jueves, 16 de enero de 2020

Los Orgones



Estábamos todos cubiertos de musgo. Teníamos sueño. Esa noche la habíamos pasado parados de cabeza esperando el milagro de que nos pasaran a buscar, pero no sucedió. Hace meses esperamos el relevo. Nada. Pareciera que todos se olvidaron de nosotros. Ser un colono espacial tiene sus contras. Ya no soñamos con la Tierra. Todo lo relativo a nuestro planeta se convirtió en un sueño imposible del pasado, una quimera. Estamos agotados de la flora Copernicana. Somos viajeros destruidos por los vaivenes del tiempo y el espacio. Por eso, aquella mañana comprendimos que nuestro error como colonos voluntarios había sido un error garrafal. Ahora, perdidos en la inmensidad de Copernicus 4, nos resultaba algo tedioso e insoportable. Varios de nosotros ya tenemos signos de locura extra planetaria. Cuando decidimos salir a hacer nuestra ronda de reconocimiento habitual, descubrimos que nuestra idea de que no había señales de vida inteligente era un error de cálculo. Al llegar a una especie de laguna verde, de su interior empezaron a emerger varias burbujas plateadas. Una mujer semi desnuda parecía bañarse allí. Nos llamaba con cierta angustia en su voz y aunque no comprendíamos sus palabras, era claro que algo andaba mal. Asustados, decidimos alejarnos de aquel lugar pero la operación fue imposible. Su canto era como el llamado de las sirenas a Ulises. Una especie de melopea o canto monótono y monocorde que nos engatusaba, nos hipnotizaba de una manera que nunca imaginamos. Nos acercamos sin quererlo, hacia donde estaba. La extraña mujer nos hablaba directamente al cerebro. Nos contaba acerca de su raza extinta varios eones atrás, debido a un cambio climático bastante crítico. Su presencia era el resultado de la energía de los orgones, aquellas células míticas que un viejo científico loco había esbozado en el viejo siglo veinte y por la cual había sido arrestado y destruido todo su trabajo. Nosotros no comprendimos al instante lo que nos quería decir, pero nos pedía que nos acercáramos más para poder explicarnos mejor. Entonces pasó lo más inexplicable. Mis dos compañeros de exploración se desnudaron sin más y acometieron la bizarra tarea de inmiscuirse carnalmente con la extraña aparición. Yo no daba crédito a lo que mis ojos veían. Era una escena por demás surrealista y extravagante. Yo no me sentí tentado por la visión porque nunca me gustaron mucho las mujeres en sí. Pero ellos, increíble, se entregaron con extrema devoción a los apetitos sexuales de aquel ser antiguo y alucinado. Seguí inmóvil sin poder tomar ninguna decisión y cuando había recobrado un poco mis funciones cerebrales y encaraba el escape, percibí que mis compañeros cobraban una forma cada vez más evanescente, a la vez que la misteriosa mujer cobraba más brillo y vigor. Era como si toda la materialidad de mis compañeros pasara a la de aquella extraña presencia. Mis amigo cayeron exhaustos al suelo, liquidados. Ella me miró con una sonrisa venenosa. Salí corriendo a toda velocidad de aquel sitio, con el corazón fuera de mi boca. Al llegar al campamento les conté todo a mis superiores y ante su incrédulo silencio comprendí que era tomado por loco. Ahora estoy en una cápsula de máxima seguridad, para los alienados del espacio, rumbo a la Tierra. Quizás me haya vuelto loco, no lo sé. Pero al menos, para nosotros, existe la solución rápida de ser apartados del resto de los no videntes.

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