entender bien el quid de la cuestión, pero los hombres lobos somos así. Un poco torpes e impulsivos, pero de gran corazón.
O quizás debería decir, los ex hombres lobos somos así.

No hay comentarios: