domingo, 19 de enero de 2020

Viaje Extracorpóreo

Singularidad. El vuelo se hace en el aire, pero el movimiento resurge como bálsamo incongruente hacia las veleidades del Cosmos.
Cosmos. Maravilla inter espacial del microsentido ultraterreno de todo aquello que viaja pero no está. Porque viajando encontramos el sentido último de nuestro ser.
Maravillas intrauterinas de lo manifiesto. Inconmensurable agonía utópica del fracaso laboral que todos sentimos cuando perdemos la batalla insaciable de lo cotidiano.
Muñecos impávidos, buscando arrebujarse como musarañas perdidas dentro de los últimos recovecos de la falsa algarabía que da Maya, la diosa de la ilusión constante.
¿Cómo fenecer en un mundo que nos da todo, pero nos quita lo más esencial de ser humanos? ¿Que es ser un humano? Nada. Un concepto vacío, con etiquetas caducas de sentido.
Los viajantes no comprenden el final del camino, porque todo lo retienen sin comprender que allí en la inmensidad del espacio, nada puede recobrar nuestra perdida cordura ancestral.
Solo hay vacío.
Pero el vacío carece de códigos. Y entonces comprendemos que al volar, al desplazarnos a la imposible velocidad de la luz, todo carece de la intención primigenia.
Estamos perdidos en el espacio. Como los Robinson. Perdidos en la isla eterna que nos cobija, flotando en un espacio infinito. Padeciendo a cada momento de ser los únicos insectos en este gran palacio lleno de nada.
Porque es la vacuidad insostenible de nuestras almas perdidas, ansias de comprensión, seres a la deriva en el gran todo que es la nada misma, la que nos hace odiarnos entre nosotros, Siempre.
Desde tiempos perdidos en la foto sepia que es nuestro recuerdo más austero de nosotros mismos. Nuestra historia sin fin. Nuestro deleite de ser una especie de cosmonautas angustiados, que sin entender la película, vivimos en la agonía constante de vivir.
El largo día de amar, la (aún) más larga noche de morir.
Comprenderemos que somos el atolón ridículo de nuestra galaxia, cuando dejemos de buscar nuevos mundos allí donde no los hay.
Recargaremos un collar infinito de perlas olvidadas en el rincón más inesperado de una búsqueda que se hace eterna y no por eso, menos tragicómica.
¿Habrá un futuro incierto? ¿Un destino manifiesto?
Solo tenemos arroz, para comer en nuestras cápsulas de cotidiana inconformidad y desasosiego.
Un último adiós al viajero incansable del tornado, torpedeado por nuestro afán de comprenderlo todo y finalmente, confundirlo con nuestra total incomprensión final.

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