lunes, 15 de abril de 2024

Los Argentinos en la Luna...


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Los cuatro miembros restantes del equipo abandonaron la lápida pronto. Ninguno sentía ganas de hacer comentario alguno. Sus mentes elucubraban mil teorías al respecto pero no había animos aún para abrir una rueda de debate. La ausencia de Cejeián los mantenía unidos por la tristeza en común, pero en el fondo las cosas estaban mal. El tío López y Federico no se hablaban porque uno creía que había abortar la misión y volver a la nave nodriza en busca de instrucciones. El otro pensaba que al contrario, lo mejor era acometer la imprudente tarea de incursionar en el planeta violeta y por lo menos, cargarse un par de yankis por la afrenta cometida. Había cierto concenso de que a los yankis había que hacerles pagar por la muerte de Cejeián. No se la iban a llevar de arriba así nomás. El tema era ponerse de acuerdo y pensarlo mejor porque si bien los yankis ya no eran el cuco de otros tiempos, siempre andaban calzados y con ganas de tirar tiros. Pero en lo que sì estuvieron de acuerdo de forma unánime fue en el hecho de armar una pequeña base en Rig 4 porque quizás no fuera el paraíso deseado, pero poco a poco comenzaban a encontrarle sus cosas positivas.

A veces, de unos pequeños fosos salían unas fumarolas. Existía cierta actividad volcánica en aquel extraño satélite. Podían congregarse por las noches, cuando el sol Vega 83 se ocultaba bajo los prominentes domos del incipiente planetoide y así, en torno a la fogata natural que se producía tener las charlas que necesitaban tener. Luego de una semana del trágico pero sospechoso accidente de Cejeián se reunieron para ver ese tema que los tenía a tan mal traer. Federico fué quién rompió el hielo:

-Estamos hartos señores. Flaco favor le hacemos a la causa al dejarnos caer en este patético desánimo generalizado. ¿Que diría el flaco Cejeián si nos viera en esta posición?

Los demás miraban la fogata, chupaban su mate al vacio, y tiraban alguna piedra a la fumarola sin apartes sus miradas perdidas en las llamas verdiazuladas que vivoreaban de forma hipnótica. 

-Todo esto es un absurdo, no tiene el más mínimo sentido- Respondió el Tío López- No puede ser. No puede estar pasando. Tenemos que volver con madre para que todo se solucione mejor. 

Todos lo miraron un segundo para luego volver sus miradas al mate o a las llamas pardas. Trafalgar Medrano, el loco Rosarino, levantó la mano y con los ojos fijos en la luz disparó solemne:

-Eso no es una opción. Por lo que a mi concierne está decidido, quieran ustede´ o no. Pero yo me mando al planeta de enfrente y quilombo.

Y luego agregó más para sí que para el resto.

-No pienso dejar que la muerte del flaco quede impune. 

El tío y Fede volcaron su mirada a Lino, el porteño socarrón, pero esta vez parecía con el ánimo diezmado. El resto creyó que quizás se había perdido en sí mismo para siempre. Hacía una semana que apenas si decía alguna palabra aislada. Pero Lino cambió su cara de consternación y la tristeza al enojo y aplomo. Levantó la mano levemente.

-Yo creo... 

El resto miraba atento. 

-Y pienso que... deberíamos...

La intriga comenzaba a tornarse en impaciencia.

El tío Lopéz rugió un intenso ¿queee?

Lino suspiró profundamente y lanzó: 

-Creo que deberíamos no, es nuestra obligación, no sólo tomar venganza por la injusta muerte del flaco. Yo creo que hay que ir y sacarlos a patadas en el orto de nuestro planeta. 

Todos aplaudieron menos el tío Lopez que negaba con la cabeza. 

-Que remedio muchachos, que remedio. Nos van a hacer cagar de lo lindo esos culiaos. ¿No podemos pensar otra opción? Ni siquiera tenemos casi armas. 

Había un halo de duda sobre ellos, el tío tenía razón. Era un ataque desesperado y se salía completamente de la órbita de su objetivo y disposiciones colonialistas. Los cuatro se miraban con tristeza y consternación cuando en el centro del círculo cayó una caja enorme. Parecía un kit con armamento pesado. Se dieron vuelta y encontraron un astronauta que los saludaba con la mano extendida, los dedos índice y mayor separados del anular y meñique al mejor estilo Vulcano. Detentaba un traje espacial de neoprene celeste. Sobre su cabeza, un casco enorme y amarillo como el mismísimo Sol oriental. Era el Astronauta Uruguayo que siempre andaba vagando por la zona de los grandes asteroides con su nave ensamblada en Canelones. Era, del alguna extraña manera, el Capitán Beto yorugua. 

-¿Hay un mate para este charrúa vo?

Todos rieron de su tonada y desparpajo menos Federico, que andaba muy serio, y por supuesto el tío Lopez. El yorugua se fue a sentar entre el porteño y el rosarino. Cuando la ronda terminó, le dieron un mate al yorugua que se llamaba Ramiro Nelson Pertíz. Era Licenciado en Astronomía, militar retirado y pescador. En sus ratos libres dijo que escribía sus memorias, que quizás algún día podrían ser la memoria de la humanidad ya que ahí anotaba todas las películas que había visto y las calificaba.  

Le preguntaron que andaba haciendo y que significaba aquella caja enorme que había plantado frente a ellos. 

-El amigo Patagónico fue asesinado ¿verdad?

Los cuatro argentino cabecearon afirmativamente. 

-Bueno, con esto vamos a sacar un par de ojos entonces... y dientes. 

El tío Lopez, odiando todo el asunto no pudo evitar el chiste. 

-¿Y eso que significa culiao? ¿Sos dentista vos?

Todos rieron de la ocurriencia pero más temprano que tarde, los cinco (tío Lopez incluído) comenzaron a tramar lo que se venía.   

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